Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/hacia-una-depresion-global Rolando Astarita 15/03/2020
Pero más grave, cuarentenas masivas, como en Italia (60 millones de personas) o China (100 millones), constituyen escenarios nuevos y de curso impredecible. A lo que agregó ahora la guerra de precios entre Rusia y Arabia Saudita. Como reconoció un ejecutivo del fondo BlackRock, entrevistado por The New York Times, hoy la incertidumbre es mayor que en el pico de la crisis financiera de 2008. Naturalmente, los inversores buscan refugio en títulos gubernamentales. Ayer llevaron el rendimiento de los bonos del Tesoro de 10 años a un record mínimo, 0,4949% (cuando suben los precios de los títulos, por aumento de la demanda, baja su rendimiento). El oro, otro refugio, subió 1,6%.
Subrayamos, domina la incertidumbre en el sentido en que Keynes hablaba de incertidumbre: no hay elementos para poder siquiera calcular probabilidades de cursos futuros. Nadie sabe, por ejemplo, cuánto se podrá extender el virus -¿se debilita con la llegada del calor?- o cómo se afectará la producción global en la medida en que se siga extendiendo. Sin embargo, todo indicaría que sí se puede afirmar que se dan condiciones para una depresión global. Esencialmente porque la actual crisis se desarrolla sobre economías que nadan en un mar de deudas, debilidad de la inversión y crecientes desequilibrios. Pero antes de entrar en esta cuestión, permítaseme una reflexión más general, referida a la vigencia del enfoque materialista.
Virus y concepción materialista
Una primera cuestión que quisiera subrayar es que la aparición del coronavirus nos ha recordado, dramáticamente, que somos seres constituidos sobre una base biológica. He planteado esta cuestión cuando traté las nociones de trabajo abstracto y concreto. Decía en esa nota:
“… el punto de partida del análisis marxista no son individuos optimizando el consumo de bienes dados, como acostumbra decir el relato neoclásico, sino individuos que trabajan asociados, gastando su fuerza humana de trabajo para generar los bienes que les permitan reproducir la fuerza de trabajo. Y este es el contenido último del trabajo abstracto; es el gasto humano de energía, de nervios y músculos. Es un condicionamiento físico y fisiológico, ya que una sociedad de productores no puede consumir más energía para trabajar que la reposición energética de su fuerza de trabajo total que le permite el consumo de los bienes que produce. Naturalmente, las formas bajo las cuales los seres humanos igualan sus gastos de energía, y comparan los tiempos de producción, cambian históricamente, según se modifican las relaciones sociales de producción. Sin embargo, esas formas no hacen desaparecer el hecho de que el gasto humano de energía constituye la sustancia de todo trabajo”. Y un poco más adelante, agregaba:
“La afirmación de que el contenido del trabajo abstracto es gasto humano de energía, entendido en el sentido fisiológico, va en contra del enfoque dominante en la teoría social crítica, que ha hecho todo un punto de la separación tajante de las sociedades humanas con respecto al resto de los seres vivientes; y de la separación del ser humano de su base biológica”. Y citaba a autores de Critical Human Ecology, quienes afirman que “en la teoría social crítica existe una tendencia a negar el rol del entorno biofísico sobre las sociedades humanas. Los teóricos sociales críticos se focalizan principalmente en factores culturales cuando estudian sociedades, pasando por alto que existen constricciones materiales que atraviesan la historia, y que la producción material y la reproducción –los intercambios materiales entre las sociedades y sus entornos- constituyen el fundamento de toda sociedad” También: “Los límites naturales no pueden ser superados por la mera acumulación de conocimiento cultural. En última instancia, dado que los seres humanos son entidades biológicas, las sociedades humanas están constreñidas por muchos de los mismos principios ecológicos y termodinámicos que moderan el crecimiento y reproducción de otras especies” (aquí). Este enfoque materialista parece ineludible en el análisis de la crisis en desarrollo.
Afectada la fuerza de trabajo, se desata una espiral descendente
Lo planteado en el apartado anterior se concreta en que la expansión del virus está afectando, de forma directa, a la fuerza de trabajo, la fuerza productiva imprescindible –al menos, dado el grado actual de desarrollo tecnológico- para poner en movimiento a las fuerzas productivas de conjunto. Esto es, no hay posibilidad alguna, por ahora, de que se pueda prescindir del trabajo humano. La observación es pertinente dado que muchos científicos sociales descalifican la teoría del valor trabajo con el argumento de “ya no es actual, porque el trabajo humano ha sido reemplazado por la robótica y la automación”. Sin embargo, si la fuerza laboral está obligada a quedarse en casa por cuarentena, o enfermedad, no hay posibilidad de poner en movimiento a las fuerzas productivas de conjunto. Ni de hacer circular el producto social. Pero esta situación lleva a la caída del producto.
