¿Aprendió alguien algo de la catástrofe afgana? — Manlio Dinucci

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RED VOLTAIRE – 22/08/2021

No lo decimos nosotros, es el presidente Joe Biden quien acaba de ‎reconocerlo: Washington nunca buscó ayudar a los afganos y mucho menos ‎construir un Estado en Afganistán. Lo que tanto nos repitieron los medios durante ‎‎20 años era sólo propaganda.‎

En su alocución del 16 de agosto sobre Afganistán, desde la Casa Blanca, el presidente Biden hizo ‎una declaración lapidaria: ‎

«Nuestra misión en Afganistán nunca tuvo como objetivo construir una nación. ‎Nunca apuntó a ‎crear una democracia  unificada y centralizada.» [1]‎

Con esas concisas palabras, el presidente de Estados Unidos enterró inesperadamente la ‎narrativa oficial que acompañó durante 20 años la «misión en Afganistán», misión a la que ‎Italia [y otros países como España, Francia, Alemania, etc.] dedicó vida humanas y miles ‎de millones de euros provenientes de sus fondos públicos.‎

«Nuestro único interés nacional en Afganistán sigue siendo hoy lo que siempre fue: impedir ‎un ‎ataque terrorista contra la patria estadounidense», agregó Biden. ‎

El Washington Post, deseoso de limpiar su propio armario de esqueletos (las hoy llamadas ‎‎fake news), lanza el oprobio sobre esas palabras de Joe Biden al señalar que:

«Los presidentes ‎de Estados Unidos y los dirigentes militares engañaron deliberadamente al publico sobre la ‎más larga guerra estadounidense, librada en Afganistán durante dos décadas.» [2]‎

El público fue «deliberadamente engañado» desde que –en octubre de 2001– Estados Unidos, ‎junto a Gran Bretaña, atacaba e invadía Afganistán para dar caza a Osama ben Laden, designado ‎como la persona que había ordenado el ataque terrorista del 11 de septiembre (cuya versión ‎oficial hacía agua por todos lados [3]).‎

Pero el objetivo real de esa guerra era concretar la ocupación del territorio afgano, de primera ‎importancia geoestratégica por tener fronteras con las tres repúblicas centroasiáticas ex soviéticas ‎‎(Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán), y con Irán, Pakistán y China (específicamente con la ‎región autónoma de Xinjiang (o Sinkiang). ‎

En aquella época, ya se veían señales claras de acercamiento entre China y Rusia. ‎Los presidentes Jiang Zemin y Vladimir Putin habían firmado el Tratado de Buena Vecindad y ‎Cooperación Amistosa, definido como «piedra angular» de las relaciones entre sus países. ‎Washington veía la naciente alianza entre China y Rusia como una amenaza para los intereses ‎estadounidenses en Asia, precisamente en momentos en que Estados Unidos trataba de ocupar ‎el vacío que el derrumbe de la URSS había dejado en Asia central. «Existe la posibilidad de que ‎surja en Asia un rival militar con una formidable base de recursos», advertía el Pentágono en un ‎informe fechado el 30 de septiembre de 2001. ‎

Lo que realmente estaba en juego quedaría demostrado por el hecho que, en agosto de 2003, ‎la OTAN –bajo las órdenes de Estados Unidos– se apoderaba del «papel de líder de la ISAF», la ‎fuerza internacional de asistencia para la seguridad que la ONU había ‎creado en Afganistán, en diciembre de 2001. A partir de aquel momento, más de 50 países, entre miembros y ‎socios de la OTAN, participaron bajo las órdenes de Estados Unidos en el conflicto desatado ‎en Afganistán. ‎

El balance político-militar de esa guerra, que hizo correr ríos de sangre y devoró enormes ‎cantidades de recursos, es catastrófico: cientos de miles de muertos entre la población civil ‎afgana, abatidos durante las operaciones bélicas, así como una cifra incalculable de «muertes ‎indirectas» provocadas por la pobreza y las enfermedades favorecidas por la guerra. ‎

Sólo Estados Unidos gastó, según el New York Times, más de 2.500 millardos de dólares ‎‎ [4]. Para entrenar y armar a los 300.000 soldados del ejército ‎gubernamental, que se derrumbó en pocos días ante el avance de los talibanes, Estados Unidos ‎desembolsó unos 90.000 millones de dólares. Por otro lado, unos 55.000 millones asignados a ‎la «reconstrucción» en gran parte se dilapidaron debido a la ineficacia y la corrupción.

Y los más de 10.000 millones de dólares dedicados a operaciones antidrogas ‎parecen haber arrojado un resultado totalmente contrario a lo esperado ya que la superficie ‎total de tierras dedicadas al cultivo de la adormidera (Papaver somniferum) –planta a partir de la cual se obtiene el opio– ‎se multiplicó por 4 y Afganistán produce actualmente el 80% de todo el opio que se fabrica ‎ilegalmente en todo el mundo. ‎

También vale la pena detenerse en la historia de Ashraf Ghani, el presidente afgano que huyó ‎hacia un exilio dorado. Educado en la Universidad Americana de Beirut, Ashraf Ghani hizo carrera ‎en las universidades estadounidenses de Columbia, Berkeley y John Hopkins… y en el ‎Banco Mundial, con sede en Washington. En 2004, ya como ministro de Finanzas de Afganistán, ‎Ashraf Ghani obtuvo de los países “donantes”, como Italia, un «paquete de asistencia» de ‎‎27.500 millones de dólares. En 2014, en un país en guerra y ocupado por las tropas de ‎Estados Unidos y la OTAN, Ghani se convirtió en presidente, oficialmente con el 55% de los ‎sufragios. En 2015, el presidente italiano Sergio Mattarella lo recibía en Roma con todos ‎los honores y en compañía de la ministro de Defensa Roberta Pinotti, quien ya se había reunido ‎con Ghani un año antes en Kabul. ‎

Esta catastrófica experiencia de Afganistán se agrega a las que Italia ya vivió antes por haber ‎participado –en violación de su propia Constitución– en las guerras de la OTAN en los Balcanes, ‎en el Medio Oriente y en el norte de África. Pero las formaciones políticas representadas en ‎el parlamento italiano no parecen haber sacado ninguna enseñanza de todo eso. ‎

Mientras en Washington el propio presidente Biden hecha abajo el edificio de mentiras sobre los ‎‎«elevados objetivos humanitarios» que supuestamente motivaron la participación de Italia en ‎la guerra de Afganistán, en Roma, como en la novela de George Orwell 1984, se sigue dando ‎la espalda a la historia.

NOTAS:

[1] «Alocución de Joe ‎Biden sobre Afganistán», por Joseph R. ‎Biden Jr., Red Voltaire, 16 de agosto de 2021.

[2] «U.S. exit ‎forces a reconsideration of global role», John Hudson y Missy Ryan, The Washington Post, 18 ‎de agosto de 2021.

[3L’Effroyable imposture, ‎Thierry Meyssan, Demi-Lune, 2002.

[4] 1 millardo = 1.000 millones

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