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Aniversario 39 de las masacres de Sabra y Chatila: impunidad, injusticia y con heridas aún sin cicatrizar
- 21 Sep 2021
La masacre de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, en el oeste de Beirut (Líbano), ya cumple 39 años, con una herida que continúa aún sin cicatrizar para los habitantes de estos campamentos. Los días 15, 16 y 17 de septiembre de 1982, el campo de refugiados palestinos de Sabra y el barrio de Chatila se tiñeron de sangre: las milicias de la Falange Libanesa, con el apoyo logístico del ejército israelí, masacraron, entre 3.000 a 3.500 palestinos, entre ellos mujeres, niños y ancianos.
Ninguna cifra existe sobre el número de víctimas. Mientras el Gobierno libanés estimó en 450 las muertes, los israelíes señalaron que la cifra oscila entre 700 y 800; aunque por otro lado, la Cruz Roja la elevó a cerca de 2400.
“Ninguna mente humana puede olvidar lo sucedido. Seguimos conmocionados y sorprendidos, no sólo por lo ocurrido en Sabra y Chatila, sino también por el silencio de la comunidad internacional ante los crímenes que Israel ha cometido y continúa haciendo”, dijo a Efe Jalida Husein, que preside el comité de mujeres palestinas en los campos.
Una masacre planeada
El 6 de junio de 1982, Israel utiliza de pretexto el atentado perpetrado contra su embajador en Londres, Shlomo Argov, y cumple con su plan de invadir el sur del Líbano para acabar con la guerrilla de la OLP, y eso a pesar de que el Mossad ya había informado al gobierno de Menahem Begin de que el autor era el grupo palestino de Abu Nidal, enemigo de Arafat.
– En el mes de Agosto: EEUU, con el fin de proteger a Israel, llega a un acuerdo con Yaser Arafat para que la dirección de la OLP y sus guerrilleros abandonen Beirut.
– 1 de septiembre: los marines de EEUU son desplegados en el Líbano para supervisar la salida de la OLP y garantizan por escrito la seguridad de cientos de miles de civiles palestinos refugiados en el Líbano. Arafat es enviado a Grecia y cientos de fedaínes palestinos son repartidos entre varios países árabes.
– 10 de septiembre: los marines de EEUU, tras asegurarse también de la retirada de las tropas sirias, abandonan el Líbano, abandonan este país.
– 14 de septiembre: es asesinado el presidente católico-maronita del Líbano, Bashir Gemayel, del Partido de la Falange Libanesa, y aliado de Israel. El supuesto autor Habib Shartouni era un cristiano maronita del Partido Social Nacionalista de Siria. ¿A quién beneficiaba la desaparición de Gemayel? ¿A Siria de Hafiz al Assad que pretendían provocar la salida de OLP del Líbano? ¿A sus rivales dentro del partido falangista como Samir Geagea y a Amine Gemayel, su hermano que le sustituye en la presidencia como si esto fuese una monarquía feudal? ¿A Israel que así presentaba a Siria y palestinos como terroristas? Con este magnicidio fracasa el plan israelí de hacerse con el control del Líbano en alianza con la Falange, por lo que pone en marcha el plan B:
– 15 de septiembre: una turba de 150 hombres falangistas (con un historial lleno de de atrocidades contra los palestinos), equipados con machetes, armas de fuego y tanques asaltan Sabra y Chatila atacando a miles de niños, ancianos, mujeres y discapacitados, “vengando el asesinato de su líder”, afirman. Durante tres interminables días, estas fuerzas fascistas despojadas de piedad, de compasión, de empatía, con una brutalidad inusitada, golpearon, torturaron, mutilaron y violaron a las mujeres antes de matarlas, mientras Ariel Sharon, al mando del ejército israelí (que irónicamente lleva el nombre de Tsahal “ejército defensivo”, para confirmar el dicho “dime de qué presumes, y te diré de qué careces”), rodeaba con tanques el campo de refugiados palestinos de Chatila y el vecino barrio de Sabra en Beirut Occidental, cerrando las salidas para impedir la huida de aquella gente aterrorizada.
