Todas aquellas personas que han escuchado o leído a Marta Sofía López Rodríguez han tenido la oportunidad de estar delante de una de las personas que más ha bregado para que las literaturas africanas estén hoy aquí, entre nosotros, traducidas e introducidas de la manera más excelente.
Referencia indiscutible de todos aquellos que buscamos más intercambio de conocimiento, más amplitud de miras y más pasión, es poseedora de un motor vital incombustible que la hace desplegarse por múltiples caminos en una tarea que además de necesitar, admiramos y que nos nutre dejando un sinfín de venas abiertas.
Pertenece a esa clase de seres que, procediendo del ámbito universitario, están a pie de calle. Hablan y escriben para todos. Contagian su pasión a todos. Suman y hacen equipo con todos. Universalizan el conocimiento y la lectura de las literaturas africanas para que todos seamos más y lleguemos más lejos.
Profesora titular del Departamento de Filología Moderna (Área de Filología Inglesa) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de León, donde enseña estudios de género y literaturas postcoloniales, es autora de múltiples artículos y ha traducido al castellano a autores tan importantes como Ngugi wa Thiong’o, Chinua Achebe, Ayi Kwei Armah o Ama Ata Aidoo.
Además, hace 20 años creó un grupo de investigación internacional “Afroeurope@s: Culturas e Identidades Negras en Europa”. “Existe una historia común entre África y Europa mucho más antigua y rica de lo que se suele suponer”, afirma la historiadora Olivette Otele, autora de Europeos africanos. La historia jamás contada, una línea de conexión que sigue sin ser mostrada en su totalidad.
Lo anterior es lo que intenta el grupo de investigación creado por López y lo muestra esta vez en las jornadas Afroeurope@s: Veinte años decolonizando el conocimiento que, del 1 al 4 de octubre, se celebrarán en la modalidad presencial en la Universidad de León y on line y que también podrán ser seguidas por video llamada, previa inscripción.
Entrevistamos a su creadora: Marta Sofía López Rodríguez.
-En primer lugar, preguntarte qué es una identidad afroeuropea. Quién la puede ostentar, quién nunca la querrá tener…
Hay dos respuestas diferentes a esa pregunta. Cuando en 2004 se creó el proyecto de investigación financiado «Afroeurope@s: Culturas e Identidades Negras en Europa,» llegamos al consenso de que las personas africanas o afrodescendientes que llevaran al menos una década de arraigo en Europa podían considerarse «afroeurope@s.» En ese momento, había que acotar de algún modo el alcance de nuestra investigación. Pero por supuesto, la respuesta subjetiva a qué es una identidad afroeuropea depende de la identificación o desidentificación de cada persona, en términos raciales o culturales, con una comunidad determinada, o con varias comunidades que se solapan. Las identidades afroeuropeas son enormemente plurales y complejas: en diferentes países ha habido diferentes procesos de asentamiento, las comunidades negras se han articulado de formas variables en respuesta a diferentes retos políticos, y no está nada claro que «negro» signifique lo mismo en todos los contextos europeos.
En su reflexión sobre el cuarto congreso del grupo, celebrado en Londres en 2013, el escritor afro irlandés Gabriel Gbadamosi afirmaba que ser «afroeuropeo» implica vivir a ambos lados de cualquier frontera. Las fronteras pueden ser lingüísticas, raciales, culturales, religiosas, nacionales o transnacionales. Esa consciencia, en todo caso, estaba en el ADN de nuestro grupo de investigación desde el minuto cero, gracias al aporte impagable de otro Gbadamosi, de nombre Raimi en este caso, un negro albino y brillante artivista, que nos obligó a mirar esta cuestión desde cualquier prisma posible. Algo parecido argumenta Stuart Hall a propósito de ser «negro»: es en todo caso una identidad fluida, con múltiples aristas, una narrativa colectiva, una suma de historias con las que cada persona puede o no identificarse. No por el hecho de ser «negro» se adquiere automáticamente una conciencia “racial”, ni tampoco el hecho de ser blancx supone un impedimento para construir familias, relatos, teorías, análisis o historias de mestizaje, cruce de fronteras, de afroeuropeidad… Como afirma Gabriel Gbadamosi, la contrapartida a la presunta invisibilidad de las poblaciones afroeuropeas, o afropeas, es la fuerza de la traducción simultánea, la fuerza de lo imparablemente emergente.
