Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/cataluna-ay David Fernàndez 31/01/2020
Antonio Gramsci
Escuchaba en la radio que Gloria no tenía un marco meteorológico comparable desde el año 1932, cuando el aguacero generalizado cayó por todo el país. Dos años después de aquel chaparrón, otro temporal, represivo y que de natural no tenía nada, dejó empapado y empantanado el país entero, a raíz de la represión y resistencia posterior a los hechos del 6 de octubre de 1934. La lectura atenta de El primer procés contra Catalunya (Eumo, 2.019) de Pere Bosch i Cuenca hace pensar. Y mucho. Te obliga demasiadas veces a revisar la portada para saber que habla de los detalles del año 1935 y no, 85 años después, de las vicisitudes de 2020. A veces incluso hay que frotarse los ojos, abrirlos como platos o releer tres veces el párrafo, acotando el calendario de reojo para comprobar a ciencia cierta el paso inevitable del tiempo. Y convencerse de que hoy no es ayer ni tampoco puede ser mañana.
Está claro que hay una previa obvia: han pasado ocho décadas y media. Pero salvando todas las distancias -que son muchas y de calado- el relato detallado y documentado del bueno de Pedro, compañero de trabajo parlamentario durante unos años, sirve para acercarse a las proximidades, captar las evocaciones y revisitar los bucles. Algunas palabras no varían, algunas relaciones de poder menos y el efecto espejo es inevitable -y al mismo tiempo, arriesgado, como toda analogía. No, no estamos en el 1935, a pesar de que el lenguaje que se gasta en una arena política degradada y mala se le parezca por momentos. Por ejemplo, si les indignó la mezcla de inhumanidad, mediocridad y desprecio de la curva hooligan de Ciudadanos en el Parlamento del otro día, no sabrán a ciencia cierta si estas palabras fueron proferidas, en medio de un hemiciclo parlamentario, en enero de 2020 o en noviembre de 1934. Intervenía un diputado de ERC en el Congreso y el españolismo intransigente lo interrumpía torpemente: «¡Fuera! ¡Fuera!». Calvo Sotelo exclamaba: «¡Que digan si son españoles o no!». Primo de Rivera abandonaba el escaño y se dirigía hacia los de ERC en actitud amenazadora.
Ritornello, en resumidas cuentas y como detonante, habrá que recordar que en octubre del 34 arrancó con la suspensión del Tribunal de Garantías Constitucionales de la Ley de Contratos de Cultivo (Contractes de Conreu) aprobada por el Parlamento de Cataluña, que intentaba llevar un poco de justicia al campo catalán. El nudo interminable -la soberanía, la posibilidad de autogobierno, la opción por la autodeterminación- y la excusa infinita hecha muro -las impracticables «vías constitucionales». Al día siguiente de los hechos de octubre, los más alocados ya reclamaban «la suspensión del Estatuto de Cataluña, que ha hecho posible un movimiento de traición a la patria de tanta gravedad». Renovación Española exigía «la inmediata disolución del Parlamento catalán». Y Lerroux demandaba un Gobierno «que sea leal a la Constitución». Incluso se criticaba a la Comisión Mixta de Traspasos previa a los hechos -demasiado concesiones, ya saben. Demasiado contemporáneo, el pasado, ya ven.
Clímax mediático, Josep Pla escribe que el debate en Madrid se desarrolla en «un ambiente de hostilidad inenarrable a todas las cosas de Cataluña (…) casi toda la prensa de Madrid y la inmensa mayoría de los políticos piden la abolición pura y simple de el Estatuto y el retorno al sistema provincial». La revista Esquetlla de la Torratxa -palabras que no mutan- describe personajes que escriben «con bilis en lugar de tinta». El diario El País -no el de ahora o vete a saber- denuncia «la trama jesuítico separatista dirigida por Roma». El Debate afirma que «la noche del 6 al 7 de octubre, culminó trágicamente la obra de cuarenta años de predicamiento catalanista». Ay.
Crónica también, del efecto 155 de entonces: destitución, purga y limpieza. En 1934 fueron depurados de golpe 891 funcionarios, desde conserjes hasta personal del Museo de Arqueología. Jiménez Arenas, el coronel que aplica la intervención contra una autonomía catalana suspendida, declara que la vida administrativa «no ha sufrido la menor interrupción». Añade que «somos hombres de pocas palabras». Y uno piensa en Bermúdez de Castro, claro. El otoño de 2017, 155 mediante, supuso la destitución del Gobierno, la disolución del Parlamento y el despido de 259 cargos públicos. Por si fuera poco -si quieren más- socios de la Unión Mercantil de Madrid recogen firmas para un manifiesto que exige una lista negra de «todos los industriales y comerciantes catalanes defensoras y patrocinadores de la campaña separatista con que se amenaza al resto de las regiones españolas, comprometiéndose a no volverlos a hacer pedidos de ninguna especie». El déjà-vu de la cantinela anticatalanista del boicot. A por ellos, oé, oé.
