Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/01/11/el-discurso-de-no-aceptamos-la-violencia-no-se-lo-creen-ni-ellos-entrevista-con-marina-bernado-ex-presa-politica-del-regimen-espanol/ Víctor Serri 11.01.2020
Fundación Pakito Arriarám|ppcc.lahaine.org
“EL DISCURSO DE ‘NO ACEPTAMOS LA VIOLENCIA’ NO SE LO CREEN NI ELLOS”. Entrevista con Marina Bernadó, ex presa política del régimen español
Entrevista con Marina Bernadó por Víctor Serri
Marina Bernadó vivió cinco años y tres meses en la clandestinidad y doce años en cárceles francesas
Estamos a principios de Octubre y la sociedad catalana vive pendiente de cuál será la sentencia del Tribunal Supremo contra los líderes sociales y políticos independentistas. Nos encontramos con Marina Bernadó Bonada (Barcelona, 1974) en el parque de la España Industrial del barrio de Sants, donde nos recuerda como el antifascismo logró poner fin a la celebración que la extrema derecha hacía cada 12 de octubre en la plaza de los Països Catalans. Era a finales de los años noventa y ha llovido mucho desde entonces.
Hasta el pasado mes de Mayo ella no pudo volver a casa, después de vivir cinco años y tres meses en la clandestinidad y doce años en cárceles francesas por su militancia en la extinta organización armada Euskadi Ta Askatasuna (ETA). Con su liberación, la única catalana que continúa en prisión por haber tomado partido en el conflicto vasco es Lola López Resina. Muchas generaciones de activistas no han visto sus rostros más allá de las fotografías para recordarlas en las marchas de antorchas o de la serigrafía a los vasos de fiesta mayor que el colectivo Rescat ha distribuido todos estos años para recaudar fondos solidarios. Bernadó se muestra profundamente agradecida a todos los que durante este tiempo le han apoyado desde el exterior y tiene ganas de contar sus vivencias. Esta es una entrevista forjada a fuego lento, dieciocho años de espera no han apagado su deseo de levantar la voz de nuevo.
Quién era Marina antes de irse de Barcelona? Qué militancia tenía hasta que inició su periplo?
Empecé a okupar muy jovencita, desde que me fui de casa mis padres con dieciséis años. Más que por convicción ideológica, por mi relación con el punk y el movimiento libertario. A partir de vivencias compartidas, de lecturas y de relaciones con otra gente más politizada, tomé conciencia y me impliqué más, sobre todo a raíz de mi paso por la Kasa de la Muntanya. En ese momento, el movimiento okupa tenía mucha fuerza e implicación en la lucha antifascista y anticapitalista.
¿Qué vínculos tenías con el País Vasco?
Mediante relaciones personales fui conociendo la realidad de un Estado español fascista y represivo que lo arrasaba todo. Había un conflicto abierto con ETA, que para mí siempre había sido un referente, y tenía ganas de canalizar la rabia y la impotencia. Para mí fue natural, era un tema que me tocaba mucho y cuando se ofreció la oportunidad no lo dudé.
En 2001 se lanza una primera operación policial, pero a ti te buscan en un segundo despliegue meses más tarde. ¿Qué pasa entonces?
Sí, pero los hechos están relacionados con la primera caída del comando Barcelona, cuando me acusan de haber ayudado el compañero Fernando García Jodra -que lleva 18 años preso en aislamiento, ahora en Huelva- a escapar hasta Francia y reconstituir un segundo comando, que cuando volvió a activarse fue desarticulado enseguida.
Entonces decides marchar hacia el Estado francés porque tienes sospechas de que puedes ser detenida?
En la segunda caída del comando detienen al compañero que podía cantarme [dar información sobre ella]. De todo esto me entero cuando detienen las compañeras en un piso de la calle Villarroel (Barcelona), que yo había alquilado con una documentación donde aparecía una foto mía y se me podía identificar. En ese momento es cuando me voy hacia la clandestinidad.
Estás cinco años y tres meses viviendo en la clandestinidad. Como es la experiencia de dejar atrás toda tu vida de un día para otro?
Paradójicamente, fue una sensación de plenitud muy grande, porque yo quería continuar con la lucha y era una oportunidad de seguir. Ir a la clandestinidad era el siguiente paso lógico de mi militancia. Es muy duro marcharse, pero también estaba muy feliz por haber escapado de las torturas. La clandestinidad es una sensación de libertad muy grande, tu implicación es de 24 horas durante siete días a la semana y vives una experiencia con gente que la está viviendo de la misma manera. Para una persona como yo, que me niego a aceptar este sistema capitalista y patriarcal al que quiero combatir, es una manera de poder expresarte al margen. No existes de cara al Estado y las autoridades, tienes documentación falsa, coches expropiados y los únicos límites de aquella situación son los que te marca tu conciencia y ética revolucionaria. Para mí fueron unos años muy bonitos y plenos; me dio mucha rabia que me detuvieran.