– 18 de septiembre: Draper envía un mensaje a Sharon declarando que “debería estar avergonzado. La situación es terrible. Están matando a niños. Usted tiene el control absoluto de la zona, y por lo tanto responsable de la situación”. Pero, su “indignación” sólo fue verbal. Con tan sólo una llamada telefónica de Reagan, Begin se hubiera visto obligado a parar aquella carnicería y no lo hizo.
– Tras la masacre, EEUU envía a los marines de vuelta al Líbano: así podrá vigilar las actividades de miles de hombres armados del grupo Hezbolá, el partido de Dios, respaldados por Ruhollah Jomeini, quien había repudiado a Arafat, por no tener el programa de instalar un Estado Islámico en la futura Palestina reconquistada, y por su alianza con los ateos palestinos en la OLP.
La matanza se produjo al siguiente día de la entrada del ejército israelí a Beirut, única capital árabe que ocupó tras su segunda invasión del Líbano en junio de 1982 y dos días después del asesinato del presidente electo Bachir Gemayel, que murió cuando se encontraba en la sede del partido falangista (cristiano) en un atentado que fue atribuido a los servicios secretos sirios.
“A las 17.00 hora local del 16 de septiembre comenzamos a escuchar disparos. Algunos comenzaron a huir, pero querían convencerlos que regresaran. Otros esperamos un tiempo antes de hacerlo. Volví después y visité el hospital de Gaza y lo que vi supera el horror humano”, agregó Husein, sin dar más detalles.
Poco antes de la matanza, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) había sido evacuada de Beirut tras un acuerdo mediado por Philip Habib, enviado especial del entonces presidente estadounidense, Ronald Reagan, que prometió salvaguardar la vida de los refugiados en sus campamentos.
La participación de Israel en esas masacres provocó también el descontento en su Ejecutivo, pues se formó la Comisión Kahan en cuyo informe final responsabilizó al entonces ministro de Defensa israelí, Ariel Sharon, de haber hecho entrar a los milicianos y no haber ordenado medidas apropiadas para evitar lo sucedido, además de grandes movilizaciones de su población.
Sobreviviente de la masacre de Sabra y Shatila: “Le dispararon a mi padre en la cabeza”
Algunos de los perpetradores de la masacre siguen vivos y podrían encontrarse dentro y fuera del Líbano; también algunos de los testigos que sobrevivieron a la masacre y perdieron a sus seres queridos. Ellos todavía están esperando justicia.
El 16 de septiembre de 1982, Jameela Khalifeh era una adolescente. Los tres largos días de matanza todavía atormentan sus recuerdos.
En el año 2012, Khalifeh recibió a Moe Ali Nayel de Electronic Intifada, con una sonrisa en su tenue departamento en la atareada calle de Sabra. Afuera, había una vida bulliciosa: gente deteniéndose y yendo de compras a los puestos de verduras y tiendas de videos piratas.
“Tenía 16 años y acababa de comprometerme”, recordó Kahlifeh. “Estaba viviendo en la casa de mis padres con mis tres hermanas y mi hermano”.
“No olvidaremos”
Sosteniendo una foto, ella agregó: “Este es mi padre Mohammad Khalifeh, esta foto fue tomada después de que le dispararon en la cabeza y tiraron su cuerpo en un lado de la calle”. En la parte posterior de la imagen, hay un certificado emitido por la Organización de Liberación de Palestina. Contiene el nombre de Mohammad y las palabras “Así que no olvidaremos”.
