Fuente: https://literafricas.com/2021/04/15/solo-la-vida/
Cada vez que toco el pelo de mi sobrino, me viene su imagen de cuando tenía cuatro o cinco años. Vuelvo, entonces, a oler su inocencia, a oír su alegría espontánea, a sentir su cariño genuino y cierro los ojos para retenerlo dentro y decir muchas veces “que nunca le pase nada, que no le hagan daño, que no sufra”. Detengo, entonces, como si quisiera taponarlo, la llegada de un dolor profundo porque sé que le espera la vida.
Le espera la vida, pienso, mientras abro una obra ilustrada que me ha llegado por correo y mi mirada se topa con otro niño, un talibé, un niño de la calle senegalés, un sin nombre, con su bote de tomate de mendigar, durmiendo con los adoquines del asfalto como almohada. Noto sus hinchados párpados y su cansancio y su dolor que se queda posado como plomo en sus mejillas dibujadas.