Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2022/01/02/basaglia-y-la-critica-del-psicoanalisis-conferencias-debate-franco-basaglia-y-marie-langer/ ENERO 2, 2022
BASAGLIA Y LA CRÍTICA DEL PSICOANÁLISIS. Conferencias-Debate: Franco Basaglia y Marie Langer
Debate: Franco Basaglia | Marie Langer
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Marie Langer: fue estudiante de Freud en Viena, siendo miembro del Partido Comunista Austríaco. Fue luego, médico auxiliar de las Brigadas Internacionales durante la guerra de España; exiliada en Argentina y nuevamente exiliada en México desde 1974, debido a las amenazas de muerte de la derecha fascista del peronismo conocida como AAA.
Franco Basaglia: fue militante antifascista italiano, detenido en su juventud por el régimen de Mussolini, destacado médico psiquiatra, escritor y conferencista. En sus trabajos de Investigación pueden recononcerse las influencias teóricas de Gransci y J-P. Sartre
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LA INSTITUCIONALIZACIÓN PSIQUIÁTRICA DE LA VIOLENCIA
Franco Basaglia
LA INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA
Marie Langer
¿PSIQUIATRÍA O IDEOLOGÍA DE LA LOCURA?
Franco Basaglia
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Los textos de las conferencias fueron editados y extractados para El Sudamericano, de Razón, Locura y Sociedad. Siglo XXI Ed., México. 1978, pp. 15-84
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LA INSTITUCIONALIZACIÓN PSIQUIÁTRICA DE LA VIOLENCIA
Franco Basaglia
Ciudad de México, julio de 1974
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Les agradezco la invitación para hablar de problemas que nos conciernen de alguna manera a todos. Con respecto al tema que me ha sido señalado, o más bien aconsejado, trataré el que está más cerca de la práctica que desarrollo como psiquiatra desde hace muchos años en esa institución pública que es el manicomio. Que yo sea el primero en exponer en este ciclo de conferencias que se refieren al psicoanálisis, a la psiquiatría y a la psicología, tres disciplinas distintas en el interior de una misma problemática, es sólo una casualidad y ello disminuye un poco la vergüenza que me produce el hecho de ser el primero en hablar. Traje una copia de la charla de esta noche, copia que por supuesto no voy a leer. Porque tengo dos desgracias: una, que no se hablar el castellano y, por lo tanto, no puedo establecer una relación directa con el auditorio; la otra sería mi resistencia a leer, porque la lectura es una cosa muerta que no corresponde en absoluto a la relación que se establece entre el auditorio y el que habla. Si hubiera alguna dificultad en mi forma de hablar, si fuera demasiado rapido, les ruego que interrumpan porque la discusión es fundamental y espero sobre todo que al final de mi exposición las preguntas sean numerosas sobre todo lo más escabrosas posibles, porque sólo a través de la discusión puede haber un diálogo real.
Ante todo quiero decir que todas mis reflexiones fueron siempre reflexiones colectivas, es decir una reflexión derivada de un intercambio de opiniones con las personas que trabajan conmigo en el campo de la práctica psiquiátrica.
Empezaré mi charla diciendo que entendí lo que son las instituciones del sistema social que nos gobierna, (el mexicano al igual que el italiano), a partir del momento en que actué en dichas instituciones, en qué viví íntimamente estas instituciones, y me refiero a dos de ellas, a las que designo instituciones de la violencia: la cárcel y el manicomio.
Estuve en la cárcel hace muchos años, durante la guerra, cuando los fascistas me apresaron, y fue en esa circunstancia cuando pude entender lo que es esa institución y cuál es la ideología que respalda a la problemática de la reclusión en una cárcel.
Aquella vez, cuando estaba en la cárcel, era prisionero, es decir estaba del lado de los internados. Pues bien, algunos años más tarde, al terminar la guerra, me recibí de médico y algunos años después me especialicé en psiquiatría, hice mi carrera, me presenté a un concurso y fui nombrado director del hospital psiquiátrico. Entraba por segunda vez en una institución cerrada que se llama “manicomio”. Estas dos instituciones son diferentes, pero en realidad tienen la misma finalidad. La cárcel protege a la sociedad del delincuente, el manicomio protege a la sociedad de la persona que también se desvía de la norma.
Pienso que estas dos condiciones tan distintas, una como internador –es decir como gestor de la institución– y la otra como internado, me clarificaron sobre el hecho de que las instituciones públicas no sirven en absoluto al contenido mismo de la institución. Es decir, la cárcel no sirve para la rehabilitación del encarcelado, así como tampoco el manicomio sirve para la rehabilitación del enfermo mental. Ambos responden a una exigencia del sistema social, quiero decir del sistema social que tiene como fin último la marginación de quien rompe con el juego social. La marginación del que no acepta la problemática de la violencia institucionalizada que gobierna a nuestra sociedad.
Nuestra sociedad, tal como está organizada, no está hecha a la medida del hombre sino que está hecha solamente para algunos hombres que poseen los medios de producción, está hecha solamente pensando en la eficiencia productiva. Pues bien, quien no responde a este juego social es marginado.
Aprovechando la condición de estas personas, que deriva de la trasgresión de las normas realizada por el encarcelado y de la enfermedad en el caso del enfermo, ambos son tratados no por lo que realmente son sino por la molestia social que causan.
Lo que me chocó, lo que me impresionó en el momento en que entré, tanto en el manicomio como en la cárcel, fue ver cómo estas instituciones servían de contención para estas personas destruidas, personas que no podían llamarse nada, que no eran nadie.
La cárcel está compuesta por personas destruidas, personas que esperaban salir, y que cuando salían volvían de nuevo a ella. Por este motivo era la cárcel la que les enseñaba a delinquir. Cuando ingresé al manicomio no pude reconocerme como médico, como psiquiatra, porque no reconocí en ninguno de los rostros que vivían en el hospital nada que pudiera indicarme la naturaleza de su enfermedad.
Como psiquiatras, al ingresar en cualquier manicomio del mundo, encontramos siempre el mismo rostro de enfermo o mejor dicho el mismo rostro de internado.
La cara del internado es una cara de persona anémica, que no dice nada, que se queda quieto, que toma actitudes pasivas y que bajo las órdenes del enfermero, bajo las órdenes del médico, espera el día que no llegará nunca, el día de su salida, el día de su alta.
Bien, yo pienso que el manicomio, un manicomio en México, es la misma cosa que un manicomio en Italia. Entonces nos preguntamos, ¿de qué manera pudieron los psiquiatras hacer un diagnóstico, construir una nosografía por la cual uno se llama esquizofrénico, otro se llama deprimido y otro se llama agitado? Yo, en el momento en que ingresé en el manicomio, no pude absolutamente distinguir entre esta gente: vi únicamente personas oprimidas o personas atadas, personas destruidas, personas que pedían poder salir, irse a su casa, y a las cuales el médico siempre respondía con la misma expresión, una frase que se da en todos los idiomas, en todos los países del mundo. En Italia se dice “domani”, en México se dice “mañana”. Este mañana no llega nunca, ese día que el enfermo espera y que nunca llegará. Esta situación, el tiempo que ya no existe, representa la vivencia del manicomio, su acción permanente, fija, que solamente es útil para su supervivencia; es decir, el manicomio no responde a las necesidades del enfermo sino que responde a las necesidades de su organización. No sé si alguno de ustedes conoce esta situación institucional que es el manicomio, pero si ustedes entran en uno de ellos y siguen día a día la vida de un internado, van a ver que este internado nunca recibe una respuesta a sus necesidades. Por la mañana el enfermo tiene que levantarse a una hora determinada. No puede levantarse cuando quiere, no puede dejar la cama cuando él quiere. Luego debe tomar fármacos, pildoras, cuando los enfermeros se las suministran. Enseguida debe ir a la sala de estar cuando el enfermero lo indica; aun para ir al baño tiene una hora señalada de antemano. Y las diarreas siempre son abundantes, motivo por el cual muchos enfermos se ensucian, “se hacen encima” como se dice. Entonces se les etiqueta como “sucios”, “el sucio”, que es un nuevo tipo de nosografía psiquiátrica. Si el enfermo protesta, se le ata.
Luego viene la hora de la comida. El enfermo abre la puerta y ya está todo servido; los enfermos deben comer muy rápidamente; a continuación, vuelven a la sala de estar. Esperan la noche, y la noche siempre llega muy temprano, porque los enfermeros deben irse y el médico no está, ya regresó a su consultorio privado para atender sus consultas. Más tarde, a las cinco, es la hora de acostarse; entonces se llena a los enfermos de fármacos, de barbitúricos, porque tienen que dormir, porque nadie debe molestar la calma del manicomio, la calma del pabellón.
Este es el tipico día del enfermo internado.
Entonces, frente a estas consideraciones prácticas que vemos acontecer en instituciones públicas, que tendrían que estar al servicio del enfermo, surgen consideraciones que, pienso, son extremadamente importantes y sobre ellas debiéramos reflexionar en este diálogo que entablemos juntos.
El enfermo mental es, pues, la persona que se encuentra internada en estas instituciones de las cuales hablamos, en estos institutos que sirven no al cuidado sino a la custodia del paciente. Estas son las instituciones que los científicos definen como instituciones que sirven para curar a la persona que tiene trastornos mentales, que tiene trastornos que afectan a su relación con los demás. A esta persona se le encierra en un lugar en el que ciertamente sus trastornos no van a ser curados, y en que se le hace un nuevo tipo de terapia que consiste en recuperarlo, no ya mediante una ideología de cura sino mediante una ideología de castigo.
Es decir, lo que subyace y determina la lógica de estas instituciones cerradas es, justamente, no ya una ideología curativa, terapéutica, sino más bien una ideología punitiva, de castigo.
Por ejemplo, podemos decir, si miramos las cárceles, que todos conocemos, que son un lugar de violencia, que representan para el hombre libre el temor por el cual no debe cometer actos de delincuencia, no debe ir en contra de la ley. Si va en contra de la ley es internado en el manicomio, disculpen el lapsus, es internado en la cárcel, y es entonces el temor al encierro la única razón de existencia de las cárceles. Es decir, la contradicción social que representa la infracción de las normas no es considerada en su razón de infracción de normas sino que es considerada como un dato y no como un producto histórico-social. No se considera la contradicción que el hombre mismo es, es decir que el hombre puede delinquir o puede no hacerlo, sino que se lo considera como una unidad, como hombre que se apartó de la norma. Nuestro sistema social, pues, no puede dar cuenta de las contradicciones del hombre, lo toma según él que cree que es: un hombre está fuera o dentro de las normas, y esto se da tanto para el encarcelado, el delincuente, como para el enfermo mental.
Lo mismo acontece con el manicomio; el manicomio representa una amenaza de encierro. Si pensamos, por ejemplo, en un alcohólico, en una persona que bebe, la única terapia que se le hace en el manicomio es obligarlo a no salir del manicomio y a tener miedo del manicomio. Y de hecho el hombre que entra en el manicomio, y sale por un mes, durante un mes no vuelve a beber porque asimiló la agresión, la violencia del manicomio, y luego, cuando vuelve a beber, regresa al manicomio. Este tipo de lógica que considera únicamente lo que es la lógica de nuestro sistema social, destruye a la gente más débil, a la que no responde al juego social. El problema que se refiere a la problemática de la persona que se encuentra internada en el manicomio, subyace también en una ley que es la ley que se refiere a la internación del enfermo. Esta ley dice de manera precisa, que el médico psiquiatra debe proceder a la curación y a la custodia del enfermo. Curación y custodia del enfermo son los términos de una contradicción, porque curación, “cura”, en la acepción latina de la palabra, significa afán, disponibilidad, ser-para. Evidentemente, el manicomio tal cual lo describimos no está en condiciones para responder a este cuidado, a este afán, a esta disponibilidad hacia el otro. Pero, junto con esto, la ley nos suministra el otro polo del discurso, es decir la custodia. El psiquiatra debe custodiar al enfermo de los excesos a que puede inducirle la locura, de los excesos que la enfermedad puede causar en la medida en que la enfermedad es considerada como elemento negativo por la agresión contra el otro, contra la persona diferente.
Pues bien, entre los dos términos el psiquiatra debe elegir uno, curación o custodia, porque no puede hacerse cargo de la contradicción cura-custodia, ya que el tipo de institución cerrada no le brinda esta posibilidad. Cura-custodia, en lugar de ser los elementos de una contradicción, pasan a ser los elementos antinómicos opuestos de una situación que no puede ser resuelta.
Y bien, si hasta ahora el psiquiatra eligió entre los términos de la contradicción el término custodia, hoy, decimos, nosotros elegimos el término curación.
En el momento en que descubrimos que la relación con el internado debe enfocarse como un problema dialéctico y no como un problema de relación adialéctica, acrítica hacia el otro, aparece toda una problemática distinta. En el momento en que queremos transformar estas instituciones, para que se conviertan en instituciones liberadoras y no opresivas, aparece toda una serie de problemáticas fundamentales, a través de las cuales nos damos cuenta de lo que es la ciencia, para qué sirvió hasta el momento, qué cosas ha ocultado y qué cosas no ha ocultado.
Si buscamos lejos en el tiempo podemos ver cuándo aparece el manicomio; vemos que durante el período Iluminista, antes de la revolución francesa, todas las personas asocíales eran recluidas en la misma institución. Prostitución, enfermedades mentales, delincuencia, no había necesidad de separarlas. Todos estaban unidos por una única lógica, que es la lógica de la marginación, independientemente de la especificidad de cada una de estas situaciones.
Ahora bien, el iluminismo, que ha creado otro tipo de hombre, creó también una ciencia que se dividió de acuerdo a cada especificidad, y de aquí nacieron las ciencias del hombre. Nace así la frenología y, al mismo tiempo, la antropología, la psicología; todas las ciencias tomaban al hombre dividido, para ser más precisos, al hombre mismo lo dividían de acuerdo a lo que eran sus necesidades. El hombre tiene una parte psicológica, una parte biológica, una parte antropológica, una parte de alteraciones psíquicas, y así nacieron las diferentes técnicas que se enfrentaban con la problemática humana de acuerdo a lo que era la situación del hombre y los que con él vivían. Nacen así, junto a las cárceles, los manicomios. Los manicomios no cambiaron demasiado desde el tiempo de Pinel, los manicomios quedaron siempre, como dije anteriormente, como defensa de la persona sana en contra de la persona que se desviaba de las normas.
