¿Arrasará el fascismo el debate teórico-político planteado por García Linera?

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/05/27/bolivia-caminos-y-callejones-sin-salida/                                       Alberto Pinzón Sánchez                                                                                                   2 de enero, 2020

BOLIVIA: CAMINOS Y CALLEJONES SIN SALIDA

¿ARRASARÁ EL FASCISMO EL DEBATE TEÓRICO-POLÍTICO PLANTEADO POR GARCÍA LINERA?

Por Alberto Pinzón Sánchez | 2 de enero, 2020

Ya no es posible. Los acontecimientos y la solidaridad despertada en el mundo y especialmente en nuestramérica contra el golpe fascista dado este 10 noviembre 2019 contra el gobierno progresista de Bolivia encabezado por Evo Morales y Álvaro García Linera, muestran una tendencia a profundizar y ampliar este debate planteado por el intelectual de orientación marxista García Linera, quien ocupó la vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia desde el 2.005 hasta su derrocamiento por el actual fascismo boliviano- estadounidense.

Varias son las preguntas que su corpus (teórico-político) escrito y discursivo nos ha planteado. Veamos algunas de ellas, aunque resumidas por razón del espacio dado a un tipo de articulo-comentario como este:

1. ¿Es posible hablar de un Marxismo Indianista? Es decir, al hacer el análisis de las clases sociales en una formación social concreta a trasformar en el Mundo actual, aspecto este esencial y de importancia trascendental dentro del marxismo, ¿existe según lo sostiene García Linera, una dimensión etno-histórico-nacional en la constitución de las clases sociales en nuestramérica o en oposición, como sostienen algunos marxistas «rigurosos», los indígenas son simplemente campesinos, obreros, pequeños comerciantes, o clases medias, en incluso burgueses?

2. ¿Existe una separación entre Economía y Política, como lo plantean los «postmarxistas» (Laclau y Mouffe) quienes no han comprendido la relación entre estas dos dimensiones, o, como lo ha escrito García Linera polemizando con ellos y citando e interpretando a Lenin: “la Política es la Economía concentrada”, lo que nos recuerda también aquella famosa (aunque casi siempre olvidada) exclamación de Engels en su carta del 27 de octubre de 1.890 a Conrado Smith: «¡La violencia (es decir, el poder del Estado) es también una potencia económica!».

3. ¿Cuál es el concepto a debatir, propuesto por García Linera, sobre el «Estado moderno actual o contemporáneo» centro de su abundante actividad teórico-política? Amplia es su bibliografía al respecto (*) y entonces, dada la cortedad del espacio de que disponemos, es por lo que nos vemos obligados a «citar en extenso», lo que se considera su mejor exposición sobre este tópico, hecha en la conferencia magistral «La construcción del Estado», inicio de los cursos de posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) Buenos Aires, en junio de 2010 http://biblioteca.clacso.edu.

Y que inicia la discusión así:

«…Hay, por lo general, dos maneras de acercarse al debate en torno al Estado en la sociedad contemporánea, latinoamericana y mundial: una lectura que propone que estaríamos asistiendo a los momentos casi de la extinción del Estado, casi a la irrelevancia del Estado. Se trata de una lectura no anarquista: lindo sería que fuera una realidad el cumplimiento del deseo anarquista de la extinción del Estado. No, al contrario, es una lectura conservadora que plantea que en la actualidad la globalización, esta interdependencia planetaria de la economía, la cultura, los flujos financieros, la justicia y la política estuvieran volviendo irrelevante el sistema de Estados contemporáneo. Esta corriente interpretativa, académica y mediática dice que la globalización significaría un proceso gradual de extinción de la soberanía Estatal debido a que cada vez los Estados tienen menos influencia en la toma de decisiones de los acontecimientos que se dan en ámbito territorial, continental y planetario; y emergería supuestamente otro sujeto de los cambios conservadores, que serían los mercados con su capacidad de autorregulación. Esta corriente también menciona que a nivel planetario estaría surgiendo un gendarme internacional y una justicia planetaria que debilitaría el papel del monopolio de la coerción, del monopolio territorial de la justicia que poseían anteriormente los Estados.