Pero todavía cabe otro matiz: hay muchos africanxs y afrodescendientes que se juegan la vida a diario por el sueño de ser europexs, puesto que muchxs de ellxs hablan lenguas europeas y han sido educadxs para creer que Europa es el paraíso en la tierra. Mueren por su voluntad de cruzar las fronteras físicas protegidas por la ley y por la fuerza bruta de quienes controlan nuestra Europa fortaleza, apoyados por la creciente falta de empatía de nuestras sociedades y la explosión del odio fomentado por los partidos nacionalistas y de extrema derecha. El Atlántico y el Méditerraneo son grandes fosas comunes para quienes no lograron ser afroeuropexs.
– ¿Qué lugar real ocupan los modos de ver y pensar africanos en contextos europeos que quieren poner fronteras, muros, mar por medio…?
Yo diría que justamente la idea de porosidad, de mestizaje, de comunidad transnacional o supranacional, transoceánica, pluriversal. La idea de “errancia” de Edouard Glissant define ese modo particular de habitar simultáneamente diferentes realidades, lenguas, culturas… Las voces colectivas de lxs afroeuropexs hablan de dislocación, de desplazamiento, de exilio, de racismo y xenofobia, pero también de memoria histórica colectiva, de coaliciones, estrategias, supervivencia, transgresión, de múltiples pertenencias, de lucha, intersubjetividad, intersección, interdependencia…
Hay dos cuestiones concretas en las que he estado trabajando últimamente y que me han hecho estallar la cabeza. Por una parte, las visiones radicalmente otras de las gentes afro con respecto a eso que nosotrxs en Occidente llamamos “medio ambiente,” pero que en la mayoría de las cosmovisiones africanas y afrodescendientes es la totalidad sagrada de cuanto existe, y que incluye a lxs vivx, a lxs ancentrxs y a quienes están por nacer, el mundo no-humano, a todo cuanto es, ya sea piedra, agua o árbol, y es sagrado por el mero hecho de existir. Sería bueno que se contemplara la promoción de estas y otras espiritualidades “tradicionales” y ecuménicas como uno de los ODSs.
La segunda cuestión que me resulta fascinante es cómo desde las narrativas africanas más recientes (aunque hay una larga tradición en este sentido), las provincianas nociones sobre el género que desde Occidente hemos intentado exportar e imponer tienen muy poco sentido más allá de nuestro horizonte histórico, cultural, geocorpopolítico, que diría Mignolo. María Lugones lo resume magistralmente en su ensayo “La colonialidad del género”, una visión desde Latinoamérica que arraiga en Norteamérica, en la cultura Pueblo de Paula Gunn Allen, y en la sociedad Yoruba precolonial retratada por Oyeronke Oyewumi, para llamar la atención sobre cuán inadecuadas se vuelven las ideas de hombre y mujer, masculino o femenino, en el contexto de las religiones ancestrales. Rita Segato ha ofrecido también un importantísimo aporte a estas cuestiones con sus estudios del Candomblé en Brasil. Un ejemplo evidente de esta inestabilidad de las marcas de género en contextos Afro es la novela Agua Dulce, de Akwaeke Emezi, que confronta por igual los discursos de la cishetero o de la transnormatividad contemporánea desde el plano de lo espiritual igbo. No obstante, como apuntaba más arriba, ya Flora Nwapa y otras autoras de las primeras generaciones estaban mostrando que la espiritualidad, y no la materialidad del cuerpo, es lo que determina la posición de una persona dentro de un amplio espectro de posibilidades que trascienden el binarismo de los cuerpos europeos “normativos”; un binarismo y un determinismo que, como las leyes homófobas decimonónicas, son el legado del imperialismo y el colonialismo.