En un determinado momento tenemos pues que pensar que lo que nos enseñan en la universidad es una gran mistificación, es toda una delincuencia porque los delincuentes son los profesores, no los delincuentes.
Yo siento que tengo derecho a hablar de esta manera porque soy profesor universitario y, está claro, me aplico a mí también la etiqueta y no tengo por qué tener inhibiciones. Y lo digo también porque no quiero llamar delincuente a nadie, porque delincuente no es una palabra difamante. Si uno es delincuente, lo es por algún motivo. El problema es, pues, pensar por qué una persona es así y por qué no de otra manera. Bien, yo parto de esta afirmación algo paradójica; cuando dije que los profesores son delincuentes, lo dije por los siguientes motivos: porque el profesor, por lo general, y no hago de esto una situación total, trasmite un saber; y así como el profesor tiene en sí una contradicción primaria que es la del saber y la del poder, así también sucede por otro lado, con el médico. El profesor tiene en sí esta contradicción, la de saber y la de poder, y que de su saber depende su poder, es decir que cuanto más sabe, cuanto más logra trasmitir su saber en una determinada manera, menos poder burocrático institucional va a tener y más poder democrático tiene. Es, entonces, en el momento en que el profesor puede asumir esta contradicción entre el saber y poder cuando logra una cosa, en mi opinión, muy importante. Yo distinguiría –y con esto me aparto del tema principal, pero pienso que es un momento importante para entendernos– entre el técnico del saber práctico1, es decir el técnico que sabe prácticamente, y lo que es el funcionario del consenso.
El profesor que trasmite su saber y que lo hace como si fuera algo muerto, trasmite el poder al estudiante. El estudiante incorpora la agresión de este profesor, porque se identifica con él y se vuelve un pequeño profesor. Prácticamente, esta persona se convierte no en una persona que trasmite saber sino que transfiere el rol de profesor. No sé si está claro lo que quiero decir.
En esta situación el estudiante no aprende nada, solamente trasmite. Trasmite sólo poder y opresión, trasmite cómo hacer para oprimir a los demás, ya que no puede hablar de la contradicción en tanto el profesor no le enseñó a hablar de ella. Lo importante no es que el profesor le enseñe bien su materia sino que trate de crear en el estudiante una relación en la que pueda criticarla, en la que pueda encontrar cuestionamientos críticos a una situación práctica, que es la práctica de la relación estudiante-profesor.
Es a esto a lo que llamo el técnico del saber práctico, mientras que el profesor al que anteriormente denominaba delincuente, es aquel que trasmite su saber en el sentido de trasmitir su poder.
Este comentario que hice sobre el problema de la enseñanza, yo lo traslado al problema de la institución manicomial y veo que es la misma situación, ya que el médico, además de encontrarse en la contradicción de tener que hacerse cargo del cuidado y de la custodia, tiene también un rol pedagógico importante en su relación con los que colaboran con él y sobre todo en su relación con el enfermo.
Desde el momento en que entendimos que el manicomio no responde a las necesidades del enfermo y que, por el contrario, las considera como criminales en el sentido de que las vive como situaciones culpabilizantes, como situaciones que deben –y por eso hablo de criminalizar las necesidades– ser castigadas, vimos cómo la salida a esta situación era establecer una relación diferente; una relación en la que tanto el médico, como el enfermero, y el enfermo pudiesen vivir la misma situación, pudiesen vivir una situación en la que todos compartieran un fin común.
Esta lógica la podrán entender mejor si les digo que ella nace en un período en que surge la misma problemática en otras instituciones. El año 1968 fue para nosotros un año decisivo en la apertura del manicomio. Y lo fue también para los jóvenes de las universidades que entendieron la mistificación de la ciencia, que entendieron que no se les enseñaba nada, que no eran adiestrados de ninguna manera y que el único adiestramiento que recibían era el pasaje sin crítica por una ciencia que sólo estaba hecha para mortificar al estudiante o al futuro objeto de su ciencia (el paciente).
Esto fue muy importante porque nos hizo entender que la sociedad en que vivimos está en una real transformación, porque necesita transformarse radicalmente con respecto a sus valores, y que éstos no son los del sistema social en el que vivimos.
El año 1968 fue muy acalorado aquí en México, como en todo el mundo. En este año cayeron muchas ideologías y en su lugar surgieron contradicciones al querer hacer ciencia de otra manera, de manera alternativa. Fue un año en el cual muchos países se rebelaron y se dieron otra constitución política.
En esos años yo viajaba por Sudamérica, pues había sido encargado por algunos editores europeos para revisar la situación institucional sudamericana con referencia a la problemática psiquiátrica. Visité casi todos los países sudamericanos y encontré que su situación era la misma que la europea. Es más, me di cuenta de ciertas situaciones, por ejemplo que el manicomio estaba afuera, no ya en la ciudad sino en el campo. El campesinado vivía una lógica de reclusión aun estando afuera, libre aparentemente, pero dominado por una lógica de opresión, por una lógica en la que la amenaza de violencia, más que la violencia secular, determinaba la opresión y por tanto la obediencia al patrón.
Cuando estaba realizando este viaje se preparaban las elecciones chilenas que llevaron algunos meses más tarde a Allende al poder y, con él, a la Unidad Popular. En el tiempo trascurrido luego, tuve la gran felicidad de ver lo que Allende hacía con respecto a la salud, y específicamente con la salud mental y con el problema de la desviación psíquica: era la misma cosa que lo que nosotros hacíamos en nuestro hospital, es decir buscaba dar un significado común a la vida de todos. Tanto en el microcosmos de un hospital como en el macrocosmos de una nación, como fue Chile, pasó lo mismo. Pero no era posible que el hombre se expresara.
En nuestro hospital dimos la posibilidad de expresarse y tuvimos una rápida reacción por parte del establishment que nos obligó a responder frente a la magistratura por actos que no podían ser permitidos, porque eran actos que podían llevar a la ‘corrupción’, a la trasformación de una lógica social, referida a una especificidad como lo es la de la psiquiatría. Algunos años más tarde, cuando en Chile los médicos chilenos y el pueblo chileno habían encontrado el sentido de su propia vida en un quehacer común para todos, determinado significado de vida en el querer vivir la contradicción del hombre, en considerar, en tomar en cuenta, tanto al hombre sano como al enfermo –porque la vida está compuesta por enfermedad y salud–, fue en ese momento que Pinochet mató a los médicos, mató al pueblo chileno, porque el pueblo chileno había comprendido lo que era la ciencia burguesa, había entendido lo que era la ciencia imperialista.
Ahora que hice esta consideración general, paso a considerar cómo la ciencia está íntimamente ligada con la política, y cómo el técnico, haciendo su trabajo, está haciendo política y no ciencia. El técnico dice que su técnica es neutral, dice que cura al enfermo y nada más. Ya hemos visto cómo el enfermo tiene en su interior toda la problemática social, que está íntimamente ligada con la lógica2 del sistema social en el que vive. Entonces, podemos ver cómo técnica y política3 están interrelacionadas. Poder y saber están íntimamente ligados cuando modificamos una institución o queremos transformar la ciencia, es necesario trastocar la lógica social, porque si no la ciencia, es solamente… reflejo de una situación represiva, de una situación en la cual el individuo es oprimido, eliminado.
En este momento vivimos una situación bien clara, pero aquí debo detenerme, pues me gustaría que comenzase la discusión, y también porque me informan que ya tenemos que terminar, y entonces tendría que postergar mi discurso.
Quería terminar mi charla de esta manera: estas consideraciones que hemos hecho, plantean una situación bien clara, bien precisa. El hombre está en una situación de la que debe liberarse, y los técnicos son los delegados para servir al hombre en esta liberación de la contradicción en la que vive. En la vida existe la vida y la muerte, en la vida existe enfermedad y salud.
En nuestro sistema social, en la única circunstancia en que el hombre es tomado en cuenta, como hombre en cuanto tal, es en la salud; la enfermedad no sirve a nadie. Cuando un hombre está enfermo debe ser eliminado; nuestra labor, vuestra labor, es la de poder considerar la contradicción en su conjunto, de poder considerar la situación en la que existe la vida, y la vida debe ser vivida por todos, sea patrón o esclavo. Gracias.
Espero haber sido suficientemente claro, me extendí en la exposición por la emoción que me da el hablar de estos problemas. Pudo haber surgido alguna situación que se prestara a malos entendidos, y es por este motivo que invito a los presentes a tomar la palabra para tener una gran “pelea”.
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DISCUSIÓN
Pregunta (inaudible):
Basaglia: Estoy de acuerdo con lo que dice, pero me parece que, en el buen sentido de la palabra, en su pregunta habría dos niveles que se confunden. Es decir, usted dice con razón que el enfermo trasmite a través de sus palabras, de su mensaje, un mensaje de libertad, ¿no?, y que ese mensaje de libertad no puede ser escuchado porque es un mensaje que rompe la norma social, y es por esta razón justamente que se lo interna en el manicomio. El manicomio debería ser un lugar que le ayudara a esta persona a esclarecer la situación, es decir, a esclarecer, con la ayuda de personas expertas, sobre lo que es la manera de vivir la vida, no para volver a llevarlo a través de presiones, sino para llevarlo a una cierta normalidad en su vida de relación.
No. El hecho es que para una persona que rompe con las normas tendría que haber una entidad en la cual la persona pudiera entender lo que es la ruptura de la norma. Y que su delirio a su vez ayudara como veredicto positivo a todos los demás. Por el contrario, la ruptura de la norma no puede ser aceptada por nuestro sistema social, la ruptura de la norma debe ser inmediatamente reprimida, porque las condiciones de nuestra sociedad no son como para poder permitir que una persona sea diferente. Porque el problema esencial es que lo que no podemos permitirnos es lo diferente, es decir ser diferentes. Para nosotros ser diferentes significa desigualdad. El “loco” es diferente, pero se le considera desigual; el negro es diferente del blanco, pero no es desigual.
La verdadera situación es que el negro tiene menos poder que nosotros, y que el loco tiene menos poder que nosotros; entonces nosotros lo etiquetamos diciendo que el negro es violento, que el loco es agresivo; éste es el argumento. El problema es que se dice, además, que si el manicomio tuviese más personal sería menos agresivo, más lindo, etc., podría ser mejor, podría responder mejor a las necesidades de la persona. El manicomio, en nuestro sistema social, por más lindo que sea va a ser siempre un lugar de violencia, porque la única finalidad del manicomio es la de reajustar a la persona a las normas en las que vivimos. Y si ésta es su finalidad; entonces, señorita, es mejor destruir el manicomio.
Pregunta (inaudible):
Basaglia: Tal vez se deba a mi poca comprensión del idioma, pero a mí me parece que usted dijo que si el manicomio estuviera organizado de otra manera, si tuviese más enfermeros, si fuese un lugar más lindo, podría servir al enfermo, podría responder a las necesidades del enfermo, y yo digo que en nuestro sistema social, por más bueno que sea, es siempre malo.
Pregunta: Pero algo hay que hacer con esas gentes que sufren, y a esa necesidad responde la psiquiatría.
Basaglia: No, no es necesario el manicomio, porque el problema es que la vida, el territorio, el mundo en que vivimos, tiene una lógica de marginación. Cuando una persona está enferma, la persona es considerada diferente y es excluida, entonces es internada en el manicomio. Si se acerca, oirá mejor y entonces hablaremos mejor. Quiero contestar.
Pregunta: Pero es que los “locos”, los psicóticos, son enfermos a los que hay que tratar; no se les puede abandonar a su sufrimiento, ni confinarles al suicidio.
Basaglia: Sí, esto es cierto, pero hay que tener cuidado, porque es muy peligroso lo que usted dice; es decir, la enfermedad existe y estoy de acuerdo con esto, es decir existe una situación que no sabemos qué es, que ha alterado la relación con los otros, y que nosotros llamamos enfermedad. Es el sufrimiento que se manifiesta a través del sufrimiento físico, ¿no? Ahora bien, el hecho de que la enfermedad exista es importante, pero es también importante decir lo que se hace con esta enfermedad, es decir el uso político de la enfermedad, cuando usted toma un enfermo y lo interna le pone una etiqueta, lo destruye. El problema de que el enfermo quiera matarse o quiera matar a los demás nos debe llevar a preguntarnos por qué quiere matarse o por qué quiere matar a los demás, y no a decir que es un “deprimido endógeno” y que por lo tanto se encuentra en una situación enferma. Pero esto no es verdad. Aquí tengo al lado mío algunos psicoanalistas, con los que anticipo no estoy en absoluto de acuerdo, que enseñan todo esto. Si una persona está mal, hay que entender por qué está mal, no se puede decir que una persona es agresiva, que funciona como un animal; después de todo no somos veterinarios ¿no? Es evidente que usted dice que por estar enfermo uno quiere matarse, quiere matar; esta afirmación es un dato. Sin embargo, en realidad, es un producto. El hecho de un suicidio o de un homicidio es un producto. Si yo ahora me hago el loco, y quiero matarla –no la quiero matar, pero supongamos–, si la quisiera matar viene la policía y me lleva al manicomio o me lleva a la cárcel; es muy elemental todo esto.
Pregunta: Pero el diagnóstico de esquizofrenia no se reduce a una etiqueta.
Basaglia: Señorita, el traslado del diagnóstico a la puesta de etiqueta es inmediato.
Pregunta: El diagnóstico remite a una forma especial de sufrimiento, de angustia, de retiro de la realidad, a una causa, a una evolución posible.
Basaglia: No, aquí no estamos de acuerdo, porque desde el momento en que usted hace un diagnóstico, la etiqueta es inmediata; cuando usted dice esquizofrenia, en realidad quiere decir una cosa que no es la esquizofrenia sino lo que el médico entiende por ella; y lo que éste entiende es un juicio de valor: bueno o malo; ¿entiende? Es delincuente o no delincuente.
