Fuente: https://www.lamarea.com/2023/01/26/eli-alumna-discurso-plagado-de-virtudes/
Elisa María Lozano, o “Eli”, graduada de la Universidad Complutense de Madrid, ha saltado a la fama por el discurso que dio al recoger el premio a la mejor alumna de la facultad de Ciencias de la Información en 2022, con un 9.28 de nota media. Lo he dicho bien: lejos de valorarse su esfuerzo para obtener tales calificaciones, lo que le ha granjeado titulares ha sido su intervención al recoger el galardón, la cual algunos han llegado a juzgar como “oratoria lamentable” o “una vergüenza”, en mitad de la controversia generada por otro nombramiento, el de “alumni ilustre” para Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid.
Dejando a un lado las irregularidades en torno a los laureles de Ayuso, primera política en activo en recibirlos, hecho que ha sido duramente criticado por el antiguo rector y profesor José Carrillo por comprometer la autonomía de la institución, así como por la elección no consensuada de alguien que está dañando seriamente los servicios públicos y atentando contra la ciencia mediante su negacionismo climático, vale la pena analizar las palabras de Eli.
De manera a ratos airada, y definitivamente influida por el clima de confrontación que se vivió en el campus, la estudiante aportó claves importantísimas para entender cómo concibe buena parte de la juventud la relación entre educación y saber, el ambiente de contaminación mediática vigente –relevante para un centro del que salen profesionales de la comunicación–, y la política en sentido amplio, que no deberían caer en saco roto. Por una parte, destaca su rechazo del premio, su negativa inicial a querer subir al estrado bajo la lógica aplastante de que tales honores no pueden ser más que arbitrarios cuando también los merece alguien cuyos méritos se refutan o interrogan a diario: Ayuso. Este nombre se conoce; Eli, con su expediente brillante, era completamente anónima, y sin embargo, al preguntar si la presidenta había “hecho algo por nosotros”, su respuesta es contundente: “Yo creo que no”.
La primera lección es un desmontaje inteligente de la meritocracia al constatar que las menciones a dedo se sitúan al mismo nivel que el estudio diligente durante años. Más allá, Eli le restó valor a su historial académico para aludir a su hartazgo de que se valore a las personas “con notas, con títulos”, evocando las ideas de filósofos como Pierre Bourdieu, quien analizó cómo la universidad servía para legitimar y blanquear un origen privilegiado, cubriendo la desigualdad con un halo de aparente justicia, o como Michel Foucault, quien nos enseñó que la jerarquización a través de exámenes se utilizaba para disciplinar nuestros “cuerpos dóciles”.
Pero Eli no se queda ahí; cuando afirma “el conocimiento es tener criterio” pone en duda la acumulación de datos, fechas y condecoraciones para, acto seguido, valorar a los auténticos ilustres: sus compañeros, sus profesores, es decir, aquellos que posibilitan el aprendizaje estimado como proceso colectivo; y su madre, la persona que le inculcó ciertos valores y la crio –según su testimonio– en ausencia de una figura paterna. Ilustres serían, por lo tanto, los cuidados. Sólo en una comunidad donde haya amor entre personas, pero también a la materia que se estudia, se pueden abrazar los saberes, una declaración que parece afianzar con su elección de carrera, Comunicación Audiovisual, porque “adora” el cine. Ahora bien, ¿qué se hace con ese conocimiento? Cine político y políticamente, aseveró, transmitiendo una visión del arte como herramienta que permita modificar realidades y, al igual que la educación reglada, no necesariamente sujeta a criterios de mercado. Aquí vale señalar que en ningún momento asoció la titulación con el desempeño laboral; directamente no dialogan, la historia no va de currículums, y eso refleja una gran coherencia en alguien que ya había criticado la meritocracia.
Verdad contra la desinformación
Sin embargo, si hay algo que Eli enfatiza repetidamente, con ahínco, casi con rabia, es “la verdad”, un concepto que en apenas tres minutos y medio pronunció seis veces, aplicado a su alocución, a los que se manifestaron en contra del premio a Ayuso, a muchos docentes y estudiantes, al cine y a la Complutense que le merecen respeto. Si Eli intenta reformular en varias ocasiones el significado de ilustre (“Ayuso, pepera, los ilustres están fuera”), también quiere delimitar lo verdadero, en una pugna con las mentiras que circulan en las redes y en los medios, y refiriéndose explícitamente a la misión de su facultad: “esto es Ciencias de la Información, no de la desinformación”, una desinformación que, podemos inferir, se relaciona con la gestión de la líder autonómica, aunque no exclusivamente. Mediante esta reiteración la joven busca una suerte de autenticidad que dignifique, sobre todo, una labor pedagógica sin interferencias partidistas en la línea de lo que proponía el profesor Carrillo, con el fin de que dicha labor cale más tarde en la sociedad.
En definitiva, el discurso de Eli –que dio sin necesidad de leer– no sólo no fue “lamentable”, sino que exhibió una consistencia interna envidiable, puso sobre la mesa temas indispensables en el actual panorama político de posverdad y merma del Estado del bienestar, y reveló una preocupación legítima de cara al futuro, extensible al resto de la juventud. Quizá lo que haya molestado tanto sean, precisamente, sus virtudes.