Marxismo y represión por Fritz Sternberg

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2023/03/18/marxismo-y-represion-por-fritz-sternberg/

 (1932)

[Hans-Peter Gente, comp.: «Marxismo, Psicoanálisis y Sexpol», vol. 1. Documentos, pp. 95-111. Granica Editor. Buenos Aires. 1972]

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El modo de producción del capitalismo pone de manifiesto diferencias fundamentales respecto a todas las formas de producción anteriores. El análisis de esas diferencias es premisa indispensable para estudiar la historia del pensamiento en el último siglo. El capitalismo no inventó la explotación. En el período feudal, como en la Antigüedad, la masa de la población también era explotada por las clases altas. Pero las formas de explotación eran otras.

En todas las modalidades precapitalistas de producción, la gran mayoría de la población vivía de la agricultura y la ganadería. Si imaginamos la totalidad del proceso de trabajo como una línea A–B y si, además, tenemos en cuenta que el campesino debía trabajar durante un determinado número de días las tierras del señor, podremos dividir la línea A–B de la siguiente manera: A–C–B. El campesino trabajaba en su propio beneficio una parte de la semana (la que corresponde a la línea A–C); el resto de la semana (lo que corresponde a la línea C–B) era consagrado a los campos del señor. El trabajo que realiza en su propio beneficio y el que realiza en provecho del señor tienen, pues, su localización precisa, puesto que el primero se cumple en suelo propio.

Además, el trabajo que realiza en provecho propio también está apartado en el tiempo del cumplido en beneficio del señor. En aquellas épocas, la explotación podía representarse así plásticamente. Si se hubiera fotografiado, por ese entonces, el proceso de producción, se habría podido determinar a través de la imagen fotográfica en qué momento terminaba el trabajo propio y en qué momento se iniciaba la explotación. El campesino sabía que lo estaban explotando, el señor sabía que estaba explotando. Si se buscaba una razón para ello se la encontraba en el hecho de que el señor brindaba protección militar al campesino.

La clase señorial sabía que estaba explotando a los campesinos. Pero esa conciencia no los perturbaba; no los perturbaba, porque los campesinos no tenían la conciencia de clase que hoy tiene la clase trabajadora. No la tenían, porque no la podían tener. Eso queda demostrado por todas las luchas de clase que se presentan a lo largo de la historia de las modalidades precapitalistas de producción. La historia de todos los períodos económicos, hasta el capitalismo, no es una pugna entre explotadores y explotados; no es una disputa de la renta señorial entre los beneficiarios y quienes la hacen posible. Es una lucha de las clases dominantes entre sí y lo que está en disputa es el reparto de la renta. Ni en Roma ni en Grecia, la tónica de la historia estuvo dada por las luchas contra esclavos que querían abolir la esclavitud (si alguna vez se produjo algún levantamiento de esclavos fue porque la opresión había asumido formas monstruosas); la tónica de la época está dada por las luchas de las clases dominantes entre sí. Por ejemplo: la lucha entre patricios y plebeyos. Los esclavos estaban por debajo de ambos. El propio Marx ha señalado expresamente esto, aunque en un pasaje que suele pasarse por alto. En el prólogo de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, escrito por Marx en 1869, es decir, luego de la publicación de El Capital,1 leemos:

“Ante esta analogía superficial se olvida lo fundamental y es que en la antigua Roma, la lucha de clases solo se desarrollaba dentro de una minoría privilegiada, entre los libres ricos y los libres pobres, mientras que la gran masa productiva de la población, los esclavos, constituían el pedestal puramente pasivo de estas luchas. Se olvida la significativa frase de Sismondi: ‘El proletariado romano vivía a costa de la sociedad, mientras que la sociedad moderna vive a costa del proletariado.’ Ante una diferencia tal entre las condiciones materiales, económicas, de la lucha de clases en la Antigüedad y en nuestra época, sus productos políticos no pueden tener en común más de lo que tendrían el arzobispo de Canterbury y el sumo sacerdote Samuel.”

El Medioevo manifiesta analogías con la Antigüedad en un punto: la lucha no se desarrolla entre los siervos y los propietarios. Respecto a las guerras de campesinos puede decirse lo mismo que se dijo acerca de los levantamientos de esclavos en la Antigüedad. Fueron la respuesta a una opresión excesiva. Tanto para los esclavos como para los siervos medievales, tanto para los patricios como para los señores feudales, el trabajo de la mayoría y, por ende, la renta señorial era una categoría de ingresos cuya desaparición estaba fuera del alcance de cualquier imaginación.

