PDF: La dinámica del capitalismo por Fernand Braudel

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El libro n.° 306 de nuestra Colección Socialismo y Libertad

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I. Reflexionando acerca de la vida material y la vida económica

II. Los juegos del intercambio

III. El tiempo del mundo

Este breve volumen reproduce el texto de tres conferencias que di en la Universidad de Johns Hopkins, Estados Unidos, en 1977. El texto ha sido traducido al inglés con el título de Afterthoughts on Material Civilization and Capitalism,y más tarde al italiano comoLa Dinamica del Capitalismo.

La presente edición no añade ninguna corrección al texto inicial que, debo advertirlo al lector, es anterior a la publicación del libro Civilización material, economía y capitalismo, publicado en 1979. Al encontrarse esta obra casi completamente escrita por aquel entonces, se me pidió que la presentara en sus líneas generales.

Cuando Lucien Febvre, en 1952, me confió la redacción de esta obra [Civilización material, economía y capitalismo] para la colección Destins du Monde que acababa de fundar, no me imaginé, desde luego, en qué interminable aventura me embarcaba. Se trataba, en principio, de la simple puesta a punto de los trabajos dedicados a la historia económica de la Europa preindustrial.

Pero, además de haber sentido a menudo la necesidad de volver a las fuentes, confieso que me ha desconcertado, a lo largo de las investigaciones, la observación directa de las realidades denominadas económicas, entre los siglos XV y XVIII. Por el mero hecho de que encajan mal, o incluso nada, con los esquemas tradicionales y clásicos, tanto el de Werner Sombart (1902), acompañado de una considerable suma de pruebas, como el de Josef Kulischer (1928); o los de los propios economistas que ven la economía como una realidad homogénea a la que es posible sacar de su contexto y a la que se puede, se debe medir, en sí misma, pues nada es inteligible fuera del número. El desarrollo de la Europa preindustrial (considerada sin tener en cuenta el resto del mundo, como si éste no existiese) sería su entrada progresiva en las racionalidades del mercado, de la empresa, de la inversión capitalista hasta la llegada de una Revolución industrial que ha partido en dos la historia de los hombres.

De hecho, la realidad observable, antes del siglo XIX, ha sido mucho más complicada. Puede seguirse, claro está, una evolución, o mejor una serie de evoluciones que se enfrentan, se apoyan, se contradicen también. Lo que equivale a reconocer que no hay una, sino varias economías. La que se describe preferentemente es la economía llamada de mercado, es decir, los mecanismos de la producción y del intercambio ligados a las actividades rurales, a los tenderetes al aire libre, a los talleres, a las tiendas, a las Bolsas, a los bancos, a las ferias y, naturalmente, a los mercados. El discurso constitutivo de la ciencia económica ha comenzado ocupándose de estas realidades claras, «transparentes» incluso, y de los procesos, fáciles de captar, que las animan. Se ha encerrado así, desde el principio, en un dominio privilegiado, prescindiendo de los demás.

Una zona de sombra, con frecuencia difícil de observar por la falta de documentación histórica suficiente, se extiende por debajo del mercado; es la actividad elemental básica que se encuentra en todas partes y que adquiere una envergadura sencillamente fantástica. A esta zona densa, a ras de suelo, la he denominado, por no encontrar nada mejor, la vida material o la civilización material. La ambigüedad de la expresión es evidente. Pero supongo que, si mi enfoque es compartido respecto al pasado como parecen hacerlo ciertos economistas para el presente, se encontrará, un día u otro, una etiqueta más adecuada para designar esta infraeconomía, esta otra mitad informal de la actividad económica, la de la autosuficiencia, del trueque de los productos y de los servicios en un ámbito muy reducido.

