Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/05/11/los-fusiles-el-otro-remediola-vigencia-de-la-lucha-armada-en-el-85-aniversario-de-la-caida-en-combate-de-antonio-guiteras-holmes/
¡LOS FUSILES! EL OTRO REMEDIO | LA VIGENCIA DE LA LUCHA ARMADA – En el 85° Aniversario de la caída en combate de Antonio Guiteras Holmes
¡LOS FUSILES! ESE OTRO INTERFERÓN
Editorial de La Tizza sobre la agresión imperialista a Venezuela
“Cambiar en el mercado mundial interferón por fusiles pudiera ser otra contribución de Cuba al avance de la liberación de América Latina.”
La situación actual en América Latina demuestra que la paz no será un resultado de declaraciones «de alto nivel», acuerdos o pactos, sino del avance en la lucha contra el imperialismo y de la aniquilación resuelta de la oposición doméstica a los procesos revolucionarios.
¡Que nadie se confunda! En las condiciones de articulación del capitalismo mundial no es posible que esa oposición sea «autóctona», «independiente» o «nacional». Los intentos por utilizar al Estado para «educar» a las clases dominantes, «convencerlas» de pagar impuestos más altos sobre la acumulación, «regular» los medios de socialización –no solo de comunicación– de su ideología y «compatibilizar» sus intereses con las demandas populares, han fracasado.
La paz burguesa ha ido cobrando metódica y puntualmente la vida de líderes políticos y sociales. Colombia es un buen ejemplo. La apelación de los desmovilizados al cumplimiento de roles de arbitraje que balanceen la correlación de fuerzas, ha fortalecido una fe instrumental y suicida en el Estado.
Pero no es museable la memoria. Lo han probado los adolescentes chilenos que desencadenaron las protestas recientes con aquella consigna que supo discernir tan bien entre 30 pesos y 30 años. El miedo se hereda menos de lo que imaginábamos.
Los factores desencadenantes de una invasión en Venezuela por parte de los Estados Unidos y sus aliados se están consolidando:
1- La necesidad de una solución de guerra para factores de política interna
Ha sido un desastre el manejo interno de la crisis por el coronavirus. Han superado el record de muertes diarias a causa de la enfermedad. En año electoral, la imagen de Donald Trump se deteriora de modo inevitable. El desprecio inicial por la amenaza pandémica y los resultados de «su estrategia», son cada vez peores. El sistema sanitario está al borde del colapso, los supuestos «logros económicos» de la era Trump –a los que han confiado su casi seguro triunfo electoral– no solo amenazan con desaparecer en las próximas semanas, sino que el sistema económico productivo se acerca a un shock que puede volverse irreparable frente a sus competidores más importantes en la disputa hegemónica de las potencias centrales.
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La guerra petrolera entre Rusia y Arabia Saudita ha llevado casi a la quiebra al sector energético. La movilización del complejo militar industrial y el apoderamiento de las riquezas naturales únicas de Venezuela es una de las tablas de salvación del imperialismo yanqui.
2- El dominio y apoyo de los actores aliados
La Comunidad Europea ha apoyado la solución para una «transición democrática» en Venezuela pero la crisis sanitaria lastra sus posibilidades de protagonismo ante las aspiraciones interventoras de Estados Unidos. Países como Inglaterra, Alemania y Francia pueden beneficiarse del nuevo reparto de la matriz mundial de recursos naturales.
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3. El control sobre la región donde se desarrollarán las operaciones y una correlación de fuerzas favorables
La función golpista de la Organización de Estados Americanos (OEA) está consolidada. Luis Almagro ha sido ratificado y ello expresa la continuidad de la histórica posición dominante norteamericana sobre la organización.
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La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) padece impotencia y ha caído en desuso; México y Argentina poco o nada han podido hacer para revitalizarla. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América–Tratado de Comerico de los Pueblos (ALBA–TCP) ha sido muy dañada con el Golpe de Estado militar en Bolivia, hecho que al consolidarse en el tiempo ha permitido a Estados Unidos eliminar un actor político regional importante contra su poderío. Brasil y Colombia son aliados incuestionables. Lula salió de prisión pero eso no ha significado un aumento ostensible del potencial de resistencia del pueblo. En Uruguay regresó la derecha, y la política tradicional de hacer gobierno de coalición con la oposición ha neutralizado al Frente Amplio.