Señalémoslo una vez más: tanto en el Medioevo como en la Antigüedad, la explotación de las masas era fácilmente determinable. Podía comprobarse en el espacio y en el tiempo, era establecida y admitida por la clase dominante, porque la clase dominada, la de los campesinos carentes de derechos, no tenía conciencia social.

En ambos puntos se han producido trasformaciones decisivas con el advenimiento del régimen capitalista. Hablemos, en primer lugar, de la conciencia de clase de las capas inferiores.

Por primera vez en la historia universal podemos comprobar que las clases inferiores tienen conciencia de clase. Cuando el esclavo recuperaba la libertad la recuperaba individualmente. Cuando el siervo medieval, el campesino, era liberado de sus cargas, lo que cambiaba era su situación individual; en cambio, para el ascenso del obrero, lo primario es la liberación de la clase. Solo a través de ella –y su consecuencia necesaria: la abolición de las clases– se produce la liberación del individuo.

Por ello, gran industria, separación del individuo de los medios de producción, conciencia de clase de los obreros y lucha de clases, son factores que se condicionan los unos a los otros.

Por ello, por primera vez en la historia, la lucha no es como hasta ahora una lucha entre las clases dominantes que se disputan la distribución de la renta, sino la lucha por la renta misma: la lucha por la renta entre la burguesía y el proletariado.

Por ello, por primera vez en la historia, la clase de los señores experimenta que su plusvalía no es una categoría natural, sobrentendida e indiscutible, sino que la tiene que defender en permanente lucha contra la clase obrera.

La renta se obtenía en un suelo tranquilo; el suelo de los beneficios económicos modernos es volcánico.

La clase baja tiene conciencia. El proletariado lucha contra su explotación. Lucha por la abolición de la explotación, por la abolición de la plusvalía, por la abolición de las clases. ¿Cuál es la respuesta de la clase alta? ¿Cuál es la respuesta de la burguesía? La respuesta no es: “Sí, explotamos a los obreros; sí, vosotros trabajáis y nosotros os obligamos a producir nuestros beneficios, porque nosotros tenemos el poder.” La respuesta es: “La explotación no existe. La palabra explotación es solo un invento demagógico de los socialistas.”

Y por eso es de extraordinaria importancia que la particular estructura del modo capitalista de producción permita a los capitalistas ocultar, reprimir hechos decisivos, que tanto en la Antigüedad como en el sistema feudal estaban a plena luz del día. Recordemos la línea A–B y el punto C. También en el capitalismo existe una línea A–C, en la que el obrero cumple un trabajo –dicho en términos marxistas– “necesario” y una línea C–B, en la cual cumple un trabajo “adicional”. Pero el trabajo adicional no está claramente separado del necesario ni en el espacio ni en el tiempo. El obrero no cumple el horario del trabajo necesario en su casa y el del trabajo suplementario en la fábrica; trabaja siempre en la fábrica. De modo que no existe la separación en el espacio. El obrero no trabaja en la fábrica durante un lapso para sí y durante un lapso para el capitalista. De modo que tampoco en materia de tiempo puede determinarse cuándo cesa el trabajo necesario y cuándo comienza el adicional. Si se sigue paso a paso el proceso capitalista de producción, si se lo fotografía, si se lo registra cinematográficamente, nunca se podrá establecer cuándo comienza el trabajo adicional. Esta imposibilidad de una delimitación precisa, exacta, brinda al capitalista la posibilidad de pasar por alto los hechos decisivos. Le brinda esa posibilidad, y esa posibilidad se ha trasformado en necesidad. El pasar por alto se ha convertido en disimulo, en represión, porque la conciencia de clase se ha ido haciendo cada vez más intensa; porque la lucha contra la explotación, contra los beneficios económicos, se ha ido haciendo más franca y porque la clase dominante quiere conservar la conciencia limpia, precisamente para esta lucha. Como es lógico, la represión tiene que ser más notable en el área próxima a los hechos candentes, es decir, en la teoría económica. Ya antes de Marx, Say había elaborado una teoría de las fuerzas productivas. Para producir un bien se requiere capital, suelo y trabajo. El capital produce intereses; el suelo, la renta; el trabajo, salario. La plusvalía no existe; no existe la “utilidad”, y contra los intereses no hay nada que objetar. También el obrero cobra intereses, cuando deposita su dinero en caja de ahorro. La ciencia burguesa superó esta teoría de Say en Inglaterra y solo en Inglaterra. Y si esto ocurrió en Inglaterra, es porque este país era el único en el cual existía una producción industrial en gran escala, sin que las luchas de clases fueran tan agudas como para hacer peligrar el sistema. En Alemania, en cambio, la economía burguesa nunca fue más allá de los simplistas planteos de Say. Ya en el prólogo a la 2° edición de El Capital, Marx señaló lo fundamental:

