Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2022/10/27/la-nueva-sociedad-tiene-una-oportunidad-razonable-por-erich-fromm/ 27.10.22
¿Tener o Ser? por Erich Fromm – DESCARGAR LIBRO AQUÍ
*
Parte Tercera: “El Hombre Nuevo y la Sociedad Nueva”, Características de la sociedad nueva, pp. 184-189. En Inglés 1957. En Castellano, México. FCE., 1978
*
Si consideramos el poder de las empresas, la apatía y la impotencia de las grandes masas de la población, lo inadecuado de los dirigentes políticos de casi todos los países, la amenaza de una guerra nuclear, los peligros ecológicos, para no mencionar fenómenos como los cambios climatológicos que pueden producir hambre en grandes regiones del mundo, ¿existe una oportunidad razonable de salvación? Desde el punto de vista de los negocios, no existe esta oportunidad; ningún ser humano razonable arriesgaría su fortuna si las probabilidades de ganar sólo fueran de un 2%, ni haría una gran inversión en un negocio aventurado con las mismas pocas oportunidades de ganar; pero cuando es una materia de vida o muerte, “una oportunidad razonable” debe traducirse en una “posibilidad real”, por pequeña que pueda ser.
La vida no es un juego de azar ni un negocio. Debemos buscar en todas partes una evaluación de las posibilidades reales de salvación: por ejemplo, en el arte terapéutico de la medicina. Si un enfermo tiene la más leve oportunidad de sobrevivir, ningún médico responsable afirmaría: “No vale la pena esforzarnos”, ni usaría sólo paliativos. Al contrario, haría todo lo concebible para salvar la vida del enfermo. Seguramente una sociedad enferma no puede esperar menos.
Juzgar las actuales oportunidades de salvación de la sociedad desde el punto de vista del azar o de los negocios, y no desde el punto de vista de la vida, es característico del espíritu de una sociedad mercantil. Hay poca sabiduría en el punto de vista tecnocrático de moda que afirma que no es malo mantenemos ocupados trabajando o divirtiéndonos y no sentir nada; y que si esto no es tan malo, el fascismo tecnocrático tampoco sería tan malo; pero estos pensamientos son sólo buenos deseos. El fascismo tecnocrático necesariamente producirá una catástrofe. El hombre deshumanizado se volverá tan loco que no podrá mantener una sociedad viable a largo plazo, y a corto plazo no será capaz de abstenerse del uso suicida de las armas nucleares y biológicas.
Sin embargo, algunos factores pueden infundirnos aliento. El primero es que un creciente número de personas hoy día reconoce la verdad que han expuesto Mesarovic y Pestel, Ehrlich y Ehrlich, y otros investigadores: que sobre bases puramente económicas, una nueva ética, una nueva actitud ante la naturaleza, la solidaridad y la cooperación humanas son necesarias si el mundo occidental no desea verse destruido. Este llamado a la razón, aparte de las consideraciones emocionales y éticas, puede impulsar el pensamiento de muchas personas. Esto no debe tomarse a la ligera, aunque, históricamente, las naciones una y otra vez han actuado contra sus intereses vitales y hasta contra su deseo de sobrevivir. Pudieron actuar así porque la gente fue persuadida por sus dirigentes políticos, y éstos se persuadieron a sí mismos de que no se trataba de elegir entre “ser o no ser”. Sin embargo, si hubieran reconocido la verdad, la reacción normal neurofisiológica se habría producido, y su conciencia de la amenaza mortal se habría traducido en una acción defensiva apropiada.
Otras señales de esperanza son las muestras crecientes de insatisfacción con nuestro presente sistema social. Un creciente número de individuos sufren la malaise du siecle: se sienten deprimidos; están conscientes de esto, a pesar de todos los esfuerzos por reprimirlo. Sienten la infelicidad de su aislamiento, y el vacío de su “unión”; sienten su impotencia, y advierten la falta de sentido de sus vidas. Muchos individuos sienten esto muy clara y conscientemente; otros lo perciben con menos claridad, pero tienen plena conciencia de esto cuando alguien se lo comunica en palabras.
