El progreso nunca destruye tanto como cuando construye

Fuente: https://periodicogatonegro.wordpress.com/2022/08/18/el-progreso-nunca-destruye-tanto-como-cuando-construye/   18.08.22

El progreso nunca destruye tanto como cuando construye

Nunca nos vamos a acostumbrar pero tampoco nos sorprende. Las consecuencias están a simple vista: promesas de progreso y desarrollo que devastan la vida, represión estatal que desaparece y asesina personas. Nos oponemos a estas lógicas, pero también —y ante todo—, tenemos la necesidad vital de construir otras: esas que entrelazan todos los fuegos vitales que intentan dinamizar otras maneras de habitar el mundo.

Cuando intentamos realizar una crítica hacia los diversos gobiernos que administran el Estado, no lo hacemos por mero placer de un intento de pensamiento crítico, por simpatía hacia tal o cual forma de gobernar o por creer que pueda existir una manera benevolente de gestionarlo. Toda crítica instrumental del Estado se ha demostrado falsa. La historia política nos demuestra que el Estado patriarcal como garante del Capital, más allá de otorgar “derechos” bajo el ala de una política intervencionista, en el fondo, en su abismo maquínico que tritura todo lo que esté a su alcance, no puede realizar otra acción que ser el guardián celoso de la “maquinaria productiva-apropiativa-extractiva”. Los derechos otorgados no hacen más que reforzar el Poder de aquellos que tienen la autoridad para concederlos. Así, nos encontramos con amenazas del tipo “voten bien porque si viene la derecha pierden derechos”.

Ya es más que conocido el lenguaje de las autoridades políticas, serio y solemne, pero con pizcas de coloquialismo para igualarse ante la ciudadanía; rebosante de credibilidad, de fe, de pasividad. Por lo que, en tal caso, el problema se podría reducir a creer o no. Sin embargo, la cuestión es que estos discursos, además de generar consenso, afinidad política y garantizar “la paz social”, transmutan en acciones políticas concretas. Acciones que generan mayor deforestación para espacios de feedlots —el engorde de animal en corral— y siembra de soja transgénica, desplazamiento de comunidades indígenas y campesinas por dicha deforestación, mayor utilización de productos tóxicos necesarios para que todo lo transgénico crezca, enfermedades y malformaciones de las poblaciones cercanas a las siembras por el uso de esos venenos, terrorismo psicológico para empujar a la población a inocularse con vacunas en proceso de experimentación, extrema violencia y maltrato del mundo animal no humano: la humanidad se ha colocado en relación con la naturaleza en términos de guerra. La idea moderna de “saber es poder” implicó el dominio de la tierra toda como objeto disponible, como recurso. Nunca antes ha habido tanto conocimiento disponible sobre lo que nos rodea, sin embargo, nunca antes hemos estado tan cerca de aniquilarlo todo.

Las idénticas formas de habitar —deshabitar— el mundo son las que nos llevaron hasta acá: un escenario distópico anclado en la defensa de la civilización moderna. La maquinaria civilizatoria insiste en aniquilar lo vivo: “recursos” al servicio del Capital, los bosques dejan de ser pulmones del planeta para ser fuentes de madera, los océanos dejan de ser hábitats complejos de vida para ser basureros continentales, las montañas dejan de ser gigantes nacidos de los movimientos de las capas tectónicas para ser objetivo de bombas que proveerán futuros celulares y computadoras.

El mundo entero se ha convertido en un producto empaquetado para ser sacrificado en nombre del fetiche capitalista. Cuerpos enfermos, tristes, ansiosos, lastimados, adoctrinados y dependientes del parásito estatal. Incalculables existencias arrebatadas, aplastadas, acalladas por el vivir patriarcal que habita dentro nuestro. ¿Cómo responder a las distintas violencias con las que convivimos en lo cotidiano? ¿Cómo reconocer que nosotrxs mismxs no consentimos con esta vida, volviéndonos víctimas y victimarixs a la vez?

