Fuente: https://arrezafe.blogspot.com/2021/04/abuso-del-planeta-y-la-proxima-pandemia.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+ElArrezafe+%28el+arrezafe%29 22 abril, 2021
COUNTERPUNCH – 21/04/2021
Traducción del inglés: Arrezafe
«Human Miasma» – Priti Gulati Cox
La transgresión de los límites ecológicos por parte de la humanidad ha causado daños generalizados: emergencia climática, pérdida catastrófica de biodiversidad y una extensa degradación de los suelos en todo el mundo. El abuso de la tierra también está en la raíz de la pandemia de Covid-19 y la terrible probabilidad de que sigan surgiendo nuevos patógenos de otras especies animales que infecten a los humanos.
El cultivo intensivo, la creciente deforestación, la minería, la cría industrial de ganado y otras actividades, degradan y destruyen el hábitat de la vida silvestre, lo que deja a los animales sin más alternativa que aproximarse, junto con sus patógenos, a los humanos. La expansión suburbana y el turismo (especialmente el «ecoturismo») también acerca el hábitat humano al silvestre. La caza implica un estrecho contacto con los animales salvajes; de hecho, la hipótesis predominante es que haya sido la caza de murciélagos de herradura la que probablemente inició la cadena de eventos que condujeron a la actual pandemia de coronavirus.
Los seres humanos hemos convivido con animales domésticos durante milenios y nuestros cuerpos han aprendido a lidiar con los patógenos que nos transmitimos mutuamente. Pero cuando los ecosistemas son perturbados o invadidos, los nuevos virus zoonóticos pueden pasar de la vida silvestre a los animales domésticos y de ahí a los humanos. Existe fundada evidencia de que la pandemia de influenza de 1918-19, que mató a más de 675.000 estadounidenses y hasta 50 millones en todo el mundo, comenzó con el paso del virus de la influenza de los cerdos a los humanos en el condado de Haskell, Kansas, en lo que ahora es Fort Riley, contagiando a los reclutas del ejército, y llegando desde allí a los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial.
Los horribles incendios forestales prendidos en el sudeste asiático para despejar las tierras en 1997-98, combinados con una sequía regional, acabaron con muchos árboles frutales en los bosques de Malasia. Huyendo de los bosques muertos, los murciélagos frugívoros encontraron sustento en los huertos domésticos, trayendo consigo el virus Nipah. Los cerdos criados en los huertos se infectaron a través de los excrementos cargados de virus de los murciélagos y transmitieron el virus a las personas que los manipulaban. Nipah ocasiona una alta mortalidad tanto entre los cerdos como entre la población humana, matando aproximadamente al 50 por ciento de las personas contagiadas.
Durante el año pasado vimos que, una vez el nuevo coronavirus se afianzó en nuestra especie, los viajes masivos intercontinentales propiciaron convertir rápidamente los brotes locales en una pandemia. El aire acondicionado –otra tecnología con efectos climáticos severos– también estuvo implicado en los brotes de Covid-19. En verano, temporada en la que los virus respiratorios suelen disminuir, en cambio vio picos de infección dramáticos en toda la franja solar, a medida que las personas escapaban del calor y se reunían en espacios herméticamente cerrados y con aire acondicionado.
Los cruceros de vacaciones, que deberían haber sido prohibidos hace décadas debido a la explotación de los trabajadores y a su catastrófico efecto en los océanos y la atmósfera, albergaron algunos de los peores brotes tempranos. La industria cárnica, saqueadora de suelos y agua, prolífica emisora de gases de efecto invernadero, también resultó ser una eficiente incubadora de virus.
En algunos casos, el efecto invernadero crea las condiciones para la propagación de la infección zoonótica. En el este y norte de África, por ejemplo, las sequías se han vuelto más frecuentes e intensas a causa del desastre climático. Muchos pastores han respondido reemplazando sus rebaños de ganado con camellos que, como es sabido, pueden sobrevivir durante largos períodos de tiempo sin acceso al agua. Como resultado, se ha incrementado el número de camellos en la región, que ahora están en estrecho contacto con los humanos. Es preocupante que el coronavirus que causa el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), ya esté circulando en poblaciones de dromedarios por varios países.
El MERS, que se originó en los murciélagos, se ha vuelto endémico en los camellos y durante la última década ha saltado de los camellos a los humanos. No se transmite tan fácilmente de persona a persona como el virus Covid-19, pero su índice de mortandad es mayor. De aproximadamente 2.500 personas que han sido infectadas por el virus MERS desde 2012, un tercio ha muerto. A medida que las sequías empeoran, los agricultores y pastores llevan a sus camellos en viajes cada vez más largos en busca de forraje. Estos desplazamientos, que a menudo se prolongan durante días y sin combustible para encender fuego, hace que los pastores deban dormir a menudo cerca de los camellos para calentarse. Por falta de fuego y agua, también pueden beber la leche de camello cruda. Todo esto aumenta el riesgo de transmisión de virus.
