Aitor Merino: «¿Para qué vas a hacer una película si no muestras…

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Aitor Merino: «¿Para qué vas a hacer una película si no muestras con total honestidad lo que sientes?»

Tras ‘Asier ETA biok’, el actor vuelve a ponerse detrás de la cámara para dirigir un documental íntimo y audaz sobre la memoria familiar: ‘Fantasía’.

Aitor Merino: «¿Para qué vas a hacer una película si no muestras con total honestidad lo que sientes?» | lamarea.com

El actor y director Aitor Merino. MONTSE CASTILLO/DONOSTIA ZINEMALDIA

Hay documentales premeditados y documentales orgánicos. En los primeros hay una tesis que hace de basamento sobre el cual se construye la película. Los segundos aspiran a componer un retrato a través de esbozos, expresiones, imágenes robadas, testimonios improvisados, sentimientos… Por usar la terminología pictórica, son una colección de bocetos que al ser seleccionados minuciosamente y observados en conjunto acaban adquiriendo sentido y transmitiendo un mensaje. En esta última categoría se enmarcan los trabajos tras la cámara de Aitor Merino (Donostia, 1972).

Perteneciente a la generación de actores que saltó a la fama con Historias del Kronen (Montxo Armendariz, 1995), Merino ha encontrado en la dirección de documentales una forma de expresión artística trascendente. Su anterior trabajo, Asier ETA biok (2013), hablaba de su afecto por Asier Aranguren, su amigo de la infancia, que pasó ocho años en la cárcel por pertenecer a ETA. Una película incómoda y valiente sobre una amistad capaz de elevarse por encima de las diferencias políticas. Fantasía, que llega hoy a los cines, es antes que nada un estudio sobre el amor, pero no solo.

Si en ambos documentales Merino parte de la exposición de sus propias emociones, ese es solo el punto de partida de unos trabajos que pronto se convierten en ejercicios reflexivos profundos. En Fantasía, el nombre del barco en el que hizo un crucero con sus padres y su hermana, solapa dos espacios y dos tiempos: la excepcionalidad del viaje y la cotidianidad del hogar. Esa combinación arroja una meditación sobre la vida de pareja, la familia, la memoria, la vejez, la enfermedad o el futuro que nos espera. A nosotros y a quienes, a falta de hijos, son nuestros seres más queridos: nuestros padres.

Hay un pequeño ensayo de David Foster Wallace titulado Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer y que trata sobre su experiencia en un crucero. ¿Se siente identificado con el título?

¡Totalmente! [Risas]. Ya durante el viaje nos dimos cuenta de que era una obscenidad… como concepto. Para empezar, por contaminante. Pero es que, además, en ese momento, en esas mismas aguas, morían personas todos los días. Era junio de 2015, uno de los momentos más crudos de la guerra en Siria. Estando aún a bordo nos dimos cuenta de que jamás lo volveríamos a hacer. Y mi padre lo dice muchas veces: «Nunca más, nunca más…». Pese a lo cual, debo confesarlo con vergüenza, nos lo pasamos pipa.

Es que hay que tener mucho cuidado con esas cosas. Nunca hay que mirar por encima del hombro a quienes disfrutan con las horteradas.

Coincido plenamente en eso. Pero es que, además… ¡yo disfruté mucho! En cualquier caso, no quiero que esto pueda ser entendido como una publicidad. Los cruceros son detestables y no deberían existir. Habría que borrarlos del mapa y desguazarlos. Punto. Esa es mi opinión. ¿Pero por qué los hace la gente si casi todo el mundo opina igual?

¿Usted cree?

Sin duda. Por eso no me parece que aborrecerlos sea una postura elitista. Todo el mundo sabe que allí te tratan como a un millonario de postín sin serlo. Es bastante obvio. Pero, claro, estás ahí, rodeado solo por el cielo y el mar, en un entorno en el que parece que se parara el tiempo, y que la realidad sucede lejos, más allá del horizonte. Es algo totalmente fuera de lo común, algo onírico. Cuando estás en esa realidad tan extraña y tan entre algodones, te das cuenta de que eso es una ficción que no va a durar. Y eso nos ocurrió a mi hermana Amaia y a mí. Nos dimos cuenta de que quizás, debido a la edad de mis padres, podría no haber más viajes como ese.