Está claro que el Atlántico y el Mediterráneo no han sido solo fosas comunes: el mar ha sido y sigue siendo un inagotable espacio de cruces, de transmutaciones, de re-existencias, como Paul Gilroy preconizaba en El Atlántico Negro. Pero también lo dice muy lindo Dora Silva Santana:
Lo trans como cruce se convierte en un espacio de simultaneidades, cuya orientación no es simplemente horizontal. Lo transatlántico es ese espacio de simultaneidad en el que el cuerpo es también agua y energía, el agua es también energía y cuerpo, y la energía es también cuerpo y agua. Transitar, en este sentido, es encontrar ese espacio de transición con/dentro del cuerpo-agua-energía. El agua es la corporeización de la orientación trans.[1]
-En tu opinión, ¿las literaturas africanas contemporáneas aportan visiones diferentes a las del resto de sociedades globales?
Por supuesto que sí, porque la experiencia de cada ser humano viene determinada por su ubicación en un espacio, en un tiempo, en narrativas y prácticas culturales específicas. Citando de nuevo a Mignolo, “pienso donde soy,” un auténtico revolcón al cartesiano “pienso, luego existo”. No obstante, hay muchas cuestiones que, con formulaciones ligeramente diferentes, están sintonizadas a una misma longitud de onda en los pluriversos transnacionales contemporáneos. Son las resistencias, re-existencias y risistencias de los que Fanón llamó “los condenados de la tierra”, las gentes y comunidades atávicas e intensamente radicales, o sea, apegadas a la raíz, que es la tierra y que es el cosmos, del Sur Global. Si leemos o escuchamos a aborígenes australianxs, a nativxs americanxs, a caribeñxs o a africanxs, una cuestión prioritaria para todxs ellxs (al menos, así lo veo yo) es el intento de sanar nuestra relación con nuestro oikos, nuestro hogar ancestral común. Las conversaciones se saturan de interferencias, fake news, cierres de fronteras, férreas políticas nacionalistas, y a menudo de violencia y brutalidad, como ocurre en el ámbito FRONTEX, en las áreas fronterizas entre EEUU-Méjico, o Rusia-Ucrania, o Turquía-Unión Europea por un lado y Siria por el otro, sin olvidar por un instante el genocidio del pueblo palestino, y tantas guerras oxidadas en todo el planeta. Este es el mapa de los conflictos actuales en África, gentileza de ACNUR:
La literatura africana también da cuenta, necesariamente, de ese dolor, de esa sangría permanente. Posiblemente África sea el continente que ha pagado un precio más alto por la prosperidad del Norte Global, ese “tercio” del que habla Chandra Talpade Mohanty. Incluso antes de Europa, con la expansión del islam, África ha sufrido la trata, el imperialismo, el colonialismo, el neocolonialismo, y esa casi invisible “violencia lenta” de la que habla Rob Nixon, una de cuyas víctimas más notorias fue Ken Saro Wiwa, en su voluntad de denunciar la catástrofe ecológica causada por la petrolera Shell en el territorio de los Ogoni. En uno de sus escritos afirma: “Shell International considera como un insulto que un hombre negro, una comunidad negra, se atreva a desafiarla y muestre al mundo que la compañía es una amenaza medioambiental en Nigeria, pero no en Europa y América”. Y decirlo alto y claro le valió una condena a muerte.