Vendrían los encarcelamientos y llegarían los juicios, ya entonces, mediáticos. No me ahorro de decir -del espacio no te fíes nunca, decía Ovidi [Montllo]- que ambos juicios -el del 1935, el del 2019- se produjeron exactamente en la misma sala que el año pasado, que físicamente tampoco ha mutado mucho, por idéntico delito: rebelión. Portadas de ayer y de hoy: La Fiscalía pide 30 años para Companys, la Fiscalía pide 30 años para Junqueras.
El ciclo represivo dejó entonces cerca de 5.200 detenidos. La cifra actual es de 2.500 represaliados. Si hace dos años se investigaba el 75% de los alcaldes, el otoño de 1934 se destituyeron y sustituyeron 500 ayuntamientos. La parte tragicómica de la represión también concurre a cuenta de la Guardia Civil. A la Agrupació Republicana de Cistella, en el Alt Empordà, se decomisa «una mesa de las llamadas de cocina, con un solo cajón, donde se guardan los libros y sello de la misma». Y uno se acuerda del pito de Tamara Carrasco. Ahora que algunos tanto les da por citar Azaña, habrá que recordar que a raíz de aquel octubre también acabó entre rejas. El Supremo lo libera y Lerroux referiría entonces a un protagonista conocido y casi secular: «La Sala Segunda del Supremo hace justicia». Y la Fiscalía General del Estado, mira por donde, anunció recurso. Qué cosas pasadas más presentes.
Y déjà-vu, llegó la sentencia, que no dejó a nadie indiferente. En el libro de Pere [Bosch i Cuenca], hay una hilera larguísima de detalles comparados que detienen el tiempo mientras lo lees. Especialmente, una «espontánea resistencia» por todas partes que esparce una solidaridad sin límites, cientos de cartas en prisión, un abogado madrileño -Angel Ossorio- que se implica en la defensa de Companys y la causa democrática catalana. Y un tribunal politizado y partidario -no rían, lloren-, recusaciones cruzadas de magistrados e incluso un autobús Pullman para trasladar los presos entre medidas de seguridad.
Y un gobierno de Lerroux que cae por corrupción -¿les suena? – y unas elecciones «para echar a la derecha» que provocan la participación electoral más elevada y una manifestación en Barcelona – «la más grandiosa», según la prensa de la época – para exigir la libertad de los presos. Y las izquierdas en sopa de letras y la Liga que quiere evitar a toda costa el triunfo de ERC. Y artículos en Time, y un tuit de ahora de Herman Tersch pidiendo la intervención del ejército y un editorial de El Debate pidiendo entonces lo mismo -la historia no se repite, pero rima, que diría Twain. Y Franco en privado diciendo que hay que impedir el nuevo gobierno y en público afirmando que respeta la legalidad y los ganadores de las elecciones. Y cosas también muy distintas y radicalmente diferentes del hoy: la salida de Companys de prisión, tras una amnistía que vacía las cárceles con cabriolas político-jurídicas, tiene un recibimiento cálido y continuado en las calles de Andalucía y Castilla y por allí por donde pasan.
Y para dejarlo ya en la más estricta actualidad, el cuento de nunca acabar, los mandos de los Mossos, Enric Pérez Farràs y Frederic Escofet habían sido condenados por ser «parte del plan». La sopa de ajo se inventó hace tiempo. ¿Know-how del deep state, el rayo que no cesa, de te fabula narratur, la ceguera cruel de la historia o estupidez colectiva acumulada? Que la historia nos conserve la vista, pero si tuviera que quedarme con algún detalle de candente actualidad que no fuera que a Vox la ha financiado el exilio iraní, que el Centro Simon Whiesental reprocha duramente a la fiscalía española que considere delito de odio odiar el nazismo -vergüenza, caballeros, vergüenza- o que las “sardinas” han contribuido a doblegar a Salvini en Emilia Romagna, me quedaría con un titular de hemeroteca del día siguiente de las elecciones de febrero de 1936. La Rambla titulaba: «Primero de todo … amnistía». Pues eso. Y aquí estamos todavía. No en el bucle del 1935, sino en el ciclo de 2020.
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Traducción:Roger Tallaferro