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Capitalismo: un desastre a la espera de culminarse — Michael Parenti
www.commondreams.org – 21/01/2009
Traducción del inglés: Arrezafe
Después del derrocamiento de los gobiernos comunistas en la Europa del Este, el capitalismo se presentó a sí mismo como el invencible sistema portador de prosperidad y democracia, el sistema que prevalecería hasta el final de la historia.
Sin embargo, la actual crisis económica ha convencido, incluso a algunos prominentes ultraliberales, de que algo va muy mal. A decir verdad, el capitalismo aún no ha llegado a un acuerdo con algunas fuerzas históricas que siempre le han causado interminables problemas: la democracia, la prosperidad y el capitalismo en sí, las mismas entidades que los gobernantes capitalistas dicen estar fomentando.
Plutocracia vs. Democracia
Consideremos en primer lugar la democracia. En Estados Unidos oímos que el capitalismo está unido a la democracia, de ahí el enunciado «democracias capitalistas». De hecho, a lo largo de nuestra historia ha habido una relación, en gran medida antagónica, entre la democracia y la concentración de capital. Hace unos 80 años, el juez de la Corte Suprema Louis Brandeis comentó: «Podemos tener democracia en este país, o podemos tener una gran riqueza concentrada en manos de unos pocos, pero no podemos tener ambos». Los intereses monetarios han sido opositores, no defensores de la democracia.
La propia Constitución fue creada por acomodados caballeros que se reunieron en Filadelfia en 1787 para advertir insistentemente sobre los efectos perjudiciales y peligrosos de la igualdad democrática. El improvisado documento, lejos de ser democrático, estaba trufado de normas, vetos y requisitos de mayorías artificiales, un sistema diseñado por la clase dirigente para mitigar el impacto de las demandas populares.
En los primeros días de la República, los ricos de clase alta impusieron a conveniencia las condiciones apropiadas para votar y ocupar cargos públicos. Se opusieron a la elección directa de candidatos (nota, su Colegio Electoral todavía está vigente). Y durante décadas se resistieron a extender la franquicia a los grupos menos favorecidos, como los trabajadores sin propiedad, los inmigrantes, las minorías raciales y las mujeres.
Hoy, las fuerzas conservadoras continúan rechazando características electorales más equitativas, como la representación proporcional y las campañas financiadas con fondos públicos. Continúan creando barreras al voto, ya sea a través de requisitos de registro excesivamente severos, ya sea mediante purgas de votantes, normas de votación inadecuadas y máquinas de votación electrónicas que constantemente «funcionan mal» en beneficio de los candidatos más conservadores.
En ocasiones, los intereses de la clase gobernante han suprimido las publicaciones radicales y las protestas públicas recurriendo a redadas policiales, arrestos y encarcelamientos, aplicados recientemente con toda su fuerza contra manifestantes en St. Paul, Minnesota, durante la Convención Nacional Republicana de 2008.
La plutocracia conservadora también busca hacer retroceder los logros sociales de la democracia, como la educación pública, la vivienda asequible, la atención médica, la negociación colectiva, un salario digno, condiciones de trabajo seguras, un entorno sostenible no tóxico; el derecho a la privacidad, la separación de la iglesia y el estado, la libertad del embarazo obligatorio y el derecho de cualquier adulto a casarse con quien quiera.
Hace aproximadamente un siglo, el líder laboral estadounidense Eugene Victor Debs fue encarcelado durante una huelga. Cofinado en su celda, llegó a la conclusión de que en las disputas entre dos intereses privados, capital y trabajo, el estado no era un árbitro neutral. La fuerza del estado –con su policía, milicias, tribunales y leyes– estaba inequívocamente del lado de los amos de las compañías. A partir de ahí, Debs concluyó que el capitalismo no era solo un sistema económico sino un orden social absoluto que manipulaba las reglas de la democracia para favorecer las bolsas de los ricos.
Los gobernantes capitalistas continúan haciéndose pasar por los padres de la democracia, incluso cuando la subvierten, no solo en casa sino en toda América Latina, África, Asia y Medio Oriente. Cualquier nación que no sea «amigable para los inversionistas», que intente utilizar su tierra, trabajo, capital, recursos naturales y mercados de manera soberana, fuera del dominio de la hegemonía corporativa transnacional, corre el riesgo de ser demonizada y atacada como «una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos».
La democracia se convierte en un problema para las empresas estadounidenses, no cuando no funciona, sino cuando funciona demasiado bien, ayudando a la población a avanzar hacia un orden social más equitativo y habitable, reduciendo la brecha, aunque modestamente, entre los super ricos y el resto de nosotros. Por lo tanto, la democracia debe diluirse y subvertirse, sofocarse mediante la desinformación, alimentando a los medios con ingentes gastos en campañas de propaganda, con elecciones amañadas y electores manipulados que aseguran las falsas victorias de los principales candidatos y partidos.