Permítanme diferir de esa lectura, porque si bien existe claramente un sistema supraestatal de mercados financieros y un sistema judicial de derechos formales, que trasciende las limitación territoriales del Estado, hoy en día lo fundamental es que los procesos de privatización que ha vivido nuestro continente, nuestros países, y los procesos de transnacionalización de los recursos públicos –que es en el fondo lo que caracteriza al neoliberalismo contemporáneo– no lo han hecho seres celestiales, no lo han hecho fuerzas transterritoriales, sino que quienes han llevado adelante estos procesos son precisamente los propios Estados.

Esa lectura extincionista del Estado, digámoslo así, olvida que los flujos financieros que se mueven en el planeta, no se distribuyen por igual entre las regiones y entre los Estados, que los flujos financieros no por casualidad benefician a determinados Estados en detrimento de otros, benefician a determinadas regiones en detrimento de otras regiones. Y que esta supuesta gendarmería planetaria encargada de poner orden y justicia en todo el mundo, no es más que el poder imperial de un Estado que se atribuye la tutoría sobre el resto de los Estados y sobre los pueblos del resto de los Estados. Esta lectura extincionista, por último, olvida, como lo están mostrando los efectos de la crisis de la economía capitalista del año 2008 y 2009, que quien al final paga los platos rotos de la orgía neoliberal, de los flujos financieros y del descontrol de los mercados de valores, son los Estados y los recursos públicos de los Estados. En otras palabras, frente a esta utopía neoliberal de la extinción gradual del Estado, lo que van demostrando los hechos es que son los Estados los que al final se encargan de privatizar los recursos, de disciplinar la fuerza laboral al interior de cada Estado territorialmente constituido, de asumir con los recursos públicos del Estado los costos, los fracasos, o el enriquecimiento de unas pocas personas.

Frente a esta lectura falsa y equivocada de una globalización que llevaría a la extinción de los Estados, se le ha ido contraponiendo otra lectura que hablaría de una especie de petrificación también de los Estados, sería como su inverso opuesto. Esta otra lectura argumenta que los Estados no han perdido su importancia como cohesionadores territoriales. La discusión de la cultura, el sistema educativo, el régimen de leyes, el régimen de penalidades, cotidianas y fundamentales que arman el espíritu y el hábito cotidiano de las personas, siguen siendo las estructuras del Estado. A su favor también argumentan que el actual sistema-mundo, en el fondo es un sistema interestatal, y que los sujetos del sistema-mundo siguen siendo los propios Estados, pero ya en una dimensión de interdependencia a nivel mundial. Sin embargo, esta visión, –digámoslo así– defensora de la vigencia del Estado como sujeto político territorial, olvida también ciertas decisiones y ciertas instituciones de carácter mundial por encima de los propios Estados: regímenes de derechos, ámbitos de decisión económica, y ámbitos de decisión militar. Incluso varios procesos de legitimación y construcción cultural, en otros países exceden a la propia dinámica de acción de los Estados.

Podemos ver entonces, que ni es correcta la lectura extincionista de los Estados, ni es correcta la lectura petrificada de la vigencia de los Estados. Lo que está claro es que tenemos una dinámica, un movimiento y un proceso. La globalización significa evidentemente un proceso de mutación, no extinción de los procesos de soberanía política. No estamos asistiendo a una extinción de la soberanía, sino a una mutación del significado de la soberanía del Estado. Igualmente, lo que estamos viendo en los últimos 30 años, es una complejización territorial de los mecanismos de cohesión social, y de legitimación social. Podemos hablar de una bidimensionalidad Estatal y supraestatal de la regulación de la fuerza de trabajo, del control del excedente económico y del ejercicio de la legalidad. En otras palabras, hay y habrá Estado, con instituciones territoriales, pero también hay y habrá instituciones de carácter supraterritorial que se sobreponen al Estado. Esto es más visible si tomamos en cuenta la propuesta que hace el profesor Wallerstein de este periodo de transición, de fases, entre una hegemonía planetaria, hacia una nueva hegemonía planetaria.