Pero luego están las mamás del mercado y lxs grandes pensadorxs y creadorxs, los Thomas Sankara y los Nelson Mandela, las sacerdotisas de Mamiwatá, las Wangari Mathaai, las Graça Machel… y los millones de personas anónimas que hacen fuertes las comunidades, que piensan en términos de interdependencia, de tribu y de clan como unidades político-afectivas funcionales y transnacionales, de Ubuntu. En último término, como digo en el prólogo a la reciente edición de la colección de relatos de Ama Ata Aidoo Aquí no hay tregua, que tradujimos juntas Maya G. Vinuesa y yo y ha publicado (en papel y en PDF gratuito) la editorial Cambalache, leer literatura africana es como morder una nuez de cola o una pepita de cacao: aunque nos deje un regusto de amargura, nos espolea para aprender a estar atentxs a cómo el mundo se puede transformar lentamente, aparentemente en sordina, pero resonando con lxs visionarixs.
-Si miras hacia atrás, ¿de qué logro te sientes más contenta?
De haber contribuido a crear un equipo de trabajo muy sólido, muy amplio, multi e interdisciplinar, igualitario y anti-jerárquico, transnacional y transcontinental, con trayectorias nómadas que se han cruzado y entrecruzado, y que se ha convertido a día de hoy en una red de redes, algo que ha seguido funcionando por sí mismo después de que el grupo de investigación inicial se despidiera con el congreso de Tampere, en 2017. Después se han celebrado congresos en Lisboa, en Bruselas… Hay además una lista de correo que mantiene a mucha gente conectada. No logramos sacar adelante nuestra revista, Afroeurop@, ni la Enciclopedia de Estudios Afroeurope@s, posiblemente porque eran proyectos demasiado ambiciosos para los medios con los que contábamos, y porque es muy cansado estar todo el rato peleándose con la burocracia de los ministerios sucesivos. Pero otras personas, como Julia Borst o Eva Ulrike Pirker, están sacando adelante proyectos europeos estupendos, como “Afrociberactivismos”.
Por lo demás, conseguimos entablar lazos y conversaciones con otros grupos de investigación, con el mundo de la política y el activismo y las ONGs, y por supuesto con el de la creación artística, ya sea el rap, el cine, o la literatura… Como grupo, hemos hecho una labor importante de “traducción simultánea”, según decía Gabriel Gbadamosi. Hablamos muchas lenguas diferentes, estamos situados en ubicaciones dispares, pero hemos conseguido crear un lenguaje común. Creo sinceramente que Afroeurope@s ha dejado una impronta precisamente porque hemos sido indisciplinarixs y heterodosxs, por haber sabido mezclar sin despeinarnos nuestras vidas con nuestros empeños académicos, y las mañanas de reflexiones y debates con las noches de bailar hasta caer rendidxs.
Pero claro, en lo más íntimo, lo que más me enorgullece y de lo que más contenta me siento es de que un montón de viejxs amigxs y compañerxs en estas luchas sigamos teniendo ganas de encontrarnos en León, donde nació el proyecto, de reencontrarnos y reconocernos con veinte, diez, o cinco años más. A lo largo de dos décadas, hemos crecido mucho como personas, y hemos compartido mucho más que un proyecto de investigación. Hemos compartido, como diría Homi Bhabha, “el acto inconmensurable de vivir”, y todavía estamos aquí para
Hablar
sobre nuestro trabajo
sobre nuestras localizaciones
sobre nuestros cuerpos
sobre nosotrxs mismxs.
Los yoes que se mueven
fuera y dentro del campo visual.
Entre las pausas
del tiempo y del espacio
y más allá
de la noción de lo que es ligeramente
insensato (Quincy Gario).
Jornadas Afroeurope@s: Veinte años decolonizando el conocimiento, del 1 al 4 de octubre, se celebrarán en la modalidad presencial en la Universidad de León y on line y también por video llamada, previa inscripción.
[1] . The trans as crossing becomes a space of simultaneities, whose orientation is other than just horizontal. The transatlantic is that space of simultaneity in which the body is also water and energy, the water is also energy and body, and the energy is also body and water. Transing, in this sense, is finding that space of transition with(in) body-water-energy. Water is the embodiment of trans-orientation.