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Compañeros del metal
«Las ambulancias pasan por los cortes de carretera mientras en algunos medios vuelve el miope Club de Amigos del Neumático Quemado», escribe Ignacio Pato sobre la huelga del metal en Cádiz
Mi abuelo tiene una frase para cualquier avance tecnológico que se planta ante sus ojos. “¡Lo que inventan los metalúrgicos!”, ha dicho siempre con asombro y fácilmente seguido de un “¡qué bárbaro!”. Mi abuelo no trabajó el metal pero sí estaba familiarizado con oficios manuales como ese. No solo por el eco de un padre forjando espoletas en la fábrica de armas, sino por el contacto constante, diario, que tenía en el hospital donde era carpintero de mantenimiento.
En las plantas bajas y subterráneas, donde también están los túmulos que transicionan cuerpos desde la habitación al tanatorio, allí, el trato más que con médicos era con fontaneros, albañiles, electricistas, limpiadoras y cocineras. Al jubilarse le regalaron un reloj que sigue llevando puesto. En su reconocimiento a los metalúrgicos había un instintivo orgullo de clase que una persona a la que él admiraba puso en palabras. “Todo lo bello, útil y necesario de este mundo sale de las manos de los trabajadores”, dijo Marcelino Camacho.
El metal de Cádiz está en huelga. Indefinida. En el momento de escribir estas líneas son ya cuatro días. Cuatro días en huelga son cuatro días que no se cobra normalmente donde no sobra. No protestan por lo suyo, sino por el presente y futuro cercano de sus familias y de una parte muy importante de la Bahía. Más de 25.000 personas. Hay puestos directos, indirectos, ingresos, nevera, alquiler, luz, una mínima felicidad, vidas en juego. Actualización del salario, frenar la pérdida de poder adquisitivo contra un IPC que acaba de tocar su pico más alto en treinta años. La lucha es también por un convenio justo, derecho y nunca privilegio, jamás regalo, sino conquista. Lo sabe bien la segunda provincia del Estado con mayor desempleo, esa conocida herramienta política de chantaje, empobrecimiento, asfixia y enfrentamiento entre una misma clase.
Las ambulancias pasan por los cortes de carretera mientras en algunos medios vuelve el miope Club de Amigos del Neumático Quemado. El “Somos obreros, no delincuentes”, retumba por calles donde a su paso son saludados desde las ventanas. Las vecinas saben que están hartos de una eventualidad que destroza proyectos de vida y cuyo veneno se cuela incluso en las relaciones personales intentando intoxicarlas, arruinarlas. También de exilio laboral, de la violencia de ser empujados a marcharse de su tierra.
Sabed, gentes de Cádiz, que desde el asfalto y el chubasco no solo os pensamos cuando aprieta el hambre de luz sanadora y de payoyo, urta y piriñaca. En la memoria de la dignidad de este país de países están grabadas en relieve décadas de entereza. Hasta algún agente del CESID dijo que la KGB viajaba a los astilleros, soviet de acero y melva. «Nadie está orgulloso ni satisfecho de lo ocurrido, pero recuerdan que la manifestación contra el cierre del astillero, a la que asistieron 100.000 gaditanos, apenas tuvo repercusión». Austerlitz, Puerto Real, a cada clase sus batallas. Delphi, Altadis, San Carlos, Navalips, Gadir Solar, Ibérica Aga, Navantia, Alestis, Airbus, Dragados y un sinfin de empresas de trabajo temporal, mucho más que un namedropping en un artículo de prensa.
Aprendimos que también olía a café y tostadas de bloque, a frío de olivo y arruga de salitre, a triple jornada de las obreras del hogar en muchas comparsas de carnaval. Aprendimos que la alegría, cuando te quieren hundido, es tan vital como una caja de resistencia. Aprendimos que los trabajadores y trabajadoras gaditanas no se rinden nunca. Y que por más que pongamos las manos sobre las letras de un teclado y no sobre placas, por más que nuestras chispas sean solo figuradas, seguiremos diciendo aquello de “compañeros del metal”.