Pregunta: ¿Qué opina del movimiento antipsiquiátrico?
Basaglia: Desgraciadamente el movimiento antipsiquiátrico ha sido entendido de manera muy confusa. Decir antipsiquiatría es como decir psiquiatría, porque es una negación, y una negación, si no es dialéctica, no tiene sentido.
Es otra etiqueta decir antipsiquiatría y ser antipsiquiatras, es ser confusos. Yo soy psiquiatra, y defiendo mi posición de psiquiatra y afirmo: estoy al servicio del cliente y si estoy al servicio de él respondo a sus necesidades.
No tiene sentido hacer cosas absurdas o decir este tipo de cosas, pues el movimiento antipsiquiátrico es interesante. Yo soy amigo de los llamados antipsiquiatras ingleses y en particular de Ronald Laing. En una conferencia dada recientemente, Laíng decía: a mí siempre se me etiqueta como antipsiquiatra.; yo no soy antipsiquiatra, soy una persona que considera de determinada manera mi especialidad, y no estoy en absoluto de acuerdo con los psiquiatras tradicionales, no estoy de acuerdo con el establishment. Yo afirmo lo mismo, aunque no estoy de acuerdo con Laing por otros motivos. Pero yo diría que nos movemos en distintos planos: él actúa más en el plano individual, yo más en el plano “social”; pero este acercamiento, el compartir esta situación, estos son elementos muy importantes. Es también interesante ver cómo el movimiento que prácticamente alcanzó su mayor evidencia en Inglaterra y en Italia, tuvo sin embargo mayor difusión desde el punto de vista de sus publicaciones en Francia, donde no existe en absoluto ninguna práctica antipsiquiátrica, y donde está instalada, diría, la psiquiatría más reaccionaria a nivel internacional. La más reaccionaria del mundo. Ya voy a explicar el porqué. La psiquiatría francesa ha elegido como modelo de evolución, para superar contradicciones de la misma psiquiatría, el modelo psicoanalítico, y el modelo psicoanalítico yo lo entiendo de determinada manera. Espero poder tener una discusión profunda con los psicoanalistas aquí presentes, sobre todo respecto del psicoanálisis entendido no como práctica sino como ideología.
Lacan es el representante típico de esta masturbación mental que representa la ideología psicoanalítica y que no sirve en absoluto a la práctica, sino que más bien representa una situación que sirve solamente a un grupo de intelectuales para fabricar una ideología en provecho únicamente de los grupos de poder.
No sé si esto es un problema de Lacan, ya que los analistas buscan siempre los problemas de los demás pero nunca los propios, ¿no?, pero tal vez puede ser el epígono del psicoanálisis.
Pregunta: Se manejan ciertas categorías diagnósticas como normas, tales como las de salud mental, el diagnóstico de esquizofrenia, y otras por el estilo; pero usted afirmó que existe realmente el enfermo mental. Si se critican las categorías que se usaron, ¿en nombre de qué se dice que hay un enfermo mental? Yo pienso que usted fue un poco tímido al decir que el problema no es tanto el diagnóstico de esquizofrenia, etc., etc., sino el uso que se hace del diagnóstico. Yo creo que el problema está en las mismas categorías que se manejan. No en balde la psiquiatría, desde principios de siglo, sigue manejando las mismas categorías nosológicas, sin haberlas justificado hasta ahora.
Otra Pregunta: Dentro del espacio existente, ¿es posible, y cómo, desarrollar una praxis encaminada a que tales instituciones sirvan a la liberación del hombre? Y una cosa más: hay dos instituciones que teniendo diferencias cuantitativas bastante importantes, como son la cárcel y el manicomio, parecen servir a la misma función represiva de los individuos. ¿Quiere explayarse algo más sobre este punto?
Basaglia: Usted me acaba de hacer una pregunta clave, que yo tenía la esperanza que alguno hiciera, pero que no me atrevía… Yo mostré otra contradicción, porque hablé de la liberación de la institución, pero con la esperanza que alguien me planteara todo lo que usted termina de decir. Es bastante absurdo pensar que en este terreno de opresión, la liberación de la institución pueda ser tal, que se vuelva liberadora allí donde antes era opresora, ¿no? Yo me refiero, como siempre, solamente a la práctica; entonces digo, ¿de qué manera fue posible que la institución que liberé haya sido por un cierto período un lugar de liberación y no de opresión? Yo no soy sociólogo, pero me parece que, entre otras cosas, la sociología muestra lo que cada sistema social hace de sus instituciones. Las instituciones son la estrategia del sistema social. Es decir, la cárcel, el manicomio, la familia, los medios de comunicación, son todas estrategias que sirven para la conservación del sistema social a través de su represión. El análisis que usted hizo entonces es perfecto, ¿no? Pero, cuando en el interior de las instituciones los técnicos que están motivados políticamente se dan cuenta de esta mistificación, tratan de establecer con el contenido de esta institución un nuevo tipo de manejo de la misma que determina el escándalo de la institución. Y crean una situación en la que dicha institución propone algo al exterior. Por ejemplo, la liberación de la institución en la que trabajé creó una crisis en la ciudad. Es decir, el hecho de que los locos estuviesen libres, el hecho de que los locos pudiesen reunirse a su gusto en congresos, el hecho de que los locos pudiesen discurrir sobre la opresión de la sociedad era un escándalo. Se convierte en un escándalo porque la población empezó a cuestionar quiénes eran estos locos, qué representaban estos locos, qué cosa es su delirio, qué cosa es su estar fuera de las normas. Desde ese momento lo que aparece es la problemática de un terreno liberado, un terreno liberado por poco tiempo, pero un terreno en el que aparecen otras contradicciones. Contradicciones que sirven para abrir la conciencia de las personas que están tanto dentro de la institución como fuera de ella; esta polémica, todo esto que hemos hecho, en Italia tuvo en estos días una consecuencia muy importante: se gestó una asociación contra las enfermedades mentales. Esta asociación denunció a un psiquiatra tradicional por utilizar el electrochoque sin indicación terapéutica, suponiendo que pudiera haberla, y por llevar a cabo otro tipo de acciones definidas como terapéuticas, como los masajes eléctricos, etc., etc., haciéndolos pasar como terapia, cosa que suele pasar en todos los manicomios, en todos los lugares de cura, ¿no?
Este hecho fue denunciado, hubo un largo proceso y un psiquiatra fue condenado por tribunales comunes a cinco años de cárcel. Este es uno de los resultados de una acción práctica que desde hace quince años se está desarrollando en Italia, y que se reconoce en este tipo de cosas. Estos hechos son importantes porque sirven, no para crear nuevos modelos terapéuticos, es cierto, pero sí para determinar una nueva conciencia de clase en el interior de la población.
Pregunta: ¿Qué diferencia hay entre decir de un sujeto que es un esquizofrénico a reconocerle como enfermo mental?
Basaglia: No, la diferencia está entre el diagnóstico y la etiqueta, que es muy distinto, ¿no? El hecho de que una persona tenga la pierna rota y se diga que tiene una pierna rota, éste es un diagnóstico. El problema es que mañana, aún con la pierna rota, este diagnóstico puede hacerse una etiqueta, y ser utilizada la circunstancia de que esta persona tenga la pierna rota para marginarla; y lo mismo sucede con la esquizofrenia. Esto es, el uso del diagnóstico no como tal sino como etiqueta, como etiqueta para marginar, para eliminar a esta persona.
Pregunta (sobre la violencia institucionalizada, la violencia desde el poder político represivo y la manera de afrontarla):
Basaglia: Yo creo que usted me está pidiendo una receta para rehacer al mundo y no estoy en condiciones de darle esta respuesta. Yo no digo que estoy en contra de la violencia, yo soy un violento, todos somos violentos, y no pienso que se pueda eliminar la violencia. La violencia es una situación que está en el hombre, y que se verifica, ¿no?, pero naturalmente el hecho de hacer grupos no violentos pienso que no conduce a nada. El problema es la manera de huir de la violencia, de la violencia de la opresión; entonces se plantea el problema de la agresividad, etc., etc., y aquí los psicoanalistas pueden ser maestros. Es en este momento en que debemos crear una lógica distinta en el interior de la sociedad, es decir debemos crear un sistema social donde el hombre pueda vivir con otro hombre; éste es el problema central: crear un sistema social en el que sus elementos sean funcionales respecto del hombre, no que estén en contra del hombre. En caso contrario la violencia es la regla y ésta se convierte en violencia institucionalizada. No digo que otra sociedad no afronte tales problemas; en la sociedad socialista hay cárceles, manicomios, existen las mismas estructuras sociales, hay familia, es decir todas las estructuras sociales que hay en otro tipo de organización social. La diferencia es que el tipo de organización es distinto, el tipo de lógica es diferente.
Debemos ir hacia un tipo de sociedad diferente en la que el hombre sea realmente el centro de sí mismo en su relación con los demás, una sociedad en la que el hombre pueda por sí mismo hacer política y no que sean los demás los que la hacen por él. Mire, usted no hace ciertamente ninguna política; son los demás los que la hacen por usted.
En el momento que usted hace una cierta política, la meten presa. Mire usted lo que pasó con la rebelión de los estudiantes; porque los estudiantes se rebelaron contra la elección hecha por sus padres como delegados del poder, fueron apaleados por la policía, encerrados en la cárcel, torturados, ajusticiados; y lo fueron en tal medida que hoy los estudiantes, en todos los lugares del mundo, tienen la tendencia de reincorporarse a la lógica de la opresión. ¿Decir que quiere fundar un nuevo humanismo en esta mierda de sociedad? No es posible fundar un humanismo si no cambiamos las estructuras de esta sociedad. ¿Y qué quiere transformar, dicúlpeme la expresión, una mierda de un color por otra de otro color? Porque no tenemos ninguna otra posibilidad. Así que el hecho de que usted quiera encontrar otra lógica a través de una técnica diferente en la constitución de grupos, no sirve para nada porque la violencia va a aparecer otra vez, bajo otro aspecto.
Piense usted, por ejemplo, para qué sirven hoy en muchos países del mundo, y en particular en Sudamérica, muchos técnicos de la psicología; pues bien, sirven para ayudar a los torturadores. ¿Usted sabía eso? Así que usted ve pata qué puede servir la técnica: para armonizar una nueva lógica, una nueva técnica con un acto de violencia.
Usted ciertamente no va a estar conforme con esto porque tal vez piensa que podría haber dado alguna receta de solución. Es necesario que usted resuelva el problema de su falta de armonía a través de una toma de conciencia personal; así va a poder encontrar su vínculo de unión con los demás; yo no puedo darle nada más.
Mire, voy a contestarle con una historia verdadera. Durante la guerra, un joven fue a ver a Sartre para preguntarle qué era lo que tenía que hacer. Este estudiante se encontraba en la siguiente situación: tenía a su madre enferma y era su sostén, la ayudaba y la alimentaba, y al mismo tiempo quería ir a luchar en la resistencia francesa contra los alemanes. Fue a ver a Sartre para preguntarle qué era lo que tenía que hacer, si debía ir a luchar o debía quedarse con su madre. Sartre le respondió, y con esto no quiero ponerme en el lugar de Sartre ahora que le estoy contestando: “Mira, la respuesta está en ti, no debes pedírmela a mí. Tú sabes qué es lo que debes hacer”.
*
LA INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA
Marie Langer
Me interesa especialmente dilucidar cómo la institucionalización del psicoanálisis trasforma y distorsiona la praxis de esta ciencia y limita –sin pretenderlo, desde luego– su desarrollo científico.
Se ha dicho muchas veces que Freud y el psicoanálisis fueron revolucionarios, y sin duda alguna modificaron profundamente nuestro conocimiento del hombre. Pero el hecho de que los psicoanalistas al institucionalizarse se hayan trasformado en pilares de la superestructura del sistema, en aparatos ideológicos del estado, como los define Althusser, merece una investigación más detenida. Intentaré aportar algo a esta empresa.
Freud, en su búsqueda del saber olvidado de sus pacientes, descubre la represión. La define como una instancia que impide que los deseos rechazados, lo criticable y moralmente inaceptable, llegue con claridad a nuestra conciencia. Pero esos deseos reprimidos ejercen, desde el inconsciente, su poder de múltiples maneras. Freud los describe como pulsiones instintivas en búsqueda de gratificaciones de tipo oral, anal y genital. Estas gratificaciones se reprimen cuando están reñidas con nuestra ética.
Pero ¿cuál es la ética de nuestra civilización occidental y cristiana? Existe actualmente una contradicción obvia entre la ética que introyectamos desde nuestra infancia y la realidad del mundo en que vivimos. Freud estudió profundamente esta contradicción a nivel de lo sexual, pero dejó de lado el nivel económico. Veamos esto: mientras que en el medioevo, por ejemplo, la pobreza era aceptada como “natural” y compensada en la otra vida (serán los pobres los que llegarán al goce del paraíso, mientras que los ricos tendrán tan pocas probabilidades de entrar ahí como el famoso camello de pasar por el ojo de una aguja) en nuestra época, más incrédula, esta metáfora ya no sirve para arreglarnos con nuestra conciencia. Ya desde pequeños vivimos en un estado de anomia. Porque mientras que nos enseñan en religión y en moral que todos los hombres somos iguales, con los mismos derechos y posibilidades, independientemente de la raza, clase y credo, de hecho no lo somos. ¿Vieron la expresión de extrañeza y perplejidad que muestran nuestros bien cuidados hijos cuando por primera vez tropiezan con el problema del hambre y de la miseria? Pero cuando nos preguntan respecto del porqué de la existencia de niños pobres solemos contestarles con la misma hipocresía, con que nuestros padres nos contaron el cuento de la cigüeña cuando les preguntábamos por el sexo.
