Fuente: Umoya num. 102 1er trimestre 2021 Joaquín Robledo
El estudio de la Historia que no vivimos se construye de forma paulatina a partir de vestigios que dejaron los que estuvieron vivos en aquel entonces; el de la historia más reciente encuentra ingentes cantidades de información. En ambos casos, el historiador reconstruye el pasado aportando un sentido integral al material disponible. El resultado de este esfuerzo intelectual es un ejercicio con pretensión de aséptico.
Si alguien se encargase de realizar un trabajo académico, detallado, riguroso, sobre la historia del fútbol de selecciones de países del África subsahariana tendría dudas sobre qué foto ilustraría la portada. Son varias las selecciones que han hecho méritos. Entre ellas, sí, Camerún. Si el trabajo fuese sobre el fútbol de Camerún, la imagen elegida para estampar la portada sería la de Roger Milla. Si el mismo trabajo fuera escrito dentro de veinte años, cabría la posibilidad de que Samuel Eto’o albergara tal privilegio. El primero fue elegido allá por el año noventa como mejor jugador africano de la historia; el segundo ha superado los logros de aquel, pero su desempeño es aún demasiado reciente, le falta ese poso que aporta la distancia para desbancarle.
La memoria, sin embargo, juega en otra categoría. Ni tiene pretensión académica ni prioriza racionalmente. Es voluble, fragmentaria, subjetiva, manipulable, social. Se puede entender la memoria tanto de forma individual como colectiva. Y dentro de esta, las comunidades que forman los distintos comunes se unen con lazos diferentes: territoriales, familiares… generacionales.