“Desde 1848 el modo capitalista de producción se ha ido desarrollando rápidamente en Alemania y hoy en día ha llegado a su fraudulento florecimiento. Pero los hados no son favorables a nuestros economistas. Mientras pudieron cultivar la economía política sin trabas, las condiciones económicas modernas no se daban en la realidad alemana. Cuando esas condiciones surgieron a la vida, lo hicieron bajo condiciones que no hacían admisible por más tiempo su estudio sin trabas dentro del campo visual burgués… Tomemos el caso de Inglaterra. Su economía política clásica coincide con el período en que la lucha de clases aún no se había desarrollado. Su último gran representante, Ricardo, toma conciencia, por fin, de la pugna de intereses entre las clases, entre el salario y el lucro, entre el lucro y la renta de bienes raíces, y la convierte en punto de partida de sus investigaciones, interpretando ingenuamente esta pugna como una ley natural. Pero con eso, la economía científica burguesa entraba en un callejón sin salida.”

Solo se comprende en qué medida tenía razón Marx, cuando se observa lo producido en Alemania, en materia de teoría económica, después de su muerte. Es una mezcolanza de las más burdas simplezas. Sin embargo, resulta interesante observar la intensidad que ha adquirido el proceso de represión: las palabras que designan lo característico del capitalismo han desaparecido de la jerga económica burguesa. En el capitalismo existe el beneficio o ganancia. Pues bien, la conocida obra de una figura señera de la escuela austríaca se intitula: Historia de la teoría de la renta (Zinstheorie). Porque la renta siempre existió; en consecuencia, siempre existirá. Y por ello Böhm-Bawerk, en unión con Cassel –su camarada en materia de economía ramplona– se esforzó por demostrar que en el socialismo también tenía que existir la renta.

¿Qué es capitalismo? Es el modo de producción por el cual los dueños de los medios de producción están enfrentados a los obreros libres; libres en el célebre doble sentido marxista: desde el punto de vista legal –en contraste con los esclavos– y libres de medios de producción –en contraste con los campesinos y los artesanos–. No poseen más que su capacidad de trabajo. Por lo tanto, el capital solo es capital bajo determinadas condiciones sociales. El enfoque de la economía vulgar es otro. Para ella, capital es “trabajo invertido”, “medios de producción producidos”. Porque los medios de producción siempre han existido, en la época feudal, en la Antigüedad, en la prehistoria… más aun, hasta entre los animales, según Böhm-Bawerk. Porque cuando el mono no arranca directamente los frutos del árbol, sino que recurre a una piedra, la piedra es para el mono un medio de producción producido y, por consiguiente, capital. En consecuencia, si siempre ha existido el capital, aun en la nebulosa prehistoria, aun en el reino animal, eso significa –Dios lo quiera– que siempre lo habrá.

En el capitalismo, la crisis es la expresión más clara de todas sus contradicciones. Por ello, la palabra crisis desapareció del vocabulario económico popular. Se hablaba de fluctuaciones de la vida económica, se hablaba de alza y baja, se hablaba de reflujo, de estancamiento y de expansión. Porque cuando se habla de fluctuaciones, la baja, el reflujo, el seno de la ola es prolegómeno de un nuevo ascenso.

La economía está muy próxima a las luchas de clases, por eso el proceso de represión es particularmente burdo en este terreno y se lo puede demostrar en forma palpable. Pero no se limita a la economía. Domina la totalidad de la vida espiritual. La domina sin que los portadores de este proceso de represión hayan tomado conciencia de la situación.

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Marx y Freud

Hemos expuesto aquí los requisitos económicos para la represión: las características del modo capitalista de producción –en el cual la explotación no surge con tanto realce como en el feudalismo o en la esclavitud de la Antigüedad– brindaron a las clases dominantes la posibilidad de la represión. Esta llegó a trasformarse en necesidad, puesto que en el curso del proceso capitalista, la clase sometida va adquiriendo una conciencia de clase cada vez más intensa y, en consecuencia, entabla una lucha contra la explotación, contra el dominio de clase. Si la clase dominante hubiera admitido la existencia del factor explotación, habría renunciado voluntariamente a uno de los medios decisivos para el mantenimiento de su dominio: la propia conciencia limpia, por un lado, y la falta de esclarecimiento de las masas, por el otro. Por ello era preciso reprimir las circunstancias económicas decisivas; por ello la represión comenzó a imponerse más y más en la totalidad de la clase dominante. Por ello debemos establecer precisamente en el capitalismo y solo en el capitalismo una hipertrofia de la represión.

