Fuente: Umoya num. 97 4º trimestre 2019 Celia García Vidal.
“Si golpeas a una mujer, golpeas a una roca”, el claim de miles de mujeres sudafricanas que lucharon contra el Apartheid.
Entre todo lo que les habían quitado, estaba también el miedo. Con sus hijos a las espaldas, la frente alta y la voz en el cielo. Habían pasado media hora de pie, en posición firme, en silencio. Estaban delante de los Edificios de la Unión, en Pretoria, Sudáfrica, presentando al Primer Ministro, JG Strijdom, una protesta innovadora. Se quejaban de su doble discriminación, por negras y por mujeres. El paso del tiempo había afianzado la segregación, las llamadas “leyes de pases” continuaban limitando la libertad de circulación y desplazamiento a las negras. El 9 de agosto de 1956, miles de mujeres coordinadas por la Federación de Mujeres Sudafricanas (FSAW) salieron a las calles cantando. Porque si no se cantaba, si no se bailaba, no era su revolución. Desde ese día, Sudáfrica conmemora el Mes de la Mujer en agosto.
De qué servirían estas líneas si no se recordasen a las pioneras en el movimiento de mujeres sudafricanas contra el régimen establecido. Era 1913 cuando Charlotte Maxeke, junto a más compañeras, comenzaron la lucha por la libertad. Una libertad entendida como un bien colectivo. Mientras las mujeres negras buscaban su liberación personal, se concebían como una comunidad que avanzaba unida por un mismo objetivo, acabar con el Apartheid y toda su lacra.
La lucha la habían parido con conciencia de clase. La organización de mujeres comenzó algunos años después, en la década de los 20. Mujeres obreras mantuvieron a flote la Liga de Liberación Nacional y el Frente Unido No Europeo, mientras otras organizaciones se disolvían, la Liga prevaleció a pesar de las duras legislaciones contra la asociación. Años más tarde, tomando el testigo, en la década de los 30, lideresas como Cissy, Jaynab y Amina Gool, fueron coordinadoras clave de este organismo. Durante los años siguientes; el crecimiento económico del país y el capitalismo voraz reclamaron mano de obra y las mujeres se trasladaron a las ciudades para cubrir esta necesidad. El éxodo rural, sumado a una legislación laboral que ahogaba, hizo de 1940 una década de unión y reconquista.
En 1950 las normas del Partido Nacional (la Comisión de Legislación Industrial) llegan a las calles, prohibiendo las organizaciones de africanos y africanas. En esa década, 56 activistas sindicales fueron vetados y las reservas laborales se convirtieron en leyes. El intento de supresión del comunismo llevaba a la asociación clandestina. A pesar de que las huelgas estaban prohibidas para la comunidad negra, las mujeres seguían ejerciendo su derecho a reunirse, expresarse, parar y manifestarse.
La organización sindical promovió la lucha política entre las mujeres negras que provenían de fábricas. La lucha de las obreras fue clave en el movimiento antiapartheid que, tras la llegada al poder del Partido Nacional, era más necesaria que nunca. El dominio de este grupo político coincidió con la formación de la Federación de Mujeres Sudafricanas en el 54. Eran cerca de 230.000 mujeres las que formaban parte de este organismo. Muchas provenían de la Alianza del Congreso y otras de la Liga de Mujeres de la ANC. La Federación trataba de poner fin al Apartheid pero también escuchar a la mayoría y trabajar por ella, por los derechos de las mujeres y su libertad. Tan suya.
La lucha se extendió durante ese año, en un pulso entre la Federación y el Gobierno, que trataba de acabar con los paros promovidos por la FSAW. En enero de 1975, se produjo el mayor boicot organizado por mujeres en el sector de transportes, donde miles de africanos y africanas decidieron caminar el trayecto que normalmente hacían en autobús. La respuesta estatal no se hizo esperar. Con más de 6.000 personas arrestadas y 17 hospitalizadas, la última palabra del Gobierno dejaba sin transporte público al pueblo africano. Poco después, la resistencia consiguió reanudar los servicios de transporte.
La cerveza y su producción se habían convertido entonces en una gran fuente de ingresos para las mujeres africanas, pero, una vez más, las leyes prohibitivas ahogaban la economía para unas y la fortalecían para otros. En junio de 1959, cerca de 2.000 mujeres se organizaron para manifestarse en contra de esta legislación, promoviendo un boicot en la industria cervecera. Durante este año, más de mil mujeres fueron acusadas de delitos que no habían cometido.
Las mujeres africanas entendieron que la lucha por la libertad no podía entenderse como una propiedad privada. Que no se trataba de una liberación individual e inconexa, sino que un todo que llevaría de manera intuitiva al movimiento personal de cada una.
Fue la “ley de pases” la que hizo estallar a los colectivos de mujeres que no estaban por la labor de aguantar sanciones gubernamentales para ir a sus puestos de trabajo. Mientras el Estado tenía la intención de restringir el acceso a la mano de obra necesaria para el trabajo industrial y doméstico en las zonas urbanas, las mujeres que habían sido producto del movimiento demográfico promovido por el capitalismo y la industrialización, comenzaron a organizarse para acabar con la opresión. En Winburg, Estado Libre de Orange, varias mujeres fueron arrestadas por quemar sus pases a modo de protesta. No era obligatorio llevarlo pero sí ilegal destruirlo.
Es imprescindible conocer la lucha de las mujeres contra el Apartheid para comprender que se trata de uno de los principales motores que consiguió acabar con esa lacra. Porque ellas, Lillian Ngoyi, Helen Joseph, Rahima Moosa y Sophía Williams De Bruyn, lideraron un movimiento que no solo tuvo cuatro nombres, sino miles de voces que mientras se hacían montaña cantaban “si golpeas a una mujer, golpeas una roca”.