Fuente: https://www.telesurtv.net/bloggers/Afganistan-un-Estado-fallido-20210821-0001.html?utm_source=planisys&utm_medium=NewsletterEspa%C3%B1ol&utm_campaign=NewsletterEspa%C3%B1ol&utm_content=31 Adalberto Santana 21 agosto 2021
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Con el arribo de los contingentes de los talibanes a la capital afgana, Kabul, en este mes de agosto parecería con la paulatina salida de las tropas estadounidense, británicas, turcas y de otros países, que esas columnas fundamentalistas han derrotado a la intervención extranjera en ese país centroasiático. Sin embargo, en nuestra reflexión, pensamos que más bien lo que se ha puesto de manifiesto es lo que buscaba Washington, esto es, generar en Afganistán un Estado fallido. Tal como lo entendemos cuando el propio Joe Biden le manifestó a la ABC News: “no sé como hubiera sido posible que Estados Unidos saliera de Afganistán sin provocar caos”.
En efecto, la ocupación de los marines estadounidense por casi dos décadas en tierras afganas, no generaron grandes cambios y la estabilidad política fue muy precaria. Más bien parece todo lo contrario. Afganistán con la presencia y el peso de la política del Pentágono, se convirtió en una narcoeconomía, ya que la producción del cultivo del amapola se incrementó dramáticamente.
Al mismo tiempo Afganistán se torno en el mayor productor de amapola a nivel mundial. Afirma Tariq Ali que:“Desde la invasión estadounidense, aumentó drásticamente y ahora representa 90 por ciento del mercado mundial de heroína, lo que hace que uno se pregunte si este prolongado conflicto debería verse, al menos parcialmente como una nueva guerra del opio. Se obtuvieron billones de dólares en ganancias y se dividieron entre los sectores afganos que sirvieron a la ocupación. A los oficiales occidentales se les pagó generosamente para permitir el comercio. Uno de cada 10 jóvenes afganos ahora es opiómano”. (“Afganistán: derrota prevista del imperialismo”, en New Left Riview reproducido por La Jornada, 19-08-21). Incluso en el discurso de George W. Bush cuando ordenó la invasión, a la par de pretender acabar con el “terrorismo radical islámico” de Al Qaeda era limpiar de drogas a Afganistán y expulsar a los talibanes del poder. Recordemos que la invasión de tropas estadounidense y sus aliados como fue el Reino Unido, fue después del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York y a la sede del Pentágono. Así, la intervención fue realizada con el nombre de “Operación Libertad Duradera”, el 7 de octubre de 2001. De tal manera que para el 17 de diciembre de ese año, los talibanes ya habían sido desplazados del poder. Una buena parte de ellos emigraron a Paquistán y a las zonas de los pastunes, área fronteriza con ese país (precisamente donde años después fue localizado Osama Bin Laden). Otro más se desplazaron a regiones rurales o montañosas. Ahí teóricamente se pertrecharon y de una u otra manera convivieron con los marines. Las datos del conflicto militar en casi dos decenios son contundentes. Se estimaron que llegaron a Afganistán casi 800 mil efectivos estadounidenses (muchos de ellos indocumentados mexicanos, centroamericanos y de otros países de la región, a los que les prometieron la legalización si se incorporaban a las tropas intervencionistas). Esta siempre ha sido a lo largo de la historia una táctica de las grandes potencias colonialistas e imperialistas. Las bajas de las tropas de la Casa Blanca sumaron apenas un poco menos de 2,500 efectivos. El estimado de los heridos llegó a menos de 21 mil su número según las mismas fuentes militares estadounidenses. En tanto que el alto número de bajas de los ciudadanos afganos se ha llegado a calcular que va de más 47 mil hasta 100 mil como producto de bombardeos aéreos y de otros atentados principalmente por las fuerzas de ocupación. Más ahora abría que sumar a las víctimas que crecen con el arribo a Kabul y muchas ciudades del país por parte de la violencia irracional generada por los talibanes. A la par que también se reportan las nuevas fuerzas de la resistencia civil que comienzan a figurar en otras áreas de la periferia del país centroasiático encabezadas por otras minorías como los tayikos, que en su momento eran los aliados de las tropas rusas. Su principal dirigente Ahmad Massoud ha comenzado a llamar a conjuntar fuerzas insurgentes contra el poder del Talibán.
Sin duda el escenario que la Casa Blanca deja en Afganistán, muestra un panorama de una gran inestabilidad. La República Popular China tiene una de las seis fronteras con ese convulsionado país. Resultando así también esa frágil economía afgana un nuevo tapón para acrecentarla “ruta de la seda”. Por otro lado, los países como Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán (naciones que también formaron parte de la URSS) y donde Rusia mantiene un clara influencia, no desean la inestabilidad al sur de sus fronteras. En tanto que Irák, también desmantelado por la invasión de tropas estadounidense, queda como otro posible polvorín cuando salgan de ahí esos marines. En tanto que al oriente, Paquistán, con sus ancestrales rivalidades con la India resulta otro escenario de conflicto. Sobre todo ese escenario se torna más complejo en medio de la pandemia desatada por la emergencia de la Covid-19 en una región donde su crecimiento infeccioso parece estar descontrolado.
De esa manera en esa región centroasiática se podrían generan fuertes conflictos en sus fronteras, a lo que se suma la ya creciente migración forzada que comienza a impactar a todos los países fronterizos al conflictivo país asiático. En ese sentido el presidente Vladimir Putin con una gran moderación pero con firmeza le manifestó a Angela Merkel en su visita a Moscú (20/08/21): “El movimiento Talibán controla al día de hoy prácticamente todo el territorio del país, incluida la capital. Esta es la realidad. Y, precisamente, debemos partir de ella sin permitir, sin lugar a dudas, la desintegración del Estado afgano». Esto puede entenderse como la búsqueda necesaria de la paz en la región pero sin nuevas intervenciones, pero también para buscar la pacificación de esa área y otras donde Washington ha dejado y hereda una estela de conflictos por sus intervenciones. Lo cual necesariamente incluye nuestra América, donde hoy la Casa Blanca ha vuelto sus ojos y pretensiones imperiales de intervencionismo ya sea en la frontera con México, el Caribe, Centro y Sudamérica donde el complejo militar industrial tiene la imperiosa necesidad de crear nuevos escenarios bélicos para el consumo de su producción. De ahí que el conflicto afgano desde nuestra óptica es necesario interpretarlo como el proyecto del imperio que requiere en su lógica intervencionista, generar inestabilidades donde se fortalezca su proyecto de impulsar Estados fallidos. Máxime cuando esa estrategia imperial vincula en su política injerencista en el siglo XXI, exportar a la región armamento para el crimen organizado, los carteles del narcotráfico y las bandas paramilitares colombianas que asesinan presidentes en Haití y ciudadanos colombianos, centroamericanos o mexicanos. A la par que en su doble moral, hace que su mercado demande más drogas para su creciente consumo. Círculo perverso que se cierra con el lavado de dinero que se realiza ahí donde sus “talibanes” lavan más blanco en los centros financieros de los Estados Unidos (tal como lo hace la mafia cubano-americana en Miami).
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