Pero ocurrió lo siguiente: la existencia de la represión, como hecho, también fue admitida por la ciencia burguesa. Freud creó el psicoanálisis. Como se sabe, Freud llegó a sus primeros resultados con pacientes neuróticos, cuya enfermedad era funcional, no orgánica; en los cuales, pues, la enfermedad nerviosa no provenía de trasformaciones orgánicas anatómicamente comprobables. Hasta entonces se había intentado curar a esos enfermos a través de la hipnosis y la sugestión, pero Freud descubrió que, en ese caso, el mal regresaba al poco tiempo y agravado. En su tratamiento partió de la suposición de que el enfermo trataba de reprimir en el inconsciente las ideas que le resultaban intolerables y con las cuales era incapaz de habérselas. La misión del médico entrenado en psicoanálisis es la de conducir al propio paciente al descubrimiento de ese complejo sumergido en el inconsciente. Si se logra educar la voluntad del enfermo para que, en adelante, no reprima, la curación se hará posible en enfermedades nerviosas de origen funcional.

En el curso de sus investigaciones, Freud vio el mecanismo de represión en funcionamiento, en los sueños, en los chistes y en la vida diaria en general.

Ahora bien, ¿qué tienen que ver las investigaciones freudianas con el marxismo? ¿Qué tiene que ver con el marxismo el hecho de que los neuróticos repriman las ideas que le resultan incómodas? Para resumirlo en pocas palabras: después que la represión por los motivos económicos que señalamos se hubo convertido necesariamente en un fenómeno social, viene el psicoanálisis e investiga el mecanismo individual de represión en determinados individuos. Lo investiga sin siquiera preguntarse por qué esas investigaciones se practicaban precisamente a fines del siglo XIX. Sin preguntárselo, porque es característico de Freud y sus numerosos discípulos el no plantearse jamás el problema de por qué el psicoanálisis no se descubre antes del siglo XIX. ¿Cómo es posible que solo en los últimos tiempos se enfoquen los sueños, se enfoque el chiste con un criterio científico? Después de todo, la gente viene soñando desde hace millares de años. Para el psicoanálisis esta circunstancia es casual. Si Freud hubiera nacido en 1625, el psicoanálisis tendría 300 años de antigüedad.

Pero para los marxistas, el hecho de que el psicoanálisis haya aparecido a fines del siglo XIX es una consecuencia lógica. La hipertrofia de la represión es el requisito para que esta –en su forma individual se haya convertido en problema para la burguesía. Por eso es el marxismo el que señala al psicoanálisis su hora de nacimiento. Pero no solo le señala su hora de nacimiento, sino también sus límites y errores. Porque una característica de Freud y sus discípulos es su impermeabilidad a lo económico. Ellos no saben en qué época histórica están viviendo. También es característico de Freud el considerar al mecanismo de represión analizado por él, como una categoría humana general y el dejar totalmente de lado en ese análisis el peso específico de las clases y de su estratificación.

Dos ejemplos: Freud habla de la muerte del padre como el acontecimiento más importante en la vida del hombre. Pero la muerte del padre tiene un significado muy diferente para el hijo de burgués y para el joven proletario… En las últimas décadas de preguerra, el hijo de burgués solía depender de su padre hasta los 30 años, es decir, hasta una edad en la que su independencia espiritual ya se había desarrollado, una edad en la que –desde hacía rato– mantenía relaciones con mujeres. La muerte del padre –sobre todo en familias en las cuales este hacía uso de todo su poder patriarcal– significaba, pues, para él un encontrarse a sí mismo.

Entre los proletarios el asunto era diferente. Ya en el período de aprendizaje, entre los 14 y los 17 años, el joven obrero ganaba parte de su sustento y, con frecuencia, vivía en casa de su maestro. Una vez terminado el aprendizaje solía pasar años sin ver a su padre; sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, época en la cual tuvo lugar un movimiento extraordinariamente intenso en las capas de la población. Por eso, para el hijo de proletarios la muerte del padre distaba mucho de ser el acontecimiento más importante de su vida, puesto que el padre ni siquiera había tenido una influencia muy decisiva sobre él antes de su muerte. No es casual que Freud no pronuncie una sola palabra sobre estos hechos.

