Fuente: La Jornada/Juan Pablo Duch 05.09.2020
Emulando al inolvidable Tin Tan en la película ¡No me defiendas, compadre!, Lukashenko llegó a decir que el espionaje militar bielorruso interceptó una llamada entre Varsovia y Berlín donde queda claro que no hubo ningún envenenamiento del líder opositor Aleksei Navalny, según él lo inventaron todo.
Tendría gracia el galimatías si no fuera porque Navalny sigue en coma desde el 20 de agosto y destacadas figuras del oficialismo ruso no descartan lo que llaman probable conspiración occidental
para dañar la imagen del Kremlin, mientras Moscú dice haber creído la versión de Minsk de que en su territorio están listos para entrar en acción no menos de 200 extremistas de Ucrania
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Acorralado Lukashenko, antes reacio a aceptar un papel secundario en una eventual confederación con Rusia, la coyuntura es favorable para que el Kremlin intente avanzar en la articulación de un proyecto de integración que prime sus intereses geopolíticos, más allá de evitar que Bielorrusia le dé la espalda, busque alinearse con la Unión Europea y, después, abra la puerta a la OTAN.
Esta semana ambos países intercambiaron visitas de alto nivel –el canciller bielorruso vino a Moscú y el primer ministro ruso estuvo en Minsk–, que mostraron el respaldo del Kremlin al gobierno de Lukashenko, previo a la anunciada reunión de éste con el presidente ruso Vladimir Putin en Moscú, en la cual se podrá ver hasta qué punto el huésped acepta las exigencias del anfitrión.
En paralelo, y pese a la represión, los adversarios de Lukashenko no cejan en sus demandas con multitudinarias manifestaciones y el sector más prorruso, el del banquero Viktor Barbariko, ahora en la cárcel, fundó Juntos, partido político que pretende agrupar a todos los inconformes.
Para el Kremlin, Lukashenko se presenta como mejor opción hasta que se defina la actual crisis en Bielorrusia, pero se convirtió en una suerte de activo tóxico y a la primera intentará deshacerse de él y promover a un político de su total confianza.