Es posible que salgamos de la pandemia de Covid-19 para fin de año, pero no estaremos a salvo. Es probable que sigamos enfrentándonos a nuevos coronavirus. Antes del 2000, no se sabía que los coronavirus pasan de los murciélagos a las poblaciones humanas causando enfermedad tan letal. Sin embargo, en las dos décadas transcurridas desde entonces, ha habido tres eventos de este tipo que involucran al SARS-CoV-1, causante de la pandemia de 2002-2004 «síndrome respiratorio severo» (SARS); MERS-CoV, que causa MERS; y SARS-CoV-2, causante del Covid-19.
En un artículo de 2020 en la revista Cell, David Morens y Anthony Fauci –sí, ese Dr. Fauci– dicen que, a medida que alteramos la ecosfera, los patógenos se abren camino hacia las poblaciones humanas con mayor frecuencia: «La pandemia COVID-19 es otra advertencia –que se suma al creciente archivo histórico–, de que la agresiva actividad humana sobre el medio provocará, cada vez más, la emergencia de nuevas enfermedades. Seguimos en riesgo previsible, y la COVID-19 se encuentra entre las llamadas de atención más claras desde hace más de un siglo, lo que debería obligarnos a pensar seria y colectivamente en otra manera de vivir más armónica, reflexiva y creativa, incluso mientras nos preparamos para las inevitables y siempre inesperadas sorpresas de la naturaleza».
Nuestra invasión de la ecosfera ha abierto la caja de Pandora. Además de los virus que causan el SARS, MERS y Covid-19, algunos de los otros coronavirus de murciélago estudiados hasta ahora tienen todas las herramientas patógenas necesarias para atacar a los humanos, y se ha demostrado que infectan y enferman a los ratones de laboratorio. Según un artículo escrito por un grupo de diez investigadores en el campo, existen «grandes grupos de coronavirus de murciélagos distribuidos globalmente» y muchos, como el SARS-CoV-2, están «funcionalmente preadaptados» para infectar humanos. Esa preadaptación puede estar relacionada con las similitudes entre murciélagos, visones, gatos, humanos y algunas otras especies de mamíferos cuyas membranas y células pulmonares, similares a las nuestras, son vulnerables a la entrada de este grupo de virus.
Pero hay más. Desde 2017, otro coronavirus –que emerge, como el Covid-19 y el SARS, de los murciélagos en herradura– ha estado provocando brotes mortales entre los lechones en China. En el laboratorio, el nuevo patógeno parece tener el potencial genético de infectar las vías respiratorias humanas y las células intestinales. Tres coronavirus diferentes que causan enfermedades graves en el ganado, los caballos y los cerdos están estrechamente relacionados con otro virus que durante mucho tiempo ha estado causando el resfriado común en los humanos. Estos virus del ganado pueden adquirir, mediante intercambio genético, la capacidad de infectarnos.
Los científicos están cada vez más preocupados por la propensión de las distintas cepas de coronavirus a la recombinación, es decir, a intercambiar bloques de código genético entre sí. Al parecer, el código que da forma a la proteína «espiga», que permite al virus entrar en las células del huésped, es especialmente propenso a la recombinación, lo que hace temer que el código de las versiones de dicha proteína, pueda servir de «llave» para abrir las células humanas a la infección y pasar de patógenos humanos, como el Covid-19 o los virus del resfriado común, a los virus del ganado. Estos últimos podrían adquirir así la capacidad de infectar a las personas que trabajan en su entorno. En palabras de los investigadores, «los coronavirus pueden cambiar de forma rápida, drástica e imprevisible a través de la recombinación con linajes conocidos y desconocidos».
Los diez científicos que advirtieron que los coronavirus están preadaptados funcionalmente al cuerpo humano enfatizaron, además, que sus datos «reafirman lo que ha sido obvio durante mucho tiempo: que las futuras transmisiones de coronavirus a humanos no solo son posibles, sino probables. Los científicos lo sabían hace años y dieron la alarma apropiada. Nuestra prolongada sordera se paga ahora a un trágico precio».
Lo que es bueno para la ecosfera es bueno para la salud humana, y no somos víctimas indefensas. Escapar a la catástrofe ecológica y reducir la frecuencia de las pandemias que puedan acechar en las próximas décadas está al alcance de nuestra mano, pero requerirá un respeto constante a los límites ecológicos y una gran moderación en nuestras interacciones con la naturaleza.
Este artículo fue publicado originalmente por Land Report.