Otro ejemplo: con todo acierto, Freud ha llamado la atención sobre el erotismo infantil. Con todo acierto ha señalado la influencia decisiva que tiene el período de la pubertad en la vida de muchos hombres. Sin embargo, apenas si ha tratado en forma sistemática la diferencia decisiva que existe entre la pubertad que trascurre en una casa paterna con siete habitaciones –en la cual los padres tienen su propio dormitorio y los niños duermen separados de ellos– y la pubertad de millones de proletarios en el auge del capitalismo, cuando padres e hijos duermen en una misma habitación y, a veces, en la misma cama.

Algunos discípulos de Freud trabajaron sobre este tema, pero los resultados no podían ser trascendentes, porque su planteo tenía un punto de partida erróneo: aun al considerar los factores sociales, se partía siempre del mecanismo individual de represión. El propio Freud apenas si se ocupó del asunto en forma sistemática. Sus límites están en el mismo terreno que los límites de la economía burguesa. Es característico de la economía burguesa el considerar el modo capitalista de producción como algo natural y eterno, no como algo histórico, que se dio en un período determinado y al que la historia dejará de lado.

Freud concentra en la familia todo el interés que ha escatimado a la economía. Y así como la economía burguesa considera que el modo de producción del capitalismo es algo perpetuo, él ve la actual organización familiar burguesa como algo eterno e invariable. En uno de su últimos escritos, Freud define su posición respecto al comunismo. No quiere polemizar con él en el terreno económico; no se siente competente para hacerlo. Pero, a su juicio, la propia psicología demostraría que las consignas comunistas son irrealizables mientras subsista la familia en su forma actual.

Freud no puede mostrar con mayor claridad sus propias limitaciones. De la economía no se ocupa. De la familia tiene que ocuparse. Pero para él, la familia es algo dado e intrasformable. No advierte que, en el apogeo del capitalismo, la familia burguesa es otra cosa que la familia proletaria; que la familia, en general, en el apogeo del capitalismo es otra cosa que la familia en el período feudal o en la Antigüedad. No advierte que en la actual etapa de declinación del capitalismo, su organización está experimentando nuevas trasformaciones y que en el socialismo será algo completamente distinto. Y la trasformación de la familia es decisiva, precisamente para esos procesos que Freud considera tan esenciales: la muerte del padre y la pubertad. Supongamos que al concretarse el modo socialista de producción, los hijos ya no crezcan en el seno de la familia. En ese caso la muerte del padre no puede ser un acontecimiento de igual importancia que la muerte del padre para un niño burgués, que se haya desarrollado bajo las actuales circunstancias. Otro tanto puede decirse de la pubertad, que trascurrirá bajo condiciones totalmente distintas.

Freud nada sabe de clases y de lucha de clases. Por ello la historia no es para él un proceso dialéctico sino un permanente y eterno progreso. En uno de los ensayos incluidos en Aportaciones a la teoría de la neurosis señala como progreso decisivo el descubrimiento de que la Tierra no es el centro del universo, sino un planeta que gira alrededor del Sol; otro progreso se debería a Darwin, quien demostró que una larga serie de animales condujo paulatinamente a la formación de la especie humana; otro progreso partiría del psicoanálisis, a través del cual se demostró que los procesos inconscientes en el hombre no son accidentales sino que están sujetos a un determinismo y a leyes (señaladas por Freud). Y de todo eso se extrae la conclusión de que nosotros avanzamos siempre en un proceso continuo. Este enfoque freudiano de la historia corresponde al del liberalismo burgués. Es el enfoque de Goethe, quien analizaba la historia humana con ajuste a categorías de las ciencias naturales y cerraba los ojos a la evidencia de que las clases y las luchas de clases son los motores decisivos de la historia.

En una conversación con Eckermann, Goethe, afirma acerca de la Revolución Francesa, que si los de arriba no hubieran gobernado mal, Francia no habría llegado a la revolución; compara al gobierno francés con un jardinero que no ha arrancado a tiempo las malas hierbas… Ese es el concepto que Freud tiene de la historia.

Es evidente que la guerra imperialista, que la agudización de las luchas de clases, no tienen cabida en el sistema freudiano. Por eso apenas si se las roza. En los numerosos libros publicados por Freud después de la Guerra Mundial, apenas si se dedica una palabra a la guerra. Sus discípulos, en cambio, han consagrado numerosas publicaciones a ese tema. Cada cual lo ha hecho a su manera y así han salido a relucir las cosas más espantosas. Por ejemplo: esos analistas han llegado a la conclusión de que los socialdemócratas tienen un complejo paterno y por eso son partidarios de la autoridad, mientras que los comunistas no tienen complejo paterno y por eso están en contra de la autoridad.

