Fuente: Umoya num 104 3er trimestre 2021 Jorge Lázaro Martínez / Beatriz Castañeda Aller.
África: una hipoteca que no vence
Treinta años después de la creación de los Organismos financieros Internacionales, la deuda externa de los países del
África subsahariana apenas ha disminuido al tiempo que se han desplomado servicios básicos como la salud o la sanidad.
Los Organismos Financieros Internacionales son un Papá Noel que entra a robar por la chimenea todas las noches y que una vez al año, con suerte y si los gobiernos han sido buenos, trae algunos de los codiciados regalos que no solamente hay que ganarse, sino que además hay que pagar con intereses. En los países del África subsahariana, la carta a los reyes magos se ha vuelto tan extensa que se han visto obligados a hipotecar servicios básicos como la educación o la sanidad. No en vano, el propio expresidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson
decía que “un país es poseído y dominado por el capital que en él se haya invertido”. Las palabras del expresidente estadounidense, ganador de un Premio Nobel de la Paz y, paradójicamente, el principal instigador de la intervención estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, llegaban unos años antes de la creación de órganos como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.
Con ellos, el colonialismo fue transformándose en nuevas formas
de control y reestructuración de los países subsaharianos basadas en un mecanismo más sutil que las cadenas: el crédito.
Las organizaciones del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se crearon en 1946 para estabilizar y supervisar el sistema monetario internacional e instaurar un nuevo modelo financiero más aperturista.
Aunque el Banco Mundial buscaba reconstruir de nuevo Europa tras el final de la Segunda Guerra Mundial y muchos países industrializados han tenido que ser intervenidos por problemas en sus balances, actualmente los países del sur son los principales
destinatarios de los proyectos.
En la práctica, los préstamos están altamente condicionados y los programas de ajuste estructural están limitados por la imposición de ciertas medidas en la política económica del país deudor.
Así, en esta hipoteca, el éxito no está en unos intereses que probablemente jamás lleguen a cobrarse, sino en la
intervención y presión constante sobre los países deudores, con las consecuencias que de esto se derivan para una reestructuración económica que siempre beneficia más fuera que dentro de las fronteras. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se han convertido en una fuente de
financiación tan esencial en las economías de los países subsaharianos que intervienen de manera constante en los programas políticos y económicos nacionales. Las líneas a seguir no están escritas, pero los países prestatarios deben seguir unos requisitos para poder continuar con el ajuste estructural y cumplir con los criterios descritos en la “Carta de Intenciones”. Revisada anualmente como la carta a los Reyes Magos, el incumplimiento de esta normativa coloca a los gobiernos en la lista negativa y supone la suspensión de nuevos préstamos en el futuro.
Los países subsaharianos no han podido cumplir las condiciones y, en consecuencia, hace años que solo reciben carbón. Cada trimestre entran por la chimenea nuevas políticas neoliberales impuestas por los organismos y marcadas por la devaluación de la
moneda, con el único objetivo de poder exportar más y evitar las políticas proteccionistas en la región. Así, este ajuste satisface a las grandes empresas internacionales en detrimento del comercio y el campesinado local. Desde Europa se defiende que la deslocalización de empresas de Europa a África ha sido un “movimiento de alianzas estratégicas”; no ha sido así, las políticas neoliberales han sido un desastre para el continente africano y los ajustes neoliberales han contribuido a la quiebra de numerosas empresas nacionales en beneficio de las grandes multinacionales europeas.
Claro que los préstamos de los Organismos Financieros Internacionales no serían nada sin sus pajes: los propios gobiernos africanos, cómplices de seguir vendiendo sus recursos e hipotecando sus leyes. Así, los ajustes estructurales han creado una deuda casi imposible de sostener, provocando que no se pueda invertir en servicios básicos como la sanidad, la educación, el desarrollo rural o las transformaciones pacíficas. Los programas de los Organismos Financieros Internacionales no tienen en
consideración el derecho de protección de las personas vulnerables y han sido juzgados por poner en práctica decisiones sin tener en consideración a la población implicada. A pesar de que los pueblos del África subsahariana se han manifestado en múltiples ocasiones contra los proyectos del ajuste estructural, las fuerzas policiales de los gobiernos continúan reprimiendo fielmente a su propia ciudadanía.
Decía Eduardo Galeano que “la división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”.
Mientras la deuda siga ganando espacio en los países del África subsahariana, cada vez les será más fácil especializarse en perder: perder recursos, perder soberanía, perder identidad. Es necesaria una nueva estructura para estabilizar los pagos de
las exportaciones y los precios de las materias primas.
Un sistema de intercambio norte-sur que no emita deuda por la puerta grande mientras extrae bienes naturales por a puerta pequeña. ¿O es que queremos seguir olvidando que el carbón que recibimos cada año proviene de las minas africanas?