4- El establecimiento de posiciones dominantes en la opinión pública internacional
Estados Unidos y sus aliados han consolidado la visión de que «Venezuela está dominada por una dictadura». Nicolás Maduro es un terrible «dictador» y tiene más relaciones con el narcotráfico que el conjunto de la clase política dominante de Colombia y los Estados Unidos, mayores productor y consumidor respectivamente.
5- El control sobre el terreno de operaciones
El bloqueo aeronaval consumado en las últimas horas, establece un control total sobre el Pacífico y el Mar Caribe y corta a Venezuela los vínculos con sus hermanos. Cuba queda rodeada para enviar ayuda. A Venezuela no le quedará más remedio que librar su propio Playa Girón, junto a todos aquellos y aquellas revolucionarios e internacionalistas de América Latina que concurran a la defensa del chavismo.
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Si llegara a consumarse la agresión imperialista
Estados Unidos busca que el factor de desunión y desgaste interno sobrepase las posibilidades de cohesión y eficacia de las fuerzas bolivarianas. Ello les permitiría precipitar un anhelado levantamiento militar encabezado por «actores cívicos» con el santo y seña de Juan Guaidó o cualquier otro que funja como puente para la transición. Estados Unidos preferiría un «desenlace interno» que parezca democrático y termine con el gobierno revolucionario bolivariano preso o perseguido.
Si llegara a consumarse la agresión a Venezuela, los pueblos tendremos que convertir ese escenario en una posibilidad para «atacar dentro».
Dado el bloqueo de sus fronteras terrestres y marítimas, el internacionalismo con la revolución bolivariana debe concentrarse en el desquiciamiento de los gobiernos proyanquis de la región, que estarán enfocados en prestar toda la asistencia a los imperialistas.
Los efectos psicológicos del coronavirus y la relativa distracción de los asuntos nacionales producto de la invasión a Venezuela, configurarán un contexto propicio para el asalto al poder mediante acciones múltiples y simultáneas, pero organizadas y ágiles. Para hacer frente a esas acciones, las derechas en el gobierno dispondrán de menor ayuda de Estados Unidos, enfrascado como estará en quebrar la resistencia del chavismo.
Brasil, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile, Uruguay, El Salvador, Guatemala, Honduras, Perú, pueden convertirse en una secuencia ascendente de «contagios» de otro tipo.
Ante el reformismo entronizado en muchos movimientos sociales, la pérdida de horizonte político y valor de algunos de sus dirigentes y la creencia, desasida del análisis histórico–concreto, en las «vías legales», serán saludables las escisiones tendientes a la radicalidad y replanteo de esos movimientos. La reactivación de un sector de las FARC en Colombia nos aporta una evidencia.
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Para Cuba, se abre otra necesidad de rebasar enérgicos llamados diplomáticos a la comunidad mundial. La ONU es, en última instancia, cómplice de los dominantes. Las «naciones unidas» que se solapan en sus siglas después de la II Guerra Mundial, son las naciones del capital. «Unidas y concertadas les iría mejor para expropiar», es el mensaje de fondo de su «multilateralismo». Pero las disputas de potencias como Rusia, China y EE.UU por la preeminencia mundial harán naufragar también esa «buena voluntad».
Cambiar en el mercado mundial interferón por fusiles pudiera ser otra contribución de Cuba al avance de la liberación de América Latina.
SOBRE LA VIGENCIA DE LA LUCHA ARMADA
En el 85° Aniversario de la caída en combate de Antonio Guiteras Holmes
El uso de las armas no es un fin en sí mismo para las organizaciones revolucionarias, sino un recurso inevitable, ante la oposición sistemática de los dominantes a cualquier intento por modificar las bases de la sociedad. La lucha armada, a su vez, no es de manera intrínseca una actividad revolucionaria, sino solo cuando es guiada por objetivos emancipatorios que le otorgan su lugar, su papel y su momento.
En mayo de 2020 se cumplen 85 años de la caída en combate de Antonio Guiteras Holmes, una personalidad clave en la historia patria, entre otras razones porque defendió la lucha armada como un método necesario para alcanzar la liberación nacional, y con ello inspiró a generaciones que, un cuarto de siglo más tarde, lograron abrir la senda de justicia social que él anhelaba para Cuba. Su pensamiento y accionar en aquel contexto de los años treinta del pasado siglo, contienen una serie de aprendizajes muy útiles para entrar a discutir un tema que ha quedado relegado en la contemporaneidad, lo que es reflejo de su profunda pertinencia.