En América Latina, en nuestros países, en Argentina, en Bolivia, vemos a diario esta tensión entre reconfiguración de la soberanía territorial del Estado y la existencia y presencia de ámbitos de decisión supraestatales. En los últimos 5 a 10 años hemos asistido a un regreso, a una retoma digámoslo así, de la centralidad del Estado como actor político-económico. Luego voy a ver los componentes internos del Estado, pero en principio del Estado como sujeto territorial en el contexto planetario. Pero a la vez –América Latina está viviendo dramáticamente eso– existen flujos económicos y políticos desterritorializados y globales, que definen muchas veces al margen de la propia soberanía del Estado, temas que tienen que ver con la gestión y la administración de los recursos del Estado.

Voy a dar un ejemplo para explicar esta complejidad de retoma de una centralidad del Estado, pero ya no como en los años 40’s o 50’s, sino en el ámbito de construcción de otra serie de instituciones desterritorializadas. El presupuesto del Estado es un ejemplo. Por una parte, los procesos contemporáneos en América Latina de distribución de la riqueza, de potenciamiento de iniciativas de soberanía económica del país, de mejora del bienestar de las poblaciones, tienen que ver con un uso y disposición de recursos económicos que tiene el Estado, y esta es una competencia estrictamente Estatal, territorialmente delimitada. Pero a la vez, como las producciones de nuestros países están externalizándose –es decir, ampliándose más allá del mercado interno y dirigiéndose a mercados internacionales–, los ingresos que capta el Estado vía impuestos, vía ventas propias, dependen cada vez menos de decisiones del Estado que de los circuitos económicos de comercialización de esos productos. De tal manera que, si bien hoy los Estados están retomando en América Latina una mayor capacidad de definir políticas sociales, políticas de empleo, inversión en medios de comunicación, en medios de transporte, en infraestructura vial; a la vez está claro que esos recursos, los volúmenes, la intensidad de esta distribución social, la intensidad de esta creación de infraestructura médica, educativa, en favor de la población, depende más de la fluctuaciones de los commodities como llaman los economistas, de las mercancías que vendemos.

Es distinto la soberanía de un Estado con un precio del petróleo a 185 dólares el barril, que a 60 o a 30 dólares el barril. La capacidad de disponer el excedente económico para temas sociales, para temas de infraestructura, para inversión productiva, para educación, varía en función de esa variación de los precios, no solamente del petróleo; del gas, de los minerales, de los alimentos, de los productos que las sociedades producen contemporáneamente. En este ejemplo entonces en el presupuesto está esta bidimensionalidad: por una parte, hay soberanía y hay una retoma de la soberanía del Estado sobre estos recursos y sobre el uso del excedente económico, pero a la vez hay una dependencia de definiciones al margen del Estado, en cuanto a los volúmenes de esos excedentes a ser utilizados en beneficio de la población, porque estos dependen cada vez más de cómo se constituyen los precios a nivel internacional de esas mercancías.

Quiero entonces retomar el concepto de Estado. No porque en el Estado se concentre la política: está claro que las experiencias sociales del continente, de Bolivia, de Argentina, del Ecuador, son experiencias que hablan de que la política excede al Estado, va más allá del Estado. Pero a la vez está claro que un nudo de condensación del flujo político de la sociedad pasa en el Estado, y que uno no puede dejar de lado –al momento de materializar y objetivar– una correlación de fuerzas sociales y políticas en torno al Estado.

¿Qué fue entonces de este sujeto que llamamos Estado? ¿A qué llamamos Estado? Es evidente que una parte del Estado es un gobierno, aunque no lo es todo. Parte del Estado es también el parlamento, el régimen legislativo cada vez más devaluado en nuestras sociedades. Son también las fuerzas armadas, son los tribunales, las cárceles, es el sistema de enseñanza y la formación cultural oficial; son los presupuestos del Estado, es la gestión y uso de los recursos públicos. Estado es también no solamente legislación sino también acatamiento de la legislación. Estado es narrativa de la historia, silencios y olvidos, símbolos, disciplinas, sentidos de pertenencia, sentidos de adhesión. Estado es también acciones de obediencia cotidiana, sanciones, disciplinas y expectativas.