Si usted pensara que la relación de sus padres no iba a interesar a nadie fuera de su familia no habría hecho esta película. Hay un mensaje ecuménico, universal. ¿Cuál es?

Hay varios temas universales pero soy un poco reacio a hablar de eso. Creo que la película habla por sí sola. De lo que sí puedo hablar es de mi impulso a la hora de hacerla: un miedo enorme a la ausencia de mis padres. Miedo inevitable, por otro lado. Y también una preocupación en torno a qué queda cuando ya no estamos nosotros. Qué quedará cuando ellos no estén, qué quedará cuando ya no estemos ni mi hermana ni yo, dado que no tenemos descendencia.

¿Y qué es lo que le despierta a esa inquietud por la ausencia?

Pues unos cuadros que hay en casa y sobre los que nunca me había parado a reflexionar. Me di cuenta de que aquellos cuadros eran el resultado del intento de alguien por permanecer. Hay uno en el que se ve la imagen de mi aitona, el padre de mi madre, caminando de espaldas por el bosque. Yo a mi abuelo no lo conocí, murió antes de que yo naciera, y apenas hay imágenes de él. Pero ese cuadro es el resultado de un empeño por que yo tuviera una imagen que supliera mi ausencia de recuerdos. Alguien, que no sé quién es, le sacó una foto que, además, por lo que cuenta mi madre, le retrata muy bien, porque era muy solitario y le encantaba caminar por el monte. Luego mi madre le pidió a una amiga que pintara un cuadro a partir de esa foto. Se tomó la molestia de hacer ese encargo, de enmarcar el cuadro, de que estuviera siempre en el salón… Me percaté de que lo que yo estaba haciendo era algo similar: un retrato de nuestra familia. Aunque yo no tengo a quién legar ese retrato porque no tengo hijos, y mi hermana tampoco. Y yo ya tengo 48 años. Ahí hay una necesidad de dejar un testimonio de nuestro paso por el mundo, no sé muy bien cómo explicarlo.

'Fantasía', de Aitor Merino
Un dormitorio de la casa familiar retratado en Fantasía. DOXA PRODUCCIONES

¿Sus documentales son premeditados u orgánicos? Es decir, ¿la tesis viene dada desde el principio o se va construyendo con el trabajo?

Se va construyendo. De hecho, si hay algo en común entre Asier ETA biok y Fantasía es eso. En los dos casos, cuando empecé a grabar no tenía ni idea de por dónde iban a ir los tiros. El día anterior a la salida de Asier de la cárcel fue cuando decidí que quería comprarme una cámara e ir a la frontera a grabar el reencuentro con sus familiares. Y aquí la idea surgió justo antes del viaje. Cuando Amaia y yo nos enteramos de que el buque se llamaba Fantasía, ella me dijo: «Aitor, vamos a llevarnos la cámara y vamos a hacer un experimento cinematográfico. No sabemos lo que vamos a grabar, pero llevemos la cámara».

O sea, que lo que les fascinaba era ese ambiente kitsch.

Totalmente. Era una travesura. Al principio nos llamaban la atención todas estas cosas que David Foster Wallace retrata tan bien en su ensayo, la horterada de los cruceros y tal, pero luego nos dimos cuenta de que la cámara se giraba todo el rato hacia nuestros padres. Luego mi hermana se volvió a Ecuador, que es donde vivía entonces, y yo regresé a Madrid. Ahí supe que lo que me interesaba a mí era hablar de la realidad como contrapunto a ese lugar idílico llamado Fantasía. Quería retratar la vida cotidiana de dos personas mayores, sus problemas de salud, la distancia de mi hermana, la distancia que nos separa a todos, y cómo esas imágenes, las del crucero y las de nuestra casa, actúan como un pegamento de la memoria. Las casas, normalmente, suelen estar llenas de imágenes. Imágenes que o bien te ayudan a recordar a quienes ya no están, o a quienes están lejos, o que te confrontan con tu yo del pasado.