Por otra parte, por encima y ya no por debajo de la amplia superficie de los mercados, se han levantado activas jerarquías sociales: falsean el intercambio a su favor, trastocan el orden establecido; queriéndolo e incluso sin quererlo expresamente, crean anomalías, «turbulencias», y dirigen sus negocios por caminos muy particulares. En este elevado escalón, algunos grandes comerciantes de Amsterdam, en el siglo XVIII, o de Génova, en el siglo XVI, pueden alterar, desde lejos, sectores enteros de la economía europea, y hasta mundial. Grupos de actores privilegiados se han introducido así en circuitos y cálculos que el común de los mortales ignora. El cambio, por ejemplo, ligado a los comercios lejanos y a los complicados juegos del crédito, es un arte sofisticado, abierto, como mucho, a unos cuantos privilegiados. Esta segunda zona de sombra que, por encima de la claridad de la economía de mercado, constituye en cierta forma su límite superior, representa en mi opinión, como se verá, el dominio por excelencia del capitalismo. Sin ella, éste es impensable; en ella se instala y prospera.

Este esquema, una tripartición que se ha ido esbozando poco a poco ante mí a medida que los elementos observados se clasificaban casi por sí mismos, es probablemente lo que mis lectores encontrarán más discutible en esta obra. Porque puede parecer que lleva a distinguir demasiado tajantemente o incluso a oponer decididamente economía de mercado y capitalismo. Ni siquiera yo mismo he aceptado en un principio, sin duda este punto de vista. Pero he terminado por admitir que la economía de mercado había sido, entre los siglos XV y XVIII, e incluso mucho antes, un orden coactivo, que, como todo orden coactivo (social, político o cultural), había desarrollado oposiciones, contrapoderes, tanto hacia arriba como hacia abajo.

Lo que realmente me ha alentado a mantener mi enfoque ha sido percibir bastante deprisa y con bastante claridad, mediante este mismo esquema, las articulaciones de las sociedades actuales. La economía de mercado dirige siempre en ellas la masa de los intercambios que registran nuestras estadísticas. Pero la competencia, que es su signo distintivo, está lejos de dominar –¿quién podría negarlo?– toda la economía actual. Existe, hoy como ayer, un universo aparte donde se instala un capitalismo de excepción, en mi opinión el auténtico capitalismo, siempre multinacional, pariente del de las grandes Compañías de las Indias y de los monopolios de cualquier tamaño, de derecho y de hecho, que existían antaño, análogos en su fundamento a los monopolios actuales. Cabe sostener que las empresas de los Fugger y de los Welser eran transnacionales, como se diría hoy, puesto que operaban en toda Europa y tenían a la vez representantes en la India y en la América española.

Pero las coincidencias llegan más lejos, pues, en la estela de la depresión económica consecutiva a la crisis de 1973-1974, ha comenzado a proliferar una forma, moderna en este caso, de economía al margen del mercado: el trueque apenas disimulado, los servicios directamente intercambiados, el denominado «trabajo clandestino», más las numerosas formas del trabajo doméstico y del «bricolage». Esta capa de actividades, por debajo o al margen del mercado, ha aumentado lo suficiente como para llamar la atención de algunos economistas: representa, por lo menos, entre el 30 y el 40% del producto nacional, que escapa así a todas las estadísticas, incluso en los países industrializados.

De esta manera, un esquema tripartito se ha convertido en el marco de referencia de una obra que había concebido deliberadamente al margen de la teoría, de todas las teorías, bajo el exclusivo signo de la observación concreta y de la historia comparada. Comparada a través del tiempo, de acuerdo con el lenguaje, que nunca me ha decepcionado, de la larga duración y de la dialéctica presente-pasado; comparada a través del más amplío espacio posible, puesto que mi estudio, en la medida en que resultaba factible, se ha extendido al mundo entero, se ha «mundializado». De todas formas, la observación concreta sigue en primer plano. Mi intención, en todo momento, ha sido ver, hacer ver sin quitar a los espectáculos observados su densidad, su complejidad, su heterogeneidad, que son el signo de la propia vida.

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