Cuando definimos al Estado, estamos hablando de una serie de elementos diversos, tan objetivos y materiales como las fuerzas armadas, como el sistema educativo; y tan etéreos, pero de efecto igualmente material como las creencias, las obediencias, las sumisiones y los símbolos. El Estado en sentido estricto son entonces instituciones, no hay Estado sin instituciones, es lo que Lenin denominaba la «máquina del estado». Es la dimensión material del Estado, el régimen y el sistema de instituciones: gobierno, parlamento, justicia, cultura, educación, comunicación; en su dimensión de instituciones, de normas, procedimientos y materialidad administrativa que le da vida a esa función gubernativa. Pero también ese conglomerado, ese listado que hemos dicho que es el Estado, no es solamente institución, dimensión material del Estado, sino también son concepciones, enseñanzas, saberes, expectativas, conocimientos. Es decir, esta sería la dimensión ideal del Estado. El Estado tiene una dimensión material, que describió muy bien Lenin, como el régimen de instituciones. Pero también el Estado es un régimen de creencias, es un régimen de percepciones; es decir, es la parte ideal de la materialidad del Estado: el Estado es también idealidad, idea, percepción, criterio, sentido común. Pero detrás de esa materialidad y detrás de esa idealidad del Estado, el Estado es también relaciones y jerarquías entre personas sobre el uso, función y disposición de esos bienes; jerarquías en el uso, mando, conducción y usufructo de esas creencias. Las creencias no surgen de la nada, son fruto de correlaciones de fuerza, de luchas, de enfrentamientos. Las instituciones no surgen de la nada, son frutos de luchas, muchas veces de guerras, de sublevaciones, revoluciones, de movimientos, de exigencias y peticiones.

Tenemos entonces los tres componentes de todo Estado: Todo Estado es una estructura material, institucional; todo Estado es una estructura ideal, de concepciones y percepciones; todo Estado es una correlación de fuerzas. Pero también un Estado es un monopolio –voy a retomar este debate de monopolio y de democracia para estudiar Bolivia como gobierno de movimientos sociales–, un Estado es monopolio, monopolio de la fuerza, de la legislación, de la tributación, del uso de recursos públicos. Podemos entonces cerrar esta definición del Estado en las cuatro dimensiones: todo Estado es institución, parte material del Estado; todo Estado es creencia, parte ideal del Estado; todo Estado es correlación de fuerzas, jerarquías en la conducción y control de las decisiones; y todo Estado es monopolio. El Estado como monopolio, como correlación de fuerzas, como idealidad, como materialidad, constituyen las cuatro dimensiones que caracterizan cualquier Estado en la sociedad contemporánea.

En términos sintéticos podemos decir entonces que un Estado es un aparato social, territorial, de producción efectiva de tres monopolios -recursos, cohesión y legitimidad-, en el que cada monopolio, de los recursos, de la coerción y de la legitimidad, es un resultado de tres relaciones sociales. Tenemos entonces, utilizando brevemente a los físicos, que el estado es como una molécula, con tres átomos y dentro de cada átomo tres ladrillos que conforman el átomo. Un Estado es un monopolio exitoso de la coerción –lo estudió Marx, lo estudio Weber–; un Estado es un monopolio exitoso de la legitimidad, de las ideas-fuerza que regulan la cohesión entre gobernantes y gobernados –lo estudió Bourdieu–; y un Estado es un monopolio de la tributación y de los recurso públicos –lo estudió Norbert Elías y lo estudió Lenin. Pero cada uno de estos monopolios exitosos y territorialmente asentados está a la vez compuesto de tres componentes: una correlación de fuerzas entre dos bloques con capacidad de definir y controlar, una institucionalidad, y unas ideas-fuerza que cohesionan. Uno puede jugar teóricamente la combinación de tres monopolios con tres componentes al interior de cada monopolio. El monopolio de la coerción tiene una dimensión material: fuerzas armadas, policía, cárceles, tribunales. Tiene una dimensión ideal: el acatamiento, la obediencia, y el cumplimiento de esos monopolios, que cotidianamente lo ejecutamos los ciudadanos sin necesidad de reflexionarlos, dimensión ideal del monopolio. Pero a la vez este monopolio y su conducción, es fruto de la correlación de fuerzas, de luchas, de guerras pasadas, sublevaciones, levantamientos y golpes, que han dado lugar a la característica de este monopolio. Igualmente, con la legitimidad, el monopolio de la legitimidad territorial, tiene una dimensión institucional, una dimensión ideal y una dimensión de correlación de fuerzas. Igual el monopolio de los tributos y de los recursos públicos.

