China: un mayor énfasis anti-occidental y el retorno al marxismo (si es que se fue)

Fuente: https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2752   Alberto Cruz                                                                                CEPRID                                                                                  Viernes 18 de noviembre de 2022

El XX Congreso del Partido Comunista de China, celebrado a mediados de octubre, terminó con la aplastante derrota de los neoliberales y partidarios de un compromiso con Occidente. En un mensaje claro y directo, la expulsión de Hu Jintao del pleno final, en directo y retransmitido a toda la galaxia, ha dejado claro que China no solo no va a retroceder ante los ataques occidentales, sino que está dispuesta a contraatacar. Un contraataque que tiene varias vertientes y un eje principal: Taiwán. Porque lo que se va conociendo de qué pasó en el congreso que conllevó a lo anterior tiene que ver con Taiwán y el intento de ese sector vinculado a Jintao de mantener el statu quo con EEUU, algo inaceptable para la nueva dirección tras la provocación abierta que supuso la visita de la abuela Pelosi a la isla.

Estamos asistiendo al final de la «era Deng» en China. Un final aún lento, pero inexorable. Deng, allá en un lejano 1981, dijo que había que iniciar un nuevo camino en China «sin teoría», es decir, relegando -nunca se pudo eliminar del todo- el marxismo. Sus sucesores, Jiang Zemin y Hu Jintao, lo aplicaron al pie de la letra, ampliando rápidamente el papel del mercado en la economía interna e impulsando ese movimiento con una postura en política exterior que engarzaba a China con el «orden económico y político» mundial que hegemonizaba EEUU. Es decir, se subordinaba la soberanía de China al crecimiento económico.

Jiang tiene 96 años y ya no es nada más que un antiguo dirigente sin peso en el Partido; Hu tiene 80 años y es cierto que tiene problemas graves de salud, como han dicho los chinos, y que esa fue una de las razones para «ayudarle» a dejar el pleno. Pero también lo es que aún conservaba un importante papel en el Partido con un alto número de acólitos pro-occidentales. Y ese papel lo intentó ejercer, hasta el punto de saltar la línea roja actual de China: Taiwán.

Si hay que creer lo que dicen los chinos, y para eso hay que leer a los chinos y no a los occidentales, Hu y los suyos pelearon hasta el último momento en un aspecto crucial: que no apareciese en el documento final del XX Congreso la expresión «no renunciamos a la fuerza» como último recurso para recuperar Taiwán con el argumento de que «China no hace guerras en su territorio y a su pueblo”. Su intervención en el congreso fue también que había que mantener «buenas relaciones con EEUU para mantener la senda del crecimiento económico». Un discurso rancio tras lo ocurrido en estos cinco años desde el anterior congreso, con aranceles, sanciones, presiones y provocaciones constantes (AUKUS, QUAD, etc.) y en unos momentos en los que, además, no solo EEUU sino el Occidente colectivo están en regresión política, económica y geoestratégica.

No solo eso. También se ha acusado a ese sector de ser el responsable, por su laxa política neoliberal y de dejar hacer a los capitalistas chinos, de la crisis inmobiliaria que se desató en China hace un año y que aún se está resolviendo. El Estado obligó a las inmobiliarias en apuros a ceder las viviendas construidas a los ayuntamientos, estos impusieron unos precios máximos -introduciendo importantes descuentos al precio inicial y obligando a recortar las tasas hipiotecarias- y se ha logrado abaratar sustancialmente el coste que la ciudadanía china reserva para gastos de alojamiento en 51 de las 70 principales ciudades chinas en población.

Por eso hay que centrarse en otros elementos: la nueva dirección de China está compuesta por personalidades que a lo largo de su trayectoria han mostrado firmeza de principios y, sobre todo, «capacidad de resistir a los países occidentales bajo la presión de las sanciones». Esto es determinante.

Se ha puesto fin a los gobiernos pragmáticos y no ideológicos, se ha puesto fin a los acomodaticios y complacientes con Occidente aunque este Occidente agrediese a China. Punto final. China, tras el XX Congreso del PCCh, deja claro que no busca el conflicto -como es su postura tradicional-, pero que no lo rehuye si se le impone.

Y como era más que previsible, Occidente está en estado de choque. Por varias razones: la primera, por el tercer mandato de Xi, a quien ya se califica de «dictador de por vida», de «nuevo emperador» y cosas así; porque «no hay reformadores económicos en la nueva dirección», y porque, en consecuencia, «la nueva configuración política implica más solidaridad al más alto nivel, lo que puede conducir a una ejecución de políticas más efectiva y a cambios en las posturas políticas actuales». Hay que tener en cuenta que cuando Occidente critica algo, ese algo debe entenderse como un cumplido involuntario de lo que se critica y aquí tenemos una nueva evidencia: se está reconociendo que había fuerzas en el interior del PCCh favorables a las posiciones occidentales. Se está reconociendo, por lo tanto, que lo que ha ocurrido en la sesión de clausura del XX Congreso era inevitable según está el mundo.

