Fuente: Umoya, num. 102 3er trimestre 2021 Mar Pozuelo Castillo (Burkina Faso)
Soumaïla Traoré, alias Ismaël, la fuente de infinita inspiración
Sobrevive a una muerte segura, transforma el amor de sus padres en amor universal y, en lucha por los derechos de las personas con discapacidad, atraviesa la discriminación, el rechazo y los obstáculos con la elegancia de una gaviota en las corrientes de aire, se rodea de la persona apropiada en el momento exacto… Ismaël parece un mago que transforma todo lo que toca en esperanza y empeño.
En 1981, cuando tenía dos años, Ismaël estaba jugando en las vías de un tren que nadie ve llegar y que cambia su vida para siempre. Las ruedas le pasan por encima y los testigos encuentran un niño inconsciente y con los cuatro miembros del cuerpo amputados a diferentes niveles. Un enfermero será la primera persona en ayudarle, la primera de una larga cadena de bienhechores que hicieron posible un milagroso recorrido: «Veinte años después del accidente, cuenta Ismaël, busqué a ese enfermero. Me contó que no sangraba porque la piel se había pegado en cada una de las heridas. Cuando mi padre me vio, se desmoronó. Me llevaron al hospital sin decir nada a mi madre. Mi abuela me veló durante semanas, impidiendo a mi madre entrar en la habitación, hasta que irrumpió en ella y al verme, perdió el conocimiento».
En Burkina Faso, de donde es originario, se deja morir a menudo a los niños que nacen con alguna discapacidad. En ese contexto, los médicos proponen la eutanasia. A esto, el padre de Ismaël responde: «Si el tren no lo ha podido matar, no somos nosotros los que tenemos que decidir». Un trabajador de Cruz Roja pone a sus padres en contacto con una organización belga que se ocupa de niños con discapacidades físicas.
Con la ayuda de amigos y parientes, la familia reúne el dinero y realiza su primer viaje a Europa: «Gracias a este apoyo tuve mis primeras prótesis, una silla de ruedas y hasta una bicicleta. Después viajé a menudo a Bélgica para el seguimiento médico y ortopédico».
Ismaël era un niño lleno de vida y energía, así que su padre decide llevarle al colegio, pero cuando ve a tantos niños juntos, se asusta: «Cuando era pequeño, mi familia me trataba como si no tuviera ningún problema, pero mi madre no quería que saliera de casa ni que la gente me viese. Cuando en el colegio oí por primera vez la palabra minusválido, le pregunté a mis padres qué significaba». Ante su negativa de ir al colegio, su padre busca un profesor particular. Aprende a leer y a escribir y consiente en ir a una escuela: «Los colegios públicos no me aceptaban, así que fuimos a uno privado. Nos dijeron que no estaban preparados para acogerme, pero mi padre les pidió que me dejaran solo asistir. Ese año acabé el primero de la clase y el fundador del colegio devolvió a mis padres el dinero de la matrícula como recompensa.
El año siguiente volví a ser el primero de la clase y durante los años posteriores salté varias veces de curso».
Allí hizo muchos amigos. Aunque había niños que tenían miedo de él, otros se peleaban para poder llevarle a casa en la silla de ruedas: «Eran tantos los que me querían llevar y traer del colegio que tuve que organizar una planificación», dice riendo.
Su carácter afable y su capacidad de adaptarse, su mirada positiva y optimista transforman todo lo que Ismaël toca: cuenta sobre todo sus experiencias positivas.
«Algún día quiero escribir un libro sobre mi historia. A partir de los 19 años empecé a buscar a todas las personas que la han hecho posible. Quiero que mi experiencia sirva para cambiar las cosas, sobre todo la vida de otras personas con discapacidad.
Mi recorrido es una semilla de esperanza que puede dar fuerza a otros jóvenes». Divide su vida en tres etapas: la primera, dedicada a formarse y aprender; la segunda, a luchar por los derechos de las personas con discapacidad; y la tercera, centrada en crear su propia familia y consolidar su situación profesional.
Tras matricularse en la universidad de Uagadugú como estudiante de derecho, Ismaël ingresa en la asociación de estudiantes minusválidos, se convierte en su presidente y lanza numerosas iniciativas: «Cuando llegué, tenían una actitud pasiva, esperaban la ayuda. Yo empecé a reivindicar nuestros derechos: becas para estudiar, alojamiento y atención médica gratuitos, acompañamiento para la inserción profesional. Me entrevisté con ministros, representantes de la administración, ONG, asociaciones. Utilicé los medios de comunicación para que se escucharan nuestras peticiones. Hoy algunas de las cosas que reivindiqué son realidad».
Ismaël deseaba quedarse en Burkina para seguir luchando por mejorar la situación de las personas minusválidas, pero su país no le ha abierto ninguna puerta profesional: «La universidad me dio la valentía para luchar, hoy sigo combatiendo, pero de otra manera. No podía continuar siempre buscando el bien para los demás sin ocuparme de mí. Tuve una oportunidad en Francia en 2016 y desde entonces vivo aquí».
En la actualidad, trabaja en el ayuntamiento de Suresnes, cerca de París: «He tenido la fortuna de encontrarme con Béatrice de Lavalette. Gracias a ella, el ayuntamiento tiene una tasa de empleados con discapacidad de casi 9 %, sobrepasando el 6 %
que exige la ley. Me ocupo, por ejemplo, de las formaciones en la administración pública sobre deontología del funcionariado».
Preguntado por su futuro, Ismaël habla de su próxima boda, pero también de grandes proyectos como la construcción de un colegio inclusivo en África del Oeste, de ofrecer formaciones a personas minusválidas e incluso de presentarse a la presidencia del gobierno: «Me gustaría compartir mi experiencia con otros pueblos, con otras gentes, hablar de la importancia del amor al prójimo, que creo que es la enseñanza más rica de la vida. Solos,
podemos ir rápido, pero juntos vamos más lejos».