La insoportable necesidad —necedad— de pedirle a la máquina

El Capital y sus ejecutores/cómplices queman humedales, vuelan montañas, perforan la tierra, deforestan bosques, envenenan alimentos. Niegan lo vivo. El único fuego que apagan los políticos es el de la revuelta. Esa es su función, para eso están ahí. Las coreografías, las incontables firmas y los petitorios ya no conmueven a nadie, han sido absorbidos por el espectáculo.

Cantidad de organizaciones e individualidades firman para pedirle al Estado una ley, una ley fuerte y efectiva. Se exige una ley para el cuidado de la Tierra. Se cree que se necesita al Estado. El tentáculo legal interviniendo siempre: en los cuerpos, en la tierra, en la salud, en la educación, en la recreación, en todos lados. Siempre. Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado. La vida es sofocada y se nos escapa por medio de papeles, trámites, burócratas, documentos, leyes, jueces, policías, políticos, militares. ¿Nos habremos olvidado de cómo vivir libremente? ¿Nos habremos olvidado de cuidarnos, defendernos y protegernos entre nosotres?

Desprovistxs de herramientas como comunidad, nos llevan al límite de jugar con nuestras necesidades, a punto de perder la salud, lo más básico. Lo indispensable. Y entonces, queremos leyes para evitar la minería, leyes para evitar el desmonte, leyes para cuidar los mares, leyes para abortar libremente, leyes para salvar los humedales, leyes en defensa de la salud mental, leyes por el medio ambiente. Leyes, leyes y leyes. Castigos, castigos y castigos. Y todo en mano del Gran Hermano. Esta vida es una trampa. Así se amplifica cada vez más el estar —abstracto y extractivista— del Estado.

Los humedales, montes y bosques nativos hace tiempo que están siendo devastados por la extensión de las llamas provocadas intencionalmente con la complicidad de los gobiernos que no hacen más que invisibilizar la problemática guardando silencio. Sabemos que la solución no pasa por exigir más políticas públicas ya que los intereses de las mismas están volcadas hacia el fin único de perpetuar este sistema que tiene al ser humano en el centro de la escena y, por lo tanto, considera que la naturaleza en su totalidad está plenamente a su disposición, pretendiendo justificar su explotación hasta su agotamiento.

El capitalismo está acelerando la extinción de millones de especies animales y vegetales y está llevando la contaminación del agua, del suelo y el aire a niveles tan altos que las consecuencias no solo son irreversibles sino que, indefectiblemente, van a afectar a cada vez más generaciones.

Una cálida destrucción de sus mentiras

“Dios nos envió la lluvia y apagó las llamas”, han dicho los responsables políticos de la devastación. La civilización avanza mediante quemas, desmontes y fumigaciones necesarias para el sustento del Capital, nunca de lo vivo.

“Un jefe en el cielo es la mejor excusa para que haya mil en la tierra», nos decían hace más de un siglo. Parece que era acertada tal sentencia. Quienes gestionan la paz de las mercancías siempre se sienten cómodos al hablar de jefes, líderes, dioses, generales, fascistas y amos. Toda proclama, todo discurso, toda manifestación de ellos, esconde una declaración de guerra contra la tierra y todo lo que habita en ella. La política es el lenguaje de la muerte que convierte toda palabra en un cadáver. 

Nos insisten en que agradezcamos el “acuerdo porcino con China”. Nos insisten en que agradezcamos la extensión de la frontera agrícola. Nos insisten en que agradezcamos los negocios inmobiliarios. Gracias familias millonarias, herederas de la usurpación y genocidio que forjó al Estado. Gracias grandes productores y su aspiración por maximizar sus lucros y distribuir sus costos. Gracias a sus lágrimas capitalistas para argumentar que hay que alimentar a 7 mil millones de personas en el mundo, a pesar de que en las 6,99 mil millones se encuentren fácilmente motivos varios para ser vilipendiadas. Gracias a todos los gobiernos que nunca pondrán a disposición los recursos técnicos necesarios para detener los incendios intencionales.

