Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/01/19/new-york-por-vladimir-maiakovsky/ Vladimir Maiakovsky 19.01.2020
NEW YORK por Vladimir Maiakovsky
Es difícil definir los rasgos de la vida neoyorquina. No cuesta nada emitir opiniones generales, tópicas, sobre los estadounidenses, de este estilo: es el país del dólar, son chacales del imperialismo, etcétera.
Pero sólo sería un pequeño fotograma de la enorme película estadounidense.
Cualquier alumno de primer grado sabe que es el país del dólar. Pero si, al decir esto, sólo tenemos en mente aquella obsesión de los especuladores por el dólar que vimos en 1919 durante la caída del rublo, o la que hubo en Alemania en 1922 cuando se tambaleaba el marco, cuando los que tenían miles o millones no compraban pan para el desayuno esperando que fuera más barato a la tarde; esta impresión sería totalmente errónea.
¿Son tacaños? No. Un país que gasta un millón de dólares al año sólo en helados se merece otros epítetos.
Dios es el dólar, el dólar es el Padre, el dólar es el Espíritu Santo.
Pero no es la avaricia mezquina de la gente que se conforma sólo con la necesidad de tener dinero y decide ahorrar un poco para luego abandonar el afán de ganancia y plantar margaritas en su jardín o instalar luz eléctrica en los gallineros de sus cluecas favoritas. Los neoyorquinos siguen contando con admiración la anécdota de 1911 sobre el vaquero Diamond Jim.
Después de recibir una herencia de 250 mil dólares, alquiló completo un tren con vagones de asientos blandos, lo cargó con vino y se fue a Nueva York con todos sus amigos y familiares; hizo una ronda por todas las tabernas de Broadway, gastó medio millón de rublos en dos días y volvió a sus caballos salvajes sin un centavo, montado sobre el escalón sucio de un tren de carga.
¡No! La actitud del estadounidense hacia el dólar tiene algo poético. Es consciente de que el dólar es la única fuerza en su país burgués de ciento diez millones de habitantes (y también en otros países), pero estoy convencido de que, aparte de usar el dinero para fines habituales, el estadounidense obtiene placer estético admirando el color verde del dólar, identificándolo con la primavera, y el toro dentro del óvalo le parece retratar a un hombre fortachón y ser el símbolo de su bienestar. La presencia de don Lincoln en el billete, junto con la posibilidad que se le presenta a cada demócrata de alcanzar sus mismos logros, hacen del dólar la mejor y la más noble página que pueda leer la juventud. Al saludarte, un estadounidense no te dirá algo impersonal como:
¡Buenos días!
Te gritará con simpatía:
Make money? (¿Haces dinero?) y seguirá su camino.
Un estadounidense no te dirá de forma vaga:
Hoy tienes mala (o buena) pinta.
Un estadounidense te tasará con precisión:
Hoy aparentas dos centavos.
O bien:
Hoy aparentas un millón de dólares.
No hará una descripción enigmática que deje intrigado a su interlocutor: es un poeta, un artista, un filósofo. Un estadounidense te definirá inequívocamente:
Este hombre vale 1.230.000 dólares.
Esto lo determina todo: qué tipo de gente conoces, dónde te reciben, adónde viajas en verano, etcétera.
La procedencia de tus millones importa poco en los Estados Unidos. Todo lo que hace crecer el dólar es business, negocio. Cobraste tu porcentaje de derechos por una poesía vendida: es un negocio; robaste y no te atraparon, también.