Fuente: Iniciativa Debate/Jaime Richart
Los antiguos griegos no creían propiamente en sus mitos, pero vivían “como si” creyeran en su mitología. Nosotros, mucho menos inteligentes, hemos de seguir viviendo “como si” el destino de la humanidad no se nos estuviese echando encima…
Sé de sobra que, desde el punto de vista de la salud mental y porque queda bien, hemos de ser siempre optimistas, y que cuanto más optimistas seamos más lo celebra por empatía quien nos escucha o nos lee. Pero ése es un plano de la realidad antropológica que a menudo casa mal con la racionalidad, con el instinto y con la lucidez ante los indicios y la lógica de la Naturaleza. El caso es que, en la materia de la que voy a hablar, a mí me resulta imposible ser optimista. A alguien quizá pueda parecerle que sea a causa de mi edad. Pero, aparte de que mi atención al cambio progresivo del clima data de los años 90 en que observé los primeros síntomas, también he observado a lo largo de mi vida que personas enfermas, o muy mayores, proyectaban su deterioro o decrepitud sobre aquella con la que hablaban diciéndole: tienes mal aspecto o no tienes buena cara…
Creían ver en el otro el estado de precariedad en que ellas mismas se encontraban. No es éste mi caso, no creo que, dada mi edad, proyecte los pocos años de vida que me quedan a los malos presagios, ni que yo vea el fin próximo de la Historia porque mi fin esté mucho más cerca que el de mis biznietos. Sencillamente apunto a que las probabilidades de atinar en el pronóstico equivalen ya casi a las evidencias…
Digo esto porque pienso que, a menos que ocurra un milagro o haga acto de presencia en el escenario planetario el Deux ex machina (recurso del teatro clásico que consiste en resolver una situación o dar un giro a la trama, sin seguir su lógica interna), la suerte de la vida en la Tierra está echada. Pues no parece sensato pensar que, tanto la atmósfera como la troposfera, espacios donde se localiza la génesis del cambio climático, cada vez más devastador, vayan a revertir su dinámica, sus condiciones y parámetros por el hecho de que el ser humano (pero no cualquiera o todos, sino esos dominantes que manejan la industria, la economía, el dinero y la historia, claro está) deje de fabricar artefactos, base de esta civilización, y sea capaz de renunciar a todo lo que, por cálculos y lógica física, ha ido causando la mutación climática a partir de la era industrial.
Oswald Spengler vaticina la dictadura universal a mitad de este siglo, pero es a través de su teoría de las épocas correspondientes de la Historia. Quién sabe, por cierto, si esa dictadura no estaría justificada precisamente por las catastróficas condiciones en que pronto habrá de encontrarse los océanos, los ríos, las montañas y el mundo entero… Sin embargo, que yo sepa, ningún profeta ha sido capaz de ver la causa del cercano trance ubicado también más o menos alrededor de este siglo. Desde luego mi posición al respecto no es profética. Se trata de una mera impresión reforzada, eso sí, por el dato comprobable de que muchos científicos pronostican desde hace décadas que el suicidio colectivo será el último avatar de la Humanidad. Y es que basta una ojeada a la deriva de la civilización para afirmar sin riesgo a equivocarse, que el ser humano viene “trabajando” desde hace un siglo para procurarse su propia extinción. El calentamiento global, el motor de combustibles fósiles y el plástico, factores de su fatalidad, son la trampa en la que se ha metido el ser humano: la ironía de que justo en el “progreso” parece que estará la tumba de la especie humana y de la vida sobre la Tierra a no muy largo plazo. Eso, si antes no la liquidan una o varias deflagraciones atómicas.
Por supuesto que desde un punto de vista antropológico, es el excesivo alejamiento de la sociedad humana de la Naturaleza lo que ha originado una inconsciente pero al mismo tiempo voluntaria atrofia colectiva del instinto de conservación a medida que la sociedad humana “progresa”. De ella unos, la mayor parte, porque no han tenido, ni tienen, alternativa: han de confiar necesariamente en sus dirigentes situados en todas las superestructuras de la sociedad. Y otros, los dirigentes, porque unas veces la excitación que producen los desafíos y siempre la ambición de la máxima ganancia sin importar las consecuencias, les ha ofuscado el entendimiento y extirpado el instinto de supervivencia del rebaño. Pero eso sí, parece que será un proceso que irá por partes. Primero, la vida vegetal, luego la vida animal y luego la vida de quien se ha revelado como el animal menos inteligente de la Creación, o de la estampida del universo, al gusto del lector…