África, ciclismo: Los próximos veranos

Fuente: Umoya num. 103 2º trimestre 2021                                 Joaquín Robledo

El Qhubeka hará historia con Dlamini, primer sudafricano negro en el Tour - Hola News

Cuando tocó salir en alguno de esos días desapacibles que por estos lares nos regalan tres de las cuatro estaciones del año, todos los que nos desplazamos en bici, nos hemos topado con más de un simpatiquillo –unos en plan simpático de verdad, otros mostrando que les molestan las bicicletas entendidas más allá del
territorio del ocio-, soltándonos eso de “¿dónde vas?, no es que las bicicletas son para el verano”. La frase es de esas que causa fortuna, ya digo que nos la sabemos todos y esto ocurre desde que en 1986 Jaime Chávarri dirigiera una película con tal título. La verdad es que ese ‘Las bicicletas son para  el verano’ venía de antes: de 1977. Fernando Fernán Gómez escribió la obra que, tras ser representada en escenarios teatrales, serviría de base a
Lola Salvador para estructurar el guion de la película.
Antes de nada, sepan que en Castilla –el lugar en el que se escriben estas letras- no hay peor estación que el verano para el uso cotidiano de la bici. Como medio de locomoción, claro. Si asociamos el estío a vacaciones y lo de pedalear al ocio, la cosa cambiaría.
Lo que sí es para el verano es el Tour de Francia: la prueba por etapas por excelencia en el mundo del ciclismo se disputa en esas jornadas en las que el verano anda tomando su sitio tanto aquí como allí.


Durante las tres semanas que dura, los aficionados dividimos las etapas en tres grupos dependiendo del perfil y del elenco de aspirantes a vencer la prueba. Si la etapa es llana, vemos unos kilometrillos hasta que la modorra nos venza y nos introduzca en una plácida siesta. Si hay suerte, nos despertamos justo un par de km antes de la meta y así, reconfortados, podemos disfrutar del esprint. Si es de montaña o contrarreloj y entre los participantes hay uno que ejerce la tiranía deportiva, sea Indurain o Lance Armstrong, ocurriera lo que ocurriera después, nos aposentamos sin esperanzas de emoción, conocemos el final, esperamos el momento.
Ahora, en estas mismas etapas, en los años en que son varios los aspirantes, nos puede la inquietud porque nada está escrito. Más aún si entre los destacados encontramos un Perico Delgado, un Pantani, un Chiappucci, un escalador dependiente de la inspiración, de los que si llega la musa no hay pendiente que detenga sus intentos.                                                                Ahora bien, recordando la irrupción de deportistas africanos en la élite de diversos deportes -y dando por bueno lo de las bicis y el verano-, podría ocurrir que no tardando encontremos entre los corredores más destacados a chavales provenientes del continente verde cuyo nombre, por supuesto, aún no conocemos. No es sencillo, de hecho, aunque haya competiciones en todos los continentes, pues las que aportan más prestigio son europeas y el
listado de vencedores está casi copado por ciclistas del viejo continente. Pero, aunque sea poco a poco, hace tiempo que esta circunstancia comenzó a cambiar: los que ya tenemos una edad recordamos las primeras incursiones sistemáticas de corredores colombianos, allá en los ochenta, en las citadas pruebas más renombradas.
El camino, aunque jalonado de pequeños triunfos -etapas, pódiums en grandes vueltas, triunfos en pruebas menores,
liderazgos en la clasificación de la montaña-, no fue sencillo.
Cierto es que Lucho Herrera se impuso en la Vuelta a España
del 87, pero no fue hasta 2019 cuando Egan Bernal venció el archinombrado Tour galo. También de fuera de Europa, de los
EEUU, llegó otro vencedor del Tour, en este caso en cuatro ocasiones: Greg LeMond. Aunque la estrategia de incorporación de éste fue más por asimilación, desde que tenía 20 años formó parte de estructuras europeas.
¿Y los africanos?
Pues aún su presencia es escasa, aunque en la segunda mitad de la década pasada empezaron a mostrar algo de su potencial.
Desde 2007 existe el equipo sudafricano Qhubeka. Iniciaron su andadura como equipo amateur pero enseguida dieron el salto al profesionalismo. No es -no funciona así el ciclismo- una selección africana ni está integrada solo por corredores de este continente, pero sirve de plataforma para algunos de ellos.
La primera participación de este equipo en el Tour fue en 2015. Y no fue testimonial, uno de sus corredores, el eritreo Daniel Teklehaimanot, llegó a lucir el maillot blanco con lunares rojos que le acreditaba como líder de la clasificación de la montaña. Teklehaimanot había integrado ya algunos equipos como el Amore & Vita, había participado en la Vuelta a España de 2012, pero esto era ascender de nivel. Tanto, que las etapas se emitieron posteriormente en algunos cines de Eritrea. La aventura en el equipo sudafricano de Daniel Teklehaimanot concluyó en el 17 aunque no le haya faltado escuadra en la que seguir compitiendo. No es casualidad lo de la aparición del nombre de Eritrea, al igual que en Colombia existen zonas situadas a más de 2000 metros de altitud. Los entrenamientos en estas condiciones, con menos oxígeno por la altura, permiten una mejor adaptación al esfuerzo de los corredores. Claro, que luego hace falta talento y mucho trabajo. Solo así se explica que, en el campeonato africano de ciclismo en ruta, los eritreos copen 7 triunfos de los 10 disputados desde 2010 en que se impuso el propio Daniel Teklehaimanot.
Además del primer tirón lanzado por la generación de Teklehaimanot, empiezan otras a asomar, no son más que el
preludio de lo que viene. Atentos a los próximos veranos.

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