Tenemos entonces un acercamiento más completo al Estado como relación social, como correlación de fuerzas y como relación de dominación. El concepto que nos daba Marx del Estado como una máquina de dominación entonces tiene sus tres componentes complejos: es materia, pero también es idea, es símbolo, es percepción, y es también lucha, lucha interna, correlación de fuerzas internas fluctuantes. Entre los marxistas, y kataristas, indianistas, es muy importante este concepto que no es solamente teoría, porque permite ver cómo asumimos la relación frente al Estado. Si el Estado es sólo máquina, entonces hay que tumbar la máquina, pero no basta tumbar la máquina del Estado para cambiar al Estado: porque muchas veces el Estado es uno mismo, son las ideas, los prejuicios, las percepciones, las ilusiones, las sumisiones que uno lleva interiorizadas, que reproducen continuamente la relación del Estado en nuestras personas. E igualmente, esa maquinalidad y esa idealidad presente en nosotros, no es algo externo a la lucha, son frutos de luchas. Cada cuerpo es la memoria sedimentada de luchas del Estado, en el Estado y, para el Estado. Y entonces la relación frente al Estado pasa evidentemente, desde una perspectiva revolucionaria, por su transformación y superación; pero no simplemente como transformación y superación de algo externo a nosotros, de una maquinalidad externa a nosotros, sino de una maquinalidad relacional y de una idealidad relacional que está en nosotros y por fuera de nosotros. Por eso los clásicos, cuando hablaban de la superación del Estado en un horizonte postcapitalista, no lo ubicaban meramente como un hecho de voluntad o de decreto, sino como un largo proceso de deconstrucción de la Estatalidad en su dimensión ideal, material e institucional en la propia sociedad.

Con este concepto de Estado, en lo genérico, que articula distintas dimensiones, quiero entrar a los momentos de transición de un tipo de Estado a otro tipo de Estado. Por lo general los teóricos han trabajado –en sociología, en ciencias políticas– al Estado en su dimensión de estabilidad, pero poco se han referido al Estado en su momento de transición, cuando se pasa de una forma estatal a otra forma estatal. Quiero referirme a ello, porque es justamente lo que hemos vivido, lo que puede ayudar a entender, en términos de la sociología y de la ciencia política, el proceso boliviano contemporáneo. Un Estado –este régimen de instituciones, de creencias y dominación– funciona con estabilidad cuando cada uno de esos componentes, de esos ladrillos que hemos mencionado, mantiene su regularidad y continuidad. Hablamos del Estado en tiempos normales. Pero vamos a usar el concepto de «crisis estatal general» de Lenin para estudiar cuando esos componentes de Estado no funcionan normalmente, cuando su regularidad se interrumpe, cuando algo falla, cuando algo en la institucionalidad, en la idealidad, en la correlación de fuerzas que da lugar al Estado, se quiebra, no funciona, se tranca. En esos momentos hablamos de una crisis de Estado. Y cuando esa crisis de Estado atraviesa la totalidad de esos nueve componentes que hemos mencionado anteriormente hablamos de una «crisis estatal general».

