David Fernàndez*. LQS. Mayo 2020
Para acabar las reflexiones sobre el papel del ejército en nuestra sociedad, como consecuencia de la crisis del Covid-19, esta vez, Miguel Ángel, el escrito es del periodista David Fernàndez. Seguro que lo conoces, cuando menos por haber evocado la práctica árabe de lanzar un zapato como forma de protesta o menosprecio (si no lo sitúas, pregúntale a Rodrigo Rato, que te lo explicará). Implicado en lo que él denomina activismo contrainformativo, proviene del mundo del activismo y los movimientos sociales. Atentamente, Lluís Ignasi Pastrana Icart
Si rendición de cuentas, transparencia y austeridad –entendidas como antónimos de impunidad, opacidad y despilfarro– tendrían siempre que formar parte inseparable de cualquier mínima cultura democrática, mi pregunta y requisitoria, general Villarroya, es corta y larga a la vez. Sencilla y compleja. Concreta y difusa. La pregunta es fácil; la respuesta, que nos atañe a todas y todos, a los que lo hacen y a los que lo hemos permitido, no. Pregunta al viento, venga: exactamente, ¿para qué nos han servido –y en qué nos hemos gastado– los 550.000 millones de euros que nos hemos gastado desde 1978 en el ejército español? No hay pregunta sin contrapregunta: ¿y para qué otros usos sociales se podrían haber utilizado? Porque todo el mundo sabe para qué sirve un hospital, una escuela o una biblioteca –y como perduran en el tiempo–. Sí, ciertamente: también sabemos para qué sirven los misiles y las bombas –y como sus efectos perduran también en el tiempo, trágicamente–. La gran pregunta: ¿20.000 millones de euros al año para pagar qué en nombre de quién? En este agujero negro, ¿por dónde se escabullen tantos millones de euros?, ¿de qué nos defienden?, ¿de quién nos han protegido?, ¿cuántas guerras han ganado?, ¿cuántos islotes como Perejil han reconquistado?.
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