Hasta hoy día, en la historia del mundo, sólo a una pequeña élite le fue posible llevar una vida de placer vacío; pero permaneció esencialmente sana, porque sabía que tenía el poder, y que debía pensar y actuar para no perderlo. Hoy día, toda la clase media vive la existencia vacía del consumo; pero económica y políticamente carece de poder, y tiene poca responsabilidad personal. La mayoría del mundo occidental conoce el placer de consumir; pero un creciente número de consumidores sienten que les falta algo. Están empezando a descubrir que tener mucho no produce bienestar: las enseñanzas de la ética tradicional han sido puestas a prueba, y las ha confirmado la experiencia.
Sólo los que no gozan del lujo de la clase media conservan intacta la antigua ilusión: las clases medias bajas en Occidente, y la gran mayoría en los países “socialistas”. Desde luego, la esperanza burguesa de la “felicidad de consumir” hay día es más fuerte en los países en que aún no se ha realizado el sueño burgués.
Una de las más graves objeciones a la posibilidad de superar la codicia y la envidia es la idea de que su vigor es inherente a la naturaleza humana, pero pierde gran parte de su peso después de examinarla. La envidia y la avaricia no son fuertes por su intensidad esencial, sino por la dificultad de resistir la presión pública de ser un lobo entre los lobos. Si se cambian el medio social y los valores que han sido aprobados o desaprobados, el cambio del egoísmo al altruismo perderá la mayor parte de su dificultad.
Así llegamos de nuevo a la premisa de que la orientación de ser constituye un poderoso potencial de la naturaleza humana. Sólo una minoría es gobernada completamente por el modo de tener, y a otra pequeña minoría la gobierna completamente el modo de ser. Ninguna puede dominar, y la conducta depende de la estructura social. En una sociedad orientada principalmente a ser, las tendencias de tener bienes son estorbadas, y se alienta el modo de ser. En una sociedad como la nuestra, cuya principal orientación es tener, ocurre lo opuesto; pero el nuevo modo de existencia siempre ha estado presente, aunque reprimido. Saulo no se habría convertido en Pablo si no hubiera ya sido Pablo antes de su conversión.
Cambiar del modo de tener al de ser, en realidad es un cambio del equilibrio de la balanza, y para lograr el cambio social se favorece lo nuevo y se combate lo viejo. Además, no se trata de que el nuevo Hombre sea tan distinto del antiguo como el cielo de la tierra, sino sólo de un cambio de dirección. Un paso en una dirección será seguido por otro, y si se toma la dirección indicada, estos pasos significarán todo.
Sin embargo, otro aspecto alentador que podemos considerar es, paradójicamente, el que se refiere al grado de alienación que caracteriza a la mayoría de la población, incluso a los dirigentes. Como señalé en mi examen anterior del “carácter mercantil”, la codicia de tener y de acumular se ha modificado por la tendencia a funcionar bien, y a venderse como mercancía… que no es nada. Cambiar es más fácil para el carácter alienado, mercantil, que para el carácter acumulativo, que se aferra frenéticamente a sus, posesiones, y en especial a su ego.
Hace cien años, cuando la mayoría de la población constaba de individuos “independientes”, el principal obstáculo al cambio era el temor y la resistencia a perder las propiedades y la independencia económica. Marx vivió en una época en que el proletariado era la única gran clase dependiente y, como pensó Marx, la más enajenada. Hoy día, la gran mayoría de la población es dependiente, y virtualmente trabaja como empleada (según el informe del Censo de los Estados Unidos de 1970, sólo un 7.82% del total de la población económicamente activa, mayor de 16 años, trabajaba por su cuenta, o sea, era “independiente”); y (por lo menos en los Estados Unidos) los obreros aún conservan el carácter acumulativo tradicional de la clase media, y por ello, hoy día son menos aptos para el cambio que la clase media enajenada.
Esto tuvo una gran consecuencia política: el socialismo antes se esforzaba por la liberación de todas las clases (o sea, por lograr una sociedad sin clases), intentaba atraer sobre todo a la “clase obrera”, o sea, a los trabajadores manuales; pero hoy día la clase proletaria es menor (en términos relativos) que hace den años. Para ganar poder, los partidos socialdemócratas necesitan conquistar los votos de muchos miembros de la clase media, y para alcanzar esta meta, los partidos socialistas ya han modificado sus programas, dejando a un lado la visión socialista, y ofrecen reformas liberales. Por otra parte, al considerar a la clase obrera como la palanca del cambio humanista, el socialismo necesariamente ataca a los miembros de otras clases, que creen que los obreros van a quitarles sus propiedades y privilegios.
