Bailando sobre las tumbas de nuestra gente

Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/bailando-sobre-las-tumbas-de-nuestra-gente

Francisco Louça

08/09/2020

A lo largo de esta semana, el índice S&P, que recoge a las principales empresas en las bolsas de valores de Estados Unidos, alcanzó su máximo histórico. Nunca antes había habido tanto entusiasmo, tan brillantes perspectivas, tan florecientes tesoros. El problema es que esta montaña rusa de bolsas que cairán pero que ahora deliran dice poco sobre la economía y demasiado sobre las finanzas.

Nubes y sol

Este índice, que había experimentado momentos de euforia hasta mediados de febrero (la pandemia se conocía desde hacía dos meses y había víctimas en Europa y Estados Unidos, pero no perturbó las bolsas hasta esa fecha), descendió después. Cayó a un ritmo sin precedentes, perdiendo un 34% durante el mes de marzo. Era de esperar, comenzaba el encierro, muchas empresas cerraron provisionalmente y pronto surgió la amenaza de la quiebra, el comercio mundial se congeló, la recesión era inevitable, los déficits públicos aumentaron. Lo mismo ocurrió con el otro índice de referencia, el Dow Jones, que sufrió una sacudida del 37% en el mismo período. Fue mucho más rápido que durante los trágicos días del colapso de la bolsa de valores de 1929, la mayor crisis del siglo XX. Fue mucho más rápido que en 2008, cuando la crisis de las hipotecas subprime, hasta entonces la crisis más grave del siglo XXI.

Y luego llegó la bonanza: mientras el confinamiento y la pandemia seguían devastando Estados Unidos, que ahora supera los seis millones de casos y 180.000 muertes, sus bolsas se recuperaron, primero lentamente, luego a un ritmo vertiginoso. S&P alcanzó así su máximo histórico, con un 2% más que en febrero, y el Dow Jones se sitúa solo a un 4% de su valor anterior.

Al mismo tiempo, Apple se ha convertido en la primera empresa con un valor superior a los dos mil millones de dólares en bolsa, una décima parte del PIB de Estados Unidos. Este valor de capitalización es 33 veces el monto de sus resultados, lo que expresa una confianza inquebrantable en el futuro. Debemos preguntarnos si esto tiene sentido.

Maná caído del cielo

La euforia bursátil es, hasta cierto punto, un proceso autosostenible, una avalancha. Hay al menos dos razones para este entusiasmo. El primero, paradójicamente, es el estancamiento económico en sí mismo: como hay poca inversión, se dispone de un mar de ahorros globales que buscan la especulación financiera. Esto desencadena una inflación financiera hasta ahora imparable. Pero este proceso no se daría sin la segunda razón: la certeza de que los Estados y sus bancos centrales no dejarán caer a los bancos y a los agentes financieros y, además, inyectan liquidez ilimitada, estimulando así las transferencias a este sector.

Una consecuencia de este cambio de política monetaria es el enriquecimiento de quienes están en la cima de los ingresos y poseen valores financieros. Según “Forbes”, el número de personas con más de mil millones de dólares se ha cuadriplicado en los últimos 20 años (son ahora 2.095); el 1% superior posee el 44% de la riqueza mundial y a ellos se destina al menos la mitad del beneficio de esta valoración de mercado. Según Bloomberg, desde el comienzo de la pandemia, los 20 más ricos han aumentado sus fortunas en otra cuarta parte de su valor.

Mientras tanto, en el planeta Tierra

La brecha entre este boom del mercado de valores y la realidad de las economías y sociedades es enorme. Esta misma semana, mientras celebramos el récord de S&P, hay ya 23 millones de personas infectadas en el mundo y más de 820 mil muertos. Hay varios países con millones de pacientes y un completo descontrol sanitario. Si los efectos sociales son graves, los económicos amenazan los próximos meses: la economía europea podría caer un 10% o más durante el año. La reunión del Banco Central Europeo del 15-16 de julio concluyó, contra sus previsiones iniciales, que el pico del paro será en 2021, es decir, traduciendo de la jerga de los banqueros, que todavía tenemos por delante una gran ola de despidos, mucho mayor que lo anticipado.

La exaltación de Wall Street parece ignorar todo esto e incluso sus riesgos. Los bancos tuvieron que aumentar sus provisiones por temor a la quiebra y al incumplimiento de los préstamos. Si muchas pequeñas empresas desaparecen, el efecto sobre la demanda global arrastrará a la banca y exacerbará la recesión, prolongándola aún más. Pero ¿qué importa? Los índices son felices y las fortunas se acumulan, la danza de las finanzas es el baile de nuestro mundo.

Economista y activista del Bloco de Esquerda de Portugal, es miembro del Consejo de Estado.

Fuente:

Expresso, 29 de agosto 2020

Traducción:Enrique García

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