“El 16 de septiembre, durante la invasión, los soldados israelíes descendieron al campamento desde el estadio Sports City ubicado en la cima de una colina que domina el campamento. Sabíamos que los israelíes estaban estacionados en el estadio y los israelíes sabían que los fedayines, los combatientes de la OLP, habían evacuado el campamento, por lo tanto, nos asegurábamos mutuamente que no matarían a familias desarmadas”.
“Al lado de los soldados israelíes estaban los militantes de la Falange que hablaban en dialecto libanés; cada militante vestido con un sombrero de vaquero y un brazalete blanco con un cedro verde (logo del partido político falangista). Recuerdo que los israelíes hablaban árabe a los militantes libaneses, pero en su mayoría hablaban en hebreo. Mi madre entendía el hebreo de la época en que vivía en Palestina antes de 1948”.
“Mientras huíamos, fuimos detenidos por un militante de Falange que apuntó con su rifle al vientre de mi madre, pero el soldado israelí le dijo al militante libanés: ‘No maten a la señora y a los bebés; estamos aquí solo para matar hombres’. Salimos a las calles; mi padre estaba con nosotros en el refugio debajo del edificio, y los israelíes, con los falangistas, comenzaron a instarnos a través de micrófonos a comenzar a salir de los refugios, anunciando: “Si te rindes estarás a salvo”.
“Hedor abrumador”
“Salimos del refugio a la calle; recuerdo que el hedor era abrumador y yo agitaba un trozo de tela blanca. Mi padre finalmente decidió salir con nosotros del refugio. Me aseguré de quedarme a su lado; estaba realmente apegada a mi padre, estrechándole la mano”.
“En el momento en que salimos, nos llevaron los soldados israelíes y militantes libaneses. En este punto, mi padre se puso nervioso. Él me miró y susurró: ‘Me voy a casa’. En el momento en que nos unimos a las familias del campamento liderado por los militantes, mi padre entró en pánico, soltó mi mano y corrió a su casa. Cuando llegó a casa, encontró a militantes dentro del edificio, buscándolo, por lo que inmediatamente corrió de regreso a nosotros”.
“Mientras corría hacia nosotros, le dispararon en la cabeza. Mi madre vio que le dispararon, pero yo no”
“Mientras nos guiaban a punta de pistola, encontramos un pequeño callejón que conducía al campamento, así que nos separamos de la muchedumbre que marchaba y regresamos a la mezquita principal del campamento. La mezquita estaba llena de gente de Shatila. Al llegar, les dijimos que ellos [la Falange] estaban asesinando y matando familias, pero los ancianos del campamento decían que estábamos mintiendo; que no había nada, que deberíamos calmarnos. Ante nuestra insistencia, los ancianos decidieron ir a ver qué estaba pasando. Los hombres mayores nunca regresaron a la mezquita. Después de esperar en la mezquita por algunas horas sin noticias sobre los ancianos, nosotros y otras familias fuimos al hospital de Gaza en la entrada de Sabra”.
“Solíamos vivir en la calle de Hay al-Gharbi, al lado de la tienda de comestibles Doukhi. En nuestro vecindario solo mi familia y nuestro vecino sobrevivieron al asesinato, el resto fue asesinado. Recuerdo siete u ocho cadáveres uno encima del otro, en la calle debajo de nuestro edificio; tuvimos que pasar por encima de ellos”.
“Los israelíes y los falangistas nos condujeron en una marcha, para acabar con nosotros, para matarnos como lo hicieron con los demás. Afortunadamente, logramos escapar por el callejón. Los israelíes vestían uniforme militar completo con cascos de hierro. Los militantes libaneses estaban vestidos con sombreros de vaquero, jeans azules y dagas colgando de sus cinturones. Algunos de ellos llevaban pasamontañas negros. Todos llevaban un fusil Kalashnikov”.