Entiendo que tuviste que romper el contacto con tu entorno familiar y de amistades.
Totalmente. Al principio es duro porque te cuesta situarte. Yo estuve en Francia estos años. Es otra cultura, otra lengua que al principio no controlas, pero es todo un aprendizaje de las técnicas y un crecimiento personal importante, porque te empoderas mucho. También conoces qué significa ser una persona sin papeles, como tantas que hay aquí, y te ves confrontada a situaciones que por nuestros privilegios como blancas y occidentales no habías experimentado antes. Tienes muchas dificultades y tienes que hacer frente a los problemas cotidianos más básicos, como por ejemplo ir al CAP, que en la clandestinidad es un dolor de cabeza del que tienes que aprender a salir de él.
¿Qué motivos y convicciones te llevan a entrar en ETA?
Para mí era la máxima expresión de la confrontación y la resistencia contra el estado fascista que nos estaba bombardeando por todas partes. Antes el discurso era “bombas o votos”; ahora se les ha quedado corto porque la excusa parece que no eran los medios -la lucha armada-, sino el contenido ideológico que había detrás: nuestro proyecto revolucionario. Hoy en día, a raíz del proceso catalán, parece que se ha tomado más conciencia de que entonces no se luchaba contra una expresión armada, sino contra todo un proyecto político.
Desde el momento que haces el paso de emplear la lucha armada como estrategia política, significa que la consideras una herramienta legítima.
El discurso de “no aceptamos la violencia” no se lo creen ni ellos. Tienen gente armada y uniformada por todas partes, invierten en armamento todo lo que pueden y cuentan con medios de control cada vez más sofisticados en lo que llaman ‘seguridad’, Que al fin y al cabo es represión. La cuestión es: ¿quién utiliza la violencia? Cuando el Estado no le gusta que el pueblo se organice es cuando somos tachadas de “terroristas”, como ocurre hoy en día con cualquier persona disidente. Mientras tanto, construyen un discurso que ahora pienso que les cuesta más de mantener en según qué sectores, porque se les ha caído un poco la careta. Ya no de revolución sí o no, sino que estamos en un estadio de derechos y libertades básicas sí o no. Esto afecta a personas a las que nunca les había tocado o no se habían implicado en nada. La gente ve que personas que están en un CDR o que participan en acciones no-violentas terminan en prisión. Estamos en este punto.
¿Qué dirías a quienes durante tantos años les han definido como “terroristas” o “asesinas”?
Que se informen por medios que no son los masivos, que están contaminados y que manipulan totalmente los conflictos. Mucha gente nos conoce personalmente y se sorprende que somos buena gente, tenemos principios y valores como la solidaridad, el compromiso y el apoyo mutuo. Han podido ver cómo cae por su propio peso toda esta imagen de la “terrorista” de sangre fría que sólo quiere matar.
En términos más éticos o humanísticos, has tenido contradicciones sobre hasta qué punto debería transgredir ciertos límites a la hora de reivindicar derechos que vulnerávais para los demás?
¡Claro que crea contradicciones! Para mí la violencia es una herramienta a la que, en cierto modo, nos vertieron. El discurso de los derechos lo comparto y tengo un gran respeto por la vida humana, pero entiendo que hay muchos tipos de violencia invisibilizada: la violencia del patriarcado, que estamos sufriendo todos los días, o la violencia que nos lleva a aceptar trabajos de mierda para poder sobrevivir y pagar un alquiler. Ponemos todos los derechos al mismo nivel, porque no vale decir “yo acepto este derecho humano” pero los otros los pisoteo. Es muy duro cuando ha habido personas que han perdido la vida o han sufrido daños sin estar directamente implicadas en el conflicto, pero al mismo tiempo lo tienes que asumir. Cuando haces lucha armada estás en un conflicto abierto y hay cosas que son así; sin embargo, pienso que lo hemos hecho de forma muy focalizada y que se han dejado de lado muchas acciones precisamente porque podían causar daños colaterales, que se querían evitar a toda costa. Se ha hecho lo mejor que se ha podido pero, claro, la guerra hace mal, a todos los niveles.