Por otra parte, la necesidad de frenar los contagios empuja a la caída del consumo (turismo, servicios recreativos, restaurantes), lo que a su vez contrae más la producción. Esto es, la demanda cae porque caen los ingresos (salarios, rentas, ganancias del capital, etcétera) y porque varían, por razones “fisiológicas”, los hábitos de consumo. En consecuencia caen al mismo tiempo producción, circulación y demanda, en un movimiento en espiral descendente. Por todos lados aumenta la capacidad ociosa –por ejemplo, aviones en tierra o semivacíos, ídem restaurantes, shoppings, etcétera-, llevando a crecientes pérdidas y, en un plazo más largo, a suspensiones o despidos de trabajadores.
Paralelamente, va a empeorar la situación fiscal: hay caída de ingresos tributarios, y aumento de los gastos en salud pública. Lo cual pondrá más presión sobre los mercados financieros y potenciará la crisis. Precisemos también que en la medida en que se extienda el virus a países subdesarrollados, sus servicios sanitarios y sociales pueden verse sobrepasados, agravando las penurias de los trabajadores y la población en general.
A su vez, la caída de la producción y la demanda en países centrales –China en primer lugar- afecta de lleno a países exportadores de petróleo, alimentos y otros commodities. Lo cual agravará las dificultades en las cuentas externas, deprimirá más la demanda mundial y dará lugar a mayores desvalorizaciones de capitales. En este respecto, la situación es distinta a la de 2008. Es que en 2008 se venía de un período de fuerte ascenso de los precios de las materias primas; por consiguiente muchos países exportadores de commodities tenían reservas que ayudaron a sostener la demanda mundial; además, habían reducido sus niveles de endeudamiento. Pero más importante aún, entre 2009 y 2012 China impulsó la demanda con ingentes inyecciones de gasto estatal. Nada de esto ocurre ahora: los precios de los commodities –y el petróleo en primer lugar- están en descenso; los niveles de endeudamiento de los países atrasados aumentaron; y China frenó la producción.
Pero además, en la medida en que la producción se ha globalizado, la espiral descendente se hace global. Ningún país capitalista puede escapar de esta dinámica. Las cadenas internacionales de valor, en particular, hacen sentir los efectos negativos de la caída en cualquiera de sus eslabones, afectando al resto de la cadena. Con el agravante de que esas repercusiones bajistas se intensificarán si recrudecen medidas proteccionistas. Lo hemos visto en el Brexit, o en las disputas entre EEUU y China, entre otras. Ahora pueden intensificarse, por ejemplo, mediante las devaluaciones competitivas o; o, peor aún, por políticas xenófobas y reaccionarias (cierre de fronteras, ataque a inmigrantes).
Una economía débil y en un mar de deudas
En septiembre del año pasado, en una nota “Economía global 2019; actualización” (aquí) decíamos que desde el final de la crisis de 2008-9 la situación de la economía mundial no era de depresión, o recesión, pero tampoco de fuerte crecimiento. Las economías de la zona del euro y Japón continuaban estancadas; el crecimiento era débil en Estados Unidos y Canadá; y relativamente importante en los países atrasados. Desde 2009 hubo un prolongado período de crecimiento global débil, o semi-estancamiento, y baja inversión.
De esta forma, se había configurado un crecimiento anémico, “sostenido en el aumento del crédito y un mar de deudas”. Entre otros datos, citábamos un informe de la UNCTAD, que decía: “A principios de 2018, el volumen de la deuda mundial había aumentado a cerca de 250 billones de dólares —el triple de los ingresos mundiales— en comparación con los 142 billones de dólares registrados hace un decenio. La estimación más reciente de la UNCTAD indica que la relación entre deuda mundial y PBI es en la actualidad casi un tercio mayor que en 2008”. A su vez el Banco Mundial señalaba que: “en las economías emergentes y en desarrollo [la deuda] aumentó de un 15% del PBI, promedio, al 51% en 2018”. La OCDE alertaba que la deuda privada crecía rápidamente en las economías más grandes: entre 2008 y 2018 el stock global de bonos corporativos no financieros se había duplicado, en términos reales, llegando a casi 13 billones de dólares. En el mismo sentido, el FMI anotaba que en EEUU la deuda corporativa había pasado de 4,9 billones de dólares en 2007 a 9,1 billones a fines de 2018; un aumento del 86%. Y mucha de esa deuda se había destinado a la recompra de acciones y pagos de dividendos.