¿Cuáles son los componentes de una crisis estatal general? ¿Cuándo vamos a decir que estamos pasando, no meramente un cambio de gobierno, un cambio de administración de la maquinaria del Estado, sino un cambio de unas estructuras de poder y de dominación a otras estructuras de poder y dominación? Cuando hay una crisis estatal general. ¿Y cómo identificamos una crisis estatal general? A partir de cinco elementos. El primero: el momento de la develación de la crisis. La transición de un Estado a otro Estado tiene varias etapas, digámoslo así. La primera etapa es cuando se devela la crisis de Estado, cuando se manifiesta y se expresa la crisis de Estado. ¿Qué significa que se exprese una crisis de Estado? En primer lugar, que la pasividad, la tolerancia del gobernado hacia el gobernante comienza a diluirse. En segundo lugar, que surge inicialmente de manera aislada, puntual, pero con tendencia a crecer, a irradiarse, a encontrar otros escenarios de aceptación, un bloque social disidente con capacidad de movilizarse socialmente y de expandir territorialmente su protesta. En tercer lugar, una crisis estructural del Estado en su primera fase de develamiento surge cuando la protesta, el rechazo y el malestar, comienzan a adquirir ámbitos de legitimidad social. Cuando una marcha, una movilización, una demanda y un reclamo salen del aislamiento y de la apatía del resto de la población y comienzan a captar la sintonía, el apoyo, la complacencia de sectores cada vez más amplios de la sociedad. Por último, la crisis se devela en su primera fase cuando surge un proyecto político no cooptable por el Poder, no cooptable por los gobernantes, con capacidad de articulación política y de generar expectativas colectivas»… (páginas 11 a 14 conferencia citada arriba)

Bueno, tras el impacto del «putsch fascista típico», dado este 21 de noviembre pasado contra el gobierno electo de Bolivia y que terminó (como suele ocurrir) cebándose con el pueblo indefenso, explotado y oprimido; así como las noticias posteriores que han ido dándose sobre los diversos acontecimientos de violencia política planeada de larga data por el Imperialismo estadounidense y que contó con la invaluable ayuda de la OEA, como las noticias sobre los principales responsables de tal ruptura institucional violenta (ver https://thegrayzone.com/2019/) llevan necesariamente a hacerse esta incómoda y extensa reflexión:

¿Cómo es posible que con la claridad teórica y política enunciada en el extenso texto de García Linera, acabada de leer, se hubieran nombrado en altas responsabilidades en la «estructura material de la coerción del Estado», a personas como el general golpista Willians Kalimán, comandante de las Fuerzas Armadas bolivianas en diciembre de 2018, o al general Vladimir Yuri Calderón Mariscal como comandante de la policía en abril del 2019; de quienes se sabía públicamente sus vínculos y cursos realizados en terrorífica Escuela de las Américas del US Army? ¿De qué sirve tener tal claridad teórico-política si se contraviene uno de los principales principios de la trasformación revolucionaria de un Estado?

Respuestas como la del engaño a la ingenuidad, o como dicen los paisas colombianos «caras vemos, corazones no sabemos» en lugar de aclarar, introducen más oscuridad.

También los marxistas latinoamericanos han aprendido con sangre y lágrimas que entre lo que se dice y se hace hay siempre un hiato oscuro que solo la historia puede aclarar.

En fin, solo queda la solidaridad con quienes luchan masivamente en Bolivia y en el resto de nuestramérica, en calles y carreteras, en campos y ciudades contra la nueva ola del fascismo imperial que pretende recuperar, utilizando todos los medios de lucha, el patio trasero que cada día que pasa parece escapárseles, como el agua, por entre de su dedos temblorosos y parkinsonianos de senectud.

 

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NOTAS:

(*) Otra bibliografía consultada:
1- García Linera Álvaro. Democracia. Estado. Revolución. Antología de textos políticos. Editorial Txalaparta. Navarra. 2016.
2- Pensando el Mundo desde Bolivia. III Ciclo de Seminarios Internacionales. Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia. La Paz Bolivia. Marzo 2016. Con intervenciones de: Bob Jessop. Ignacio Ramonet. David Harvey. Martha Harnecker. Pablo Iglesias. Rosa Rodríguez. Jung Mo Sung. Julio Gambina. Jaime Estay. Wim Dierckxsens. José Luis Coraggio. Luis Eduardo Aute. Álvaro García Linera. Luis Arce Catacora

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