Te detienen en Diciembre de 2006 en el Estado francés. Cuántos procesos judiciales has vivido y cuántas condenas ha recibido?
En 2008 tengo el primer juicio y me condenan a nueve años, porque me meten a la causa de unos compañeros que habían caído antes y me acusan de formar parte del aparato de falsificación de ETA. En 2011 tengo un segundo juicio por nuestra detención. Yo ya llevaba cinco años presa y aquí me caen nueve años más acusada de formar parte del aparato logístico, de guardar material y de grabar unos vídeos de formación y propaganda. Las dos causas son correccionales y como tienen un límite máximo de diez años se me fusionan en una sola condena. En 2014 ya tenía fecha de salida, pero ese mismo año me sacan otro juicio por la vía criminal (donde las penas pueden llegar hasta la cadena perpetua) por el que me piden 22 años. Estamos encausadas varias personas, acusadas de una serie de expropiaciones, y me caen diecisiete años, la pena más elevada que finalmente cumplo. Durante muchos años, a nosotros nos han dado muy pocas redenciones suplementarias porque nos pedían requisitos que no cumplíamos: recibir tratamiento psicológico, indemnizar a las partes civiles y trabajar. Sin embargo, con la suma de las redenciones ordinarias y extraordinarias, he podido salir una vez cumplidos doce años y medio.
Por cuántas cárceles has pasado?
Empecé estando cuatro años en Fleury (París) y luego dos años en Fresnes. Con condena firme, me llevaron a una prisión de cumplimiento, Réau, donde estoy solo nueve meses porque me notifican otro proceso y me devuelven a una prisión de preventivas, en Toulouse. Estuve luchando por salir de allí porque era una prisión muy conflictiva y estaba sola, sólo había otra compañera en otro módulo y nosotros tenemos la política de no aceptar estar sin otra compañera del colectivo EPPK [Colectivo de Presos Políticos Vascos, por sus siglas en euskera] del que he formado parte todos estos años. Conseguí que me llevaran a Fleury otra vez y en esta segunda época pasé tres años, hasta que me movieron definitivamente en Rennes, donde he estado los últimos tres años.
¿Como determina el hecho de ser mujer tu paso por la cárcel?
He pasado nueve años en preventiva en cárceles para mujeres con penas pequeñas, que son el último rincón de la administración penitenciaria. He estado en otros donde también había hombres en otros módulos y la mayor parte de las instalaciones están pensadas para que las utilicen ellos, que son mayoritarios. Las cárceles de mujeres normalmente tienen muchas menos actividades, con un punto de vista muy sexista y heteropatriarcal: costura, cuidados personales, estética… más dirigidas a formarnos en nuestro rol de mujeres. El acceso al gimnasio también es restringido porque la mayor parte de los horarios los ocupan los hombres. También nos marcan mucho la manera de vestir: en las cárceles francesas no puedes ir con camisetas de tirantes, faldas cortas, escotada o sin sujetador.
Al parecer, has continuado militando a pesar de estar privada de libertad.
Y tanto. Nosotros teníamos la fuerza de nuestro colectivo, las comunicaciones y las visitas eran reivindicaciones importantes por las que hemos luchado. Nadie te reconoce tu estatus especial en el ámbito administrativo, a pesar de que a nosotros nos trataban de presas políticas porque estábamos organizadas. Teníamos una portavoz en cada centro, asambleas semanales, batallabamps cuestiones de supervivencia diaria y he tenido experiencias de lucha muy bonitas en la cárcel. Nos hemos coordinado entorno del fin de la dispersión y de las medidas excepcionales que se nos aplica por ser militantes vascas.
¿Estas luchas no significaron más represión?
Las sanciones van desde el parte, pasando por el confinamiento, hasta las celdas de castigo, además de todos los demás chantajes que utilizan contra las presas sociales, como por ejemplo la retirada de permisos de salida y visitas. Con nuestra estrategia dábamos la vuelta a las herramientas represivas y las bloqueábamos, en un tira y afloja que hacía que la institución penitenciaria se lo pensara más para implantar nuevas medidas. El chantaje no nos afectaba porque nunca pedimos ni condicionales ni permisos… E incluso las herramientas que tienen para provocar más miedo las utilizábamos para plantarnos: no nos enviaban a las celdas de castigo sino que las ocupábamos y no podían castigar a nadie más, hasta atender nuestras demandas.
¿Qué relación tenías con las presas sociales?