Sin embargo, el pasado de sus padres se ve muy poco. La película no abunda en el contraste entre quiénes fueron y cómo son hoy. Si acaso habla de cómo son hoy y cómo serán.

Sobre todo de eso, de cómo serán. Ese es el gran temor que flota todo el rato. ¿Y qué serán? Pues nada. Dentro de equis años serán… nada. Porque no serán. Esa amenaza de la nada es la que empapa toda la intencionalidad de la película. Eso es lo que me impulsó a grabar, esa percepción de que más tarde o más temprano dejarán de estar. Y ese vértigo es el que me ha hecho grabar de manera compulsiva durante todo este tiempo.

Hay un momento clave en la película en la que su madre dice: «Cuando yo ya no os conozca, yo ya no quiero estar». Eso es casi peor que la nada.

Sí, yo también lo creo. La película se mueve en torno a la memoria como aquello que nos permite conectar no solo con nuestra identidad sino con la de las personas a las que queremos o hemos querido. Y mi madre lo expresa de una manera… bueno, más directa imposible. Yo creo que teme más dejar de conocernos que al dolor físico. En su familia, además, ha habido precedentes de personas que han perdido totalmente la memoria. Yo diría que ese es su mayor temor, sí. Y quiso decirlo ante la cámara a modo de testamento vital.

¿Consensuó con su hermana la forma de mostrar los cuerpos de sus padres? ¿Ese debate estuvo sobre la mesa?

Bueno, tengo que decir que la idea original fue de los dos, pero al final mi hermana se fue distanciando un poco del proyecto. Le afectaba mucho el material y no sentía que hubiera algo de lo que ella quería hablar. Ella quiso pasar directamente a la acción. Vivía en Ecuador, volvió y, de hecho, ahora vive con mis padres. Ella quería disfrutar de mis padres; no quería filmar a mis padres. Por supuesto, luego también hizo sus aportaciones durante la labor de montaje, que es la parte más importante. En una película como esta, el montaje lo es todo. Había más de 200 horas de material bruto y el trabajo con el equipo de Doxa Producciones ha sido fundamental. Ahí he estado con Ainhoa Andraka, que también fue la productora de Asier ETA biok, y con Zuri Goikoetxea. Si no llega a ser por ese equipo, yo creo que no hubiera sido capaz de poner la distancia necesaria. Porque hay que tener en cuenta que se trata de una película hecha para el espectador, no para consumo familiar. Y eso nos ha llevado años de trabajo. Años para darle la forma que ahora tiene.

Iñaki y Kontxi, los padres de Aitor Merino, en una escena de ‘Fantasía’.
Iñaki y Kontxi, los padres de Aitor y Amaia Merino, en una escena de Fantasía. DOXA PRODUCCIONES

Doy por hecho que un actor pudoroso no tiene ningún futuro. Pero sus padres no son actores. ¿Cómo se han tomado este retrato? ¿No ha habido ningún reproche?

Antes de estrenarla les enseñé un primer corte, que no era el definitivo, y se quedaron bastante en shock. Era un montaje para saber si, definitivamente, daban permiso para que la película fuera como es. Luego la vieron ya acabada, en el Festival de Málaga. Y, pese a todo, yo creo que están bastante contentos… [Risas]. A mi madre, por ejemplo, le da bastante vergüencilla que se la vea desnuda en el pasillo, bailando, pero luego se ríe. Dice: «Bueno, pues que comenten lo que les dé la gana». Ellos perciben muy bien el amor con el que está hecha.

Sus dos documentales son difíciles por razones diferentes. Asier ETA biok por la vertiente política y Fantasía por la forma que tiene de asaltar la privacidad. ¿Cuál ha sido el más incómodo para usted?