Se ha afirmado, con mucha razón, que Freud no es responsable de esta literatura. Pero también hay que señalar que Freud la hizo posible desde el momento en que consideró posible un análisis que no computa el factor económico. Eso fue una fuente de errores para él mismo. En el análisis freudiano, el sexo es siempre el factor decisivo, y preciso es destacar que es mucho lo que debemos a Freud en materia de análisis de la sexualidad. Pero como para él todos los demás factores pasan a segundo plano –mejor dicho tienen que pasar a segundo plano, precisamente, porque se ha descuidado el análisis económico– siempre aparece en Freud una adulteración del peso específico. En un libro pueden descuidarse determinados factores si el error se subsana en obras posteriores. Pero cuando esas obras no aparecen hay una adulteración del peso. Ese es el caso de Freud. Freud, el creador del concepto de represión, es a la vez uno de los mayores represores de todos los tiempos. En una época en que la economía obliga a la totalidad de la clase dominante a una represión cada vez más intensa, en una época en que se produce –en que tiene que producirse– una hipertrofia de la represión, en esa época, el análisis de la represión debería haber provocado una conmoción ideológica en todo el orden social, si hubiera abarcado el fenómeno en toda su profundidad. Pero era preciso denunciar el proceso de la represión y, a la vez, despojarlo de sus elementos revolucionarios. Y quedó despojado de estos elementos al exponérselo como proceso individual; como proceso individual de enfermos, en primer lugar, y como proceso individual que afectaba, ante todo, el terreno sexológico. La burguesía podía proclamar la represión, en su versión freudiana, sin traicionar a su clase, sin siquiera hablar de su clase.

Freud nada sabe acerca del papel que ha desempeñado. El que ha desenmascarado al inconsciente, ha sido inconscientemente el instrumento de procesos históricos cuyas leyes él desconoce.

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Marx, Schopenhauer y Nietzsche

En las páginas precedentes se ha demostrado que la intensificación de la lucha de clases obliga a las clases dominantes a reprimir elementos decisivos, para conservar la conciencia tranquila, y que esa represión es particularmente burda y torpe en materia económica. Pero la represión va más allá aún y abarca toda la historia del pensamiento. Sería de extraordinario interés analizar, en forma sistemática, la historia del pensamiento desde este punto de vista. Las líneas que siguen no pretenden ser un intento de esa naturaleza.

Solo procuran señalar algunos puntos de vista que pueden ser esenciales para semejante investigación.

El término represión pertenece a Freud; pero, por supuesto, no fue él quien descubrió el fenómeno en sí. Entre otros, Schopenhauer tuvo mucho que decir al respecto. La obra cumbre de Schopenhauer lleva el título El mundo como voluntad y representación. La voluntad es el elemento primario, la representación, el intelecto, lo secundario. Tan secundario es, que en la lucha de intereses entre voluntad e intelecto, que se produce en el hombre normal, siempre predomina la voluntad y retrocede el intelecto. Schopenhauer ha desarrollado esa idea en mil variaciones y es nota característica de su sistema, que el hombre genial sea aquel que conoce en forma “pura”, es decir, el hombre en el cual la representación es, lo primario, en el cual la voluntad debe inclinarse ante la representación.

No es casual que el sistema de Schopenhauer aparezca cuando el capitalismo está llegando a su apogeo. Porque no hay orden económico en el cual la voluntad, el interés, dominen tanto al intelecto. No hay orden económico en el cual se impongan vallas tan objetivas a la percepción “pura”. Esto no ocurría en el feudalismo ni en tiempos de la esclavitud. Tampoco ocurrirá en el socialismo. La clase de los señores feudales podía “percibir en forma pura” sin ser genial. ¿Y por qué? Porque el conocimiento de todos los hechos decisivos no la perjudicaba; porque, pese a ese conocimiento, podía seguir perteneciendo a la capa dominante; porque la clase baja no tenía aún conciencia de clase ni podía tenerla; porque ninguna clase podía imaginar un orden social sin división en clases. No olvidemos que los más grandes pensadores de la Antigüedad –Platón y Aristóteles– no podían imaginar siquiera una sociedad sin esclavos; que Espartaco no quería suprimir la esclavitud, sino convertir a los esclavos en señores. En aquella época no se libraban luchas por la abolición de la esclavitud. Las clases eran algo sobrentendido. La sociedad sin clases escapaba a la imaginación. Una antigua anécdota, que se narraba en Europa en el siglo XIX, demuestra con toda claridad hasta qué punto se estaba alejado, en ese entonces, de la idea de una sociedad sin clases. “Una mujer pobre le dice a una rica: Haremos una revolución para que todos seamos iguales: usted acarreará piedras y yo usaré vestidos de terciopelo…”