La Tierra y todxs sus habitantes, especialmente quienes dejan su vida a cambio, o quienes desde nuestras limitadas posibilidades solo intentamos sobrevivir sin acumulación material en vano, lxs estamos muy agradecidxs. Les deseamos, de corazón, que los vientos cambien e incendien sus inmundas “riquezas” manchadas con la sangre de siglos de opresión y ecocidio. No va a ser siempre solo un deseo.

Dejar de creer en el hacha

Lo que está sucediendo en materia extractivista en el territorio aún usurpado por el Estado argentino no pasa por una mala gestión, por corrupción o por falta de idoneidad en los políticos de turno; pasa por la eficacia del proyecto civilizatorio, por la honestidad de la dictadura mercantil y por el actuar consecuente del arte de gobernar. Ante la devastación ninguna “política pública” que nazca del dispositivo bélico-civilizatorio puede detenerla porque vive de ello.

“El bosque seguía muriendo y los árboles seguían votando por el hacha. El hacha los había convencido que por tener el mango de madera, era uno de ellos”. ¿Cuántos incendios más necesitaremos para que seamos capaces de vivir de otra manera? Nos preguntamos si serán momentos para experimentar no tan nuevos métodos —o mejor dicho, métodos olvidados— que serían interesante volver a recordar. ¿Destruir la espera y ejercitar la ofensiva? ¿Expulsar y sabotear a quienes cotidianamente negocian con la naturaleza? La Tierra sabe de acciones, quizás el bosque insurgente tome venganza y crezca un fuego liberador que haga arder todo eso que, sabemos, merece arder.

Descreemos de cada una de sus alegrías y buenas intenciones. Nos han prometido muchas veces el cielo en un mañana, a cambio de nuestro sacrificio en el ahora. Ya no les creemos a ellos, sino que creemos en cada anónimo fuego que nos invita a la cálida destrucción de los que destruyen. Creemos en la tierra que es fértil y germina traspasando el cemento. Creemos en el viento que a pesar de las fronteras y los muros, sigue soplando. Solo nos falta creer en nosotrxs.

¿Qué diálogo podemos establecer con quienes se encargan día y noche de tramar los próximos futuros envenenamientos que vendrán contra lxs que habitamos el territorio colonizado-devastado por el Estado argentino? ¿Qué palabras podemos intercambiar si siempre hicieron, hacen y harán todo lo que esté a su alcance para que “la maquinaria productiva-apropiativa-extractiva” no se detenga?

Que se fortalezcan los lazos que se organizan para enfrentar a la mafia política, judicial, carcelaria y policial. Que se encuentren esas complicidades que deciden pasar a la ofensiva teniendo en cuenta una red de cuidados defensivos. Que se hermanen los cuerpos que detienen el fuego en el monte y en los humedales. Que se asocien los que expanden el fuego que no deja dormir a los incansables contadores de divisas, a los repetidores de promesas de progreso y desarrollo, a los recalcitrantes aduladores del orden, de la patria y de las botas, a los sacerdotes del bienestar económico, mientras que el territorio es devastado por la lógica estatal-capitalista. Que ardan todos y cada uno de ellos. Que prevalezca lo territorial, lo comunal y lo vital.

Somos miles de hormigas que atravesamos sus ficticios castillos de arena. Somos miles de abejas que recolectamos y transportamos las armas que nos harán recuperar la vida. Somos miles de ramas que afilamos nuestras puntas para destripar autoridades y mandatos. Somos bosque que susurra al oído las diversas formas de autodefensa. Somos pantanos enterrando máquinas, trajes y corbatas del rancio desarrollo. Somos susurros, suspiros, vientos y huracanes que los volarán por los aires.


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