Fuente: https://literafricas.com/2022/01/25/el-terrorista-negro-muestra-que-tambien-hubo-lideres-de-la-resistencia-africanos-en-la-ii-guerra-mundial/
En 1987 Ousmane Sémbene dirigió Le Camp de Thiaroye. Basada en hechos reales, narraba el retorno a su tierra de un grupo de tiradores senegaleses tras haber peleado en las filas francesas durante la Segunda Guerra Mundial. La masacre de Thiaroye ocurrió tras manifestarse los anteriores debido a los salarios no recibidos, lo que ocasionó que el ejército francés reprimiera dicha acción reivindicativa a sangre y fuego. La película fue prohibida en Francia.
De un tiempo a esta parte se ha podido leer y escuchar algo más sobre estos hombres que la Historia ha olvidado. Es complejo hablar de ellos como un conjunto porque hasta su propio nombre trae equívocos: se les conoce como tiradores senegaleses porque fue en este país donde se reclutaron por primera vez, pero se nutrieron de hombres de diversas zonas de influencia del Imperio colonial francés en el continente africano. Por ello hablaban varias lenguas y sus culturas eran también diferentes. Algunos se unieron voluntariamente, otros por la fuerza. En torno a ellos se habla de la injusticia del trato, del reconocimiento. También se les denomina bajo múltiples nombres: víctimas, mercenarios o héroes.
El año pasado David Diop ganó el Booker con Hermanos de alma que había publicado en 2018, año en el que se celebró el centenario del final de la I Guerra Mundial. En una trama cruda, en la que se muestra la industria de la guerra como una inmensa máquina que destroza cuerpos y mentes, se desbroza la ingeniería de los franceses para construir una imagen de aquellos “valientes pero salvajes” soldados africanos. En su día ya hablé de cómo esta idea fue introducida entre los franceses bajo una pensada manipulación condimentada con racismo. Así, todas las conciencias se quedaron más tranquilas.
Pero lo cierto, es que detrás de los dos grandes acontecimientos bélicos mundiales, además de las muertes de aquellos que estuvieron en el campo de batalla y que eran en su mayoría campesinos, estaba la de los otros, aquellos que habían sido reclutados en los países africanos para luchar en las filas de países que no eran los suyos, y que además no obtuvieron reconocimiento ni tampoco ningún tipo de recompensa por el sacrificio realizado.
“Durante cuatro batallas, los soldados procedentes de las colonias marroquíes, tunecinos y argelinos por el lado francés, indios y neozelandeses por el británico, fueron enviados al frente: ellos pusieron los muertos y heridos necesarios para que los Aliados pudieran permitirse perder cincuenta mil hombres en una montaña». La anterior es una frase de El arte de perder de Alice Zeniter y habla de 4 batallas durante la IIGM 1944 en Monte Cassino, Italia. Fue la última gran resistencia de los nazis frente a los aliados. Se la conoció también como la Batalla de Babel.
Recuperar la memoria de uno de aquellos africanos es lo que hizo Tierno Monénembo en El terrorista negro.
Hasta ahora la única obra que podíamos leer en castellano de este reconocido autor, que abandonó Guinea en 1969 huyendo de la dictadura de Ahmed Sékou Touré. era El mayor de los huérfanos (Ed. El Cobre) donde indagaba en lo ocurrido en Ruanda bajo la perspectiva de un niño. A finales del año pasado, en cambio, aparecieron otras dos novelas más: El rey de Kahel (Baile del sol y Casa África), con la que obtuvo el Premio Renadout y que cuenta la epopeya de uno de los precursores de la colonización francesa en África del oeste: Olivier de Sanderval, que fue a África a realizar un sueño de niño el de conquistar la región hostil del Futa-Yalón, y El terrorista negro.
A saltos es como se lee esta novela, al comienzo no entendemos quién está narrando, todo se confunde, ya que se vierten los recuerdos de una mujer anciana, quien conoció en su adolescencia al protagonista del relato: un personaje real, Addi Bâ. Un monólogo extraño porque no se sabe a quién se dirige, habla para alguien, habla para si misma, pero que nos va sumergiendo, a trompicones y al capricho de quien lo rememora. De atrás adelante hasta encontrar el origen de un hombre negro, el único que han conocido en aquel pueblo de los Vosgos a donde llega huyendo (“Millares de tiradores senegaleses erraban por los bosques de Francia, abandonados a la hambruna, a los alemanes y a los lobos”), y que acabó fascinando a los hombres y seduciendo a las mujeres.
La descripción de la vida en una aldea diminuta, llena de habladurías y de tradiciones, con sus figuras y sus pequeñas disputas y odios, en las que la aparición del africano que llega maltrecho es todo un hito que marca un antes y un después en el discurrir de sus vidas. La historia nos lleva a la década de los 40, a cómo se fue formando un héroe de la resistencia francesa y creador de los primeros maquis que había sido arrancado de su Guinea natal.
Monénembo cuenta que se sintió interpelado por el personaje real cuando leyó una columna sobre él en un periódico, y decidió que podía ser una buena idea tratar de reconstruir su vida, indagando en archivos pero comprendiendo que no le correspondía a él proporcionar un infalible punto de vista histórico, la ficción todo lo soporta. Fascinado por aquel hombre quiso contar su vida usando el humor en ocasiones y un estilo que oscila entre lo poético y lo eficaz. Sin embargo, no hay excesiva profundidad a la hora de perfilar el personaje, queda en muchos aspectos la curiosidad de saber qué sentía aquel hombre y cómo fue afrontando las zancadillas que el destino le fue poniendo hasta conseguir alzarse sobre ellas. No en vano, es la voz de otra persona, una mujer que le admiraba, la que va desenrollando la historia, y la que prefiere detenerse más en sus compatriotas, sobre todo en las mujeres que rodearon a Addi Bâ.
Sin duda, ese libro tiene el mérito de descubrir otro reverso de la Segunda Guerra Mundial, y mostrar que personas como Addi Bâ no solo lucharon en ellas, sino que llegaron a convertirse en líderes de la resistencia.
“Sobrevivir significaba, ya de por sí, un acto de resistencia. Salvar el pellejo propio era tanto como salvar el de los demás, de todos los demás.
Pero eso es algo que no se comprende de inmediato. Hay que esperar el final de la pesadilla, que todo se detenga: la hambruna y el miedo, los desfiles militares, el estrépito de los trenes, el diluvio de bombas. Y es sólo en el momento en que los valles han recuperado sus colores cuando te das cuenta que acabas de escapar, y en qué medida una palabra, un gesto insignificante contribuyen a preservar la vida. Incluso yo, señor, había hecho actos de resistencia sin saberlo y sin haberlo solicitado”.
El terrorista negro (Le terroriste noir, 2012) Trad. Pedro Suárez Martín. Ed. La Umbría y la Solana, 2020.