Puesto que las clases bajas no tenían conciencia de clase, los de arriba podían percibir la verdad sin peligro alguno. Por eso, en la época feudal y en la Antigüedad no se requería “genio” para comprender: nadie necesitaba salir de su clase aunque percibiera en forma “pura”. Esta situación varió en el capitalismo. En el capitalismo, el miembro de la clase dominante que “perciba en forma pura” –en el sentido de Schopenhauer– deberá saltar por sobre su clase, deberá abandonarla. El miembro “normal” de una clase dominante no lo hace; hasta ahora, ninguna clase dominante ha renunciado voluntariamente a la explotación de una clase inferior. Por ello, en el capitalismo, la voluntad, el impulso, es lo primario; el intelecto, lo secundario. Pero solo lo es en el capitalismo. No será así por siempre, como tampoco es eterno el capitalismo, puesto que está condicionado por factores históricos.

Schopenhauer es un ejemplo de la naturaleza del enfoque burgués: absolutiza hechos que solo tienen vigencia en una determinada fase histórica y les atribuye validez general. Las relaciones entre voluntad y representación dependen de la formación de clases y de la conciencia de clase. Se modifican sustancialmente en una sociedad con conciencia de clase.

Por eso, la ubicación metódica del sistema de Schopenhauer puede determinarse no solo a partir de la historia del pensamiento, no solo a partir de la filosofía. No se lo concibe tan solo como un producto de la evolución autónoma del pensamiento. Tiene una ubicación precisa como superestructura ideológica de un sistema con una estructura económica muy específica. No es casual que haya surgido y no es casual que haya surgido en un momento determinado.

Los filósofos han admitido, de tanto en tanto, que algunos sistemas filosóficos no se explican exclusivamente como resultado de la evolución autónoma del pensamiento; pero si lo admiten, no es con referencia al sistema propio sino a los que ellos combaten. El profesor Heinrich Rickert, de Heidelberg, se ha ocupado, por ejemplo, de la filosofía nietzscheana de la vida. Luego de “acabar” con ella desde el ángulo filosófico, procuró explicarla, entre otras cosas, como un resultado de la precaria salud de Nietzsche, quien –perseguido por la enfermedad– tenía que tener a «la vida» en muy alta estima. Pero la explicación de la filosofía de Nietzsche que nos proporciona el señor profesor adolece de la misma chatura que caracteriza a su propia filosofía. La filosofía de Nietzsche coincide con el auge del capitalismo; coincide, pues, con una época en que la producción de la gran industria hace enormes progresos. En la filosofía nietzscheana de la vida se ponen ya de manifiesto todas las líneas de pensamiento que más tarde harían eclosión en el movimiento juvenil alemán. El capitalismo destruye muchos valores que habían sido elementales para generaciones anteriores. Mecaniza la existencia. Para qué entrar más en detalles: la conciencia de las fuerzas destructoras de vida contenidas en el capitalismo, penetra en todas las esferas de la burguesía. La reacción a esa conciencia fue muy diversa. No se podía meditar en profundidad, porque de hacerlo era forzoso apoyar la plataforma ideológica del proletariado. Por ello se reaccionó por vía del romanticismo. Ya sea Rousseau, con su prédica del retorno a la naturaleza, o Sismondi –el primero que tiene conciencia de las enormes crisis de comienzos del siglo XIX–, con su elogio a las formas precapitalistas de producción o Gandhi, que hoy procura combatir la industria textil inglesa por medio de un retorno a los telares… en todo los casos es lo mismo: una romántica marcha atrás. En Nietzsche puede comprobarse un proceso similar.

A la creciente atrofia de los valores, a la creciente atrofia de la vida, responde con una hipertrofia de la idea “vida”. En momentos en que –en la realidad– el hombre pierde cada vez más su calidad de ser humano, nace el superhombre. Cuando –en su libro sobre la situación de las clases trabajadoras en Inglaterra– Engels expone la inaudita devastación de la sustancia humana por obra del capitalismo, Nietzsche responde: No debéis proyectaros hacia adelante, sino hacia arriba. La “vida” –cuyo sendero se hace cada vez más estrecho, que cada vez está más flanqueada por abismos– se yergue ahora sobre la punta de los pies. La filosofía la enaltece, la cuelga de las estrellas y cree triunfar así sobre las fuerzas hostiles a ella contenidas en el capitalismo.

