Fuente: https://www.wsws.org/es/articles/2022/03/12/pers-m12.html?pk_campaign=newsletter&pk_kwd=wsws Tom Hall 12.03.22
La campaña de la OTAN contra Rusia impulsará el aumento de la lucha de clases en todo el mundo
La imprudente intensificación de las presiones económicas, políticas y militares de EE.UU. y la OTAN contra Rusia están conduciendo rápidamente a una gran crisis económica global con graves repercusiones para la clase obrera internacional.
La campaña contra Rusia, que incluye un régimen devastador de sanciones que prácticamente corta al país de la economía mundial para hambrear al pueblo ruso, tiene por objeto convertir el país en una colonia del imperialismo occidental y saquear sus recursos naturales. La invasión de Putin a Ucrania, si bien es reaccionaria y debe ser opuesta, es el producto de una escalada de provocaciones de muchos años de la OTAN contra Rusia, utilizando a Ucrania como sebo.
Millones de personas en todo el mundo siguen los eventos en el este de Europa con ansiedad y temor de que se intensifiquen rápido y provoquen una guerra nuclear. Pero la crisis también está desencadenando una dislocación económica inmensa que se dirige a detonar un estallido masivo del conflicto de clases. Aquellos que buscan oponerse al impulso hacia una tercera guerra mundial deben seguir el mapa de la lucha de clases, no el mapa de la guerra, como señaló León Trotsky en 1934.
En una declaración la semana pasada del impacto económico de la guerra y las sanciones occidentales contra Rusia, el Fondo Monetario Internacional pronosticó, “Las perturbaciones en los precios tendrán un impacto global, especialmente en los hogares pobres para los cuales los alimentos y combustibles constituyen una parte mayor de sus gastos. De intensificarse el conflicto, el daño económico podría ser incluso más devastador. Las sanciones a Rusia también tendrán un impacto sustancial en la economía global y los mercados financieros, con efectos significativos en otros países”.
Esto ya está comenzando. El precio del petróleo alcanzó $130 por barril y, en EE.UU., los precios de la gasolina en la bomba ya superaron los $4 por galón, alcanzando un récord histórico. En Francia, el precio de la gasolina pasó de €1,65 por litro a fines del año pasado a €2,20 por litro, o $9,16 por galón. Los precios futuros del trigo ya saltaron 70 por ciento este año, ya que Rusia y Ucrania juntos componen una cuarta parte de todas las exportaciones de granos. En Europa, la producción industrial está comenzando a apagarse debido al aumento en los precios energéticos.
En febrero, la inflación anual alcanzó 7,9 por ciento en EE.UU. y 5,8 por ciento en la Eurozona, su nivel máximo desde el establecimiento del euro como divisa común en 1997. Se espera que la inflación se dispare en marzo como por los efectos de las sanciones en toda la economía mundial.
Pero los más afectados serán los países en desarrollo de África y Oriente Próximo. La hambruna en esta región del mundo es una posibilidad real. El 80 por ciento del grano de Egipto se compra a Rusia. Otros grandes importadores de grano ruso son Turquía, Bangladesh, Nigeria y Yemen.
El impacto sobre la clase trabajadora será enorme. Ya se está tambaleando tras más de dos años de pandemia, en los que han muerto millones de personas y el nivel de vida se ha visto erosionado hasta el punto de ruptura por la inflación derivada del caos inducido por la pandemia en las cadenas de suministro mundiales. Este trauma social es el producto del rechazo deliberado de los Gobiernos de las medidas de salud pública, sobre todo en Estados Unidos. Esto se ha hecho en nombre de la “inmunidad colectiva”, es decir, del sacrificio de vidas por ganancias.
Los Gobiernos están utilizando Ucrania para desviar la atención de la guerra que debería librarse contra la pandemia, que no ha terminado y ya está empezando a surgir de nuevo. También la están utilizando para presentar la inflación, que ya estaba en su nivel más alto en décadas anteriores, como una “subida de precios por Putin”, que es totalmente la culpa de Rusia, en un intento de desviar la ansiedad económica hacia el odio a un enemigo extranjero. Pero mientras las capas más ricas de la sociedad, incluidas las más privilegiadas de la clase media, se han dejado llevar por la histeria bélica, no hay indicios de que esta campaña esté teniendo un efecto significativo en la clase trabajadora.
En un discurso pronunciado la semana pasada para anunciar la prohibición de las importaciones de petróleo ruso a Estados Unidos, el presidente Biden presentó el impacto económico de estas medidas en Estados Unidos como un sacrificio necesario en nombre de la “defensa de la libertad”. Pero ni Biden ni nadie se molestó en consultar a los trabajadores de Estados Unidos, ni mucho menos a los de África y el mundo en desarrollo, si querían hacer tales sacrificios por una campaña imprudente que aumenta el peligro de una Tercera Guerra Mundial.
