Fuente: La Jornada José Steinsleger 01.09.21
Ayer, a las 9:00 pm, hora de Afganistán, se inició la guerra. Más que la guerra, el ataque militar contra Afganistán. La palabra guerra sugiere una contienda entre partes más o menos iguales, en que la más débil posea al menos un mínimo de recursos técnicos, financieros y económicos con que defenderse…
Sigue: “En este caso, una de las partes no posee absolutamente nada… Llamémosla, sin embargo, guerra […] Un tipo de guerra verdaderamente sui generis […] No es una guerra contra el terrorismo […]; es una guerra en favor del terrorismo […]; los combates serán contra los naturales del país y no contra los terroristas”.
Más: “Después vendrá la gran incógnita: ¿cesará la resistencia, desaparecerán todas las contradicciones o comenzará la verdadera guerra, aquella que fue definida como larga e interminable? […] Millones de refugiados se esparcen ya por todas partes y las dificultades mayores están por presentarse […]
Continúa: A medida que se vayan presentando los problemas previsibles, vendrán la toma de conciencia y el rechazo universal a la guerra […] Hasta los propios ciudadanos estadunidenses […] más tarde o temprano lo comprenderán.
El autor del profético editorial fue un gran revolucionario, y en varias ocasiones advirtió, con preocupación, lo señalado por el presidente Dwight Eisenhower a finales del decenio de 1950: el crecimiento exponencial del llamado complejo militar-industrial
.
Datos al costo: en 2018, el presupuesto militar de EU fue de 665 mil 243 millones de dólares, equivalentes al presupuesto militar conjunto de China, India, Arabia Saudita, Rusia, Francia, Reino Unido, Alemania y Japón, en ese año. En abril pasado, el presidente Joe Biden propuso llevar el presupuesto a 715 mil millones para 2022, luego de que su país gastó 2 billones 260 mil millones en Afganistán (2001-21).
Llevemos el ejemplo al proceso de concentración de la riqueza global, en los últimos años. Según Oxfam, tan sólo 85 multimillonarios poseían en 2014 lo mismo que la mitad de la población mundial (3.5 mil millones de personas). En 2015 los bendecidos se redujeron a 80, en 2016 a 62, y en 2017 apenas ocho (repito, ocho), eran los bendecidos con el cuerno dorado del llamado mundo libre
.
Mientras, Washington libraba su guerra en Afganistán. Un país que en orden alfabético es el primero de la ONU y en las tablas del fundamentalismo teocrático occidental figura entre los más pobres del mundo. Por ende… ¿con qué lógica racional entender la derrota militar de la potencia más poderosa en los anales de la humanidad, a manos del fiero Talibán?
Tema que aturde, poniendo en cuestión la racionalidad occidental
cuando alude a la irracionalidad
de los países bárbaros
. Porque de antemano, estos países saben que, por sobre la hojarasca política, ideológica, filosófica y religiosa, la guerra moderna ha sido el gran negocio de Occidente. Peor: un fin en sí mismo y… caos.
Sin profundizar demasiado, la teoría del caos
dice que si dejamos que una hoja viaje con el viento, será imposible conocer dónde se encontrará esta hoja tras el paso de unas simples horas, y aún más lo será si tratamos de predecir dónde estará la hoja tras el paso de varios meses. Ahora bien: ¿es pertinente ajustar la teoría del caos
a la involución del capitalismo productivo y real, hasta degradarse en abstracción financiera, mafiosa y especulativa?
En 30 años, el fundamentalismo teocrático estadunidense y de la OTAN se metió con países de los que nada sabía, sacando provecho de la desestabilización y dejando ruinas a su paso. Cinco fueron destruidos (Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria), y dos más a cuenta de Tel Aviv y Arabia Saudita (Palestina, Yemen); otros se inventaron (Kosovo, Sudán del Sur), y seis grandes líderes murieron asesinados: el palestino Yasser Arafat, el iraquí Saddam Hussein, el afgano Mohammad Omar, el libio Muamar el Kadafi, el iraní Qasem Soleimani (a cuenta de Tel Aviv), y el triple agente saudí Osama Bin Laden, quien les dio la vuelta.
Un corresponsal inglés me dijo: Nosotros fuimos el último imperio racional. No somos diferentes de los estadunidenses, pues ambos explicamos la libertad y la democracia en una pizarra. Pero cuando los pueblos no querían entender, sabíamos retirarnos a tiempo. En cambio, los estadunidenses siempre les dan un golpe en la nuca, y al final del día terminan resintiendo lo dicho por Tomas Hobbes: el infierno es la verdad vista demasiado tarde
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¿Profecía del maestro que escribió aquel editorial del Granma, o capacidad prospectiva para vislumbrar la realidad, sin melindres teóricos? ¡Hey, políticos, dirigentes y pensadores de América Latina!, ¿estáis ahí o creyendo que Afganistán está muy lejos?