¿Qué consecuencia nos trae esta contradicción ética y la mentira y la represión consecutiva? Para aclarar este contexto expondré el resumen de un artículo sumamente importante y ¿justo por. eso? olvidado. Su autor, Fritz Sternberg,4 pertenece a este pequeño grupo de freudo-marxistas –ese nombre terrible que ya no es adecuado– de los años treinta. Mientras que Freud descubre la represión de los impulsos inaceptables y de lo éticamente incómodo a través de lo expresado por sus pacientes individuales, Sternberg, para extender después este concepto a toda la sociedad, toma el camino opuesto. Analizando las diferentes formas de producción y explotación, denuncia la represión que deviene de la existencia de una clase dominante, del hecho de la explotación capitalista. El conocimiento de todo esto es reprimido, porque reconocerlo es “incómodo” y se ha vuelto éticamente inaceptable. Además, es un saber peligroso, porque su divulgación incitaría aún más a los explotados a la lucha de clase. “Saber” de la explotación significa ponerla en duda y no aceptar al sistema capitalista como “natural” y, por eso, incambiable.
No siempre fue así. Sternberg destaca una diferencia decisiva entre todas las formas de producción anteriores y la del capitalismo. Éste, obviamente, no inventó la explotación del hombre por el hombre. Pero adoptó una forma nueva. Y a cada forma de producción corresponde, como superestructura, su propia moral. En la antigüedad la esclavitud respondía a una explotación abierta, totalmente admirada e incluida en el sistema. Por eso los griegos, fervorosos paladines de la democracia, no se daban cuenta siquiera que ésta no era tal, porque excluía a los esclavos. Una sociedad sin clases era inimaginable. También en el medioevo la explotación de los siervos era abierta. Concretamente, diferenciado en tiempo y espacio, podía distinguirse la explotación del campesino del trabajo que debía realizar para subsistir con su familia. Cuatro días por semana trabajaba, por ejemplo, para el señor feudal, en el territorio de éste y tres, en su pequeña parcela para producir lo necesario para su mantenimiento y reproducción. La explotación era concreta y consciente. El señor sabía que explotaba, el campesino se sabía explotado. Nadie podía negar esta situación que saltaba a la vista. Además, para qué negarla si de todos modos era incambiable, ya que tanto el esclavo como el campesino carecían de conciencia de clase. Las condiciones para ésta no estaban dadas.
La situación cambió con el advenimiento del capitalismo. La explotación del obrero industrial ya no es concretamente visible y separable en tiempo y espacio. El trabajo dedicado a su mantención y su producción no difiere del dedicado al plusvalor. Si el plusvalor no fuera negable, los economistas burgueses forzosamente también lo hubieran descubierto. Pero ¿por qué lo niegan? Y ahí Sternberg equipara “negación” con “represión”.5 Porque es un conocimiento “incómodo” y peligroso frente a explotados que, gracias a la forma de producción capitalista, adquieren conciencia de clase y asumen conscientemente la lucha por una sociedad sin clases. Frente a la exigencia de la clase obrera de eliminar la explotación y el plusvalor, la contestación de la clase dominante consiste en la negación: no existe la explotación; es un invento demagógico de los socialistas. Pero para que esta negación sea eficaz, para que los capitalistas puedan, con “buena conciencia”, luchar de día eficazmente contra la clase obrera y dormir tranquilos de noche, la negación se convierte en represión, con todas las consecuencias que esto implica. Desaparecen otras palabras del diccionario de las teorías económicas burguesas y, en general, el pensamiento y la filosofía de la clase dominante sufren las distorsiones provenientes de esta represión. Lo que Sternberg demuestra, en su trabajo, respecto de Nietzsche y Schoppenhauer, intentaré ejemplificarlo con los temas de estudio del pensamiento psicoanalítico institucionalizado.
El ser humano reprimía siempre, en todas las épocas. Pero únicamente en el capitalismo se impuso tal hipertrofia de la represión que se dieron las condiciones objetivas para que Freud la descubriera y estudiara a fondo, a nivel individual e instintivo. Mas como él mismo estaba sumergido en el pensamiento y la ideología de su clase, limitó su estudio a lo sexual y al drama de la familia de su sociedad y clase, aceptando a esta familia como “natural” e inmutable. Hasta aquí Sternberg.
Freud, casi contemporáneo de Marx, y actuando en una sociedad y en una capa social en la cual la discusión del marxismo pertenecía a lo cotidiano, nunca le dedicó más que unas cuantas frases polémicas. Pero esta negación también tuvo sus consecuencias e impuso, además, determinado sello a las instituciones psicoanalíticas.
Para ejemplificar: Werner Kemper, hombre de unos 70 años, analista didáctico –primero en Berlín, después en Río de Janeiro y ahora de nuevo en Berlín– me envió hace algún tiempo un apartado autobiográfico.6 En éste describe el clima reinante en la sociedad psicoanalítica berlinesa al principio de la época nacional-socialista: “Hasta bien entrados los años treinta estábamos tan absorbidos por el psicoanálisis que, inclusive los colegas judíos casi no percibieron las señales de alarma de afuera, pertenecientes al gran acontecimiento mundial. Finalmente, sin preparación interna o externa previa, fuimos arrollados por los acontecimientos”.
Para Kemper, ahora, a posteriori, esta ceguera del grupo es inexplicable y se pregunta por las causas.
“¿Fue escotomización, falta de educación cívica y de comprensión? ¿Fue ingenuidad, optimismo cómodo? De todos modos era una defensa inconsciente para no prever una evolución probable que, si la hubiéramos detectado, habría destruido todos nuestros deseos y esperanzas profesionales y personales.”
Esta defensa inconsciente, esta incapacidad de evaluar adecuadamente una realidad externa, política y social proviene de la represión descrita por Sternberg.
Nosotros nos proponíamos salvar al mundo a través del psicoanálisis. Y no sabíamos, algunos lo ocultaron conscientemente, otros lo tenían reprimido, que como miembros de la clase dominante salvábamos únicamente a nuestros analizandos que pertenecían a la misma clase y participipaban como nosotros de la explotación. Nos sentíamos una élite intelectual, pero no nos dimos cuenta que nuestra asociación, junto con la ciencia que ofrecía, estaba determinada para mantener el valor económico del título de psicoanalista y del psicoanálisis mismo, a costa de otros competidores que excluimos de los beneficios. “Únicamente es psicoanalista, y tiene el derecho de llamarse así, quien pertenece a una sociedad psicoanalítica, miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional.” Encontramos a esta frase, con variaciones, en los reglamentos de todas las sociedades psicoanalíticas “oficiales”. Creo que es la única vez que una ciencia es definida a través de una pertenencia institucional. Esta norma es la base del prestigio científico y poder económico que ofrecerá y manejará la institución. Estábamos en eso, sin darnos cuenta que de un grupo de personas con buenas intenciones nos habíamos transformado en sostenedores de un aparato ideológico del estado.
No acuso. Pues pudimos tomar conciencia por un acto de voluntarismo, en tanto habíamos sucumbido a la represión, descrita por Sternberg. Pero, ¿es correcta la aplicación del término represión frente a la explotación capitalista? Según Freud la represión es la respuesta a impulsos libidinosos moralmente no admisibles. Nunca nos hemos preguntado, aunque aplicábamos el psicoanálisis a tantos enigmas, qué podía significar la apropiación a nivel inconsciente. Significa robo; robo en todas las etapas del desarrollo psicosexual. Significa robar el pecho y la leche, y lo que ahora es latente era manifiesto y admitido en la época en la cual un ama de leche paga alimentaba y daba cariño maternal y calor al niño pudiente a costa de su propio hijo abandonado. Si el dinero se equipara en el inconsciente con excrementos sobrevalorados, apropiarse es robar y vaciar a nivel anal. Ya que en esta sociedad de consumo las mujeres de nuestra clase compran belleza y se convierten a su vez en objetos comprables, la acumulación del plusvalor se convierte en robo de potencia y en dominio a nivel fálico. Además, robamos Eros, para usar el término más general, y robamos años de vida y de proyecto vital. Si miran en la calle nomás, con ojos dispuestos a ver, observarán, por ejemplo, la diferencia física en fuerza y juventud de un hombre o una mujer de 40 años de nuestra clase que están en la plenitud de su vida, con alguien del pueblo de la misma edad.
Pero aunque esta diferencia salte a la vista, según tengo entendido no ha sido objeto de estudios psicológicos. Sin embargo, últimamente los compañeros que se desempeñan en el Instituto de Medicina de Trabajo investigan la relación entre diferentes clases y capas sociales, años de vida y proyecto vital. Llegaron a la conclusión de que mientras el hombre y la mujer de clase media, de treinta a treinta y cinco años, sienten que “tienen la vida por delante”; a su vez el obrero y la obrera de la misma edad, bien que gastados por su labor malsana y agotadora en el proceso de producción, interrogados respecto de su futuro, lo delegan todo en los hijos. Hay que trabajar más todavía, hay que hacer horas extras o dos turnos para poder solventar la educación de los hijos. Ya que uno está reventado, que por lo menos los hijos sean profesionales y se liberen así de la fábrica.
Actualmente a nosotros, padres analistas o analizados, ya no nos es difícil aclarar a nuestros hijos pequeños cómo se hacen o cómo nacen los niños, pero nos cuesta hablarles de la muerte, por nuestra propia impotencia frente a ella. Y no sabemos cómo explicarles la miseria y el hambre, por la culpa que nos da ser cómplices del sistema. Cuando, obligados por las circunstancias, tenemos que enfrentar las preguntas de nuestros hijos, el niño responde con susto e incredulidad. La noción reprimida del robo permanente, del cual participamos como clase, es causa de mala conciencia, la que, poco a poco, se trasforma en mala fe y en malestar en la cultura. Pero es justo esta causa del malestar, la que Freud omite en su investigación.7
Este malestar y las consecuencias de la represión para los procesos de pensamiento y conocimiento son generales. Pero se manifiestan en mayor grado en los núcleos psicoanalíticos por dos razones: 1) nuestra vocación de curar y reparar entra en una contradicción muy grande con nuestra complicidad con el sistema; y 2) nosotros dedicados constantemente a levantar represiones y dar y adquirir conciencia de situación, pagamos más caro que otros por nuestra mala fe social.
Repito, éramos un grupo selecto, culto, inquieto, de buena voluntad. Trabajábamos mucho y ganábamos bien. Tratábamos a gente como nosotros, les enseñábamos, a través de interpretaciones adecuadas, a resolver con suma rapidez sus problemas; económicos y, más lentamente por cierto, sus dificultades sexuales. Pero, igualmente reprimida, en el fondo, sufríamos de mala conciencia. Frente a ésta, como frente a cualquier represión, se ponen en marcha diferentes mecanismos de defensa y surgen transacciones y alianzas corruptas.
¿Cómo son nuestras instituciones en general? Mientras que los primeros analistas llegaron a Freud, fascinados por su gran descubrimiento y dispuestos a enfrentar la indignación y resistencia que les oponía la sociedad, en oportunidad en que el psicoanálisis no rendía ni a nivel económico ni de prestigio sino que era una gran aventura intelectual, nosotros, los epígonos, los psicoanalistas institucionalizados desde hace años, atraemos a la juventud por ser modelos de Salud Mental y de status. Nos consideran envidiables. Armando Bauleo8 nos describe como “fuente de identificación”, ya que “damos permanentemente la imagen de libertad”. Somos libres en los honorarios, en los horarios, en la producción intelectual y hasta en los instintos; para nosotros no existe ningún tipo de represión, nuestros comportamientos a lo sumo son sólo “ajustados” a la realidad […]. En las instituciones analíticas no se rivaliza ni se compite […]. El mundo ideal se va instalando provocando la envidia, el anhelo, el proyecto y hasta la ambición desesperada de quienes no pueden desarrollarse en esta sociedad”.
Destaqué antes el grado de malestar que, en contraste con la imagen que damos, reina en el pequeño campo de las sociedades psicoanalíticas, justo cuando ya se han impuesto y no tienen que luchar más contra un ambiente hostil. Creo que todo analista de pertenencia larga a una asociación estaría de acuerdo conmigo sobre este punto. En esta oportunidad intento analizar las causas de este malestar que el candidato a analista desde ya desconoce. Su expectativa es bien distinta. Espera que, al trasformarse en analista, es decir en persona dedicada a curarse y curar a los demás, se liberará del malestar que tiñe a toda nuestra sociedad. Sin embargo poco a poco percibe que, al entrar en la carrera y en la institución, en lugar de salvarse de conflictos, los agravó.
Freud nos brindó el psicoanálisis para poder curar ciertos cuadros neuróticos muy concretos, para comprender mejor nuestras motivaciones secretas y para seguir investigando en la línea que él nos había trazado. Nosotros, idealizándonos e idealizando su método, para reforzar así la represión de nuestro saber social, esperábamos transformaciones y armonías totales y pensábamos que con un análisis bastante prolongado y profundo nos íbamos a convertir en superhombres. (Hasta se pensó salvar al mundo. ¿Se acuerdan, los mayores de entre ustedes, cuántas veces se oía durante la guerra fría que si Roosevelt o Eisenhower y Stalin se analizaran el destino del mundo sería resuelto?)
Y trasmitimos esta esperanza, hecha promesa, a núestros seguidores. Todo esto ocurría a pesar de que Freud nos previno contra estas ilusiones,9 y aun sabiendo a priori que las personas que deciden dedicarse al psicoanálisis son más conflictivas (y necesitadas de reparar) que el hombre común. Cuando nos dimos cuenta de nuestras limitaciones, ya era tarde. Y para mantener la imagen pública y publicitada, callábamos hacia afuera nuestras críticas y desilusiones y nuestro saber sobre las debilidades de los mandarines del psicoanálisis, los analistas didácticos. Protegíamos nuestra imagen en alianzas corruptas, con una jerarquía férrea.
Dije antes que Freud nos trazó cierta línea para nuestras investigaciones. Que ésta no desemboca en el descubrimiento de la represión de nuestro sentimiento de culpa por el robo del plusvalor –apropiación en la que se basa nuestra sociedad capitalista– tiene su lógica. Freud estaba demasiado absorbido por su obra, demasiado necesitado de tranquilidad social para fortalecerla suficientemente; estaba también demasiado ligado a sus analizados, que eran de su clase o de clase alta (a veces pienso si Freud no rechazó también a la Unión Soviética tan rotundamente porque muchos de sus primeros pacientes pertenecían a la aristocracia rusa), como para cuestionarse el sistema en que vivía. Pero que nosotros, tantos años después de Freud, no hayamos entrado seriamente, y no extrapolando, en el campo social, se explica por nuestra institucionalización profesionalista. Un pensador tan sabio y viejo como Bion10 predijo que los próximos descubrimientos psiconalíticos provendrán probablemente desde fuera de las sociedades, ya que éstas, de continente protector de un pensamiento revolucionario se habían transformado en su traba.
