África: Muchos pobres para que haya más ricos

Fuente: Umoya num. 104 3er trimestre 2021                         Gerardo González Calvo

Muchos pobres para que haya más ricos

La película de ciencia ficción distópica In Time (en
Hispanoamérica se tituló El precio del mañana) está
escrita, producida y dirigida por el estadounidense de
origen neozelandés Andrew Niccol en 2011. Se desarrolla en 2161 en Dayton, una ciudad situada en el sudoeste
de Ohio, Estados Unidos. En ese futuro tan lejano no
existe el dinero sino el tiempo como moneda de cambio.
Nada más nacer, a cada ciudadano se le imprime en el
brazo izquierdo un reloj digital, con cuyas horas vitales
se pagan las necesidades más perentorias y hasta los
lujos, coches, inversiones, etc. El guardián del tiempo
asegura que “para que unos pocos sean inmortales tienen que morir muchos”. Esos pocos son los más ricos y
los que acumulan millones de años, incluso celosamente
guardados en cajas fuertes.
Esta inquietante película es algo más que una metáfora, como lo fue Fahrenheit 451, dirigida por François Truffaut  en 1966,  basada en una novela de Ray Bradbury publicada en 1953. Si en Fahrenheit 451 -la temperatura en que arde el papel- se denuncia la tiranía del absolutismo, que ordena quemar todos los libros, en In Time se revela la forma de dominio de unos pocos multimillonarios que se sirven del tiempo para dominar al resto de los ciudadanos empobrecidos. Por eso, deben morir muchos para que los más ricos puedan disfrutar indefinidamente acaparando
el tiempo-dinero.


No es retorcer mucho las cosas comprobar que desde
hace muchas décadas unos pocos ricos son cada vez más
ricos, en gran medida a costa de que muchos pobres sean
cada vez más pobres y mueran antes de tiempo. No es de
recibo, por ejemplo, que el 0,5 por ciento de la población
acapare el 20 por ciento de la riqueza mundial. Esa acumulación de fortuna es la constatación de que unos pocos
viven opíparamente, consumiendo cuantiosos recursos
de la naturaleza, hasta creerse incluso con derecho a ello.
Supone no solo una actitud de soberbia, sino un acto de
insolidaridad a escala planetaria.
Pero no solo estos supermillonarios disfrutan de tanta
bonanza. Hay en los países industrializados demasiados
usurpadores de los bienes de la tierra que se permiten
el lujo -o la barbaridad- de que alrededor de un tercio de
los alimentos que produce el planeta se echen a perder.
Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para
la Alimentación y la Agricultura), “con los 1.300 millones
de toneladas de alimentos que se desperdician al año en el
mundo, que es la tercera parte de la producción total, se
podría dar de comer a más de 2.600 millones de personas”.
He aquí algunos datos concretos y complementarios publicados por la revista National Geographic (marzo de 2016):

El impactante límite entre ser rico y pobre en África - Últimas noticias de  la actualidad - Noticias Virales MOTT

-en Estados Unidos comerciantes y consumidores tiran
cada año 60 millones de toneladas de alimentos;
-en Europa se desperdician 89 millones de toneladas de
comida;
-el 46 por ciento de las frutas y verduras que se producen en el planeta no llega a la mesa de los consumidores.
Ante estos datos, no es necesario remontarse al año
2161 para entender que algo se está haciendo hoy muy
mal, 140 años antes de que el tiempo sustituya al dinero
como moneda. Es evidente que el modelo económico
vigente en los países industrializados se basa en un despilfarro colosal, con el agravante de que desperdiciar comida,
además de provocar más hambre, pasa también factura al
medio ambiente.

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