Hoy día, el mensaje de la nueva sociedad llega a todos los que sufren de enajenación, los que no tienen empleo, y aquellos cuyas propiedades no están amenazadas. En otras palabras, interesa a la mayoría de la población, y no sólo a una minoría. No amenaza a nadie con quitarle sus propiedades, y en lo que se refiere al ingreso, se elevará el nivel de vida de los pobres. No deberán rebajarse los salarios elevados de los altos funcionarios, pero si el sistema funciona, ellos no desearán ser los símbolos del pasado.
Además, los ideales de la nueva sociedad unen a todos los partidos: muchos conservadores no han perdido sus ideales éticos y religiosos (Eppler los llama “conservadores de los valores”), y lo mismo puede decirse de muchos liberales e izquierdistas. Cada partido político atrae a los votantes persuadiéndolos de que representa los verdaderos valores humanistas. Sin embargo (más allá de todos los partidos políticos) sólo hay dos campos: el campo de los que sienten interés y el campo de los que no sienten interés. Si todos los que se encuentran en el campo de los que sienten interés pudieran eliminar sus lemas de partido y comprendieran que tienen las mismas metas, la posibilidad del cambio sería considerablemente mayor, en especial ya que la mayoría de los ciudadanos se interesan cada vez menos por la lealtad y los lemas de cada partido. Hoy día anhelamos seres humanos con sabiduría y convicciones, y la valentía de actuar de acuerdo con éstas.
A pesar de estos factores de esperanza, son muy débiles las posibilidades de que se realicen los cambios humanos y sociales necesarios. Nuestra única esperanza depende del aliciente vigorizador de una nueva visión. Proponer esta o aquella reforma que no cambie al sistema, es inútil a largo plazo, porque no tiene la fuerza motora de un estímulo fuerte. Una meta “utópica” es más realista que el “realismo” de los dirigentes políticos actuales. La creación de una nueva sociedad y de un nuevo Hombre sólo es posible si los antiguos estímulos del lucro, el poder y el intelecto son remplazados por otros nuevos: ser, compartir, comprender; si el carácter mercantil es remplazado por el carácter productivo y amoroso; si la religión cibernética se ve remplazada por un nuevo espíritu radical y humanista.
Desde luego, para los que no están auténticamente enraizados en la religión teísta, la cuestión crucial es la conversión a una “religiosidad” humanista sin religión, sin dogmas ni instituciones, a una “religiosidad” preparada desde hace mucho por el movimiento de una religiosidad atea, desde Buda hasta Marx. No tenemos que elegir entre un materialismo egoísta o la aceptación del concepto cristiano de Dios. La vida social misma (en todos sus aspectos: en el trabajo, en el tiempo libre, en las relaciones personales) será la expresión del espíritu “religioso”, y no se requerirá tener una religión determinada. Esta demanda de una nueva “religiosidad” atea, no institucional, no es un ataque a las religiones existentes. Sin embargo, esto significa que la Iglesia Católica Romana, empezando por la burocracia romana, deberá convertirse al espíritu de los Evangelios. Esto no significa que los “países socialistas” deban “desocializarse”, sino que su falso socialismo sea remplazado por un genuino socialismo humanista.
La cultura medieval tardía floreció porque el pueblo tenía la visión de la Ciudad de Dios. La sociedad moderna floreció porque el pueblo recibió energías de la visión del establecimiento de una Ciudad Terrenal del Progreso. Sin embargo, en nuestro siglo, esta visión se ha deteriorado y se ha convertido en una Torre de Babel que hoy día empieza a derrumbarse, y a la postre nos sepultará bajo sus ruinas. Si la Ciudad de Dios y la Ciudad Terrenal fueron tesis y antítesis, una nueva síntesis es la única alternativa al caos: la síntesis de la esencia espiritual del mundo medieval tardío y el desarrollo de un pensamiento racional y científico renacentista. Esta síntesis es: la Ciudad de Ser.