Fuente: Umoya num. 104 3er trimestre 2021 Mar Pozuelo Castillo (Burkina Faso)
Awa Baguia: La voz de la clarividencia
Con su sonrisa y su dulzura, Awa va quitando obstáculos por donde pasa para avanzar hacia su sueño, aunque lamenta que a menudo no sirva para los que vienen detrás. Es una mujer delgadita y pequeña, pero con una fuerza inquebrantable y una lucidez desconcertante. Ni las humillaciones, ni las amenazas, ni las numerosas barreras que encuentra una persona invidente han logrado pararla.
Awa nos recibe en la pequeña habitación que alquila en un patio compartido con otros vecinos, en un barrio de la capital de Burkina Faso, Uagadugú. Tiene 37 años y es la primera mujer invidente del país que ha logrado terminar los estudios de Sociología. Gracias al artículo 10 del decreto 2012-829, que estipula que una cuota de puestos de trabajo del 10% está reservada a las personas discapacitadas en la función pública, Awa se presentó a una oposición y hoy día es funcionaria.
Creció en Costa de Marfil, de padres burkineses. En 2002, cuando estalla la guerra civil, Awa empieza a sufrir terribles dolores de cabeza: «Hasta mis 18 años era vidente y entonces tuve un glaucoma. Primero veía borroso, luego perdí toda la visión en un ojo. Cuando empecé a estar peor me llevaron a Ghana, pero entonces dijeron que no había solución, que era irreparable.»
A pesar de los dolores causados por el avance del glaucoma, su férrea voluntad la empujó a esforzarse hasta el final para no perder el curso: «Me presenté a los exámenes, aunque solo veía con un ojo, y logré aprobar todas las asignaturas. Me dijeron que me estaba quedando ciega y me afectó mucho, pero mi verdadera preocupación era qué hacer para seguir los estudios.»
Cuando perdió por completo la vista, su madre la llevó a un centro para personas invidentes en el que pudo aprender a leer en braille: «Pasé tres años en este centro y acabé la secundaria. Mi madre fue la persona que más fuerza me dio en esos tiempos difíciles… me ayudó a aceptarme y a que los demás me aceptaran.»
Como muchos otros niños y niñas discapacitados, sufrió discriminación en el aula, pero también recibió ayuda:
«El rechazo del principio se transformó en apoyo, aunque siempre hubo gente que me rechazaba. Algunos alumnos se cambiaban de sitio para no estar más a mi lado ya que necesitaba que me dijeran lo que el profesor escribía en la pizarra. El problema venía
cuando yo tenía mejores notas que los alumnos que me estaban ayudando. Siempre fui de las primeras de la clase.»
A continuación, con el constante apoyo de su madre, Awa se matriculó en la universidad:
«Elegí los estudios de Sociología, aunque todo el mundo me lo desaconsejaba. Pero, una vez más, mi madre fue la que más me animó y me dijo que si no cogía el camino que yo deseaba, no llegaría hasta el final. Quería demostrar que el hecho de ser ciega no te impide realizar tu sueño y que la universidad también puede abrirse a las personas invidentes.»
Awa se muestra en todo momento muy positiva y agradecida, aunque también cuenta experiencias dolorosas: «Las relaciones de amistad no siempre han sido fáciles… un chico de mi clase me apoyaba mucho, pero me trataba como si yo fuera su propiedad
privada. Cuando otra persona quería ayudarme, se ponía celoso. Hasta que un día me amenazó. Es verdad que soy ciega, pero eso no quiere decir que tenga que someterme a los que me ayudan.»
La parte más difícil del camino para Awa fue la universidad: «En la universidad tuve problemas con algunos profesores. Uno de ellos dijo públicamente que siendo ciega, no podría sacar su asignatura. Cuando levantaba la mano para preguntar o participar, nunca me permitía expresarme. Además, no quería darme la versión numérica de los documentos que había que leer. Entonces me fui a su despacho y le dije: “Soy ciega, usted ha dicho que no conseguiré sacarme los estudios, pero sé que puedo hacerlo.”
El profesor ignoraba que una persona invidente puede estudiar y ni siquiera se había molestado en entenderlo. Lo triste es que barres el camino y cuando ya has pasado, la gente vuelve a echar basura detrás de ti… Después de mí, todas las invidentes que han intentado hacer los estudios de Sociología, se han rendido. Es como si peleas y solo te sirve a ti.”
Cuando Awa defendió su trabajo de fin de carrera, los medios de comunicación hablaron de su exitoso ejemplo, pero luego surgieron más obstáculos: «Cuando acabé la carrera, sentía que podía volar. Pero luego vino el mundo del trabajo… Envié mi currículum a muchas organizaciones, pero sin éxito. Hasta que al final decidí presentarme a una oposición para ser funcionaria.
Incluso si pedían un nivel más bajo del que yo tenía, me iba a
permitir tener un trabajo. Y así es, hoy día soy funcionaria. Sin
embargo, en el fondo, a mí me gustaría ser cooperante en una
organización humanitaria.»
Para Awa, la clave de su éxito está en rodearse de personas generosas: «Hasta que no te pones en el lugar de una persona, la juzgas sin saber. Quisiera que cualquiera que se encuentre en una situación como la mía tenga la suerte de rodearse de buenas personas, que tenga un entorno favorable, que los padres y los
profesores entiendan que hay alumnos que tienen características especiales.»
Awa es autónoma en muchas tareas, pero para moverse en la ciudad necesita a alguien que la lleve. En el hogar, cuenta con la ayuda de una niña de 12 años de una familia de desplazados internos (en Burkina Faso, ya hay más de un millón de desplazados internos a causa de los ataques perpetrados por grupos armados): «Su madre se la dejó a mi tío y él le dijo que se
quedara conmigo. Nunca ha sido escolarizada. Me ayuda en los quehaceres de la casa y yo comparto todo con ella. Por el momento, no tengo pareja, los chicos son demasiado materialistas y me gustaría encontrar a alguien que comprenda el valor de la mujer.».