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DISCUSIÓN
Pregunta: ¿No cree que el psicoanálisis, al introducirse en el sistema gubernamental, haría tambalear el status del aparato, aquí, en México?
Langer: Realmente sé muy poco de México; es la segunda vez en mi vida que vengo aquí. Pero no creo. En algún momento de nuestra gran euforia analítica, me acuerdo, se dijo que si Stalin o Roosevelt se analizaran se terminaría la guerra fría. Pero a esto respondo: 1) que no se analizan, y 2) que la guerra no hubiera terminado por eso.
El psicoanálisis institucionalizado no es apolítico; forma parte del aparato ideológico del estado; es como la educación o como los medios de comunicación de masa. No es apolítico. Es aparentemente apolítico, pero no lo es. Y el psicoanálisis de izquierda, si se puede llamar así, tiene muchas tareas científicas que realizar. Una de éstas es elaborar el concepto de realidad en Freud. ¿Qué quiere decir concepto de realidad? Y el concepto de realidad, de todos modos es del adulto, que lo trasmite al niño, y es la realidad de la clase dominante. ¿A qué llamamos realidad? La neutralidad valorativa del analista no existe; nadie de nosotros es capaz de ser neutral frente a lo valora ti vo; todos tenemos nuestro esquema de valores, conscientes e inconscientes. Entonces, según el criterio consciente o inconsciente de realidad y de meta social del psicoanalista, se forma su concepto de salud mental. Y este concepto de salud mental también ya es totalmente ideologizado.
– Estamos en el análisis institucionalizado. No creo que pueda haber acá otro destino, si supongo en serio, y así lo hago, que la institucionalización del psicoanálisis, que lleva a la estratificación de una sociedad analítica, al poder del saber, a la represión de la explotación y a los diferentes mecanismos de defensa que pueden ser la huida hacia el cientificismo, la huida hacia la vida fetal, la huida hacia lo que fuera, pero huida al fin.
Pregunta: ¿De qué manera actúan los psicoanalistas del grupo disidente fuera del consultorio, de su trabajo profesional?
Langer: En parte, actúan directamente en política, en parte no; lo que contesté antes. Después, actúan principalmente en la Universidad de este momento. En Argentina la Universidad estuvo por mucho tiempo aplastada; y con el advenimiento de la dictadura de Onganía muchos profesores afines habían renunciado. Desde entonces no se podía colaborar con ella porque el curriculum de cada uno pasaba por la CIA. Me temo que sigue pasando por la CIA; pero igualmente, en la actualidad la izquierda está en la universidad. Entonces ésa es una colaboración, el trabajo en los hospitales es otra colaboración, el trabajo en el Centro de Investigación y Docencia Gremial también lo es.
Pregunta: ¿Cómo se lleva a cabo la terapia analítica individual por parte de los analistas marxistas, y de qué manera se aplica el marxismo a esta terapia?
Langer: No hacemos otra terapia analítica, sino enfocamos de otra manera, creo. Lo que yo les dije antes: no hay analista cuyo esquema de valores no influya en lo que dice a su paciente. O, tomemos estrictamente una sesión analítica: hay un cúmulo de asociaciones libres; el psicoanalista elige inconsciente y espontáneamente tal o cual línea; después, frente a cada problema, toma ésta o aquella actitud. Yo diría, de una manera un poco general, que si hubo un cambio tenemos que mencionar que tal vez estamos ahora en favor de análisis más breves, que estamos muy en la vuelta a Freud; pero no hay en la técnica, ni en la teoría de la técnica, estrictamente modificaciones producidas por el marxismo. Lo que si hay, por ejemplo, es un cambio en la actitud de la gente, pues, en los últimos años, me vienen a ver y dicen: “quisiera analizarme con alguien ideológicamente afín”; ustedes conocen el concepto de Freud del psicoanalista impersonal y “pantalla”, del cual el paciente no debiera saber nada. Yo estrictamente mando pacientes a analistas ideológicamente afines, para que entiendan la problemática total de su analizado.
Pregunta: Dice usted que el psicoanálisis de izquierda tiene muchas tareas científicas que realizar. Sin embargo, ante su afirmación respecto de que los psiconalistas actúan en forma aislada, me pregunto: ¿no deberían actuar en forma colectiva para reabrir sus tareas de revalorización crítica, que usted menciona?
Langer: Miren, si digo “aislado”, no lo es tanto, pues siempre hay grupos de estudio y equipos de gente que trabajan juntos. Yo digo no institucionalizado. Tal vez valdría la pena ver cuáles pueden ser los temas importantes a discernir; uno de ellos es el concepto de realidad, como les dije antes; otro sería el concepto de salud mental. Pero tal vez lo más importante sea la ubicación de la ideología y las motivaciones inconscientes en cada historia individual, es decir donde se liga psicología social y psicoanálisis; sería en la familia: es allí donde hay que ver cómo entra la ideología de la clase dominante en la persona.
Pregunta: ¿Qué nos puede decir de la técnica analítica? ¿Qué de Wilhelm Reich y su influencia, y su idea de prevención del fascismo y de las neurosis?
Langer: Yo siento que la técnica analítica freudiana está bastante retrasada en relación a la teoría del psicoanálisis. No sé hasta dónde en la actualidad se está trabajando en la práctica más por la prevención que por la cura de las neurosis.
Trabajo como analista y he cambiado en el sentido de no tomar tan estrictamente el encuadre. Pero esos son detalles que tal vez después se van a discutir en un seminario en el cual se puede profundizar más. Pero lo que usted dice de Wilhelm Reich es otra cosa, Wilhelm Reich tuvo una época politizada, sumamente politizada, cuando perteneció al Partido Comunista Alemán, antes de la toma del poder por los nazis. Sus conceptos analíticos estaban, podrían haber estado en lo preventivo si hubiera tenido el poder; pero como no lo tenía estaba en lo propagándístico, en la idea de poder atraer masas de personas jóvenes y separarlos del peligro del fascismo a través de toda su teoría sobre la importancia de la sexualidad, etc. Análisis del carácter, es análisis nomás, es análisis donde él enfoca determinada línea de trabajo. Y lo muy posterior, lo del orgón etc., ya no tiene nada que ver con el análisis, ni con política, está fuera. Entonces, por ejemplo, lo que Reich hizo en política, analíticamente, en la época del movimiento Sex-pol, podría ser aplicado o podría tener su utilidad preventiva de neurosis en cualquier estado que esté dispuesto a aplicarlo. Este estado forzosamente tendría que ser un estado de izquierda, porque todo el enfoque va contra la familia patriarcal. Y, según Reich –y ahí le creo totalmente–, ir contra la familia patriarcal es prevenir contra el fascismo; además, y simultáneamente, es prevenir contra la neurosis.
Pregunta: Pero del psicoanálisis caracterológico en sí, que difiere bastante del análisis ortodoxo freudiano, creo que es aplicable aún dentro de un sistema capitalista.
Langer: El análisis caracterológico de Reich es un análisis muy sistematizado, pero no es un análisis revolucionario, de ninguna manera. Es una modalidad técnica, pero no más que eso. Ahí no vería lo revolucionario de Reich, pero sí en su trabajo sobre la psicología de las masas y el fascismo. En su trabajo estrictamente técnico de la época analítica puede haber algún aporte técnico, pero ningún cambio fundamental, ni revolucionario.
Pregunta: ¿Qué opina de los conceptos vertidos ayer por el doctor Basaglia?
Langer: Basaglia tiene un mérito enorme, cual es estar en una praxis de lucha, en una praxis revolucionaria, en donde sus conceptos sobre la institución psiquiátrica concuerdan con sus conceptos marxistas. ¿Qué opino yo de lo que opina él del psicoanálisis? Tenemos alguna aclaración que hacer todavía; ayer quedamos en que lo vamos a aclarar porque no sé si él diferencia entre lo aceptable y lo no aceptable del psicoanálisis o lo rechaza totalmente. Si fuera así, tendríamos una divergencia a este nivel; si fuera un no a la institución psicoanalítica, tanto como su no frente a la institución psiquiátrica, concordaríamos totalmente. Supongo que la cosa debe estar en medio.
Pregunta: ¿Qué opina del movimiento de liberación femenina?
Langer.: Hay varios movimientos de liberación; entre otros hay uno que es bastante lesbiano; pero no es lo que más me preocupa. Mi preocupación central respecto de los movimientos más bien lesbianos, es que no quieren realmente un cambio de clase sino que quieren tomar lo peor de los “derechos” de los hombres en una sociedad patriarcal-capitalista. Miren, los movimientos de liberación de la mujer están integrados o no, porque hay muchos –en Argentina tenemos tres–, en partidos políticos. Yo creo, como lo mencioné antes, que la liberación de la mujer se da dentro de una sociedad liberada. Lo que sí importa destacar es que, por ejemplo, Fidel Castro, está totalmente en favor de profundizar y seguir en el movimiento de liberación de la mujer, en Cuba misma, porque dice que tampoco allí la mujer logró, al menos por ahora, la liberación. Pero desde ya no se va a liberar si no se libera la sociedad. Ahora, que un subgrupo de liberación femenina que está totalmente dentro del sistema sea lesbiano o no, no me importa, como en general ni me molesta ni me importa que una sea lesbiana o no, homosexual o no; la cosa no pasa por ahí.
Franco Basaglia: Después de esa crítica a la institución, realmente queda muy poco del psicoanálisis, pues el psicoanálisis se identifica con una agencia de adaptación a una sociedad represiva.
Langer: Queda poco y queda mucho. Ahora contestaría de nuevo al compañero que me preguntó por qué sigo analizando. Queda mucho si tomamos en cuenta toda la importancia del inconsciente, y del inconsciente que determina nuestras actitudes, y que puede aclararse, hacerse consciente, hacerse racional, dentro de lo que llamamos racionalidad; porque también la racionalidad puede ser una racionalidad de clase dominante, o no, o puede ser una racionalidad de lucha. Como lo dije antes de la realidad. ¿Qué más queda? Queda la aplicación en los tratamientos psicoterapéuticos en general, donde necesitamos los instrumentos que debemos a Freud. Freud dedujo su teoría: el complejo de Edipo, etc., de la familia existente. Nuestros pacientes tienen esa familia existente, y la comprensión analítica nos puede ayudar a mejorar y disminuir los desastres que hizo la familia en cada situación, tomando en cuenta justamente también los otros conceptos básicos freudianos, el de la transferencia por ejemplo. Pero con eso no quiere decir que debiéramos seguir con esta familia, sino al revés, pues en las generaciones futuras el reflejo inconsciente de la situación familiar será muy distinto. Queda también el concepto de mecanismos de defensa y otros más. Pero espero que lo que no quede sea la ideología de las sociedades analíticas.
Pregunta: ¿Cómo podríamos relacionar el psicoanálisis, considerado exclusivo de la clase privilegiada, con el pensamiento de izquierda?
Langer: Hasta ahora el psicoanálisis, ejercido privadamente, es sumamente caro; ha sido privilegio de la gente de dinero. Creo que las indicaciones van cambiando. Creo que a la larga, en una sociedad cambiante, el psicoanálisis también puede ser un instrumento muy importante para el especialista. Las diferencias técnicas de psicoterapia analítica, que se están elaborando, o que simultáneamente incluyen también otros aportes, serán el tratamiento de preferencia o el tratamiento más general. Aún no sé qué hacer con la pregunta respecto del pensamiento de izquierda. El hecho de que el psicoanálisis haya sido de gente privilegiada tiene que ver con el pensamiento de izquierda, pues uno no puede dejar de decir que, si el psicoanálisis es útil, se presenta como otra ventaja para los ricos; y sigo creyendo que es útil siempre que sea ejercido de una manera útil. Entonces los privilegiados tienen un privilegio más, cual es el acudir al análisis; y los no privilegiados tienen una carencia más, que es no ser atendidos de la mejor manera posible en su problemática psicológica.
Pregunta: ¿Qué tipo de compromiso adquiere el paciente cuando es atendido en forma gratuita, cuando se supone que el pagar estimula el progreso del paciente?
Langer: El pagar no estimula el progreso del paciente. Se puede trabajar perfectamente sin pago alguno. Además es un absurdo que se haya dicho siempre que es necesario pagar, porque nos olvidamos que el ejercicio actual del psicoanálisis engloba adultos neuróticos, adultos psicóticos y niños. Y nunca los psicóticos ni los niños pagaron sus tratamientos por sí mismos, y nunca los psicoanalistas, que cobraron a los familiares, se sentían por eso en infracción con la teoría psicoanalítica.
Pregunta: ¿Qué nos puede decir sobre Fromm? ¿Es verdaderamente un psicoanalista de izquierda?
Langer: Ustedes conocen mejor a Fromm que yo; vive desde hace muchos años en México. Yo creo que ha sido un psicoanalista de izquierda, pero esto ocurrió muchos años atrás, pues actualmente se deslizó hacia la mística, lo que para mí no vale.
Pregunta: ¿Cree usted que una interpretación de tipo social penetra más rápidamente en el rol nacional que una interpretación de tipo individual arcaico?
Langer: Así no se entiende bien. Miren, quisiera plantearla de otra forma: ¿Cómo se pueden diferenciar criterios de salud? En un seminario sobre técnicas, un analista presenta un candidato diciendo: “se trata de un ingeniero casado, etc., que viene a tratarse por tal sintomatología sexual y por tal otra cosa, y es un hombre exitista”. Entoces yo les diría, si un analista define así a un paciente exitista, entonces tiene el criterio de que eso es un síntoma. Yo me imagino perfectamente a otro analista que ve a otro paciente, lo define, tac, tac, tac, y dice: “es una persona exitosa”; el analista que lo define como “exitoso” estaría dentro del aparato ideológico, mientras que la persona que dice «exitista» tiene un enfoque social diferente. Desde ahí, uno u otro van a interpretar de manera diferente el mismo material. Pero no es la contestación directa de su respuesta, porque así no se la puede contestar.