Nietzsche no cantó a la vida porque estuviera enfermo (ese análisis de Rickert está en el mismo plano que el análisis sobre Marx, según el cual, este se habría convertido en el más acérrimo enemigo del capitalismo al negársele un cargo de profesor auxiliar y como resultado de una afección hepática). Nietzsche cantó a la vida porque ésta estaba cada vez más ausente de la realidad y él esperaba salvarla con su canto. Por ello no es de sorprender que se haya convertido en el filósofo más leído por la burguesía alemana y en el padre espiritual del movimiento juvenil alemán.

La burguesía alemana ha tenido mala suerte en muchas cosas. Nunca llegó a desarrollar una teoría económica (ya hemos hablado de eso), porque la modalidad de producción propia de la gran industria llegó a su apogeo al mismo tiempo que alcanzaban su climax los antagonismos sociales, oponiendo así obstáculos al análisis burgués. Nunca llegó a desarrollar un estilo de vida burgués, propiamente dicho. En Inglaterra las cosas fueron diferentes. Allí el feudalismo quedó liquidado ya a fines del siglo XVIII. En Inglaterra la burguesía dominó en el terreno político y económico por espacio de un siglo, sin guerras en el territorio propio. Por eso, en una carta a Marx, Engels señala que la burguesía inglesa se las estaba arreglando para organizar una nobleza burguesa y un proletariado aburguesado. En Alemania la situación era otra. En Alemania la unificación del país no llegó como revolución de abajo, sino como revolución de arriba. En Alemania los junkers tenían poder político. En Alemania, la burguesía procuraba asimilarse a la nobleza. Para darse tono, añadía como dato personal en las notas sociales de los periódicos, la condición de oficial de la reserva. Esa burguesía tenía poder económico, sin el correspondiente poder político. Como es lógico, esa burguesía tenía una mayor conciencia de la otra cara del capitalismo; como es lógico, se rebelaba… pero, por supuesto, se rebelaba en forma burguesa, es decir, dentro del marco del sistema. ¿Y qué hacía? Anteponía un signo positivo a todos los valores que veía amenazados por el capitalismo –vida, comunidad, sangre, lo vital, lo orgánico–, creyendo así salvarlos del peligro. La juventud era capaz de hacerlo durante un tiempo. Eso duraba mientras esa juventud era rentista, mientras sus padres la mantenían, mientras podía vagar durante la semana, es decir durante los días en que otra gente trabajaba. Duraba mientras alternaban con los de su misma especie.

Todo cesaba en cuanto dejaban de ser rentistas, en cuanto debían desempeñarse en una profesión y, al girar día a día en el molino capitalista, se iban enterando de que los valores a los que ellos habían antepuesto el signo positivo eran triturados por el proceso capitalista de producción. Se debatían por un tiempo, se reunían con sus antiguos camaradas de juventud los fines de semana, para salvar su ritmo en la medida de lo posible. Pero a la larga eso terminaba. A la larga era imposible luchar en el weekend por valores que eran permanentemente destruidos en el trascurso de la semana. Así, todo el movimiento juvenil alemán –por variado que haya sido– tuvo su problema de “señor maduro” y se estrelló contra él. Hoy se ha convertido en un revoltijo de confusas ideas nacionalistas, porque no tiene una ideología propia con la cual enfrentar a la revolución proletaria. No la tiene ni puede tener. Porque no puede llegar a un análisis de las situaciones decisivas que han destruido aquellos valores que un día fueron sus propios valores. Debe renunciar a ese análisis, porque no solo está poniendo en juego su propia forma de vida, sino la existencia de la clase misma. Por ello se vuelve nacionalista y procura escurrir el bulto al capitalismo. Y así se refugia en islas, puramente geográficas y también ideales. Y así se resigna. Y así busca razones para no combatir al capitalismo, razones que cambian todos los meses. Y así se convierte en pelota a merced de cualquier moda ideológica. Solo una mínima parte logra dominar la represión, salta por sobre la clase, se incorpora a las filas de aquellos que no necesitan de la represión, porque no quieren defender a una clase agonizante sino abrir una brecha para una nueva forma de producción, en la cual no se conocen las clases.

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NOTA:

1. Stuttgart-Dietz, 1914, pág. 5

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