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Las sanciones económicas no son nuevas, pero hasta ahora tampoco eran corrientes. Hasta la Segunda Guerra Mundial sólo se utilizaron unas cien veces. Ahora se han institucionalizado como un instrumento de presión habitual de las potencias imperialistas.
Su objeto ha cambiado. Antes pretendían evitar las guerras, como en los años noventa del siglo pasado en Irak. Mediante la presión económica pretendían lograr los mismos resultados que con la guerra. Ahora las sanciones complementan y acompañan a las guerras. Son parte de ellas. Son un arma de guerra y una declaración indirecta de guerra. Cuando era ministro de Finanzas, el francés Bruno Lemaire, llamó a las sanciones a Rusia “armas nucleares financieras”.
Inicialmente el bloqueo afectaba a los ejércitos y a la industria de guerra, para lograr el desarme de un país. No eran letales, ni afectaban a la población civil. Después empezaron a poner a los civiles en el punto de mira causando estragos. Las sanciones impuestas a Irak en los años noventa demostraron que pueden ser más letales que las propias guerras. Aquellas sanciones fueron autorizadas por la ONU por la anexión de Kuwait y alcanzaron incluso a los productos farmacéuticos. Costaron la vida a un millón y medio de personas, entre ellos 600.000 niños menores de cinco años.
Aquel embargo a Irak es el mayor crimen cometido por la ONU a lo largo de su historia. Por sí mismo, merecería que sus responsables fueran llevados ante un tribunal para ser juzgados por crímenes contra la humanidad.
Las sanciones son asimétricas, un instrumento de presión de las grandes potencias contra países más pequeños. Estos no pueden responder con la misma moneda hacia los países más grandes, salvo de una manera simbólica.
Antes las sanciones eran temporales pero, tras la entrada del capitalismo en su fase imperialista y la Primera Guerra Mundial, se han generalizado. Los bloqueos, los embargos y las sanciones forman parte esencial del mercado mundial.
Las sanciones que imponen las grandes potencias son contrarias al derecho internacional por su naturaleza unilateral y porque son una injerencia en los asuntos internos de otros países. Por eso los imperialistas se acogen al artículo 21 de los estatutos de la OMC (Organización Mundial de Comercio), que las autoriza por razones de “seguridad nacional”, que los documentos de las organizaciones internacionales también llaman “intereses esenciales”.
Las sanciones dirigen políticamente el mercado mundial, que ni está abierto ni se rige por principios económicos, sino por intereses estratégicos y militares.
El artículo 21 de la OMC se ha convertido en el principio más importante que rige el comercio internacional y por eso, con el tiempo, las potencias imperialistas han ampliado considerablemente el concepto de “seguridad nacional” para convertir en legal lo que es ilegal, de manera que la OMC rechazó el recurso de Rusia contra las sanciones impuestas en su contra tras la anexión de Crimea en 2014.
Estados Unidos ha sido el país que más ha recurrido a ellas. Las ha utilizado múltiples veces (contra Corea del norte, Cuba, Irán, Siria y Venezuela) tras las fallidas guerras de Afganistán (2001) e Irak (2003).
La Unión Europea también se ha convertido en uno de los mayores sancionadores del mundo: 34 países estaban bajo sanciones europeas en 2019, frente a solo 6 en 1991, antes de la aprobación del Tratado de Maastricht que creó la PESC (Política Europea de Seguridad y Cooperación).
El bloqueo y las sanciones crean ventajas competitivas. Por ejemplo, una empresa estadounidense, General Cigar, aprovechó el embargo a Cuba para apropiarse del nombre comercial “Cohiba” para vender su propio tabaco como si fuera de origen cubano.
El bloqueo no es sólo una medida directa, sino también indirecta. No sólo alcanza a un determinado país sino a terceros, así como a las empresas que comercian con ellos. Para ser eficacia requieren de segundones, es decir, de paises que se sumen a las sanciones. Finalmente, acaban afectando a las empresas de transportes, especialmente a las navieras, al turismo, a la hostelería y, en última instancia, a todos los países y a todas las empresas del mundo.
Las sanciones no son sólo prohibiciones, sino que inventan delitos que, además, son extraterritoriales, es decir, que caen bajo la jurisdicción de los tribunales de Estados Unidos. Quienes comercien con paises sujetos al bloqueo, pueden acabar en prisión o con órdenes de busca y captura internacionales que les impiden viajar.
Si el embargo comercial hacia Cuba es el más prolongado que ha conocido la historia moderna, las sanciones impuestas a Rusia desde el inició de la Guerra de Ucrania en 2022 son las de mayor alcance, por el tamaño económico de Rusia. Han afectado a las personas individuales, han expulsado a los bancos rusos del sistema Swift y han embargado las reservas de divisas del Banco Central ruso. Aproximadamente el embargo ha capturado la mitad de las reservas del Banco, que ascienden a 670.000 millones de dólares.
El fracaso de las sanciones contra Rusia ha sido mayor en cuanto más se han ampliado. Su objetivo era conseguir la declaración de impago de la deuda, es decir, aparentar una quiebra de Rusia.
Las sanciones son una de las expresiones de la fragmentación del mercado mundial por motivos políticos y militares, es decir, una vuelta a la formación de bloques. Por lo tanto, es otro fracaso de las políticas económicas implementadas por el capital desde 1945 y, más en concreto, de la OMC, basadas en la división internacional del trabajo y la deslocalización.
Los bloques rompen la integridad del mercado internacional en una etapa en el que las empresas están cada vez más especializadas y los países son cada vez más dependientes de dicho mercado y de una cadena de suministros que es internacional. Hoy las grandes unidades productivas se limitan a ensamblar piezas procedentes de decenas de empresas diferentes, de diferentes países y con fuerza de trabajo de distinto origen nacional.
El capitalismo, que buscaba la desregulación, ha pasado a una regulación cada vez más estricta de los intercambios, lo que han calificado como una “OTAN económica”. Se ha creado un comercio con pasaporte, que no depende tanto de las empresas como del lugar donde la misma tenga su sede social. La deslocalización solo es posible si se dirige a un “país amigo”. La fragmentación política se suma a la económica, pero si ésta incrementa el mercado mundial, la otra lo reduce.