En ese sentido, fue mucho más complicado Asier ETA biok. Por las implicaciones sociales del tema, por todo el dolor que ha generado la violencia. Era mucho más delicado, tanto para Asier como para mí. En Fantasía hablamos, por ejemplo, de qué hacer con una persona mayor cuando ya no puede valerse por sí misma. Es un tema universal, sí, pero eso no significa que sea fácil. Lo más complicado ha sido marcar una línea para separar qué mostrar y qué no. Y, a veces, aún tengo dudas sobre si no habré mostrado demasiado. Pero, claro, es que los documentalistas somos depredadores de imágenes. He estado grabando la operación de mi madre dentro del quirófano, en el cuarto de baño con los dos, en su dormitorio, en el salón… Uno tiene que hacer una evaluación sobre si vale la pena o no mostrar eso con tanta desnudez. Si está justificado o si es un ejercicio, digámoslo así, pornográfico.

Hay un momento en el que usted sale en cámara y se nota que no puede ocultar su rubor: cuando su madre suelta esa frase tan contundente en la que dice que prefiere morir a olvidaros.

Ainhoa, Zuri y Amaia se dieron cuenta de la importancia de esa imagen en la película. Yo me quería esconder. Yo, por mí mismo, no la hubiera puesto jamás. Esa imagen, verdaderamente, me produce pudor. Sentí pudor en el momento de grabarla y siento mucho pudor cada vez que se ve. Pero creo que eso es lo interesante. Además, a la hora de hacer una película documental creo que siempre es más interesante aquello que las personas retratadas normalmente no quieren mostrar. Que compartan eso.

Pero hay que convencerlas.

Claro, eso es lo puñetero. Obviamente, nosotros, en nuestra vida cotidiana, no le contamos a la gente nuestras cosas más íntimas. Sin embargo, ¿para qué haces una película documental si no vas a mostrar con total honestidad algo que sientes desde lo más profundo de tu corazón? ¿Para qué vas a hacer una película? ¿Para qué vas a escribir un poema si de lo que hablas en tus poemas no te parte el alma? No tendría sentido. Pues esto es lo mismo. ¿Para que vas a hacer un documental sobre tu familia si no muestras lo que más te importa? Aunque te dé pudor. Si no fuera así, formas de expresión como el cine o la pintura no tendrían sentido.

Cuando empezaba en el cine, con Montxo Armendáriz, ¿pensaba que algún día estaría en su lugar, detrás de la cámara?

El deseo ya estaba. De hecho, desde adolescente, siempre me ha gustado mucho la fotografía. El primer regalo serio que les pedí a mis padres fue una cámara réflex. Y me gusta más hacer fotos que salir en ellas. Con el cine creo que me pasa un poco lo mismo, lo cual no quiere decir que no ame mi profesión de actor, que es con la que me gano el pan. Pero me gusta mucho estar al otro lado. Me interesa más.

Ahora está trabajando en la adaptación de una novela para rodar su primera película de ficción. ¿Se imagina trabajando con sus compañeros de Historias del Kronen? Creo que aquel fue un rodaje muy especial para todos.

¡Sí! Hicimos una gran amistad. Sobre todo porque muchos veníamos de la escuela de Cristina Rota. Allí nos conocimos Armando del Río, Juan Diego Botto, Pilar Castro, Willy Toledo, Ana Rayo… No creo que tengan cabida en la película que estoy preparando. Me parece que seguiremos viéndonos en la vida. Pero ojalá surja la oportunidad de juntarnos en algún proyecto, porque además tenemos inquietudes profesionales muy similares.

¿Con usted como director? Ya sabe el morbo que da eso de entrenar a una plantilla con la que ya has jugado.

¡Como Xavi Hernández!

Exacto. Como Xavi con Piqué. Usted sería el Xavi de Juan Diego Botto.

Molaría, molaría. [Risas] O al revés. Que me dirijan a mí. No lo descarto. Podría ser. Buf, aún nos quedan muchos años de andanzas.

Fantasía’ se estrena en cines el viernes 26 de noviembre.

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