Fuente: La Jornada David Brooks 22.03.21
Sigue siendo la ciudad con mayor nivel de contagios del Covid-19 en Estados Unidos, y más de uno de cada 11 de sus residentes han sido infectados. Todos sus lugares icónicos cerraron desde que estalló la pandemia hace justo un año: Broadway, museos, antros de jazz, restaurantes famosos por su historia o por las películas o porque algunos, a fin de cuentas eran entre los mejores del país, sus grandes hoteles cerrados y hasta su Metro por primera vez en la memoria dejó de funcionar las 24 horas al día. Antes no dormía esta ciudad, por su incesante actividad, pero durante la pandemia fue azotada por un insomnio peor que nunca
¿Quién podía dormir cuando un café favorito cerraba para siempre, o cuando ya no había música en el Village Vanguard, ni uno podía irse a refugiar en una de las grandes bibliotecas públicas del mundo, donde los dos leones Paciencia y Fortaleza (nombrados así por el gran alcalde Fiorello, Pequeña Flor
, La Guardia en la Gran Depresión) daban la bienvenida?
Pero un año después, el Nueva York herido muestra su famosa fuerza vital frecuentemente expresada con rudeza, pero que debajo depende de una delicada solidaridad humana que se expresa en el milagro de cómo el mundo entero puede convivir sin matarse entre sí. O sea, en más de 200 idiomas en esta capital mundial y el mosaico diverso de identidades nacionales, sexuales, filosóficas, religiosas, culturales donde uno se puede topar un ucraniano educado por gitanos, o refugiados de crisis y batallas por la dignidad desde Polonia a Haití, de Ghana a México, y hasta encontrarse con algunos aun más exóticos como los recién llegados de lugares tan extraños como Ohio y Minnesota o esos con acentos casi imposibles de entender de Alabama o Georgia.
Mientras los ricos huyeron de la ciudad que fue, por meses, el epicentro mundial del virus, los que ahora se llaman trabajadores esenciales
han mantenido viva a esta urbe durante este maldito invierno que ha durado un año. Los que siguen día a día rescatando a este mosaico mundial en los hospitales y clínicas, y los que ahora, en inglés con miles de acentos, español, creole haitiano, chino, ruso, e hindú, están aplicando vacunas, son los que distribuyen el pan y las rosas a toda la ciudad cada día y siguen educando a las próximas generaciones que serán responsables de salvarnos a todos del desastre que les estamos dejando.
Los saldos han sido devastadores. Un mes después de estallar la pandemia, en marzo del año pasado, quedarían sin chamba 90 por ciento de los 5 mil 500 trabajadores de los aproximadamente 700 hoteles de la ciudad. El empleo en el sector de artes y recreación –más de 90 mil trabajadores en más de 6 mil sedes– se desplomó en 66 por ciento. Los 41 grandes teatros de Broadway permanecerán cerrados hasta por lo menos finales de mayo. Una tercera parte de los 240 mil pequeños negocios –se calcula– ya no reabrirán.
Pero como debe ser en una primavera ahora hay brotes de vida por todas partes, restaurantes que instalaron carpas afuera y están parcialmente reabriendo sus espacios internos, algunos de los museos están reabriendo, tiendas vacías se convierten durante unas horas en sedes de conciertos pop-up
(https://www.nypopsup.com/home). En Lincoln Center se volverá a ofrecer conciertos, ópera y teatro en sus plazas exteriores, algunas salas de cine están reabriendo y, como flores de sonido, se asoma un poco de música en parques, banquetas y plazas y más al retirarse el frío, como flores de sonido.
Tal vez esta primavera en Nueva York será parte del renacimiento mundial tan necesario después de esta larga edad de tinieblas.
Lou Reed. Dirty Blvd https://open.spotify.com/track/ 0Gxk1VxbcdEPJV9BvqPrdL?si=JthRQTa9TPqKxT0gXbQ3iw
Jay Z and Alicia Keys: New York State of Mind. https://open.spotify.com/track/ 2FhmwMy8LkJAAZv6gb08tq?si=u19w0iO7TJyqSgs7CJ-UwQ