Siempre ha sido muy buena porque nos han visto unidas y en actitud de lucha, lo que crea mucho respeto. Sabían que no somos chotas [delatoras], que no nos metemos en trapicheos ni peleas gratuitas, sino que nuestra guerra es con la cárcel y nuestra actitud con ellas era ayudar en todo lo que pudiéramos. Nos han visto luchar por cosas que a ellas también les repercutían positivamente. Cuando sabes que estarás muchos años allí, luchas por cosas tan básicas e importantes como tener frutas y verduras en las cantinas, poder cocinar en las celdas con placas eléctricas o entrar CD’s. Las cosas más pequeñas que afuera parecen poco importantes adentro lo son mucho.
¿Qué piensas de la cárcel después de pasar todos estos años?
Creo que sólo cumple una función de control social y adoctrinamiento para hacerte una persona sumisa, una pieza más de este sistema y que entres del todo en la rueda laboral, de aceptar cualquier cosa mientras estés trabajando. Dentro de las cárceles hay trabajo que se acerca mucho a una forma de esclavitud encubierta, no existe el derecho laboral y grandes empresas encuentran mano de obra barata porque ni siquiera tienes derecho a la baja [despido], en condiciones de explotación y con sueldos de 200 euros al mes. También marca el doble chantaje de ser presa y mujer, el juicio de valor de lo que hacemos con nuestras vidas, de si eres mala madre y no cumples el papel de mujer cuidadora. Me hace mucha gracia la palabra “reinserción” porque nosotros somos unas personas completamente insertadas en nuestro entorno: tenemos inquietudes, apoyo en la calle y medios para sobrevivir en esta sociedad,
Salimos de la cárcel. ¿Qué impacto emocional te causó el recibimiento que te hicieron a la Villa de Gracia? ¿Qué sentimientos te despertó volver a casa?
Emociones muy fuertes, sobre todo en cuanto a las relaciones. Cosas que todavía me cuesta integrar, como cuando ha habido manifestaciones, verlo y pensar: puedo ir. Todo un tsunami de sensaciones, de colores, olores, ruidos… Todo un movimiento que todavía me emociona, porque han pasado cinco meses, pero han pasado muy deprisa. Sales a la calle con este sentimiento agridulce de dejar las compañeras dentro, tienes que interiorizarlo y aceptar que ahora te ha tocado a ti y poco a poco a las otras, pero requiere un ejercicio muy duro. El mundo ha cambiado mucho, yo tengo la suerte de que todo el cambio tecnológico no ha sido tan fuerte como lo puede haber sido con una persona de más edad. Entré con 33 años, ya tenía Internet y estaba familiarizada con los ordenadores, pero el cambio más bestial es ver todo el mundo pegado a la pantalla de un teléfono. Tres personas en una terraza y cada mirando su teléfono, ¡qué asco! La manera de comunicarse ha cambiado mucho.
Como ves la evolución de los procesos de liberación nacional en los Países Catalanes y en el País Vasco? Crees que el objetivo está más cerca?
Pienso que sí. Hay procesos de este tipo que son aglutinadores y muchas de las estrategias que habíamos utilizado antes no tenían tanto alcance. Me hace mucha ilusión ver a tanta gente implicada en política con un discurso combativo; pienso que esta es la vía para hacer avanzar las cosas. Enlazando un poco con la situación en el País Vasco, nosotros hicimos un cambio de estrategia en el momento que la herramienta dejó de ser válida. Nos mostraban como el único problema y transformaron nuestra actividad en algo más difícil de entender. Esto supuso que las condiciones para hacer una lucha armada al final se convirtieran en contraproducentes, sobre todo en cuanto al apoyo popular. En una situación de represión total, en el que cualquiera podía ir a prisión por formar parte de la izquierda independentista, se dejó la iniciativa en manos del pueblo,
Te percibo ilusionada.
La represión es fuerte, sigue y seguirá con otro discurso, pero tengo mucha confianza que sabremos encontrar las herramientas que consideramos oportunas de acuerdo con el contexto político de cada momento. Estoy impactada y muy contenta de la evolución inmensa que han hecho las mujeres organizadas en torno al movimiento feminista. Hemos salido del gueto en el que creo que nos encontrábamos para llegar a otra gente con necesidades reales tales como la vivienda, con un potencial combativo enorme porque se trata de una situación de precariedad común. Me hace feliz ver a tanta gente implicada contra los desahucios, en las protestas contra la ofensiva en el Kurdistán sirio y en tantas otras luchas que crean conciencia para poder avanzar. Hay mucho trabajo por hacer y haría una llamada a trascender el hecho personal e ir más allá.