La influencia del pensamiento marxista

Este fue el epílogo de algo que ya se había intuido desde el momento en que se conocieron los documentos que se iban a discutir y a aprobar en esta crucial cita. China ya no está «erguida», como se afirmaba en el XIX Congreso, sino en una posición en la que «la influencia internacional, el atractivo y el poder de China para dar forma al mundo han aumentado significativamente», como dijo Xi en su discurso. No es hablar por hablar: en el tiempo transcurrido entre un congreso y otro, cinco años, China ha enfrentado un aluvión de ataques políticos, aranceles, sanciones financieras y restricciones comerciales por parte del Occidente colectivo que no solo no han doblegado al país, sino que lo han hecho más fuerte. Mucho más fuerte.

Todas las monsergas habituales de los medios de propaganda occidentales se han visto hechas añicos. Xi Jinping, y el resto de dirigentes, tienen muy claro qué está pasando y qué hacer. «Mejorar nuestra capacidad de contrarrestar las sanciones extranjeras» es una de esas cosas, con lo que se da por hecho que no solo se mantendrá esa práctica «democrática» occidental, sino que se aumentará. Junto a ello, «acelerar el progreso tecnológico y la autosuficiencia». Esto significa que hay un nuevo enfoque en la ciencia y en la educación para reducir, cuando menos, porque el objetivo es ser autosuficientes, la dependencia de la tecnología occidental.

Y cómo hacerlo: la palabra «socialismo» aparece reiteradamente, aunque con el consabido añadido de «con características chinas», y lo hace en un marco donde «pueblo» y «desarrollo» se complementan. Por el contrario, y siempre comparando con el XIX Congreso, las referencias a «economía de mercado» y «reforma» han disminuido. Es un síntoma claro de que eso de «prosperidad común» establecida en el XIV Plan Quinquenal de 2020 va en serio y que el objetivo de redistribución del ingreso y de la riqueza va más allá del plan quinquenal.

Es decir, lo adoptado en el congreso tiene unos precedentes que se han venido desarrollando estos cinco años transcurridos desde el XIX Congreso y que tienen como eje el indudable peso que tiene la influencia del pensamiento marxista (incluso los chinos se atreven a ir un poco más allá hablando de marxismo-leninismo) en las decisiones que se están tomando.

Como todo lo que se refiere a China, hay que huir de la dicotomía clásica occidental de o yo o contra mí o del blanco y del negro, al igual que no se puede aceptar acríticamente todo lo que llega de China. Es decir, no se puede, ni se debe, considerar a China como el faro revolucionario mundial al mismo tiempo que no se puede sostener que es un país capitalista más. Y hay mucha gente supuestamente «progre» que se sitúa, sobre todo, en la segunda posición porque sus análisis están trufados de otros previos realizados por occidentales, siguiendo los parámetros occidentales.

Si en Occidente el marxismo se considera muerto, no digamos uno de sus conceptos clásicos, la lucha de clases. Sin embargo, la lucha de clases en China nunca ha desaparecido y ahora se está viendo de forma mucho más clara. Para Occidente, la «desaceleración económica» de China es presentada como el principio del fin del intento chino de ser alguien en el mundo. Acostumbrados a que el «jardín occidental»(Borrell dixit) se regaba con «la fábrica del mundo» se encuentran, de repente, con que ya no es así. No es solo la crisis de Ucrania, que también; no son solo las agresiones «democráticas» occidentales en forma de sanciones, que también. Son las decisiones políticas adoptadas por China y puestas en el papel en 2020 cuando se aprobó el XIV Plan Quinquenal y que se sancionan en las resoluciones de este congreso crucial. Y entonces se llega a la conclusión de que la tan traída y llevada «desaceleración», como sostiene Occidente – aunque no sea tal, porque China sigue creciendo mientras Occidente entra en recesión -, tiene mucho que ver con el aumento de la intervención estatal en la economía. Justo la antítesis del capitalismo occidental.

Reforzamiento de lo público sobre lo privado

En este XX Congreso se ha reforzado el control de lo público sobre lo privado y se ha enfatizado la redistribución de la riqueza. Los analistas occidentales ya están diciendo que esto va a provocar una «caída de la confianza empresarial que reducirá la inversión privada», que «decae el atractivo para los inversores extranjeros» y que «las élites empresariales están asustadas por la campaña anticorrupción por la naturaleza arbitraria de un sistema judicial controlado por el partido comunista». Los occidentales nunca hacen lo más mínimo por comprender otro pensamiento que no sea el suyo, otra cultura que no sea la suya, y la china es milenaria: hay un dicho que dice que «es mejor ofender a unos pocos que no defraudar a miles». Occidente estará ofendido, los casi 1.500 millones de chinos seguro que no.