Guiteras comprendió desde muy temprana fecha la ligazón de intereses que impedían alcanzar por la vía pacífica el derrocamiento de la tiranía de Gerardo Machado y su resultado mayor, la revolución social. Durante los años treinta, existieron varios grupos que hacían uso de las armas para alcanzar sus objetivos, en el espacio rural y el urbano; pero Guiteras y sus compañeros se planteaban liberar al país del imperialismo norteamericano, y poner la política en función de las necesidades sociales mediante cambios estructurales.
Sus acciones armadas tenían fines revolucionarios.
Al calor de la lucha, sobre todo a partir de la experiencia del «Gobierno de los Cien Días» [1], Guiteras comprendió que era necesario, además, forjar una organización comprometida con un proyecto radical, cohesionada ideológicamente, con bases sólidas en el movimiento de masas, que estuviera en condiciones de hacer valer el potencial transformador de su método de lucha. Esta organización fue La Joven Cuba.
La formación de La Joven Cuba entrañaba también un enfoque acerca del acceso al poder, donde se planteaba la necesidad de organizar una insurrección armada e instaurar una dictadura popular encargada de realizar el programa revolucionario. Sin embargo, antes de este momento, Guiteras aceptó formar parte del Gobierno Provisional, donde la tendencia revolucionaria que él encarnaba, no contaba con todo el poder. Según sus propias palabras esto permitía:
«(…) imponer un programa mínimo que de un modo lento nos pusiese en condiciones de afrontar en un futuro no lejano la inmensa tarea de la Revolución social (…)».[2]
El Gobierno Provisional debió enfrentar una cuestión crítica: el poder del nuevo ejército bajo la dirección de Batista y su creciente articulación con los intereses del imperialismo. Guiteras era consciente de este problema, por lo que sostuvo labores conspirativas desde sus funciones como Secretario de Gobernación, Guerra y Marina, y líder de la organización político-militar Revolucionarios de Cuba. Sus dos líneas de trabajo fundamentales en este sentido fueron: por un lado, la reforma del Ejército y la Policía, con la introducción de oficiales y soldados leales; y por el otro, la creación de dos cuerpos militares sujetos a su influencia: la Marina y la Guardia Rural. La contrarrevolución, sin embargo, partía de una posición más ventajosa y actuó con premura, y logró inclinar la balanza a su favor hasta realizar el golpe de Estado en enero de 1934.
Lo dicho acerca de la táctica seguida durante el «Gobierno de los Cien Días» significa que Guiteras siempre consideró el papel de las armas, en todos los escenarios donde actuó a lo largo de la Revolución del 30. En un primer momento, cuando se articuló con los viejos caudillos nacionalistas para derrocar a Machado. Después, cuando funda su propia organización, y se prepara para tomar el poder y dar paso a un gobierno provisional que convocara a una Asamblea Constituyente. A continuación, cuando aceptó formar parte de un gobierno progresista. Por último, cuando buscó destruir de manera directa el aparato militar de la burguesía para dar paso a un Estado socialista [3]
Hay una claridad meridiana alcanzada en el pensamiento de Guiteras: los intereses del pueblo, por un lado, y de la oligarquía criolla y el imperialismo por el otro, son antagónicos, y en ningún caso la burguesía permitirá el logro de una revolución por la vía pacífica. Su propia existencia como clase es lo que está en juego.
La pobre comprensión de este cardinal asunto fue la gran limitación de los líderes de la Unidad Popular durante el proceso revolucionario chileno en los años setenta.[4]
Mientras no desborden el sistema, ciertas transformaciones podrán realizarse por la vía institucional. El nivel de agitación violenta de las clases dominantes de adentro y de afuera dará la medida de la profundidad alcanzada. Si todo sucede con relativa calma, como pudimos constatar en algunos gobiernos progresistas latinoamericanos en el siglo XXI, es porque, en realidad, no han sido afectadas las bases del orden vigente.
