Fuente: https://kaleidoskopiodegabalaui.com/2021/07/03/alteridades/
Graffiti racista en Hong Kong. Foto de @gabalaui.
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La diversidad forma parte de la naturaleza humana y gran parte de la historia del capitalismo se ha caracterizado por la homogeneidad, la destrucción y, posteriormente, la comercialización de lo diverso. Lo diverso es aceptable si es económicamente rentable y se puede construir alrededor de ello una estructura dirigida a ganar dinero. Se ha perseguido a lo diferente que entorpecía el desarrollo y el progreso desde el punto de vista capitalista. La apropiación de las riquezas, la usurpación de las tierras, la conquista de las mentes. La colonización no solo ha sido material y cultural sino preferentemente corporal y mental.
Hace unos días se hallaron mas de 700 tumbas de niñas y niños indigenas en los terrenos de un antiguo internado canadiense. Esos niños y niñas fueron arrancados de sus familias y encerrados en un centro donde se les quiso despojar de su esencia y violentar su forma de relacionarse con el mundo. Esta agresión planificada contra las poblaciones indígenas y lo diverso forma parte de la relación de los países occidentales con el resto del mundo.
La voluntad de domesticar lo diverso ha derivado irremediablemente en políticas dirigidas a la asimilación y desaparición. No es necesario irse a Canada o a Estados Unidos. En la península ibérica se aprobaron pragmáticas reales que permitían expulsar, asesinar, secuestrar y prohibir con la finalidad de hacer desparecer a grupos humanos que no se ajustaban a la idea de uniformidad de las élites. Arabes, judíos, gitanos, mujeres, herejes, libertarios, revolucionarios, nativos americanos. Esto forma parte de la historia del estado español que es ocultado, negado o justificado por los sectores más reaccionarios de la derecha y el nacionalismo español. Cuando ellos hablan de conquista, la realidad nos cuenta a gritos que están hablando de terror, tragedia y muerte. Cabría preguntarse qué efecto tiene en la psicología de una nación la negación del terror provocado y la ausencia de reparación. De alguna manera nos obliga a vivir en un mundo imaginario creado por aquellos que justificaron sus acciones desde la falsa superioridad cultural y religiosa. La derecha española y el nacionalismo impiden una reflexión profunda sobre hechos históricos que nos han llegado falseados por el prisma supremacista que caracteriza la mirada occidental sobre los otros pueblos.
Esta ausencia de reflexión es enfermiza porque nos aleja de las personas, nos inmuniza frente al dolor ajeno y elimina la responsabilidad de nuestros actos. Se puede pensar que no somos responsables de los actos de otros que se produjeron hace siglos, pero la realidad es que somos directamente responsables cuando mantenemos comportamientos y planteamientos que prolongan el sufrimiento, el agravio y la injusticia. Los negacionistas del dolor son continuadores de una tradición en la que lo diverso y lo diferente deber ser neutralizado. La mirada conservadora sobre la sociedad restringe la diversidad. Si mira a la mujer, la limita. Si mira al inmigrante, lo usa o lo expulsa. Si mira al gitano, lo rechaza. Si mira a la familia, la empobrece. Si mira al mundo, por encima. Las demás son nada. Son nadie a las que se puede arrebatar su identidad porque entorpece el progreso económico. Esta mirada convierte a las demás en enemigas y explica la batalla cultural, social y política contra las que se consideran una amenaza. Una amenaza a una cosmovisión en la que los otros necesitan ser asimilados hasta que pierdan lo que les hace diferente, y para ello, no se ha reparado ningún medio. Desde la eliminación física hasta la conquista mental. Desde el control de los cuerpos hasta el sometimiento de las voluntades.
Una de las tareas ineludibles de la sociedad occidental es la deconstrucción del colonialismo que llevamos dentro, que aprendimos en las escuelas y se instaló en nuestro cabeza. Necesitamos mirar de frente a ese sujeto colonial que nos lleva a justificar, entender, racionalizar y defender la masacre, la tortura, la eliminación y el sometimiento de otros pueblos. El colonialismo se basa en la lógica de que los otros no son nada por lo que podemos arrebatarles todo lo que tienen. El colonialismo pone en juego la ambición supremacista de modelar al otro a la imagen y semejanza del sujeto colonialista. Ajustar lo diferente a nuestra estructura mental, al esquema que tenemos sobre el mundo. No es que nos tengamos que adaptar a una rica realidad multicultural sino que esta tiene que encajar en la mermada mirada de uno. Y se encaja a golpes. En la península ibérica convertimos a los gitanos y gitanas en sedentarios, les prohibimos hablar su lenguaje, les arrebatamos a sus hijos e hijas, les prohibimos su modo de vida y sus oficios y les convertimos en salvajes. Nada de esto se puede reparar. No es posible eliminar el daño producido. La única reparación posible pasa por la construcción de un sujeto que mire y se relacione con el otro desde el reconocimiento y el respeto de su alteridad y de su identidad.