Capitalismo y prosperidad
El capitalismo corporativo no fomenta la prosperidad que dice propagar mediante la democracia. La mayor parte del mundo es capitalista, y la mayor parte del mundo no es próspera ni particularmente democrática. Basta pensar en Nigeria capitalista, Indonesia capitalista, Tailandia capitalista, Haití capitalista, Colombia capitalista, Pakistán capitalista, Sudáfrica capitalista, Letonia capitalista y varios otros miembros del “Mundo Libre”, o más exactamente, del “Mundo del Mercado Libre”.
Una población próspera, políticamente alfabetizada, con altas expectativas de su nivel de vida y un acusado sentido del derecho, impulsando continuas mejoras sociales, no es precisamente la noción ideal de una plutocracia. Los inversores corporativos prefieren las poblaciones pobres. Cuanto más pobre seas, más duro trabajarás y por menos. Cuanto más pobre seas, menos equipado estarás para defenderte de los abusos del capital.
En el mundo corporativo del «libre comercio», el número de multimillonarios aumenta más rápido que nunca, mientras que el número de personas que viven en la pobreza crece a un ritmo más acelerado que la población mundial. La pobreza se extiende a medida que la riqueza se acumula.
Consideremos a los Estados Unidos. Solo en los últimos ocho años, mientras se acumulaban grandes fortunas que alcanzaban tasas récord, seis millones de estadounidenses se hundieron por debajo del nivel de pobreza. El ingreso familiar promedio disminuyó en más de 2.000 dólares, la deuda del consumidor se duplicó con creces, más de siete millones de estadounidenses perdieron su seguro de salud y más de cuatro millones perdieron sus pensiones. Mientras tanto, aumentó la falta de vivienda y las ejecuciones hipotecarias (desahucios) alcanzaron niveles pandémicos.
Solo en países donde el socialismo ha sido controlado hasta cierto punto por la socialdemocracia, la población ha sido capaz de asegurar una cierta prosperidad. Me vienen a la mente naciones del norte de Europa como Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca. Pero incluso en estas democracias sociales, las ganancias populares siempre corren el riesgo de retroceder.
Es irónico atribuir al capitalismo el genio de la prosperidad económica cuando la mayoría de los intentos de mejoramiento material han sido vehementemente y a veces violentamente contestados por la clase capitalista. La historia de la lucha laboral proporciona una ilustración interminable de esto.
Que en cierta medida la vida sea soportable bajo el actual orden económico de los EE.UU., se debe a que millones de personas han librado amargas luchas de clase para alcanzar niveles de vida y derechos como ciudadanos, llevando algo de humanidad a un desalmado orden político-económico.
Una bestia que se devora a sí misma
El estado capitalista tiene dos roles reconocidos por los pensadores políticos. Primero, como cualquier estado, debe proporcionar servicios que no se pueden desarrollar de manera confiable a través de medios privados, como la seguridad pública y el tráfico ordenado. En segundo lugar, proteger a los que tienen de los que no tienen, asegurando el proceso de acumulación de capital y beneficiando los intereses de los adinerados, limitando en gran medida las demandas de la población trabajadora, como observó Debs desde su celda en la cárcel.
Hay una tercera función del estado capitalista que rara vez se menciona. Consiste en evitar que el sistema capitalista se devore a sí mismo. Considere la contradicción central que Karl Marx señaló: la tendencia hacia la sobre-producción y la crisis del mercado. Una economía dedicada a su aceleración y a los recortes salariales, para hacer que los trabajadores produzcan cada vez más por menos, siempre está en peligro de sufrir un colapso. Para maximizar las ganancias, los salarios deben mantenerse bajos. Pero alguien tiene que comprar los bienes y servicios que se producen. Para eso, los salarios deben mantenerse. Hay una tendencia crónica, como estamos viendo hoy, hacia la sobre-producción de bienes y servicios del sector privado y el consumo insuficiente de las necesidades por parte de la población trabajadora.
Además, existe la autodestrucción que con frecuencia se pasa por alto creada por los propios jugadores adinerados. Si se abandona por completo su control, el componente más activo y poderoso del sistema financiero comienza a devorar las fuentes de riqueza menos organizadas.
En lugar de tratar de ganar dinero con la ardua tarea de producir y comercializar bienes y servicios, los merodeadores aprovechan directamente los flujos de dinero de la economía misma. Durante la década de 1990, fuimos testigos del colapso de toda una economía en Argentina cuando los contables, libres y sin control, despojaron a las empresas, se embolsaron grandes sumas y dejaron la capacidad productiva del país en ruinas. El estado argentino, atiborrado de una pesada dieta de ideología de libre mercado, titubeó en su función de salvar al capitalismo de los capitalistas.
Algunos años más tarde, en los Estados Unidos, llegó el saqueo multimillonario perpetrado por conspiradores corporativos en Enron, WorldCom, Harkin, Adelphia y una docena de otras compañías importantes. Jugadores internos, como Ken Lay, convirtieron a las empresas corporativas exitosas en escombros, eliminando los trabajos y los ahorros de miles de empleados para acumular miles de millones.
Estos ladrones fueron detenidos y condenados. ¿Eso no muestra la capacidad de autocorrección del capitalismo? Realmente no. El enjuiciamiento de tal malversación, que en cualquier caso llegó demasiado tarde, fue producto de la responsabilidad y la transparencia de la democracia, no del capitalismo. En sí mismo, el mercado libre es un sistema amoral, sin restricciones.
