Fuente: https://www.briega.org/es/opinion/a-proposito-ceuta YOUSSEF M. OULED 23/05/2021
Ya no recuerdo que es eso de sentarse, respirar y escribir. Mi cabeza es un cúmulo de sensaciones. Me abruma la rabia, la impotencia. El ruido lo inunda todo.
Nunca me he sentido de aquí. No porque no sienta apego y cariño a la tierra sobre la que llevo caminando décadas, sino porque siempre hubo elementos recordándome que no pertenecía. Unas veces, ese elemento era un compañero de primaria señalando “que los tuyos han tirado las dos torres”, otras era un noticiario hablando de las fiestas de un pueblo que dan inicio con la tradicional batalla entre moros y cristianos, otras un policía identificándote a las puertas de la feria local en las que las únicas personas cacheadas éramos racializadas.
Somos el enemigo. Este es el mensaje que nos han dado y nos siguen dando los medios de comunicación. Esos en los que se habla de nosotros, sin nosotros. Y cuando se nos deja espacio, es siempre en calidad de testimonios estereotipados, ya es otro opinólogo el que explica lo que nos sucede. Tenemos voz pero hay miedo porque esta puede escupir verdades incómodas.
Somos el invasor. Así nos hemos levantado la población marroquí de este país desde principios de semana. No solo lo dice el líder de una formación política que tiene carta blanca para soltar discursos de odio, acusaciones falsas, mentiras y demás diatribas que no son sino la degradación de una política ya degradada, a la que las vidas migrantes y racializadas nunca le importaron. También lo dice la historia. Lo dicen unos libros educativos que explican la presencia de musulmanes desde la confrontación y no desde la convivencia de quienes han habitado estas tierras, también suyas, durante siglos. Lo dicen unas leyes que persiguen, encierran y expulsan desde hace más de quinientos años. Lo que nos dicen no es nuevo.
Luna es síntoma. Síntoma de una sociedad que no se quiere mirar así misma. Que ve en la caridad la solución a los problemas estructurales que el modo de vida europeo necesita para seguir existiendo. Para que Luna no vuelva a extender sus brazos hacia una persona que ruega amor en lugar de violencia, deberían dejar de existir los expolios coloniales que continúan hoy día, debería hacerse un ejercicio de reparaciones históricas hacia pueblos masacrados, “porque había que civilizarlos”, debería apoyarse las luchas sociales contra dictaduras en lugar de sostenerlas, en lugar de enviarles materiales antidisturbios para reprimirlas, en lugar de enriquecer a oligarcas con acuerdos bilaterales, con el fin de que quien abrazó a Luna no consiga nunca llegar a sus brazos.
Luna es ahora un ícono. Pero no se trata solo de ella, sino de una sociedad que se ha visto reflejada en ella. También hay quienes la mirada la teníamos puesta sobre él. Él, sin nombre, un sin historia pronto deportado, olvidado y silenciado. Como las decenas de miles de personas que llenan esa macrofosa llamada Mediterráneo. Sin nombres como las 24 personas que perdieron la vida el pasado 26 de abril cerca de El Hierro a consecuencia de una necropolítica a la que a ningún político le parece prioridad revertir, a ellos una magistrada los mandó enterrar, en la soledad, sin identificar.
Y a pesar del ruido consigo escribir algo. Y la rabia y la importancia se torna en optimismo. En la esperanza de cambiar los enfoques, las miradas. La esperanza de que a nuestros hijos no les digan que ellos también derribaron esas torres.