Pregunta: ¿Cómo se afronta el problema de la pérdida del proyecto vital a temprana edad en un sistema que obliga a ello a través del mecanismo de producción en serie y de la pertenencia a la familia?
Langer: Se puede estudiar, se puede investigar, se puede ver cómo se puede colaborar en el cambio social, pero no se puede resolver. Yo considero que el psicoanálisis tiene muy poco valor terapéutico desde este punto de vista, ya que sólo se aplica a un número muy reducido de personas. Ahí estamos en algo cualitativo y cuantitativo del psicoanálisis; obviamente el psicoanlálisis puede ser integrado útilmente en prevención, pero también muchas veces lo es al revés, es decir en favor del sistema. Ahora bien, el psicoanálisis como valor curativo es también relativo; lo admito totalmente. De nuevo, frente a cierta sintomatología está muy bien. Para mí, el mayor mérito del psicoanálisis, para las personas que sí tienen el privilegio o pueden darse el lujo –llámenlo como quieran– de analizarse, es que se conozcan y que puedan adquirir cierta sinceridad frente a las propias mentiras y la propia hipocresía; la propia, la ajena y la del sistema.
Pregunta: ¿Cómo sugiere que se solucionen las dificultades entre el compromiso del científico con la objetividad y el compromiso ideológico para la cura de las psicopatologías?
Langer: El compromiso del científico con la objetividad –ahí estamos de vuelta con el problema de qué es objetividad, qué es realidad– en las ciencias sociales no existe; en la ciencia, esta interrelación humana no la hay. Yo, frente a un síntoma, puedo decir que es patológico; ahí puedo tener objetividad. Ayer se habló mucho de qué es enfermedad mental y qué no lo es. Pero supongamos que una persona adulta sana no puede cruzar la calle; yo puedo decir con objetividad que padece de una agorafobia, y que debiera curarse. Ahí no se trata de un compromiso ideológico. Pero frente a todo lo otro, el carácter, el estilo de vida, etc., no puede haber objetividad. Vuelvo al ejemplo de antes: el criterio de “exitismo” o “exitoso”. Pero cada una de las personas que diagnostica así, suele sentirse subjetivamente objetivo.
*
¿PSIQUIATRÍA O IDEOLOGÍA DE LA LOCURA?
Franco Basaglia
Entonces esta noche yo propondría retomar la discusión del otro día. Entre las preguntas que se me hicieron y que no me fue posible contestar porque no había más tiempo elegimos dos preguntas que me parecen muy importantes como tema central de la charla de esta noche.
La primera de ellas dice así:
¿Cómo resolver, en cuanto médicos, la contradicción de una institución de salud mental, el manicomio, que es una institución represiva, en una sociedad que expresa su necesidad de ella, y a través de ella, y se opone al cambio?
La otra dice lo siguiente:
Si es el técnico el que debe liberar al hombre, ¿qué postura es posible ante el hecho de que es precisamente el técnico el que impide esta liberación, el que acaba la destrucción de quién se vale de las normas sociales, destrucción que paradójicamente nace en la célula social básica del hombre, esto es, la familia?, ¿quién cura al técnico?
Pienso que las dos preguntas son realmente emblemáticas, y estoy muy contento de que las hayan formulado porque significa que la atención del público de la otra noche fue muy grande y quiere decir, además, que lo que dije fue comprendido, gracias a mi traductora.
El final de la segunda pregunta me parece muy interesante: ¿quién puede curar al técnico? Justamente el que formuló esta pregunta se cuestionó seriamente lo dicho la otra noche, si es cierto, si tiene sentido lo que dije el otro día.
El técnico que se sitúa frente a la nueva problemática debe ser una persona que ya no responde al adiestramiento recibido hasta entonces. Quiero aclarar de qué manera el técnico puede rehabilitarse a sí mismo para rehabilitar a los demás, y cómo es posible que, en una sociedad fabricada sólo para la opresión, pueda surgir un técnico que sea un factor de liberación.
Para contestar con claridad a todo esto voy a referirme a una aventura verbal que tuve con un profesor suizo, Christian Miller, de Losanna. Hace algunos años me escribió una carta en la que me preguntaba a mí y a otros cinco o seis técnicos, a los que consideraba como los más avanzados en el campo de la psiquiatría, qué haría, cómo organizaría un servicio psiquiátrico teniendo en cuenta que el técnico podía disponer de una visión política personal y tener un territorio de cerca de 100.000 personas. El cuestionario tenía además una serie de preguntas técnicas que no creo necesario desarrollar. Lo que me parece importante poner en evidencia es que la pregunta de este técnico estaba dirigida a personas técnicamente muy avanzadas y les dejaba la posibilidad de decir cuál podría haber sido la organización, repito, de un territorio de 100 000 habitantes en el mundo occidental. El técnico al que correspondía responder debía conservar su visión ideológico-política.
Debía responder respecto de “La utopía de la nueva organización psiquiátrica”. Contesté a este amigo psiquiatra de manera muy particular, esto es, replicándole críticamente la pregunta que me había formulado, y diciendo, ante todo, que esta pregunta no era utópica sino abstracta. Porque yo no puedo organizar abstractamente un territorio de 100.000 habitantes que no conozco y que no se qué necesidades tienen, un territorio que habría tenido que organizar de acuerdo con mis principios políticos. Ya que vivo en una sociedad occidental, ciertamente mi ideología no podía ser referida al tipo de organización que podía proponer. Este fue todo el discurso; la respuesta dada a este colega era el análisis de la diferencia entre la ideología y la utopía.
Sería lo mismo si ahora me preguntaran respecto de cómo aconsejaría organizar el territorio de la ciudad de México o una parte del territorio mexicano. ¿Cómo podría organizado, de qué manera? ¿Qué podría sugerir? Lógicamente yo no podría dar una receta de este sentido porque no conozco sus necesidades. No puedo proponer la lógica que utilizo en la organización del territorio qüe administro porque, aunque somos todos hombres, los hombres de Trieste son distintos de los hombres de la ciudad de México. Es decir, la organización económica, la organización social de los dos contextos es totalmente distinta, de tal manera que la organización que puedo proponer en Trieste, donde vivo, no es la misma que puedo sugerir para un área de la ciudad de México.
Y aquí nace todo el problema que tratamos de analizar la otra noche, es decir la manera en que el técnico se acerca a las necesidades del usuario. Como psiquiatra yo estoy preparado para responder de manera abstracta a las necesidades del usuario, del que me necesita.
Aprendo en la Universidad distintas cosas que luego tendría que aplicar en la práctica. Como dijimos la otra noche, el técnico responde muy raramente a las necesidades del usuario porque está acostumbrado a responder a sus propias necesidades, y no las conoce porque tampoco pertenecen a las necesidades de su clase social.
La situación planteada, el problema al que me he referido, es el de ver cómo los técnicos, para responder a las necesidades del usuario, hablan entre sí en lugar de hablar con el usuario. Quiero decir que cuando hay alguna novedad terapéutica, cuando aparece alguna novedad que puede serle útil al usuario, al enfermo potencial, los técnicos se reúnen en congresos y hablan entre sí de manera que el que necesita de los descubrimientos del técnico se entera solamente a través de su internación en el hospital. Es así que el usuario nunca llega a saber verdaderametne lo que es la ciencia del técnico. Esto me parece sumamente importante; por ejemplo, yo nunca voy a congresos de los técnicos, trato de hablar siempre directamente con el usuario, es decir con el pueblo, con la persona que me necesita.
Me preguntan a menudo por qué utilizo los diarios, la televisión u otros medios de comunicación del poder, y por qué no hablo con los técnicos, con mis colegas. Yo les contesto que no sé en absoluto qué decirles a los otros técnicos, que sólo sé lo que tengo que decirle a la gente que está enfrente mío. Por ejemplo, esta noche estoy frente a un auditorio que sabe muy poco de medicina. La mayor parte son estudiantes de ciencias sociales y de psicología. Personas que no tienen la motivación de los médicos psiquiatras sino que se interesan por un determinado tipo de trasformación social que estamos realizando dentro del campo práctico. En este momento yo me dirijo a aquellos que pueden ser los usuarios de mi trabajo y a aquellos que mañana pueden ser las personas que se preparen para ser útiles a los usuarios, a los que necesitan. Dentro de algunos días voy a presentarme con otros, colegas en la televisión mexicana, donde habrá un público muy numeroso escuchándome. Se me dijo que la televisión es reaccionaria. No es una novedad; las televisiones nacionales en el mundo occidental son todas reaccionarias. La televisión italiana, la francesa, la alemana, son todas reaccionarias. A mí no me interesa, yo digo lo que tengo que decir, y si mañana me cortan lo que digo, ya va a saberse que dije algo que la televisión no puede dejar pasar porque sería demasiado peligroso. Todo esto para mí es conveniente, porque el hecho de que la televisión nos muestre como estrellas quiere decir que resultamos peligrosos, y es por ello que la televisión trata de recuperarnos a través de la utilización de los “mass media”. Y bien, nuestra sola presencia será un elemento de estímulo, un elemento de réplica. Si estos medios de comunicación existen, yo personalmente los utilizo, pues pienso que es muy importante que el usuario sepa, aunque sea oscuramente, que se está haciendo algo por sus intereses.
Esto nos lleva directamente al tema central que quería desarrollar, este es, cómo el técnico profesional, el psiquiatra en este caso, no puede trasformar absolutamente nada si junto con él no está el público, el pueblo que trasforma. Cuando nosotros, por ejemplo, trasformamos una institución, aquella que más conocemos, como es el hospital psiquiátrico, tengo que tener conmigo no solamente a los otros médicos sino a todo el equipo del hospital, es decir los asistentes sociales, los psicólogos y sobre todo el núcleo más importante, es decir los enfermos. Estos constituyen una parte de peso dentro del hospital, y si no están conmigo en la trasformación de la institución, cualquier cambio no será sino la creación de un nuevo modelo para oprimir al enfermo. Y aquí voy a darles un ejemplo. Deben saber que en un hospital en Italia que tiene cerca de mil enfermos, el equipo que cura está integrado por una cantidad cercana a la mitad de aquella población. Quiero decir que la población total es de 1.500 personas, de las cuales 500 son del equipo de cura y mil son los enfermos. Si las 500 personas no están de acuerdo con la trasformación de la institución, no puedo modificar absolutamente nada. Y aquí nace el problema más importante. El otro día hablamos de la vida infernal que se da dentro de la institución; hoy querría hablar sobre la razón por la cual esta institución sigue viviendo, la razón por la cual sigue siendo funcional. Si observamos a la institución, vemos que tiene dentro de sí varias categorías, varios roles: médico, asistente social, psicólogo, enfermero y, por último, el enfermo. Dentro de dicha institución estos roles están divididos en dos clases: por un lado la burguesía y por el otro el proletariado. La burguesía, dónde el médico, la asistente social y el psicólogo representan al poder, se convierten en los delegados del poder, los funcionarios del consenso, como decíamos la otra noche. Por el otro lado tenemos el proletariado, el subproletariado representado por los enfermeros y enfermos. Debemos reconocer que el equipo de curación, es decir el médico, el asistente social y el psicólogo son burgueses que tienen un determinado salario, determinada renta económica y una determinada disponibilidad y motivación para hacer su trabajo.
Por el otro lado están los enfermeros que no tienen ninguna motivación para hacer lo que hacen. El enfermero, en tanto proletario, no puede elegir su profesión, es elegido por la profesión y entonces es enfermero, pero podría ser obrero o barrendero o realizar cualquier otro trabajo de este tipo. Junto con esto debemos pensar que el enfermero es la persona que debe estar más cerca del enfermo, es la persona que vive ocho o nueve horas junto al enfermo.
Pero no nos olvidemos del enfermo, que también pertenece a la misma clase del enfermero. Ni del director del hospital, que domina la institución a través de la división de roles que establece en su interior.
Lo que resulta imposible es crear una relación terapéutica entre el enfermo y el enfermero, pues el enfermero es el verdugo del enfermo, es el encargado de mantener el orden de los roles dentro de la institución.
Esta situación, esta descripción de los roles, aunque de roles no cristalizados, corresponden a una determinada situación social. Situación en la que la división exacta entre burguesía y proletariado plantea, dentro de la institución, el mismo juego de afuera, esto es, la lucha de clases.
En el hospital existe el proletariado y la burguesía, y si no tenemos en cuenta esta situación no podemos hacer absolutamente ninguna trasformación.
Si nosotros no liberamos y no recuperamos los intereses comunes que existen entre enfermos y enfermeros, es decir entre personas que representan la misma clase social, si no podemos dar conciencia de clase al enfermero y al enfermo no podemos en absoluto estimular una transformación. Cuando el enfermo y el enfermero se hayan unido y hayan encontrado juntos el significado de su existencia, sólo entonces va a ser posible un trastocamiento de la institución, todo lo cual deviene en una trasformación social.
Lo que acontece en el hospital que yo dirijo en este momento es justamente esto. Existe un “choque”, hay una situación de crisis en la que la institución se vuelve un fracaso, prácticamente ya no se sabe a quien curar, quien es el enfermo; no se sabe si el enfermo es el enfermero, el médico, la asistente social o el psicólogo. Aparece una confusión de roles, una situación en la que el poder ya no puede tener poder porque no sabe contra quien utilizarlo.
Esta situación de crisis se refleja recreando otra crisis fuera de la institución, ya que en el momento en que la ciudad se entera de que existe esta crisis en una institución, cuya función es mantener el orden frente al desorden mental, comienza a surgir una situación de reacción contra nuestro trabajo.
Por ejemplo, lo que considero impone|ite en el trabajo que realizamos, nó es tanto la trasformáción de la institución, no es la creación de otro modelo, sino el trabajo que realizamos en tanto contribuye a crear crisis y confusión en la ciudad. Que la población entienda que la situación está cambiando y que la institución cambia, no para cambiar la situación institucional, sino para que el problema de la locura sea un problema de todos. El manicomio ya no va a ser el teatro de la locura, el manicomio ya no va a ser el lugar en el que conservamos “lo diferente” sino el lugar donde cada uno puede ir sin miedo porque “el diferente” es aceptado o no de la misma manera que lo es afuera.