No se exigen tales sacrificios a la oligarquía empresarial, que ganará dinero en abundancia con la guerra al igual que durante la pandemia. De hecho, los precios de las acciones de los principales contratistas de defensa estadounidenses, como Northrup Grumman y Raytheon, han subido mucho en las últimas semanas. Las compañías petroleras y la agroindustria occidentales también se regodean sobre la posibilidad de obtener superbeneficios por la escasez mundial derivada de la eliminación de sus rivales rusos.
La guerra en Ucrania se está utilizando como tapadera para redirigir miles de millones en recursos de los programas sociales que benefician a la clase trabajadora hacia la guerra. El último proyecto de ley de gastos que se está tramitando en el Congreso incluye casi $800.000 millones para el ejército, incluyendo $15.000 millones en gastos para Ucrania, mientras que se abandonaron $15.000 millones en fondos relacionados con la pandemia. Los medios de comunicación corporativos en Reino Unido están pidiendo el desmantelamiento del Estado de bienestar de la posguerra a fin de aumentar el gasto militar. Y lo que es más inquietante, Alemania aprobó triplicar el presupuesto militar para este año, el mayor aumento desde Adolfo Hitler.
La actitud de la clase gobernante se resumió de forma más burda y contundente en un comentario de opinión en el Wall Street Journal, cuyo titular declaraba: “La OTAN necesita más armas y menos mantequilla”. La frase recuerda la infame afirmación de Hermann Goering de que “el hierro siempre ha hecho fuerte a un imperio, a lo sumo la mantequilla y la manteca han engordado al pueblo”.
Las consecuencias sociales de esta imprudente campaña son los preparativos para un enfrentamiento entre la clase obrera y la clase capitalista en cada país, en el que la ira de las masas se cruzará con la creciente radicalización que ya está en marcha como consecuencia de la pandemia. En los últimos dos años se han visto grandes huelgas de trabajadores industriales en Estados Unidos, el crecimiento de las huelgas salvajes en toda Turquía, el desafío a las prohibiciones de huelga por parte de los trabajadores de la salud en Sri Lanka y Australia, y otras expresiones significativas de oposición social.
La propia clase gobernante está profundamente preocupada por esta eventualidad, y han aparecido comentarios nerviosos en la prensa que comparan la situación actual con las crisis del petróleo de los años 70, que impulsaron una gran ola de huelgas en los países industrializados, así como con la Primavera Árabe de 2011, en la que la ira masiva por el coste de la vida alimentó las revoluciones en Túnez y Egipto.
La respuesta de los Gobiernos capitalistas que afirman estar “defendiendo la libertad” en Ucrania implicará inevitablemente un mayor uso de la represión estatal, incluyendo órdenes judiciales, legislación antihuelga, decretos ejecutivos y otras medidas para suprimir la oposición de la clase trabajadora en casa. Ya se emitió fallo prohibiendo una huelga de 17.000 trabajadores ferroviarios de la empresa BNSF en Estados Unidos, con el pretexto de proteger las cadenas de suministro nacionales. Se pueden esperar muchas medidas más de este tipo.
Esta campaña de represión también implica directamente la cooperación de los sindicatos patronales. El sindicato United Steelworkers (USW) se jacta abiertamente de su contrato “no inflacionario” que limita los aumentos salariales de 30.000 trabajadores de las refinerías de petróleo de Estados Unidos a un 3 por ciento, un acuerdo que se elaboró en discusiones personales directas tras bastidores entre el jefe del USW, Tom Conway, y Biden. Al mismo tiempo, se contará con la prensa corporativa para calificar cualquier resistencia de los trabajadores como resultado de un sabotaje ruso, tildando a los trabajadores de “títeres de Putin”, como la prensa británica calificó recientemente a los trabajadores del metro de Londres en huelga.
La base social de la lucha contra la guerra es la clase obrera internacional. A diferencia de la clase gobernante capitalista y las capas más privilegiadas de la clase media, los intereses sociales de la clase obrera se oponen irremediablemente a la guerra. Los trabajadores no tienen nada que ganar con la guerra, pero como siempre se les hará pagar la factura.
Mientras Biden y otros jefes de Estado predican la “unidad nacional” en nombre de la lucha contra Rusia, las consecuencias del impulso de la guerra y las respuestas divergentes de las diferentes capas de la sociedad revelarán cada vez más abiertamente que la verdadera línea divisoria en la sociedad mundial no es entre la OTAN y Rusia, sino entre la clase obrera y la clase capitalista en todos los países.
Sobre todo, el despilfarro de recursos sociales para la guerra plantea el conflicto básico entre el sistema capitalista, que se basa en la acumulación privada de ganancias y en las rivalidades nacionales que conducen inevitablemente a la guerra, y el mantenimiento y crecimiento de una sociedad industrial moderna. La lucha contra la guerra, por tanto, debe estar enraizada en un movimiento socialista de la clase obrera para acabar con el sistema capitalista.
(Publicado originalmente en inglés el 10 de marzo de 2022)