En la crisis de 2008-09, el creciente superávit financiero creó un problema para la clase adinerada: no había suficientes opciones para invertir. Con más dinero del que sabían manejar, los grandes inversores invirtieron sumas inmensas en mercados inmobiliarios inexistentes y otras empresas poco fiables, una gran cantidad de fondos de cobertura, derivados, alto apalancamiento, swaps de incumplimiento crediticio, préstamos predatorios y cualquier otra cosa.
Entre las víctimas se encontraban otros capitalistas, pequeños inversores y muchos trabajadores que perdieron miles de millones de dólares en ahorros y pensiones. Quizás el principal forajido fue Bernard Madoff. Descrito como «un líder de larga trayectoria en la industria de los servicios financieros», Madoff manejó un fondo fraudulento que recaudó 50 mil millones de dólares de inversores ricos, devolviéndolos «con dinero que no estaba allí», como él mismo lo expresó. La plutocracia devora a sus propios hijos.
En medio del colapso, en una audiencia en el Congreso en octubre de 2008, el ex presidente de la Reserva Federal y devoto ortodoxo del libre mercado Alan Greenspan confesó que se había equivocado al esperar intereses monetarios de una inmensa acumulación de capital que necesitaba ser invertido en algún lugar para su control.
La teoría clásica del laissez-faire [dejar hacer] es aún más absurda de lo que Greenspan hizo. De hecho, la teoría afirma que todos deberían perseguir sus propios intereses egoístas sin restricciones. Esta competencia desenfrenada producirá, supuestamente, los máximos beneficios para todos porque el mercado libre se rige por una «mano invisible» milagrosamente benigna que optimiza los resultados colectivos. («La codicia es buena.»)
¿Fue la crisis de 2008-09 causada por una tendencia crónica de sobreproducción y acumulación hiperfinanciera, como dijo Marx? ¿O es el resultado de la avaricia personal de personas como Bernard Madoff? En otras palabras, ¿el problema es sistémico o individual? De hecho, no son mutuamente excluyentes. El capitalismo engendra delincuentes y corruptos, recompensando a los menos escrupulosos de ellos. Los crímenes y las crisis no son desviaciones irracionales de un sistema racional, sino lo contrario: son resultantes racionales de un sistema básicamente irracional y amoral.
Peor aún, los consiguientes rescates gubernamentales multimillonarios se están convirtiendo en una oportunidad de saqueo. El estado no solo no logra regular, sino que se convierte en una fuente de saqueo, extrayendo grandes sumas de la máquina de dinero federal y sangrando a los contribuyentes.
Aquellos que nos riñen por «acudir al gobierno en busca de ayuda», corren ahora a solicitar ayuda del gobierno. Las empresas estadounidenses siempre han disfrutado de subvenciones, ayudas, garantías de préstamos y otras subvenciones estatales y federales. Pero la «operación de rescate» de 2008-09 ofreció un rescate récord con fondos públicos. Más de 350 mil millones de dólares fueron distribuidos por un secretario de tesorería de derechas a los bancos y firmas financieras más grandes sin supervisión, sin mencionar los más de 4 billones de dólares provenientes de la Reserva Federal. La mayoría de los bancos, incluidos JPMorgan, Chase y Bank of New York Mellon, declararon que no tenían intención de dejar que nadie supiera el destino del dinero.
Los grandes banqueros usaron parte del rescate, lo sabemos, para comprar bancos más pequeños y apuntalar bancos en el extranjero. Los CEO [Chief Executive Officer] y otros altos ejecutivos bancarios están gastando fondos de rescate en fabulosas bonificaciones y lujosos retiros. Mientras tanto, los grandes beneficiarios del rescate financiero, como Citigroup y Bank of America, despidieron a decenas de miles de empleados, invitando a preguntarnos, en primer lugar: ¿por qué se les dio todo ese dinero?
Mientras se repartían cientos de miles de millones a las mismas personas que habían causado la catástrofe, el mercado de la vivienda continuó debilitándose, el crédito permaneció paralizado, el desempleo empeoró y el gasto de los consumidores se hundió a niveles récord.
En resumen, el capitalismo corporativo de libre mercado es, por su propia naturaleza, un desastre a la espera de suceder. Su esencia es la transformación de la naturaleza viva en montañas de mercancías y las mercancías en montones de capital muerto. Cuando se deja enteramente en manos de sus propias leyes, el capitalismo impone su antieconómica toxicidad a la población general y al medio ambiente natural para, finalmente, comenzar a devorarse a sí mismo.
La inmensa desigualdad del poder económico existente en nuestra sociedad capitalista se traduce en una formidable desigualdad del poder político, lo que hace aún más difícil imponer regulaciones democráticas.
Si los paladines de la América Corporativa quieren saber qué es lo que realmente amenaza «nuestra forma de vida», es su forma de vida, su ilimitada manera de robar a propio sistema, destruyendo la base sobre la que se encuentran, la propia comunidad de la que tan generosamente se alimentan.
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