Lo interesante es que no pasa nada grave, es decir no tenemos accidentes, no pasa que estos enfermos, estos locos, se escapen del hospital y hagan cosas absurdas o que pasen cosas extraordinarias, paradójicas. El hecho es que en el hospital se organice un tipo de vida completamente distinta de la vida afuera, un tipo de vida en el que la relación es de reciprocidad.
La ciudad se acerca para ver qué es lo que está pasando en el hospital, y nadie prohibe al otro venir al hospital.
Esto constituye una maravilla, y entiendo que pueda ser una maravilla para una persona que tiene el estereotipo del enfermo como loco, como aquel que no puede hacerse cargo de sí mismo. Estas personas vienen al manicomio, bailan con los locos, bailan con esas personas “diferentes” y ven que éstas tienen sus mismos problemas. Es entonces cuando empieza a pensar que tal vez todo está equivocado, que todo es una mistificación y que si ayer el loco era furioso y hoy ya no lo es quiere decir que hay algo que no funciona evidentemente.
Yo diría que lo que hicimos y lo que estamos haciendo es algo extremadamente banal, muy sencillo.
Lo que hacemos es darle la responsabilidad a cada uno. Ahora bien, lo que resulta muy grave para el poder, para la organización social, por ejemplo, es que los enfermos ya no cumplen con su trabajo, que los enfermeros trabajan menos que antes, pues antes eran guardias y ahora en cambio son compañeros entre compañeros.
Esta situación establece un tipo de relación que antes no existía. Por ejemplo un tipo de relación con la ciudad, con las personas de afuera que pensaban que el enfermo era un loco, un excéntrico, etc. Es en este momento que empieza lo que yo llamo turismo psiquiátrico.
Vemos entonces que nuestro instituto psiquiátrico se vuelve un lugar de visitas; vienen a él desde lejos, desde ciudades vecinas, de ciudades italianas más lejos, de ciudades extranjeras. Me llaman a México, voy a Francia para dar este mensaje que es un mensaje muy banal. Es, como se dice aquí, “una estupidez”.
Pido disculpas por hacer esta comparación, pues es una comparación que podría ser considerada poco seria. Es un poco como cuando después de la revolución cubana todo el mundo iba a Cuba. Iba a Cuba para ver cómo la gente podía vivir en ese lugar, cómo es que había gente libre que podía vivir entre sí, cómo es que acontecía este milagro por el cual el mundo podía ser diferente.
Tomemos por ejemplo la ida de los intelectuales, que Castro luego rechaza porque los intelectuales iban a Cuba para resolver sus propios problemas y no los problemas de Cuba.
Por este mismo motivo mucha gente viene al hospital y critica nuestro trabajo. Se dice “no, no habría que hacer así, te equivocas, sería mejor hacer así”. Y yo les digo que vengan a vivir aquí con nosotros, a vivir aquí día a día “la miseria de nuestra vida”, la misma cosa.
Yo tengo aquí, frente a mí, un compañero fraternal, y nos hicimos compañeros fraternales en pocos minutos.
En Chile pasaba lo mismo; había comunidades que en muy poco tiempo se trasformaron, en poquísimos meses, porque se encontraron con una situación de libertad de fondo en la que podían vivir una vida distinta, de una manera distinta. Repito, me disculpo por haber comparado mi situación de liberación con la de Cuba o Chile, pero lo hice para que resultara más claro lo que quería trasmitir.
Aquí aparece otro problema muy importante. La crítica más fuerte que se les hace a nuestro tipo de trasformación institucional.
Se me dice: “bien, usted transforma el manicomio en una situación visible y busca construir un castillo encantado en el cual todos puedan vivir, mientras que afuera está la jungla, mientras que afuera hay marginación, mientras que afuera el hombre es destruido, es rechazado, llevado al manicomio”. Pues bien, yo considero que esto es cierto. Pero el problema inicial, el de transformar el hospital, es un problema fundamental para demostrar que puede haber otro tipo de relación entre los hombres. Un tipo de relación que comienza justamente en la institución más loca, en la institución en la que no se puede pensar que la relación entre los hombres puede cambiar. Después de este primer tipo de transformación, lógicamente debemos exportar este nuevo tipo de relación, tenemos que encontrar la manera para que este mensaje no quede encerrado entre cuatro paredes, tenemos que llevarlo afuera, enseñar a los demás que las relaciones entre los hombres pueden ser diferentes. Y aquí comienza otra situación, la más grave, porque aquí aparece el escándalo. En el momento en que nosotros demostramos prácticamente y no sólo con palabras, como lo hacen los intelectuales, que la relación entre los hombres puede ser diferente, es en ese momento que se nos limita en nuestra acción.
Por ejemplo, una cosa fundamental para llevar adelante esta nueva situación es la necesidad de conexiones. Y estas conexiones deben darse fundamentalmente con nuestros colegas que operan en el ambiente médico, en el ambiente del sufrimiento.
Es decir, si uno tiene que curar a la gente en la institución o fuera de la institución, debe relacionarse con el médico, con el obstetra, con el cirujano, etc. Porque si yo curo al enfermo mental y le doy privilegios, entonces será, respecto de los otros enfermos, el de más suerte.
Bien, es aquí donde se da el choque más violento con la corporación, con el gremio médico.
El gremio médico no quiere en absoluto la liberación del enfermo, porque es su propia opresión, es decir la pérdida de sus privilegios. Éste es un momento fundamental, pues es entonces cuando nosotros, burgueses, traicionamos nuestra clase. Porque desde el momento en que perdemos nuestros privilegios, de alguna manera nos proletarizamos. Nos ubicamos en una situación en la que también el enfermo puede rebatirnos. Es decir, buscamos una unión real con el necesitado, con el pueblo que sufre.
Esto es lo que realmente acontece y una vez más, me refiero a algo triste: el gremio médico coadyuvó a que se derrocara al gobierno de Allende. Es decir, el temor a perder los propios privilegios y de dar la posibilidad al pueblo de tomar conciencia de la opresión fue determinante para derrocar el gobierno de Allende.
Bien, si el gremio médico no se coliga con nosotros para liberar al oprimido, al enfermo, debemos buscar otros aliados más allá de lo que es la técnica, de lo que es el gremio. Y los aliados podemos encontrarlos en las organizaciones políticas, en los partidos políticos, en las organizaciones que quieren la liberación del oprimido. Y como en este caso el oprimido es el enfermo, o el que aparece como potencialmente enfermo, nosotros trabajamos principalmente con las organizaciones políticas. Y entablamos alianzas con ellos porque son las que nos ayudan y a las que nosotros ayudamos a dar nuevos valores en su lucha, nuevos significados a la lucha, porque nosotros sabemos, por ejemplo, que los partidos políticos de izquierda no tomaron un punto muy importante, cual es el del estímulo a la compresión de la salud en el militante. El militante, por ejemplo, trabaja en una fábrica, toma conciencia de la fábrica. Pero pensemos en la cantidad de militantes que podemos crear si el pueblo toma conciencia a través de la organización médica de la opresión a la cual está sometido, cuando podamos explicar al pueblo qué es lo que el hospital hace de él, cuando podamos explicar a la familia a la que le devolvemos el enfermo mejorado a su casa y pueda entender cuál es el tipo de opresión de la que es objeto.
Decimos, por ejemplo, que la familia es un estímulo negativo para la reinstalación del enfermo. Es cierto, pero la familia tiene razón al no querer al enfermo cuando está organizada eficientemente, cuando trabaja el padre y la madre, y los hijos por ejemplo van al colegio. Desde el momento que mandamos a su casa al enfermo, este enfermo resulta una preocupación que estimula a toda la familia a cambiar su punto de vista. Al no tener más la preocupación del consumo, de la vida de la sociedad de consumo, al organizarse alrededor del estímulo que constituye esta persona enferma en la casa, ¿porqué tendrían que quererlo? Evidentemente la familia tiene razón al rechazar al enfermo; yo no puedo culpar a la familia, pues ella es uno de los anillos de opresión del sistema social. Tengo que ayudar a la familia a liberarse de tal manera que tome conciencia de la situación en la que vive a través, por ejemplo, del problema del enfermo.
Anoche se le preguntó a Marie Lange, cuando ella hablaba, por ejemplo, del problema de la familia, sobre una situación que yo pienso es muy importante, es decir sobre qué fue lo que pasó con la ruptura del gremio psicoanalítico, y, en consecuencia, sobre su punto de vista respecto de la cuestión de la problemática analítica. Yo pienso que en el momento que un psicoanalista da la posibilidad a la familia de entender cuál es el juego infernal en el que se mueve el paciente y cuál es la situación infernal en la que la familia representa una situación patógena para esta persona, el psicoanálisis hizo lo máximo que podía hacer. Dio la posibilidad de crear una familia militante, una familia que puede ser un elemento revolucionario muy importante.
Ésta es nuestra terapia, y ella va más allá de crear una reacción en contra de la burguesía y del poder, pues da la posibilidad a las personas de entender el porqué son oprimidos. Las personas pueden entender por qué son oprimidas cuando comprenden los mecanismos de la opresión; entonces, lo que podemos hacer nosotros como médicos es enseñar cuáles son los mecanismos mediante los cuales oprimimos al prójimo, oprimimos al pueblo. Diría que éste es el mensaje fundamental que nuestro trabajo de trasformación puede dar.
Veamos el trabajo del psicólogo. Una de sus tareas principales es el poder dividir los deficientes de los sanos a través de los tests mentales o cosas por el estilo. Y bien, una función extremadamente importante del psicólogo, desde el punto de vista de la técnica revolucionaria, es demostrar cómo los tests mentales, cómo su técnica sirve solamente como técnica de discriminación y no como técnica de liberación. Por ejemplo, y me refiero otra vez a la familia, si en la familia hay un niño considerado deficiente por el psicólogo, un niño que molesta en el colegio y que el maestro lo manda al psicólogo para ver qué coeficiente de inteligencia tiene, bueno, el psicólogo tiene que ir a la casa del niño, ver cuál es su situación familiar y enseñar a los padres que este niño es deficiente porque sus padres lo hicieron así. Pero no lo hicieron deficiente porque son malos u opresores sino porque no les quedó más remedio, porque el niño no tuvo aquel amor necesario para poder crecer, y así el niño cayó ya en los primeros años de vida. Entonces, si el padre comprende en qué situación destruyó a su hijo, se hace ciertamente militante, se enfurece contra el sistema social que lo oprimió a él junto con su familia.
Pienso que muchos de ustedes han visto recientemente Family Life11. Bueno, yo pienso que Family Life es una película didácticamente muy importante, pero socialmente muy destructiva porque todas las personas que van a verla salen con un gran sentimiento de culpa, porque todos son culpables: el padre, la madre, el tío, el novio, todos son culpables. Yo creo que la película, por ejemplo, podría ser didácticamente muy importante si el profesor pudiera explicar los mecanismos, pero no los mecanismos a través de una visión existencial, como en la película, en la que la culpa existe y entonces o es culpable uno o es culpable el otro.
Finalmente yo pienso que en el momento en que nosotros demostremos que alguien es culpable tenemos que darle la posibilidad, al que es culpable, de quitarse la culpa, de poder liberarse a sí mismo y a los demás; en caso contrario estamos llevando a cabo una acción que resulta funcional para el sistema social. La culpa es una manera de oprimir al otro. Por ejemplo, aquí somos todos aparentemente católicos, tuvimos una educación católica y ya no lo somos justamente por haber proyectado este sentimiento de culpa, ¿no? Y vivimos con culpa, comemos culpa en el desayuno, en el almuerzo y en la cena. Siempre culpa. De esta manera vivimos dominados, y es una manera de dominar. En el momento que comprendo, que trato de penetrar en la culpa, que tomo conciencia de que no soy culpable de nada y porque tengo derecho a vivir como los otros, sin culparme continuamente, entonces puedo decir que soy un militante, puedo vivir junto a los demás, pues si mi culpa es una culpa colectiva tengo que discutirlo con los otros y los otros tienen que absolverme de acuerdo a lo que es mi aporte, mi aporte social a la comunidad en la que vivo. Pienso que éste es un mensaje extremadamente banal. Por ejemplo, yo tengo a mi lado una psicóloga argentina que vino a trabajar a Triestre y que está allí desde hace un año. Cuando vino era psicoanalista y ahora es aún psicoanalista, pero dialéctica, por suerte. Siempre me pregunta cuál es la técnica, cuál es la nueva técnica de la liberación, cuál es la técnica para después de la liberación, de qué manera podemos liberarnos. Yo no me refiero a la bondad del mundo, no me refiero a que tenemos que ser buenos, que tenemos que resolver a través de la bondad todos los problemas. Pienso que la técnica es aquella que utilizamos todos los días y mediante la cual podemos dar al otro la posibilidad de vivir con él, con su diferencia, es una técnica en la que podemos utilizar todos los principios técnicos que tenemos. ¿Por qué no debería utilizar la interpretación analítica cuando la relación con el otro así lo requiere? Yo sí la utilizo. ¿Por qué no debería utilizar un fármaco, por ejemplo, un remedio para una persona que no duerme? ¡Si yo lo tomo! ¿Porqué no debería tomarlo otro? ¿Por qué no hacer un diagnóstico de esquizofrenia? Yo lo hago. ¿Por qué no debería hacerlo? El problema es que no puedo utilizar el diagnóstico de esquizofrenia para oprimir al prójimo, y el hecho es que hoy se utiliza el diagnóstico de esquizofrenia para oprimir y para dar un juicio de valor sobre el otro. Yo no puedo utilizar un fármaco para oprimir al otro y para que no altere la calma de la institución. Finalmente, no puedo utilizar lo diferente para imponer la desigualdad. Este es modestamente el mensaje que esta noche, mi señora y yo juntamente, les trasmitimos a todos ustedes. Gracias.