Un ejemplo gráfico: Forbes publicó un poco antes del XX Congreso un informe sobre la riqueza en China (1) en el que se dice que 79 de las 100 personas más ricas de China tuvieron una caída significativa en su riqueza. Forbes la califica con asombro de “la mayor caída de riqueza de los multimillonarios en China en los últimos 24 años”. ¿La causa? Indica varias, pero la fundamental es que el Estado cada vez está apretando más las clavijas a los ricos (el el caso de Alibaba como paradigma) en aras de su política de “prosperidad común”.

Lo que Occidente considera «obstáculos para la prosperidad», es decir el libre mercado como la única herramienta -a pesar de los desastres que ha generado y está generando-, es lo que realmente funciona, y muchos países del llamado Sur Global ven que el secreto del crecimiento chino está siendo el sólido control de las fuerzas del mercado por parte del Estado. Este XX Congreso ha sancionado la visión marxista de un mayor control del Partido sobre el sector privado, la expansión del papel de las empresas estatales y la búsqueda de la «propiedad común» ya esbozada en el XIV Plan Quinquenal a través de la redistribución de la riqueza. Y aquí Xi Jinping ha jugado un importante papel.

El objetivo es «la transformación de China en un gran y moderno país socialista en todos los aspectos», y ese objetivo tiene dos etapas: la primera ya se está recorriendo y terminará en 2035 y la segunda comenzará entonces y terminará en 2049. Por lo que se lee en los documentos, esta «modernización con características chinas» aprovecha la globalización, sí, pero desecha los «subproductos perversos asociados con los modos occidentales de modernización: la hegemonía y la colonización».

Para ello, se pone el énfasis no en el crecimiento económico al estilo occidental, a cualquier costo, sobre todo el social, sino en el «crecimiento cualitativo», «igualando los ingresos de los diferentes grupos de la población y elevando las áreas rurales a los estándares del estilo de vida urbano teniendo en cuenta la preservación del medio ambiente». Es un hecho que el nivel de vida del medio rural casi se ha duplicado en los últimos diez años, además de eliminar la pobreza absoluta del país, asentada básicamente en el mundo rural.

Incluso el tema de la corrupción se abordó sin complejos al reconocer sin tapujos que «existían graves amenazas ocultas al interior del partido, del país y de las fuerzas armadas» de carácter corrupto. Eliminar estos elementos dañinos dentro del PCCh está siendo determinante para la renovada confianza en el PCCh a nivel social. La corrupción fue una de las lacras del PCUS y una de las razones de la descomposición moral y social que llevó a la desaparición de la URSS.

La geopolítica china

De este congreso salen muchas cosas relevantes, una de ellas es la importancia de la geopolítica y el compromiso de China de contribuir a la creación de «un sistema internacional más equitativo y justo», con lo que da por hecho que ahora no lo hay -y que es a lo que se aferra con desesperación un Occidente moribundo-. China defiende el derecho internacional, y no eso de «orden basado en reglas» occidental, y por ello es el principal país en defender el multilateralismo lo que, a su vez, le ha granjeado un mayor carisma e influencia internacional.

Una de esas cosas relevantes es que en este congreso se ha vuelto a resaltar la «asociación estratégica integral de coordinación entre China y Rusia en la nueva era», lo que en estos momentos clave para el mundo como consecuencia de la guerra de EEUU-OTAN contra Rusia adquiere una importancia añadida a pesar de las consabidas referencias a que «las relaciones entre China y EEUU se adhieran a la dirección correcta de los tres principios de respeto mutuo, coexistencia pacífica y cooperación de beneficio mutuo» y a algo parecido respecto a la UE. Algo que, al menos en estos momentos, es más un deseo que una realidad por el comportamiento occidental.

La conclusión es lógica: «Frente a la contención externa, las sanciones, la supresión y la interferencia irrazonable hemos lanzado una lucha de ojo por ojo firme y poderosa». Es decir, que soberanía nacional, desarrollo y seguridad van unidos de manera inexorable. China ya no se calla.

China tiene claro que vienen tiempos turbulentos porque Occidente se resiste a perder su hegemonía matando, pero también que las fuerzas del cambio histórico están impulsando a muchos países, y no solo a China, a ir hacia adelante abandonando el camino occidental. El reciente caso de Arabia Saudita queriendo unirse a los BRICS es la penúltima prueba de ello. O el que países como Egipto, Pakistán, Siria, Guyana, Malasia o la Organización para la Unidad Africana no se hayan dirigido al «jardín occidental» sino a China para aplicar su método de erradicación de la pobreza extrema dice bastante de por dónde van las cosas.

Nota

(1) https://www.forbes.com/consent/?toURL=https://www.forbes.com/lists/china-billionaires

Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es “Las brujas de la noche. El 46 Regimiento “Taman” de aviadoras soviéticas en la II Guerra Mundial”, editado por La Caída con la colaboración del CEPRID y que va por la tercera edición. Los pedidos se pueden hacer a libros.lacaida@gmail.com o bien a ceprid@nodo50.org También se puede encontrar en librerías.

albercruz@eresmas.com

 

 

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