Estas crueldades no son capaces de llevar a las grandes potencias a detener el genocidio. Son consecuencias de una guerra, justificarán los mismos apologistas que en tiempos de paz niegan la violencia del sistema imperial. En un estudio publicado este mes, el Unicef reporta que hay 181 millones de niños en el mundo –uno de cada cuatro– que viven una pobreza alimentaria severa.
Si hiciera falta confirmación de que las muertes infantiles son aceptables, tenemos las palabras de Madeleine Albright, secretaria de Estado con Bill Clinton, quien, cuando se le preguntó por las 500 mil vidas de niños perdidas por las sanciones a Irak –más niños muertos que en Hiroshima, enfatizó la entrevistadora–, respondió: Es una decisión difícil, pero es un precio, pensamos, que vale la pena
.
Las sanciones constituyen una violación a la Convención sobre los Derechos del Niño ratificada por todos los países, excepto EU. Por las muertes que causan, sufrimiento que imponen y castigo colectivo que representan, han sido caracterizadas como asedios medievales, guerras sin bombas o medidas coercitivas. El reciente libro titulado Arma económica: el aumento de sanciones como instrumento de guerra moderna explica que, a pesar de ser promovidas como medios para evitar enfrentamientos bélicos, están modeladas a partir de las más devastadoras técnicas de guerra.
Numerosos estudios han enfatizado los devastadores efectos que tienen sobre los sectores más vulnerables. Un artículo titulado ¿Sancionados hasta su muerte? El impacto de sanciones económicas sobre expectativas de vida y la brecha de género
, en Journal of Economic Development, concluye que “las sanciones son un shock para la sociedad, comparables a conflictos violentos y desastres naturales que han mostrado afectar a mujeres más que a hombres”. Otro, que evalúa los casos a Irak, Cuba y Haití, expone: “embargos comerciales causan un perturbador shock macroeconómico y social que no pueden ser mitigados con ayuda humanitaria porque afectan a la población más allá de su salud”.
Entre las sanciones, el bloqueo estadunidense a Cuba ha sido el más largo y extenso. Si éste no ha causado un sinfín de muertes infantiles es por el cuidado que desde la revolución el gobierno ha dado a los niños. Esta atención empieza desde antes de nacer, cuando las embarazadas reciben por lo menos 12 consultas médicas. Para las mujeres que presentan riesgos, ya sean médicos o debido a su entorno social, existen las casas de maternidad que ofrecen estancias para asegurar su cuidado; 99 por ciento de los niños en Cuba nacen en hospitales o clínicas atendidos por personal médico.
Durante sus primeros seis meses de vida los bebés son examinados por un equipo médico cada 15 días y una vez del mes por el resto de su primer año. Estas medidas ayudan a explicar cómo es que Cuba tiene la segunda más baja tasa de mortalidad infantil en América después de Canadá. Su programa nacional de vacunación asegura que más de 98 por ciento de los niños estén vacunados contra 13 enfermedades, seis de las cuales han sido eliminadas en la isla.
El desarrollo de vacunas y medicamentos por la biotecnología cubana forma parte del cuidado integral. A principios de la década de 1980 Cuba desarrolló la vacuna contra la meningitis B y C, la primera con eficacia ante el serogrupo B. Fue el primer país del orbe en eliminar la trasmisión de madre a hijo del VIH y sífilis y el segundo en eliminar la poliomielitis. Durante la pandemia, destacó por desarrollar no sólo sus propias vacunas contra el covid, sino por ser el primero en aplicarlas a menores a partir de los dos años de edad. Un artículo en la revista The Lancet el mes pasado traza la alta efectividad del esquema de vacunas Soberana-02 y Soberana-Plus ante la variante ómicron en los niños, la cual sobrepasó por mucho la de Pfizer. Estos impresionantes resultados se debieron tanto al tipo de vacuna (Soberana es una vacuna recombinante, Pfizer fue desarrollada con base en ARNm) como a la estrategia cubana de vacunación.
Con todas las carencias que vive Cuba, la desnutrición en la niñez, según el Unicef, es casi inexistente. Más de 99 por ciento de los niños asisten a la primaria y más de 96 por ciento a secundaria. A diferencia de otros países donde predomina un alto nivel de violencia, en Cuba los niños juegan en las calles, barrios y parques sin temor al secuestro, pandillas o tiroteos. No tienen que pasar, como en tantas escuelas en EU, por detectores de metales o practicar cómo sobrevivir ante escenarios de sujetos armados con ametralladoras.
Cuba y Palestina son mundos distintos. Los une, sin embargo, una embestida imperial que desoye el clamor mundial demandando un fin al asedio. Recordemos que, en las votaciones que se llevan a cabo anualmente en la ONU, sólo Israel vota siempre con EU por mantener el bloqueo que ha costado a la economía cubana más de 150 mil millones de dólares.
Ésta es una crueldad a cuentagotas comparada con Palestina, pero sigue siendo un instrumento de guerra que si no acaba con la vida de más niños es por la determinación de Cuba de proteger a quienes, como escribió José Martí, son la esperanza para el mundo.
* Profesora-investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Autora del libro Lecciones inesperadas de la revolución. Una historia de las normales rurales (La Cigarra, 2023)