Fuente: La Jornada
Así no ayudan
Pero del otro lado de la frontera, sin pretender equiparar los grados de sufrimiento, también hay muchos rusos que se ven afectados por la guerra. Es injusto que en algunos países, y no pocos, se discrimine a los rusos por el simple hecho de serlo y se quiera convertir a un pueblo maravilloso, culto y pacífico en la encarnación de todos los males.
La peligrosa guerra económica que desataron Washing-ton y sus aliados contra Moscú, mediante sanciones sin precedentes que alcanzan extremos grotescos, para propiciar la caída del presidente Vladimir Putin, sólo acrecienta el riesgo de una conflagración nuclear.
También golpea a la clase media de Moscú, San Petersburgo y otras ciudades, que empezaba a tener un nivel de vida que desconoce la mayoría de los rusos, a vivir en urbes modernas con nada que envidiar a las grandes capitales del mundo, acostumbrada a vacacionar en el extranjero y que ahora se encuentra sin ingresos, con tiendas y restaurantes cerrados y otros rasgos de su nueva realidad.
Las medidas de EU y la OTAN contra el Kremlin, cual tiro en un pie, afectaron a muchos rusos y a sus propios ciudadanos que trabajaban en los cientos de filiales de consorcios que cerraron operaciones en Rusia, dejando colgados de la brocha a quienes, cerrado el espacio aéreo para aviones desde y hacia Moscú, permanecen en la capital rusa hasta que se les acaben los rublos que tenían, sin poder usar sus tarjetas bancarias, bloqueadas, ni posibilidad de recibir dinero, prohibido el acceso al sistema financiero Swift. Washington y Bruselas creen que perseguir a los magnates que se enriquecieron a la sombra del Kremlin va a propiciar un golpe palaciego y olvidan que cuando su protector ya no esté tendrán que explicar cómo amasaron sus fortunas y que los otros multimillonarios no tardaron en deslindarse para obtener el perdón.
Quienes hicieron de Rusia el país más perseguido del mundo se equivocan. Así no ayudan a terminar esta guerra.