Poniendo a Sharon en el banquillo
“Hace unos años, 300 de nosotros contratamos al abogado Shibli Mallat para demandar a Ariel Sharon [ministro de defensa de Israel en 1982, y luego, primer ministro] por la masacre y queríamos llevarlo a un tribunal en Bélgica. Vimos fotos de Sharon de pie en el estadio deportivo al lado de los tanques israelíes con vistas al campamento, y sabemos que estaba viendo la masacre y el asesinato de palestinos”. (Ariel Sharon nunca fue enjuiciado, pues falleció en el año 2014).
“Treinta años después de la masacre, mira cómo vivimos. Somos siete personas alojadas en dos habitaciones pequeñas. Nuestra vida se ha estado deteriorando durante los últimos 30 años; todavía no podemos trabajar y no podemos movernos fuera del campamento a un lugar digno. Compramos agua para beber y lavar a diario. Compramos electricidad de un generador; el gobierno libanés solo nos da dos horas de energía al día. Mis dos hijos trabajan en una fábrica de aluminio. Debido a que son palestinos, les pagan menos que a sus compañeros de trabajo. Y mi hija de 23 años trabaja en un café”.
“Mi hija fue a pedir un préstamo a un banco como lo hicieron sus compañeros de trabajo, pero cuando llegó al banco y le mostró sus documentos, le dijeron: ‘Lo siento, no puedes obtener un préstamo porque eres palestina’. Ser palestino en el Líbano es una lucha diaria y continua por la supervivencia. Es por eso que cada vez que una mujer da a luz nos aseguramos de criar al recién nacido para que crea en el derecho al retorno a Palestina y enfatizamos que sólo somos huéspedes aquí”.
“Queremos regresar a Palestina, pero hasta entonces quiero irme de este país e ir a algún lado, donde seamos tratados como seres humanos». Nunca nos hemos dado por vencidos, Palestina es nuestra, y vamos a regresar, pero estamos cansados de no poder vivir una vida honorable y decente”.
“Somos de Jaffa. Mi madre nunca deja de hablar sobre el tiempo que vivió en Jaffa, y la forma en que los israelíes comenzaron a llegar como refugiados, al principio refugiándose en las casas, y luego empezando a expulsar a los palestinos de sus casas”.
Atrocidad ignorada
El 16 de septiembre del año 2012, el Papa Benedicto XVI visitó Beirut, donde instó a los libaneses, tanto cristianos como musulmanes, a convivir en paz. El Papa predicó sobre diversos asuntos relacionados con la región, pero no mencionó la masacre de Sabra y Chatila y la difícil situación de los refugiados palestinos en el Líbano. Muchos estaban furiosos con su omisión de cualquier referencia a la masacre en su discurso público en el muelle de Beirut. Mientras hablaba en el aniversario de la masacre, la omisión fue aún más dolorosa.
La masacre de Sabra y Chatila es una de las muchas atrocidades que ocurrieron durante los largos años de la guerra civil libanesa. Irónicamente, los líderes políticos, que entonces eran señores de la guerra, estuvieron sentados en primera línea el domingo durante el discurso del Papa; entre esos líderes había miembros del partido falangista, que se cree que fueron los responsables de la masacre en Sabra y Shatila.
Llegará un día en que Líbano romperá el tabú de la masacre de Sabra y Shatila y se hará justicia a las familias de los miles de muertos de hace más de 30 años. Pero hasta que llegue ese día, los refugiados palestinos seguirán siendo marginados, viviendo en condiciones inhumanas dentro de campamentos superpoblados.
Los responsables de esta mascare se quedaron impunes. Incluso, Sharon, “el Carnicero de Beirut”, consiguió con esta limpieza hacer carrera política llegando a ser ministro y primer ministro de Israel (2001- 2006).
* Con información del Blog Público de España , Palestinalibre.org y Agencia EFE
Foto de portada: Una anciana palestina reza frente a un póster con fotos de sus parientes asesinados durante una ceremonia conmemorativa en recuerdo de la masacre de Sabra-Shatila en 2010. AFP/Anwar Amor.
Fuente: Palestina Libre