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Argentina: Cuando los egos matan la política
La vuelta de negociaciones con el FMI (Fondo Monetario Internacional) fue la síntesis de la crónica de una muerte anunciada.
Nadie dentro de la lógica, puede entender que la apabullante deuda externa argentina se concretó debido a la «impericia o los errores» del gobierno de derecha de Mauricio Macri.
El expresidente demostró su calidad de vasallo incondicional ante el imperio, apoyado hasta hoy, por un ejército de pseudo periodistas expertos en fake news y manuales de operaciones totalmente guionados, dónde los servicios de inteligencia se encargaron de espiar y criminalizar el pasado de las principales figuras políticas y mediáticas que no encajaban dentro de su pensamiento.
Sin embargo, a finales de 2019 el triunfo peronista, bajo la conducción de la expresidenta Cristina Kirchner, destruyó el entramado de meritocracia, inoculación de odio, marketing y coucheo que intentó cambiar radicalmente la vida de los argentinos.
El nuevo gobierno fue azotado por la pandemia de la Covid-19, a pesar que la peor pandemia era la pasada administración neoliberal que dejara una monstruosa deuda y un absoluto descalabro en las finanzas internas y externas.
Producto de la evasión fiscal, la millonaria fuga de divisas a paraísos fiscales, la corrupción y el privilegio de unos pocos, incluidos aquellos miembros de la clase política que siempre navegaron en la cruel impunidad, el país se vio ante un panorama desolador y rodeado de ajustes criminales.
A pesar de las grandes esperanzas cifradas en el nuevo presidente Alberto Fernández, que ganara las elecciones con más del 48 por ciento de los votos, el nuevo gobierno sorprendió a muchos militantes y votantes del llamado Frente de Todos, desde los primeros días, ante una serie de vacilaciones y contradicciones del primer mandatario, que permitían observar un rumbo diferente al programa electoral.
Se esperaban grandes acciones que llamaran a proceso a los responsables de la deuda, con reestructuraciones al tan cuestionado poder judicial, así como también una ley de medios que devolviera un periodismo veraz y comprometido a los oyentes y lectores, dejando al descubierto a los verdaderos mercenarios mediáticos al servicio de corporativos y declarados enemigos del pueblo.
Tampoco se aplicaron políticas contra el hambre y la miseria que viene azotando a la población, en un país rico en carne, trigo, litio, oro y petróleo. Las contradicciones y genuflexión de un presidente que no entendió el mandato otorgado por su pueblo, pasaron factura al total de la población.
Pasaron dos años, e inexplicablemente, mientras las demandas de partidos de izquierda, del propio peronismo y los movimientos sociales iban haciendo sentir su voz de enfrentamiento, continuaban bajo las rejas, numerosos presos políticos y entre ellos destacados militantes sociales como el caso de Milagro Sala, siendo estos rehenes de nefastos gobernadores e intereses espurios.
Consecuencia de ello muchas de las promesas electorales no sólo no han sido satisfechas, sino que por el contrario se tomaron definiciones muy lejanas a las pretensiones de los votantes. Por ejemplo, el reconocimiento absoluto de la deuda espuria contraída por el macrismo, legitimando de esta manera la fuga de divisas y la evasión de un gobierno que adquirió la mayor deuda de la historia, sin que ese dinero quedara reflejado en obras públicas, hospitales, escuelas, ni mucho menos en educación o programas de producción y trabajo para los más vulnerables.
La vuelta de negociaciones con el FMI (Fondo Monetario Internacional) fue la síntesis de la crónica de una muerte anunciada. No es un hecho aislado, es una arbitrariedad más de una política de entregas y falta de coraje de dos años de una administración más parecida a la derecha vernácula que al combativo peronismo, que supo de años mejores y políticos entregados a su pueblo.
La durísima advertencia del electorado en las pasadas elecciones de octubre de 2021, poco y nada sirvieron para un grupo de políticos que, envueltos en el vedetismo y la soberbia, hoy discuten y amenazan con romper el frente construido por Cristina Kirchner, y hacen cartas de intelectuales orgánicos, llenas de clichés y lugares comunes como que «la crítica al presidente Alberto Fernández implica ser funcional a la derecha».
Lejos, muy lejos de una crítica constructiva, estos intelectuales están avalando una pésima gestión de un presidente que evidentemente no llegó a confrontar a los enemigos de la Patria, a los poderes fácticos que son los verdaderos culpables de la tremenda crisis que vive el país.
Son los mismos que de manera tácita nos ordenan que no pidamos cambios ni juicio y castigo a los responsables de la corrupción más brutal que sufrió Argentina en los últimos años.
Son los mismos que desde pasadas décadas convocan a estar con el «menos malo», en aras de que todo siga igual y vayamos a la anomia social, en lugar de construir una Patria entre todos.
Son los obsecuentes del poder, que dejaron las virtudes de la política como el coraje y la inteligencia para dar paso a un enemigo que será implacable para el pueblo argentino, un enemigo —no adversario— que no llega por virtudes propias, sino por los deplorables errores cometidos por los egos que matan la política.
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