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Ayer por la noche Lyon, la tercera ciudad más grande de Francia, fue sacudida por violentas manifestaciones contra la victoria electoral de los fascistas de Rassemblement national (RN). Los manifestantes levantaron barricadas y lanzaron proyectiles, lo que generó importantes disturbios en el centro de la ciudad.
Los enfrentamientos entre manifestantes y la policía acabaron rápidamente en enfrentamientos físicos. La policía utilizó gases lacrimógenos y cañones de agua para dispersar a los manifestantes y desmantelar las barricadas.
En París, miles de personas se reunieron en la plaza de la República contra el fascismo tras el anuncio de los resultados de las elecciones legislativas anticipadas.
En el centro de la ciudad de Niza, varias decenas de militantes antifascistas también se manifestaron.
El tenso clima político en Francia no data de ahora, sino que procede de una larga crisis económica y política que ha acabado en el fracaso más rotundo de Macron, que se ha hundido en las urnas.
La mayor parte de los medios centran la crisis en el ascenso de eso que llaman “la extrema derecha”. No obstante, se trata de un fenómeno más general que afecta a las grandes potencias imperialistas, donde los viejos personajes con viejas políticas siembran la frustración y van siendo sustituidos por otros con una fachada remozada.
El próximo en caer va a ser el británico Rishi Sunak, un personaje tan mediocre y tan fracasado como Macron.
Cuando se analiza con la suficiente perspectiva, lo que más sobresale de la situación política en Europa es que ya no sobrevive ninguno de los partidos tradicionales que se han alternado en los parlamentos desde 1945.
El ejemplo más característico es Italia, donde ya no existen ni el partido democristiano, ni el socialdemócrata, ni el comunista, ni el liberal, ni el radical… A todos se los ha llevado la marea y no tienen ningún recambio.
La llamada “extrema derecha” no es la causa de esta crisis política europea, sino su consecuencia.