*
DISCUSIÓN
Pregunta (inaudible).
Basaglia: Con referencia a la respuesta técnica sobre el tipo de tratamiento, yo decía, tanto la otra noche como hoy, que resulta difícil pensar en un tratamiento técnicamente distinto en el interior del hospital. Debes pensar que el hospital, como decía anteriormente, existe para sobrevivir, es decir no existe para ayudar a la persona que se encuentra internada en él. De manera que antes de utilizar cualquier tipo de técnica hay que liberar la institución; en caso contrario voy a estar obligado a administrar cantidades de fármacos para mantener a los enfermos tranquilos. Por ejemplo, por la noche, en un pabellón hay que suministrar a todo el mundo barbitúricos porque “tienen” que dormir y esto por cierto no es a fin de curar, esta es una situación de opresión.
Es solamente en el momento en que confío en el enfermo, y que éste puede confiar en mí, cuando puedo utilizar cualquier técnica, cuando puedo utilizar fármacos, porque pienso que son un medio terapéutico para el enfermo. Pero cuando utilizo fármacos sólo porque son funcionales para la institución, no curo a nadie, estoy cuidando que la institución quede como está y sobre todo estoy dando la posibilidad a los laboratorios de sobrevivir. Con referencia al problema del psicoanálisis pienso que el comentario por hacer es muy complicado. Es que considero que el enfoque dado por Marie Langer es discutible, no estoy del todo de acuerdo con ella pero puedo polemizar. Ahora bien, en lo que respecta a la lógica psicoanalítica de la institución psicoanalítica, de la relación dual que es una relación adaptativa a la sociedad dominante, eso no puedo aceptarlo. Me parece que estas fueron las dos preguntas.
Me olvidé de responder a la pregunta de qué hacer si una persona está enferma orgánicamente. Es decir, si tenemos una persona que tiene medio cerebro, supongamos un oligofrénico, un demente, en el que el cerebro está dañado, ¿qué tipo de acción terapéutica puedo hacer? Bueno, ante todo, debo considerar a esta persona defectuosa de la misma manera que aquella que no lo es. Es decir, tengo que darle la posibilidad de expresarse y no controlar su anormalidad, y luego actúo con él de acuerdo a como la medicina me enseñó.
Lo que se mencionó respecto del “corazón” del infartado, por ejemplo. Si el infartado, que es un enfermo orgánico, es curado y dado de alta, al salir del hospital el médico le sugiere cuidados psicológicos y médicos, pero lo que sucede es que este infartado no tiene dinero para comprar los remedios ni la calma psicológica suficiente como para controlar su anormalidad física. Bien, esta persona está en la misma situación que la persona que está en el maniconio y que no puede ser curada.
Pregunta: ¿Qué piensa sobre las distintas técnicas de electrochoque?
Basaglia: ¡Terrible! Pienso muy mal. Le puedo decir que en nuestro hospital no se aplica electrochoque, y psicocirugía la practica solamente Nixon en América. Con respecto al problema de la unidad coronaria, pienso que una persona que tiene infarto y que está en una unidad coronaria ciertamente no puede ser dada de alta; se le cura, está claro, no entiendo porque no habría que curarla. Si está cercana a la muerte y hay una posibilidad de curarla no sé por qué no habría que curarla. Tal vez no entendí bien la pregunta. Entonces, lo que tú dices es que, de la misma manera, a una persona que está psíquicamente grave hay que obligarla a curarse. Bien, si yo busco todas las formas de curarla, aun con la violencia si es necesario, con la violencia personal, nos agarramos a trompadas, nos peleamos; pero soy yo personalmente el que me arriesgo con él, no delego, no cosifico mi relación con él.
Pregunta: ¿Qué pasa con el enfermo al que da de alta? ¿Se convierte por eso mismo en un militante, un revolucionario?
Basaglia: El problema del militante es un problema que me parece importante. El carácter militante que puede tener el enfermo cuando vuelve a su casa está informado por lo que puede aprender dentro de un nuevo tipo de institución; esto no quiere decir que preparamos revolucionarios, izquierdistas. Nosotros, viviendo con los demás, preparamos y nos preparamos a ser distintos en relación con los demás. Esto puede dar la posibilidad de una toma de conciencia a todas las personas que trabajan alrededor del campo. Éste es el problema de militancia: tomamos conciencia de que la relación entre los hombres puede ser diferente.
Esta situación puede parecer un mensaje evangélico, pero no lo es. Es evidente, por ejemplo, que nuestro trabajo asusta a la derecha italiana, sobre todo a los fascistas. Los fascistas, por ejemplo, nos atacan en los diarios diciendo que nosotros creamos “minas humanas”, gentes que pueden ser los revolucionarios militantes para subvertir el sistema social, es decir, han comprendido perfectamente. Los fascistas tienen razón, en cuanto al hecho de que querramos cambiar la lógica de la relación, que querramos perder los privilegios que tenemos. Han comprendido que verdaderamente, desde un punto de vista simbólico, simbólicamente, no materialmente, los enfermos que vuelven a sus casas son verdaderas «minas humanas» en tanto representan la contradicción social del sistema social en el que vivimos: en esto consiste nuestro trabajo y estamos de acuerdo con los fascistas, muy bien, creamos minas humanas. Es tan cierto todo esto que los fascistas nos han hecho interpelaciones frente al parlamento italiano diciendo que nuestro trabajo crea una situación anómica, de confusión, de subversión.
Pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre el trabajo que ustedes realizan en Italia y las experiencias de Cooper en Inglaterra?
Basaglia: En la práctica creo que el trabajo es el mismo: la única diferencia es que mientras nosotros actuamos en una institución pública, es decir una institución que tiene mil, mil quinientos o dos mil enfermos, el trabajo hecho en Inglaterra fue realizado en pequeñas comunidades, en comunidades de 20, 30, 40 personas, y por lo tanto la comparación es relativa porque con 40 personas el tipo de relación es muy distinto. La institución es extremadamente pequeña, casi inexistente, mientras que en la institución pública, la institución en la que estoy obligado a recibir las personas que la policía me trae, estoy obligado a tomar a las personas, no puedo rechazarlas. En la comunidad de Laing y de Cooper, de Kingsley Hall o en otras semejantes, son todas personas que van voluntariamente a este hospital, no son personas obligadas sino voluntarias.
Esto crea un tipo de relación diferente desde el inicio, pues el enfermo va a un lugar que es considerado «bueno» mientras que el manicomio es un lugar que es considerado «malo»; en consecuencia, existe toda una lógica diferente de condicionamiento y de gestión. Pienso que si bien es importante el trabajo que realizan Laing y Cooper, tanto o más importante es vivir la miseria de los manicomios; debemos construir otros manicomios teniendo en cuenta estas consideraciones, estas reflexiones.
Lo que acontece en el manicomio y en las pequeñas comunidades inglesas es poco comparable y poco verificable en la realidad, porque la realidad de los manicomios no son las pequeñas comunidades de Laing y Cooper.
Pregunta: Cuando se empezó a romper el sistema de jerarquías, y con él la opresión de médicos, psicólogos y enfermeros, debió producirse una gran confusión de roles y, en consecuencia, desencadenar mucha angustia, y no sólo entre los enfermos. ¿Cómo trataron este problema?
Basaglia: Si fuera psicoanalista contestaría haciendo una interpretación, pero como no lo soy… El problema es que lo que dice es verdad, es decir, la transformación provoca ansiedad, provoca angustia porque se rompen los roles cristalizados. El problema es encontrar la manera de hacer frente a esta angustia, porque aunque los roles se rompen el médico sigue siendo médico, el asistente social sigue siendo asistente social, pero vive su doble rol de asistente social y de persona. Este doble rol da la posibilidad de asumir la propia angustia y la del otro.
El enfermo comprende que además de estar enfermo es hombre. Esta situación es dual, esto es, la institución puede ser vivida críticamente o con sometimiento. Usted me dirá que estas son palabras. Pero la práctica demuestra esta situación de confusión y de angustia ante la trasformación, porque como dice un dicho italiano “no se puede tener la mujer borracha y el barril lleno”.
Es decir, el problema es que trasformando usted corre un riesgo, pero si usted no se arriesga no trasforma nada, y el riesgo de cambiar es el de tener otra situación distinta de la que tenía antes, y le aseguro que usted no sabe cuál será la que vendrá. Es a este hecho al que teme el sistema social, pues en el momento de transición aparece la confusión, y es la confusión la que rompe con los esquemas que poseemos. Y si usted tiene miedo de romper con sus esquemas, es su problema personal, no el mío.
Pregunta: ¿Cómo han hecho para sobrevivir, puesto que el sistema institucional persiste y ustedes trabajan dentro de él?
Basaglia: Usted me pregunta cómo pudimos sobrevivir a esta situación. Vivimos en la ansiedad sin hacernos analizar, vivimos la ansiedad de la trasformación. Es la misma cosa. Y otra vez vuelvo a referirme a la problemática más grande para hablar de la pequeña. Sería la misma cosa que si usted me preguntara después de una revolución, cómo hace para vivir la gente. La gente vuelve a organizarse evidentemente. Después de la revolución cubana lo que pasó fue que el poder en manos de otro sistema social se organizó de otra manera. ¿Qué pasó en cambio en Chile? En Chile pasó que después de la transformación no hubo tiempo para soportar la confusión que ésta produce.
El problema es que los márgenes de libertad en Italia son un poco más altos que los márgenes de libertad en México. Tal vez sea esta la respuesta; no mucho más, pero tal vez un poco más. Aunque voy a decirle, señorita, que yo tengo pendiente veinte procesos actualmente, tengo que someterme a veinte procesos. Voy a decirle, por ejemplo, cuáles son mis procesos. Por ejemplo, un proceso es muy ridículo y el otro es muy poco ridículo. El ridículo es que, habiendo toda esta libertad de movilización, muchas enfermas tomaban anticonceptivos porque podían darse relaciones entre hombres y mujeres. Ya que la realidad se compone de hombre y mujer, podía suceder que hubiese contactos y también embarazos. Entonces nosotros sugerimos a las pacientes que tomaran anticonceptivos. Esto es un delito. Ahora aparece la justicia que nos acusa de suprimir las libertades personales de la gente, cuando durante siglos fueron ellos los que lo hicieron. Por ese motivo un buen día el hospital fue rodeado por la policía, entró en el hospital y requisó. Los espías les dijeron dónde se encontraba el fármaco maldito, y bueno, yo tendré un proceso por esto. Otro proceso, mucho más triste y angustiante, se debió a que un enfermo dado de alta, después de siete u ocho meses mató a su padre y a su madre. Aconteció desgraciadamente siete meses después del alta, y el problema que tuvieron fue el de ponerse de acuerdo respecto de qué manera podían acusarme, pues de alguna manera debían responder al temor que, según ellos, creaba este hecho en el ambiente social. La denuncia finalmente expresaba que yo confié el enfermo, que luego cometió este delito, a su madre, que era analfabeta. La madre no podía cuidar a su hijo en tanta no podía leer las prescripciones de los medicamentos que había que suministrarle.
Así que el proceso no es por el homicidio, no es porque me equivoqué en darle el alta, sino porque confié el hijo a una analfabeta, y por ser analfabeta era deficiente mental para el sistema social. Vea usted cuáles son los sutiles mecanismos de represión a los que estamos sometidos. Sí, ciertamente tenemos una reacción de la magistratura porque quiere el orden de determinada manera.
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NOTAS:
2. [Lógica de la mercancía] “el dominio de la clase dominante proviene de las cosas mismas, puesto que las cosas mismas “hablan” podríamos decir así, entre comillas, a favor de la modernidad capitalista, desde la configuración misma del sistema de necesidades de consumo y del sistema de capacidades de producción de la sociedad.” Véase Bolívar Echeverría: “La actualidad del discurso crítico”. Conferencia en la UAM. Ciudad de México, Septiembre de 2006. Publicado en revista «Contrahistorias», p. 77-86
3. «…llegué a la conclusión de que los inventos de la pólvora, la brújula y la imprenta son condiciones previas para el desarrollo de la burguesía, es decir, desde el período en el que las artesanías, desde el siglo XVI al XVIII, se desarrollaron hasta convertirse en manufacturas y llegar a la auténtica gran industria. Esta tuvo dos bases materiales con las que se formó en el interior de las manufacturas y como objetos previos en la constitución de la industria mecánica [y fueron]: el reloj y el molino (en un principio como molino y después como molino hidráulico), ambos transmitidos desde la antigüedad. (El molino hidráulico [existía] en tiempos de Julio César y fue traído a Roma desde el Asia Menor). El reloj fue el primer autómata aplicado al uso práctico [concepto de autómata: reloj de música automático: y [fundamento] de la teoría sobre el desarrollo de la producción de un movimiento constante [el movimiento del péndulo: Huyghens, Bernoulli; teoría del escape: Lagrange. Según la naturaleza de la cosa se logra la articulación de técnicas semiartesanales con la teoría propiamente dicha…» Carta de Marx a Engels. 28 de enero de 1863: Karl Marx: Tecnología y Valor. Selección de textos
4 Fritz Sternberg: «Marxismo y represión», en Marxismo, psicoanálisis y sexpol, Buenos Aires, Granica, 1972.
5 Freud, al distinguir entre la represión y la negación, define a esta última de esta manera: “Negar algo, en nuestro juicio equivale en el fondo a decir: esto es algo que me gustará reprimir”. Sigmund Freud, La negación, en Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1948 tomo III.
6 Werner Kemper, Psychotherapie in Selbstdarstellungen, Hans Huber Bern, Stuttgart, Viena, 1973.
7 Sigmund Freud, El malestar en la Cultura, en Obras completas, op. cit. t. III.
8 Armando Bauleo, “Psicoanálisis y salud”, en Los síntomas de la salud. Psiquiatría social y psicohigiene, Buenos Aires, Cuarto Mundo, 1974.
9 Sigmund Freud, Análisis terminable e interminable, en Obras completas, op. cit., t. III.
10 Conferencia de Bion en la Asociación Psicoanalítica Argentina, 1972.
11 Basaglia se refiere a la película de Kenneth Loach también conocida en castellano con el título Vida en familia.