Pero no solo había aumentado la deuda corporativa, sino también se había modificado, para peor: aumento de la emisión de bonos con calificación BBB, tanto en Europa como en EEUU. Decíamos en la nota que estos bonos son aptos para inversores institucionales, pero que una caída de su calificación –por ejemplo, a causa del debilitamiento de la economía- “desataría ventas forzadas de los fondos que tienen obligación de mantener sus colocaciones en grado de inversión”. Por otra parte, si bien había bajado la emisión de bonos basura, se habían incrementado los créditos apalancados. Se trata de préstamos riesgosos para empresas (una descripción en la nota citada, aquí). Decíamos: “En EEUU su volumen más que se ha duplicado desde 2010. Y cada vez más se usan para fondear la toma de riesgos financieros a través de fusiones y adquisiciones, compras apalancadas, pagar dividendos y recompra de acciones”. Préstamos que fueron potenciados por instrumentos financieros opacos, aptos para toda clase de maniobras especulativas.
Consecuencia: la crisis se inserta en un escenario de debilidad
La crisis desatada con la irrupción del coronavirus, se inserta en esta situación financiera, y de debilidad de la acumulación. Y es esta combinación –interacción potenciada entre la esfera de la producción y la circulación, y la esfera de las finanzas y el crédito- la que puede arrastrar a la economía global a la depresión. Es que así como la suba de los precios de los activos potencia el apalancamiento, y este lleva a mayores subas, cuando viene la caída de los valores el movimiento se da en reversa, hacia abajo y en espiral (sobre el apalancamiento, aquí).
Esa posibilidad se deja ver en las cifras de las deudas. Según Bloomberg, hoy la deuda de las empresas estadounidenses supera a la de los hogares por primera vez desde 1991. Empresas de energía, en especial las que invirtieron en shale, están muy endeudadas; también empresas de viajes, como American Airlines y Hertz. Siempre según Bloomberg, la deuda corporativa pasó de 10,7 billones de dólares en diciembre de 2008, a 16 billones en septiembre de 2019. El valor de los bonos de alto rendimiento (o sea, inversiones peligrosas) alcanza 1,3 billones, contra 786.000 millones de dólares hace una década. Casi la mitad del mercado de bonos en grado de inversión está calificado BBB; a ellos se aplica la posibilidad de una caída de calificación, que obligaría a ventas masivas. A su vez, el mercado de préstamos apalancados alcanza 1,15 billones de dólares.
Tengamos en cuenta que los mecanismos recesivos se entrelazan y potencian, con el potencial de arrastrar uno tras otro a todos los sectores. En particular, estas dinámicas son inherentes al crédito, el cual actúa como elemento unificador. En palabras de Marx: “En un sistema en el cual toda la conexión del sistema de reproducción se basa en el crédito, si el crédito cesa súbitamente y solo vale ya el pago en efectivo, debe producirse evidentemente una crisis, una violenta corrida en procura de medios de pago. Por ello, a primera vista toda la crisis sólo se presenta como una crisis de crédito y de dinero. Y de hecho, sólo se trata de la conversión de las letras en dinero. Pero estas letras representan, en su mayor parte, compras y ventas reales, cuya amplitud, que supera en mucho las necesidades sociales, concluye por constituir el fundamento de toda la crisis” (El Capital, p. 630, t. 3). Por eso, cuando se desatan estas dinámicas, todos los activos están en un nivel de correlación cercano a uno; o sea, no hay manera de atenuar las desvalorizaciones masivas recurriendo a la diversificación de las inversiones.
En conclusión se dan los elementos para que asistamos a una espiral fuertemente descendente de la economía de EEUU, y posiblemente europeas, que arrastraría a la economía global. La Reserva Federal ha inyectado dinero en el mercado, y lo mismo harían otros bancos centrales, pero esto difícilmente revierta la caída de la producción y la demanda. Lo importante es tener presente la interacción entre caídas de la producción y la demanda, agudización de las dificultades financieras, y repercusión de estas de nuevo sobre la producción y la demanda, agudizando la crisis. Subrayo, es un escenario, por lo menos, posible; y la caída, o desaceleración de la economía mundial es ya un hecho. Para los trabajadores se avecinan tiempos de aumento del desempleo, caída de los ingresos y empeoramiento de las condiciones de vida.
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