El caso bolivariano ha aportado una novedad: accedieron a una porción del poder por la vía electoral y desde el gobierno han logrado cambios impensables para la democracia burguesa venezolana. A primera vista, ello legitima la tesis de la vía pacífica defendida por Salvador Allende Gossens. Sin embargo, como demuestra el golpe de Estado de abril de 2002, las transformaciones y políticas radicales desarrolladas por el chavismo hubieran sido imposibles sin alcanzar la hegemonía sobre el Ejército, esto es: sin la posibilidad de defender la Revolución con las armas.
También es posible lograr una combinación de fuerza social y militar capaz de neutralizar la contrarrevolución interna, y vivir una paz relativa, como en Cuba, pero aun así las armas son necesarias para disuadir a nuevas fuerzas violentas, evitar la agresión extranjera y contribuir a la revolución mundial, requisito indispensable en la lucha contra el capitalismo.
La principal lección que estamos en condiciones de extraer a la altura del siglo XXI —luego de tantas experiencias históricas— es que las armas no entran a jugar de una única manera, pero son vitales para la existencia y posibilidad de todos los procesos revolucionarios.
A esta conclusión podemos llegar si superamos el imaginario —predominante en América Latina— que identifica la lucha armada con lo que en realidad constituye una de sus manifestaciones: la guerra de guerrillas.
En el caso cubano, las armas permitieron al pueblo conquistar el poder y destruir las estructuras que lo oprimían, construir un sistema social que respondiera a sus intereses, defender el camino elegido frente a agresiones internas y externas, y apoyar el avance de la revolución en otros lugares del mundo. Hoy las armas, empuñadas por los cuerpos militares del país, contribuyen a que el pueblo defienda sus conquistas. Pero mañana pudieran ser un obstáculo conservador frente a un programa de profundización del poder popular, o pudieran incluso ponerse al servicio de una transición capitalista. Es decir, no hay forma de excluir la dimensión militar del conjunto de las tareas asociadas a un proyecto socialista.
Algunos militantes de izquierda tienden a invocar los fusiles, ante una situación indignante, de una manera simplificadora. Existen situaciones donde se trata solo de empuñarlos, por ejemplo, una comunidad amenazada por el paramilitarismo y el narcotráfico. Pero lograr que aporten de forma integral a la causa emancipatoria requiere un mínimo de organización en torno a una concepción ideológica, una estrategia de lucha y un análisis del contexto. Por otro lado, si la violencia revolucionaria presupone un proyecto liberador, entonces las iniciativas armadas deben ser parte de un tejido social comprometido con tal proyecto. No pueden ser un grupo aislado y minúsculo anexado a la sociedad por tiempo indefinido. Desconocer estos requisitos ocasionó la muerte de muchos militantes, la violencia arbitraria y la desconexión social de numerosas organizaciones.
En América Latina los movimientos antisistémicos actuales han desarrollado sofisticadas tácticas para lograr avances por la vía pacífica, una amplitud de formas de acumulación en el seno de la vieja sociedad. Ello es posible por la correspondiente sofisticación de las formas de violencia y hegemonía cultural de la clase dominante, y también por el carácter embrionario y sectorial de estos movimientos. Tal escenario no niega la posibilidad de explorar formas armadas de lucha para propiciar o defender avances futuros.
Esbozaremos tres líneas de acción que pudieran aparecer o incentivarse en diferentes escenarios de la región:
1- Estimular la resistencia armada en comunidades amenazadas por las políticas de despojo, y en territorios autónomos conquistados por sujetos diversos (indígenas, campesinos, pobladores, obreros, estudiantes). En esta dirección ya contamos con experiencias en curso.
2- Recuperar la vieja tradición bolchevique —ya sabemos que también guiteriana— de hacer trabajo de base en el ejército, formar ahí núcleos conspirativos articulados a las fuerzas revolucionarias.
3- Combinar acciones cívicas y militares en las grandes movilizaciones populares, desarrollando una labor de propaganda para legitimarlas frente a la sociedad.
Estas líneas de acción son bien complejas en el escenario actual. No solo por el poderío militar de los enemigos —escenario de partida de toda lucha antisistémica— sino también por el profundo trabajo cultural que han realizado para introyectarnos su «cultura de paz», que no es otra cosa que el respeto al privilegio de usar las armas contra los oprimidos.
La paz es un valor revolucionario, un valor comunista. El capitalismo nos hace la guerra todos los días, con el ruido de los fusiles y el silencio de los hambrientos. Nos obliga a librar esa «guerra sin odio» a la que convocó Martí, para alcanzar la paz verdadera.Notas: