Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2023/02/18/el-debate-sobre-sickingen-entre-marx-engels-y-lassalle-por-gyorgy-lukacs/
[1931]1
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“Marx e Engels como historiadores da literatura”. György Lukács; tradução Nélio Schneider; revisão técnica José Paulo Netto; Ronaldo Vielmi Fortes. 1. ed. São Paulo: Ed. Boitempo, 2016. (Biblioteca Lukács) pp. 16-60.
Traducción al castellano: El Sudamericano. (Feb. 2023)
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I. El punto de vista de Lassalle
II. Marx y Engels contra la estética idealista de Lassalle
III. Lassalle se desenmascara en su réplica
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La publicación de las cartas y escritos póstumos de Lassalle ha aportado un nuevo e importante material para la correcta valoración de las relaciones entre Marx-Engels y Lassalle, sobre todo por la impresión, en el tercer volumen de esa edición,2 de las cartas de los dos primeros a este último, ya que Mehring, en el cuarto volumen de su edición del “material póstumo”, había presentado esencialmente sólo las cartas de Lassalle.3 Suplementos adicionales fueron aportados por la nueva edición de la correspondencia entre Marx y Engels (Gesamtausgabe, sección III)4, con los pasajes referidos a Lassalle que habían sido omitidos por Bernstein. Después de que saliera el cuarto de los seis volúmenes de la edición de Mayer, el autor de estas líneas ensayó un análisis de sus resultados generales (Grunbergs Archiv, v. XI ).5
De este universo, elige ahora un tema específico, porque algunos de los antagonismos fundamentales de Marx y Engels hacia Lassalle se manifiestan más llamativamente en este ámbito que en otras discusiones, así como porque aquí –en virtud de la motivación estética– Marx y Engels tuvieron la oportunidad de pronunciarse sobre el tema del “arte”, un asunto que, por otra parte, sólo pudieron tocar de pasada y sobre el que sus puntos de vista distan mucho de ser plenamente conocidos y no han sido debidamente apreciados.
Es sabido que Marx se ocupó profundamente de los problemas del arte y la estética. Independientemente de cómo defina la crítica filológica su participación en la segunda parte de la Posaune de Bruno Bauer,6 las cartas de este período muestran un denso trabajo sobre problemas de estética, suficientemente documentado también para el período posterior. Por ejemplo, la forma en que Marx se ocupa –algunos años después de la discusión que se va a analizar aquí, en la crítica epistolar de Das System der erworbenen Rechte [El sistema de los derechos adquiridos] de Lassalle–7 de los dramaturgos franceses de la época de Luis XIV revela que seguía manifestando un gran interés teórico e histórico por estas cuestiones. Esto es especialmente cierto en el período que nos ocupa. La correspondencia sobre Sickingen se extiende de marzo a mayo de 18598, es decir, justo después del texto Para una crítica de la economía política,9 cuya introducción fragmentaria a los estudios económicos de la época, publicada más tarde, lleva una de las exposiciones más detalladas de Marx sobre la estética,10 relativa a la época posterior. A esto se añade el hecho de que poseemos largos extractos de la Estética de F. T. Vischer, extraídos por Marx en los años 1857 y 1858,11 que también atestiguan una ocupación más intensa con los problemas estéticos precisamente en este período.12 En la última carta mencionada,13 Marx escribió lo siguiente a Engels acerca de la segunda carta de Lassalle sobre Sickingen: “Es incomprensible cómo un hombre, en esta estación del año y en este momento de los acontecimientos de la historia mundial, no sólo encuentra tiempo para escribir una cosa así, sino que tiene la desfachatez de pensar que tenemos tiempo para leerla”; como quedará claro en nuestra exposición siguiente, esta observación no se refiere en absoluto a la dedicación de Lassalle a las cuestiones estéticas. En nuestra opinión, se debe, mucho más bien, al hecho de que Marx consideró que el debate con Lassalle era en adelante totalmente improductivo e inútil, ya que este último se mostró incorregible en todas las cuestiones políticas, históricas e ideológicas relevantes. En el curso de la discusión, las peligrosas consecuencias de su punto de vista afloraron aún más claramente. Sin embargo, no era la primera vez que esto ocurría. Pero el cambio de tono entre las primeras cartas de respuesta de Marx y Engels al envío de Sickingen –que, a pesar de todas las críticas incisivas, eran bastante cordiales, pero cuyo tenor era ya mucho menos “diplomático” que el de la carta precedente sobre Heráclito–14 y la observación citada es tan brusco que vale la pena –así nos parece– investigar su causa y su significado.
Todas estas razones parecen justificar un examen más detenido de tales cartas, cuyo peso principal debe residir evidentemente en la conexión entre la parte estética del debate y los puntos políticos e ideológicos de la polémica. Nuestra tarea aquí no es hacer una investigación sistemática de las concepciones estéticas del Marx maduro, no porque sean irrelevantes, sino porque la cuestión aún no ha sido suficientemente investigada: ni siquiera se han recogido hasta ahora todas las enunciaciones de Marx y Engels sobre este tema, ni se han examinado en cuanto a su interrelación y la posición que ocupan en el sistema. No anticiparemos estas investigaciones necesarias sobre la base de material publicado e inédito, y recurriremos a las concepciones estéticas generales de Marx y Engels sólo en la medida en que ello sea absolutamente necesario para nuestro tema más circunscrito.
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I. El punto de vista de Lassalle
El 6 de marzo de 1859, Lassalle envió a Marx y Engels su Sickingen, con un prefacio y un manuscrito sobre la idea trágica del texto. Ambos contienen los puntos de vista programáticos de Lassalle: el prefacio, escrito para el público en general, pone el problema estético en primer plano y se limita a tratar como material de investigación la cuestión histórico-política que subyace al drama. El manuscrito, destinado a los amigos más íntimos del autor, sitúa con más fuerza en primer plano los problemas histórico-políticos y trata las cuestiones estéticas (el elemento trágico, la forma del drama) en relación con ellos.
El Sickingen de Lassalle debía convertirse –según las intenciones de su autor– en la tragedia de la revolución. El conflicto trágico que, según Lassalle, subyace a toda revolución consiste en la contradicción entre el “entusiasmo”, es decir, la “confianza inmediata de la idea en su propia fuerza e infinitud”, y la necesidad de una “Realpolitik”. Lassalle formula esta cuestión de la manera más abstracta posible. Pero precisamente de este modo le confiere de entrada –involuntariamente– un cambio peculiar en cuanto a su contenido. Pues el problema de la “Realpolitik, de apoyarse en los medios fiables disponibles”, adquiere el siguiente significado: “Mantener ocultos a los demás los verdaderos y últimos fines del movimiento y, mediante este acto deliberado de ganarse a las clases dominantes [la cursiva es nuestra –G. L.] e incluso aprovechándose de ello, conquistar la posibilidad de organizar nuevas fuerzas”.15 Correspondientemente, la imagen opuesta, la del entusiasmo revolucionario, debe recibir una formulación igualmente abstracta y peculiar cuando se contrapone a la prudencia [Klugheit]. La mayoría de las revoluciones habrían fracasado por la cuestión de la “prudencia”, y “el secreto de la fuerza de los partidos extremistas” consiste precisamente en “dejar de lado la razón”. Por lo tanto, es “como si hubiera una contradicción insoluble entre la idea especulativa que hace la fuerza y el entusiasmo de una revolución, por un lado, y la razón finita y su prudencia, por otro”.16
Esta eterna contradicción dialéctica objetiva estaba también –según Lassalle– en la base de la Revolución de 1848; es a ella a la que el autor quiere dar forma en su drama. De ahí la tragedia de la revolución. El “conflicto trágico” es “un conflicto formal” –así formula Lassalle la cuestión, en polémica con Marx y Engels, en su segunda carta:17
“No un conflicto específico y peculiar de una revolución concreta, sino un conflicto siempre recurrente en todas o casi todas las revoluciones pasadas y futuras (a veces superado, a veces no superado), siendo, en definitiva, el conflicto trágico de la propia situación revolucionaria, presente tanto en los años 1848 y 1849 como en 1792, etc.”
De ahí la contradicción entre fines y medios que, en este tipo de revolucionario descrito por Lassalle, conduce necesariamente a la tragedia; “el principio del adversario está asumido y teóricamente la derrota está ya declarada”. Se rompe así la unidad dialéctica entre fines y medios, que ya había sido reconocida por Hegel y Aristóteles, de modo que “todo fin sólo puede ser alcanzado por aquello que corresponde a su propia naturaleza y, por esta razón, los fines revolucionarios no pueden ser alcanzados por medios diplomáticos”. En la revolución, la prudencia y el cálculo diplomático fracasarán necesariamente.
“Acabará ocurriendo, por tanto, que estos estrategas de la revolución, en vez de tener al adversario triunfante ante ellos y a los amigos a sus espaldas, tendrán, por el contrario, a los enemigos ante ellos y no tendrán a los partidarios de su principio a sus espaldas”.18
De esta concepción de la revolución deriva toda la comprensión de Lassalle de lo trágico, de la forma y del estilo dramáticos. La concepción misma –que hemos reproducido, en la medida de lo posible, en la propia formulación de Lassalle– se funda, en términos de clase, en la autocrítica que la extrema izquierda de la democracia burguesa podía y debía hacer a partir de las experiencias de la Revolución de 1848. El autor, que incurre en el autoengaño especulativo de haber descubierto el conflicto de la propia revolución, se convierte en portavoz de la minúscula extrema izquierda de la democracia burguesa alemana, que alimentaba la esperanza de formar un frente democrático proletario-burgués contra las “viejas fuerzas” y, con su ayuda, llevar a cabo una revolución burguesa seria. Esta aspiración –que en Lassalle, sin embargo, como mostraremos más adelante, ya se cruza aquí con otras intenciones opuestas– constituye la base de su Das System der erworbenen Rechte, y es el motivo que atrae al lado del autor a demócratas convencidos como Franz Ziegler19 al bando del autor; la decepción provocada por la inviabilidad de tal aspiración es una de las razones fundamentales de su posterior “tory-cartismo”, de su lucha cerrada y unilateral contra la burguesía industrial, descuidando la lucha contra el latifundismo semifeudal y sus exponentes políticos en Prusia e, incluso, en alianza más o menos consciente con ellos. En resumen: según esta concepción, la Revolución de 1848 fracasó por la “prudencia”, la “diplomacia”, la “conducta de estadista” de sus dirigentes. Sickingen pretende expresar, en Gestaltung literaria, el aspecto trágico de este fracaso como aspecto trágico de todas las revoluciones.
Esta formulación política y filosófico-histórica del problema condiciona los problemas estéticos de Sickingen y su posición singular en el desarrollo del drama moderno. En varias cuestiones estéticas esenciales, Lassalle se encuentra perfectamente en el terreno del drama alemán contemporáneo y de su teoría (bajo la fuerte influencia de la filosofía de Kant a Hegel). El propio autor es plenamente consciente de este contexto. En el prefacio a Sickingen, da claro testimonio de tal pertenencia: “Determino el progreso realizado por el drama alemán a través de Schiller y Goethe en relación con Shakespeare en el sentido de que fueron ellos, especialmente Schiller, quienes crearon el drama histórico en sentido propio”.20 Busca por tanto -en oposición a Hegel, pero en amplia sintonía con los estetas y poetas post-hegelianos– un modelo de drama que pueda subsistir como forma autónoma junto a la Antigüedad y Shakespeare (que, para Hegel, es la coronación del tipo “moderno” frente a la Antigüedad), y que incluso –en cierto sentido, como tercer período del drama– permita ir más allá de la Antigüedad y Shakespeare.21 E incluso Lassalle vislumbra esta novedad del desarrollo inaugurado por Schiller en el hecho de que, en este tipo de tragedia, ya no se trata de individuos como tales, que son ante todo sólo portadores y encarnación de esos antagonismos del Espíritu universal en lucha profundamente íntima; se trata, más bien, sólo de destinos que deciden sobre la felicidad y la desgracia del Espíritu universal.22
Sin embargo, el desarrollo debe ir más allá de Schiller, pues “en el propio Schiller los grandes antagonismos del espíritu histórico son sólo el terreno sobre el que se mueve el conflicto trágico. Lo que emerge de este fondo histórico como la acción dramática misma y lo que constituye su alma es, una vez más, […] el destino puramente individual.”23
La conexión entre estos razonamientos y el desarrollo general de la clase burguesa, especialmente con la evolución del problema en la filosofía clásica alemana, es tan evidente y conocida que no es necesario tratarla extensamente aquí. El único aspecto a destacar es que, en puntos decisivos, la formulación del problema por parte de Lassalle difiere de la de sus contemporáneos, que de forma más o menos consciente, aunque desde perspectivas de clase diferentes, corroboran la disolución del hegelianismo. Todos estos pensadores y poetas de las décadas cuarta y quinta [del siglo XVIII] intentan captar intelectual o poéticamente el surgimiento y ulterior desarrollo de la sociedad burguesa, promover en un sistema (o en una obra de arte) la reconciliación de las contradicciones que surgen como consecuencia del desarrollo económico pero que no se entienden como tales. Subrayamos la importancia de la categoría de “reconciliación” no sólo porque constituyó, ya en el propio Hegel, una de las fuentes principales de las contradicciones internas de su sistema, no sólo porque esta cuestión –lo que es comprensible– no fue respondida ni siquiera por los pensadores post-hegelianos, haciéndose aún más acuciante tras cada intento de solución y dando lugar a recaídas en el idealismo subjetivo, el eclecticismo, el relativismo, el empirismo, sino, sobre todo, porque con ella salió claramente a la luz el sentido clasista de toda la formulación estética del problema. Y ello hasta el punto de que así las dos antinomias a disposición de los dramaturgos y estetas modernos, la de la libertad y la necesidad, por un lado, y la del individuo y la sociedad, por otro, cuya importancia creciente y contenido concreto tienen un origen social, fueron mistificadas como problemas “intemporales” y encontraron una “solución” incapaz de cuestionar los fundamentos de la sociedad burguesa. Todos los debates en torno a Hegel y después de él sobre la “culpa trágica” giran en última instancia en torno a esta cuestión, y la respuesta a la misma, decisiva para la estructura y el estilo de la tragedia, es el elemento que más claramente ilumina el punto en el que se sitúa el respectivo pensador en términos de clase.
El propio Hegel –en quien, por un lado, emergen claramente las contradicciones internas del desarrollo de la clase burguesa (aunque predominantemente en su versión ideológica) y que, por otro lado, aprueba lo más resueltamente posible este desarrollo, junto con la actualidad concreta- plantea con fuerza el problema “culpa-inocencia”. Es necesario “dejar de lado todas las falsas representaciones de culpabilidad e inocencia”. En el sentido de un libre albedrío, presuponiendo que los protagonistas de la tragedia tuvieron alguna elección, son inocentes. Fue su necesidad, su páthos, lo que les impulsó a los “hechos culpables”. Ahora bien, ni siquiera quieren ser exonerados de estos hechos. Al contrario: lo que han hecho, lo que realmente han hecho, es su gloria. […] El honor de los grandes personajes es ser culpados”.24 No obstante, esta concepción –cuya conexión con la filosofía de la historia de Hegel es muy evidente– es válida para la tragedia griega; en la Fenomenología, sin embargo, esto aparece aún más pronunciado y claro que en la propia Estética. De la posición que Hegel atribuye al arte en el desarrollo global se deduce que todo el arte moderno e incluso el arte “romántico” aparece como la disolución del arte, como la superación [Aufhebung] de la idea del arte en religión o bien en filosofía.25 También la cuestión de la culpa, la cuestión de la libertad y la necesidad en la poesía moderna aparecen en la estética de Hegel, por tanto, como formas de disolución de la versión clásica, original griega; en consecuencia, las formulaciones propiamente adecuadas de los problemas que, según el filósofo, están realmente en la base de estas cuestiones estéticas sólo pueden ser hechas por Hegel en su filosofía de la historia y en su filosofía del derecho.
Sobre esta cuestión, la estética posthegeliana parte del punto de vista opuesto: su búsqueda se dirige precisamente a la justificación filosófica de la poesía contemporánea. La consecuencia de ello es una profunda reestructuración de la concepción hegeliana del problema. Pues, aunque la intención es histórica –la de buscar una ruptura, más o menos consciente, con el “fin de la historia” hegeliano–, la elaboración concreta se evidencia precisamente en el hecho de que se buscan y aparentemente se encuentran categorías que, con ciertas variaciones, pueden aplicarse a todos los periodos de la historia del arte. Mientras que las categorías hegelianas son, en el fondo, concepciones conceptuales de una determinada época de la historia (lo que aparece más claramente en la Fenomenología que en la Estética) y, por eso mismo, llevan en su estructura y conexión las determinaciones de contenido de ese período histórico, el camino de la Estética post-hegeliana conduce a una concepción formalista de los problemas estéticos. La libertad en general debe confrontarse con la necesidad en general; debe determinarse la situación del hombre en la historia, del individuo en la sociedad. Con ello, sin embargo, los principios que en Hegel se mantenían de algún modo unidos divergen bruscamente. La consecuencia de tener que extrapolar metodológicamente tanto el principio histórico y de contenido (la aprehensión positiva de lo específicamente moderno) como el principio formalista (categorías suprahistóricas que abarcan todas los períodos y todas las formas del mismo modo) es que, en exposiciones aisladas, las categorías supuestamente dialécticas se separan bruscamente, divergen unilateralmente, sin posibilidad de mediación. Surge una dualidad de formalismo abstracto y positivismo empírico. En el caso aislado –aquí, por tanto, en el drama–, por un lado, la necesidad se eleva a una abstracción rayana en lo místico y a menudo (por ejemplo, en Hebbel) incurre directamente en lo místico, mientras que, por otro lado, el individuo se individualiza hasta el nivel de lo genérico o lo patológico. La conexión así rota necesita entonces ser reconstituida por mediaciones complejas, construidas, inventadas o mistificadas. La unidad dialéctica de la libertad y la necesidad, su necesario movimiento simultáneo en contradicción dinámica, que en Hegel estaban a menudo presentes –aunque no siempre, ni en todas partes– se pierde y debe ser restaurada por la “ética” o la “psicología”.
La base de toda esta restricción de las formulaciones de los problemas estéticos está constituida por la necesidad de situarse en relación con la revolución como cuestión actual e inminente. Hegel podía tratarla –la gran Revolución Francesa– como un presupuesto del tiempo presente, como un tiempo pasado. Así es posible indicar concretamente los embates que provocaron las revoluciones y los que fueron provocados por ellas, y captar como situación mundial concreta la reconciliación, la superación recíproca de los principios en conflicto.26 La aprobación de la revolución pasada se une así a la aprobación de la situación presente (no es éste el lugar para analizar las contradicciones internas de la posición hegeliana). La cosa es muy distinta cuando la revolución se presenta ante pensadores y poetas como un problema actual y presente. Puesto que la cuestión se plantea en términos históricamente concretos, toda abstracción en el método y en la respuesta a las diversas preguntas significa desviarse del problema concretamente histórico. Y esto es tanto más enfático cuanto más concretamente se plantea la cuestión. Esto es particularmente evidente en F. T. Vischer, el más importante de los estetas post-hegelianos. Cuando Vischer determina la revolución como el tema propiamente dicho de la tragedia,27 se trata sin duda de un avance respecto a Hegel. Pero este avance se anula inmediatamente, y Vischer acaba retrocediendo con respecto a Hegel cuando entiende la revolución como “el constante antagonismo entre el libre progreso y lo necesariamente existente, entre lo nuevo y lo que lo inhibe”. De ello se deduce que, en su caso, Antígona, Tasso, Wallenstein y Götz se colocan uno al lado del otro, sin distinción, como “revolucionarios”, que todo levantamiento contra lo “existente” entra en la categoría de “revolución”, aunque tenga como punto de partida el principio de lo antiguo (Antígona, Götz). Por otra parte, la misma versión abstracta ampliada del problema obliga a Vischer a abrir su corazón liberal moderado. Dice: de los dos principios, “la razón más profunda está en el primer plano (el plano de lo nuevo), porque la idea ética es movimiento absoluto”. Sin embargo: “Lo existente también tiene su razón. Lo verdadero reside en el medio […]. Sólo el futuro lejano […] traerá la mediación eficaz”.28 En el momento de su aparición, esta teoría aún tenía el carácter, aunque moderado, de una concepción revolucionaria burguesa, mientras que en el curso de su concreción y aplicación, se convirtió en un intento puramente estético de justificación de la poesía «moderna», en el que el aspecto estético-formal se convierte en el factor decisivo y el principio revolucionario burgués se desvanece por completo en un liberalismo moderado. Es obvio, sin embargo, que las bases de esta transformación ya están presentes en la composición original. El contenido de clase reaccionario del concepto formalista de revolución aflora con mayor claridad aún en el dramaturgo más importante de este período, Hebbel.29 Según su teoría, la tragedia, y especialmente la tragedia moderna, tiene la misión de representar “los dolores de parto de la humanidad que lucha por una nueva forma”; en consecuencia, el contenido y la finalidad de esta representación son los siguientes: “El arte dramático pretende ayudar a finalizar el proceso histórico-universal que se está desarrollando en nuestros días y que no quiere derribar las instituciones políticas, religiosas y morales del género humano ya existentes, sino cimentarlas más sólidamente y ponerlas así a salvo de la destrucción”.30
De este modo hemos caracterizado los contornos filosófico-estéticos más generales de las corrientes literarias a las que pertenece el Sickingen de Lassalle. Cuando subrayamos al principio que el drama de Lassalle, por una parte, se sitúa en el terreno de estas corrientes en cuanto a sus elementos esenciales, pero, por otra, asume una posición muy peculiar en relación con ellas, estamos afirmando algo sólo aparentemente contradictorio. Tiene en común con ellas la formulación del problema, el punto de partida, y en una serie de cuestiones metodológicas decisivas apenas va más allá (incluso –como veremos– prefiere partir de corrientes más antiguas), pero se diferencia de las demás en que intenta dar al concepto formal de revolución, como base de la tragedia moderna, un cambio revolucionario [Wendung]: es decir, en la lucha entre lo “viejo” y lo “nuevo” se coloca, sin reservas, del lado de lo nuevo. La consecuencia de ello son varios cambios nuevos en la formulación del problema, que, sin embargo, dado que la base de toda esta formulación no es renovada por Lassalle, sólo conducen a que las contradicciones presentes en ella queden expuestas de forma aún más descarnada que en las otras. Pues la insistencia en la preeminencia de lo “nuevo” (del “principio revolucionario”), no sólo desde el punto de vista de la idea histórico-universal –lo que también hace Vischer–, sino también como “idea estética” del drama y, por tanto, como posición central concreta del “principio revolucionario lleva necesariamente al autor a intentar dar a las fuerzas motrices sociales concretas de la lucha trágica una forma más concreta que sus contemporáneos, satisfechos con ‘existir’ de forma más bien abstracta o en una concreción mistificada. Por otra parte, esta tendencia le empujaba necesariamente a ver y configurar a los hombres y a las relaciones sociales de carácter más concreto como meros portadores, representantes, portavoces de la “idea histórico-universal”. Esto último, que podría dar lugar a una contradicción dialécticamente fecunda si la relación concreta entre el hombre y la clase fuera el verdadero punto de partida, es convertido por el idealismo de Lassalle en una antinomia abstracta, porque introduce “la idea de la revolución” en hombres concretos y relaciones concretas en lugar de desplegar la relación dialéctica realmente concreta desde dentro de ellos, es decir, porque establece y revoca simultáneamente su concreción. Por el impulso revolucionario de su punto de partida, el autor llega a un rechazo justificado de la pintura dramática de género de su época, a un rechazo de la profundización extensiva en la idealidad y la peculiaridad sin esencia de un personaje contingente. Pero Lassalle no se libra de caer en el “precipicio” que él mismo ha adivinado, a saber, el de “incurrir en una poesía abstracta y erudita” al vislumbrar lo histórico “en modo alguno en el material histórico” mismo, sino en el hecho de que en él “se despliega […] la más profunda de las ideas histórico-universales y el más profundo de los conflictos de ideas de tal época de transformación”.31
Por esta razón, Lassalle –a pesar de las salvedades ya mencionadas– vuelve a Schiller. Puesto que desde allí le era imposible captar la unidad entre lo universal y lo particular en los personajes y en la fábula como unidad entre individuo y clase, entre destino singular y destino histórico de clase, no le quedaba otra salida que intentar transponer la antinomia no resuelta entre lo singular y lo universal mediante un páthos ético-retórico. Este tipo de transposición, y por tanto el retorno al páthos de Posa32 en Schiller, por muy superior que sea al psicologismo mistificador de los contemporáneos reaccionarios de Lassalle, no logra ofrecer ni siquiera una configuración real del nexo revolucionario burgués. No es casualidad que este estilo surgiera no en el terreno de las revoluciones burguesas propiamente dichas, y por tanto en Francia o Inglaterra, sino en el de su reflejo estético, es decir, en Alemania. Desde el principio, confiere a los grandes antagonismos históricos la forma de duelos discursivos entre destacadas “personalidades histórico-universales” de cuya “voluntad” o “decisión”, etc., dependería el destino del desarrollo histórico. El idealismo de este estilo está así fuertemente relacionado –en Schiller esto se hace evidente, sobre todo en la época de Posa– con la representación de una “revolución desde arriba”, de un monarca “esclarecido”. Sin embargo, el recurso estilístico de Lassalle a Schiller no es en absoluto sólo formal, ya que el propio Lassalle está imbuido de esta ilusión. Mucho antes, en toda la fábula y, por tanto, en toda su concepción de la historia, está contenida esta cuenta con una “revolución desde arriba”. En el segundo acto, la escena decisiva entre Sickingen y el impugnador Carlos V33 contiene el intento del primero de atraer al segundo a sus propósitos, reconocibles en el curso de la secuencia, que recuerda formalmente el diálogo entre Posa y Felipe: Carlos debe hacer en Alemania una revolución del tipo “a la inglesa”. Sin embargo, Lassalle se cree muy por encima de este delirio de su protagonista. Pues ve la “culpa trágica” del personaje precisamente en esta “astucia” con la “idea de la revolución”. Sin embargo, el autoengaño de Lassalle se manifiesta precisamente en el hecho de que –al estilo de Schiller– identifica en ello una “culpa trágica”. No parte de las condiciones objetivas de clase, es decir, el personaje de Sickingen, por ejemplo, no surge como representante de una clase bien definida, sino que el condicionamiento objetivo de clase es mero trasfondo, sobre el que se supone que destaca de forma autónoma la dialéctica de la “idea de revolución”. Mediante este punto de partida idealista, los personajes de los dramas se “liberan”. Puesto que en adelante sólo pueden exponer las “ideas” retóricamente, mediante el diálogo (en lugar de darles forma en sus acciones), los vínculos que establecen entre sí, con su clase y con la fábula se convierten en actos “libres”: objetos de la ética. Lassalle se ve obligado, por tanto, a volver a un punto anterior a Hegel tanto en la teoría como en la práctica y a renovar la “culpa trágica” aristotélica.34 En la defensa del personaje de Sickingen, Lassalle defiende la tesis de que la “culpa” del protagonista no sería sólo “un error intelectual”, sino al mismo tiempo –y también como error intelectual- una culpa moral. “Pues surge precisamente de una falta de confianza en la idea moral y en su poder infinito existente en sí y para sí, así como de un exceso de confianza en medios malos y finitos”.35
Es evidente la conexión entre el problema estético-teórico y el compositivo-dramático de la “culpa trágica”, entre el estilo retórico-ético de Schiller, por un lado, y la cuestión abstracta-idealista (por tanto moralizante, no formulada en términos políticos) de la “Realpolitik” y de los “compromisos”, por otro. Por el hecho de no formular esta última cuestión conforme a un contenido clasista, sino según una forma filosófico-histórica, se impide a sí mismo el acceso a cualquier solución que no sea la ética. Cuando los “principios” de lo “viejo” y lo “nuevo” se enfrentan brusca e inmediatamente, ni siquiera es posible mencionar el tema que surge en toda lucha de clases concreta, a saber, cómo se puede ganar como aliados o neutralizar a las clases que vacilan a causa de sus compromisos. Cada desviación de la realización directa del objetivo final (el “principio”) se convierte entonces en una “traición” a la “idea” y enreda al protagonista en una “culpa trágica”. La diferencia entre moderados y radicales, entre girondinos y jacobinos, se convierte en un problema moral36, y Lassalle tiene que ignorar que los jacobinos hicieron “compromisos” ocasionales tanto como los girondinos, sólo que con otro punto de partida de clase y, por tanto, con otras clases, otro contenido. De ello se deduce naturalmente que sólo podía concebir el problema de las guerras campesinas y de la Revolución de 1848 desde este punto de vista.
Aún hablaremos más extensamente sobre una serie de contradicciones estéticas y político-históricas resultantes de esta postura de Lassalle. Por ahora, es necesario notar cuán fuerte y orgánico es el vínculo entre la cuestión del estilo del autor, que compone una tragedia en el estilo schilleriano basado en la “culpa trágica”, y que trata de las contradicciones dialécticas de la “idea de revolución”, y su formulación histórico-política del problema, mencionada al principio de este texto. Cuando Lassalle concibe la “autocrítica” de la Revolución de 1848 como una crítica “trágica” de la revolución en general, cuando, como consecuencia de ello, vislumbra en la “Realpolitik” vacilante, regateadora y demasiado “prudente” la “culpa trágica” típica de los revolucionarios, esta formulación formal-abstracta de la cuestión no sólo condiciona, como hemos visto, todo el carácter estético, todo el contenido artístico de su drama, sino que, al mismo tiempo, está estrechamente ligada al contenido político de su postura. El problema de la “Realpolitik” está separado de las luchas de clases de la Revolución de 1848, sobre todo por la lucha entre burguesía y proletariado, lo que hace metodológicamente imposible de antemano tomar posición real sobre los problemas de la revolución burguesa. Pero el autoengaño de Lassalle, que ha asumido con su abstracta posición dialéctico-idealista un alto rango en la autocrítica de la revolución, no se revela como tal sólo en este sentido. Se trata, más bien, de un doble autoengaño. Pues la manera autoevidente y acrítica en que el autor elige este mismo punto de partida para su autocrítica de la revolución de 1848, la manera en que se detiene en la inmediatez de un punto de vista radical y burgués sin ser consciente de su condicionamiento de clase, revela, al mismo tiempo, que sólo es capaz de imaginar la revolución con ingenua autoevidencia como una revolución burguesa “normal”, que formula las cuestiones relativas a la revolución –inconscientemente– desde una perspectiva burguesa, no proletaria.37
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II. Marx y Engels contra la estética idealista de Lassalle
Llegando ahora a la crítica de Marx y Engels a Sickingen, la polémica sobre las concepciones de Lassalle, debemos comparar primero sus opiniones reservadas sobre el tema con sus cartas a Lassalle. Por desgracia, tal comprobación –que, en el caso de Heráclito y Das System der erworbenen Rechte, es posible e instructiva– falta en la correspondencia de Marx y Engels. No hablaron entre sí sobre la primera carta de Lassalle ni sobre sus propias respuestas. La única observación que posiblemente se refiera al tema es la que hace Marx en su carta del 19 de abril de 1859 (fecha de la respuesta de Marx a Lassalle), en la que dice: “Ad vocem [Sobre lo que dice] Lassalle, mañana te escribiré más ampliamente”.38 Sin embargo, en la siguiente misiva, fechada el 22 de abril, ni siquiera se menciona a Lassalle. Dependemos, pues, del análisis de las propias cartas. Ahora bien, dado el tono relativamente cordial y la crítica relativamente franca, es natural suponer que en el momento de esta correspondencia ya se había producido la primera gran sacudida de la confianza en Lassalle –que nunca había sido muy fuerte39–, a saber, la denuncia de Levy40; también hay que considerar que Marx entendía Heráclito como un “florecimiento póstumo de una época pasada” y reprochaba la conducta totalmente acrítica de Lassalle hacia la dialéctica de Hegel con una incisividad devastadora.41 Además, hay que tener en cuenta que las diferencias políticas, así como las tensiones en torno a la publicación alemana de las obras de Marx y Engels, ya eran bastante acaloradas entre ellos.
Llama la atención también el tono de las cartas, la franqueza de la crítica, habitual entre camaradas, aunque hay que considerar que la crítica constituía parte de la compleja “diplomacia” de Marx hacia Lassalle.42 Sin embargo, no nos parece adecuado interpretar dicha correspondencia como puramente diplomática. Observemos, por ejemplo, que en una carta de Engels encontramos la siguiente formulación: “Por lo demás, sin embargo, es para mí y para nosotros motivo de constante alegría cuando nos encontramos ante una prueba más de que nuestro partido se presenta siempre con superioridad, cualquiera que sea el terreno en que lo haga”, formulación que está muy en consonancia con la comedida apreciación de Marx sobre Heráclito.43 Si añadimos que el análisis de Marx sobre la situación de Lassalle en Berlín justo antes de estas cartas apuntaba a la inevitabilidad de su ruptura con la democracia burguesa de izquierda,44 tenemos todos los motivos para creer que estas cartas de Marx y Engels no eran simple “diplomacia”, sino un esfuerzo por convencer a Lassalle de que su punto de vista era erróneo.
Tanto es así que, en sus replicas, Marx y Engels abordan inmediatamente la cuestión central. Marx elogia la intención de Lassalle de escribir una autocrítica dramática de la Revolución de 1848: “El conflicto pretendido [la cursiva es nuestra –G. L.] no sólo es trágico, sino que es el conflicto trágico en el que sucumbió con razón el partido revolucionario de 1848-1849. Por lo tanto, sólo puedo expresar mi máxima aprobación al intento de convertirlo en el eje de una tragedia moderna.” Sin embargo, esta aprobación se convierte pronto en la crítica más incisiva: “Pero me pregunto si el tema tratado era adecuado para la exposición de este [la cursiva es nuestra –G. L.] conflicto.”45 A primera vista, la objeción de Marx parece puramente estética y, como veremos, plantea incluso importantes cuestiones estéticas: la revelación de las contradicciones entre tema y sustancia [Stoff] en el drama de Lassalle. Está claro, sin embargo, que para Marx y Engels se trata ante todo de algo muy distinto. El acuerdo sobre el conflicto “pretendido” de antemano es sólo aparente: se refiere más bien abstractamente sólo al hecho de que una crítica de la Revolución de 1848 en términos generales sería importante y deseable. Marx y Engels, sin embargo, tienen una comprensión completamente diferente a la de Lassalle de lo que sería una crítica de este tipo, tanto en términos metodológicos como de contenido, por lo que la afirmación de que el tema elegido por Lassalle no se corresponde con la presentación de “ese” conflicto no es simplemente estética, sino que golpea los fundamentos de toda la concepción de Lassalle. Este último también lo percibió claramente y lo expresó en su réplica, cuando escribió a Marx y Engels: “En última instancia, vuestras objeciones se reducen al hecho de que he escrito un Franz von Sickingen, y no un Thomas Münzer u otra tragedia de guerra campesina.46
Aquí radica el quid de las objeciones de Marx y Engels. Polemizan con la representación de Lassalle de que la “diplomacia” de Sickingen y, por tanto, su “culpa trágica” individual (ya sea intelectual, ética o ambas) fueron la causa de su caída. Lo que Lassalle reinterpreta de este modo no es más que la consecuencia necesaria de la condición de clase objetiva de Sickingen. Marx escribe: “Sucumbió porque se levantó contra lo establecido, o más bien contra la nueva forma lo establecido, y porque lo hizo como jinete y representante de una clase en declinamiento”.47 De este modo, toda la formulación lassalliana del problema de la tragedia de la revolución, para la que Sickingen sólo sería un manto, queda inmediata y tácitamente apartada de un plumazo, y se plantea la pregunta: ¿qué representaba el verdadero Sickingen en las luchas de clases fácticas de su época? La respuesta de Marx es clara.48 Cuando se despoja al individuo de Sickingen, “lo que queda es –Götz von Berlichingen. En este sujeto miserable está presente en su forma adecuada el trágico antagonismo de la caballería hacia el emperador y los príncipes, y por eso Goethe,49 lo convirtió acertadamente en protagonista”. Con su lucha, Sickingen es “de hecho un Don Quijote, aunque históricamente justificado”.
Esta observación, cuyas consecuencias adicionales abordaremos de modo mas extenso más adelante, es bastante instructiva; ilumina agudamente todo el complejo de oposiciones fundamentales entre las concepciones de Marx y Lassalle, pero simultáneamente aclara las relaciones de ambos con Hegel y sus sucesores en lo que respecta a estos temas. En la valoración de Goethe, la oposición adquiere clara expresión en la concepción estética de Götz von Berlichingen, y es tanto más aguda cuanto que ambos coinciden en valorar políticamente a Götz como un “sujeto miserable”. Marx, como hemos visto, elogia a Goethe por haber elegido un protagonista en el que se expresa adecuadamente la oposición histórica de la caballería al emperador y a los príncipes. A este respecto está en amplia sintonía con Hegel, que escribe lo siguiente:
“Haber elegido como tema principal este contacto y conflicto entre el período heroico de la Edad Media y la vida moderna fundada en el Estado de derecho atestigua el agudo sentido de Goethe. Pues Götz y Sickingen siguen siendo héroes que quieren regular autónomamente, desde su personalidad, su valor y su rectilíneo sentido de la ley, las condiciones existentes en su círculo más estricto y amplio; pero el nuevo orden de cosas deja al propio Götz fuera de la ley y acaba con él. Pues sólo la caballería y la relación feudal constituyen, en la Edad Media, el terreno propicio para esta autonomía.”50
También en Hegel estas exposiciones concluyen con una alusión al Quijote. Aquí lo importante no es la oposición diametral en la valoración de Götz (“sujeto miserable” y ”héroe”), sino el hecho de que tanto Hegel como Marx entendieran a Götz y a Sickingen como representantes de una época en decadencia e identificaran la significación poética de Goethe en el hecho de haber elegido como tema un conflicto típico de la historia universal. En Lassalle es muy diferente. En su carta de respuesta a Marx y Engels, se aferra a la expresión “sujeto miserable”, rechaza resueltamente los elogios de Marx a Goethe y opina que “sólo la falta de perspicacia histórica en el espíritu de Goethe” podría explicar “cómo él fue capaz de convertir en protagonista de una tragedia a un muchacho tan retrógrado y anticuado”.51 Hablaremos de la contradicción interna de toda la concepción lassalliana de la historia que allí se pone de manifiesto cuando analicemos su carta de respuesta. En ella, evalúa el movimiento campesino, así como el del Sickingen histórico, como un movimiento reaccionario, que, por tanto, según su concepción, no podía dar lugar al tema de la tragedia. Señalamos ahora esta contradicción sólo porque pone de relieve la postura específica de Lassalle frente a Hegel y los post-hegelianos. Todos ellos van más allá de la concepción hegeliana del contenido histórico de lo trágico y apuntan a una concepción formal general de la tragedia, en cuyo centro se encuentra, como hemos mostrado, la revolución –concebida en términos formales. Ya hemos indicado las consecuencias de estas concepciones en el caso de dos contemporáneos representativos de Lassalle, el esteta Vischer y el poeta Hebbel. A lo allí expuesto debemos añadir ahora sólo lo siguiente: para Vischer, como consecuencia del concepto puramente formal de lo trágico, tanto Götz como la guerra campesina son posibles como tragedias,52 mientras que, para el conservador Hebbel, el concepto formal hace que el conflicto trágico se aproxime al pecado original y que, en términos dramáticos, resulte totalmente indiferente “si el protagonista sucumbe en virtud de una aspiración excelente o de una aspiración condenable”,53 recorriendo así el camino que comienza en Hegel, pasa por sus sucesores y desemboca en Schopenhauer. Lassalle, que se sitúa fundamentalmente en el terreno de las concepciones formales de lo trágico, se esfuerza por escapar a las consecuencias reaccionarias de su punto de partida y extraer contenidos revolucionarios de la determinación formal de lo trágico, del concepto formal de revolución. En vano, por supuesto. Para no caer en un “objetivismo” reaccionario, en una apología metafísica de lo establecido, se ve obligado a echarse en brazos de un subjetivismo moralizante. En Marx, el juicio sobre Götz es un hallazgo objetivamente histórico que no contradice en absoluto la conclusión de Hegel (ni el personaje creado por Goethe), aunque, en su valoración, el coloque el idealismo hegeliano “sobre sus pies” en términos materialistas, es decir, convierta la exposición mitificadora en análisis económico de clase y siga identificando mejor que nadie los límites “filisteos” de Goethe. El juicio de Lassalle, sin embargo –a pesar de estar de acuerdo con Marx en el contenido político–, constituye un juicio de valor moralizante.54 Ahora, para volver al punto central de la polémica en sí, es necesario preguntarse desde el punto de vista de Marx qué tipo de tragedia puede surgir sobre tal base. Para Marx,55 la tragedia reside en el hecho de que:
“Sickingen y Hutten tuvieron que perecer porque eran revolucionarios en la imaginación (lo que no puede decirse de Götz) y, exactamente del mismo modo que la culta nobleza polaca de 1830, por un lado se convirtieron en órganos de las ideas modernas, pero, por otro, representaban de hecho intereses de clase reaccionarios.”
Es decir, desde su clase, como caballero, Sickingen no podía actuar de otra manera. “Si quisiera iniciar la rebelión de otro modo, tendría que apelar directamente y desde el principio a las ciudades y a los campesinos, es decir, precisamente a las clases cuyo desarrollo [equivalía] a la negación de la caballería”. Engels, que trata este aspecto de la cuestión más extensamente que Marx, supone por un momento, para hacerse inteligible a Lassalle, la hipótesis más favorable a este último, a saber, que Sickingen y Hutten se proponían liberar a los campesinos. Continúa:56
“De este modo, sin embargo, el amo se vio inmediatamente enfrentado a la trágica contradicción de que ambos estaban situados entre, por un lado, la nobleza, que decididamente no lo deseaba, y, por otro, los campesinos. Aquí radica, en mi opinión, el trágico conflicto entre el postulado históricamente necesario y la imposible aplicación en la práctica.” [La cursiva es nuestra –G. L.]
De ello se desprende fácilmente que el “conflicto pretendido” elogiado por Marx no tiene nada en común con el tema real de Lassalle, e incluso es diametralmente opuesto a él. Podemos dejar de lado la cuestión de la concepción “formal” de la revolución, la de la tragedia lassalleana de la revolución, ya que la posición de Marx y Engels sobre tal visión idealista es claramente evidente. Limitémonos al tema de la “guerra campesina” en relación con la Revolución de 1848, tal como la deseaba Lassalle. El paralelismo entre ambos no es en absoluto idea suya. Engels hizo esta comparación en su estudio sobre la guerra campesina alemana (en la Revue de la Neue Rheinische Zeitung en 1850)57 de una manera muy concreta, bastante clara. Ahora bien, cuando Marx y Engels, en sus polémicas con Lassalle, hablan repetidamente de la cuestión “Münzer”, esto resulta necesariamente de su posición en relación con la Revolución de 1848 (y, de esta manera –aunque metodológicamente opuesta a la adoptada por Lassalle–, Esto resulta tan necesariamente de su posición respecto a la revolución de 1848 (y, de este modo –aunque metodológicamente opuesta a la adoptada por Lassalle–, también respecto a la revolución burguesa en general) como la elección y la interpretación del tema “Sickingen” resultan de la posición de Lassalle respecto a la revolución burguesa, que él, sin embargo, equipara a la revolución en general. Engels aborda esta cuestión en su análisis de la perspectiva de Münzer con una claridad aún no superada:
“Lo peor que le puede ocurrir al dirigente de un partido revolucionario es verse obligado a asumir el poder en un momento en que el movimiento aún no está lo suficientemente maduro como para que la clase a la que representa se ponga al frente […]. Por lo tanto, se enfrenta necesariamente a un dilema insoluble: lo que puede hacer de hecho está en contradicción con todas sus acciones anteriores, con sus principios y con los intereses inmediatos de su partido; y lo que debe hacer no es realizable. […] El interés del propio movimiento le obliga a servir a una clase que no es la suya y a entretener a su propia clase con palabras, promesas y la afirmación de que los intereses de esa clase distanciada son los suyos. Quienes ocupan esta posición ambigua están irremediablemente perdidos.”58
La tragedia de Münzer es, pues, histórica; ciertamente es posible extraer de ella lecciones estratégico-tácticas que pueden aplicarse –mutatis mutandis– a otras coyunturas, pero necesariamente se incurre en una falsificación de la dialéctica, en oportunismo, cuando las frases recién citadas de Engels se conciben como una advertencia general de no emprender la lucha en una situación “inmadura”. Por eso, en su artículo contra Martínov,59 Lenin60 subrayó correcta y precisamente el carácter histórico concreto de estas frases. Martínov (al igual que Plejánov al mismo tiempo) quería explotar el análisis de Engels sobre Münzer como argumento contra la participación del POSDR [Partido Obrero Socialdemócrata Ruso] en el gobierno revolucionario en la revolución de 1905 y a favor de la hegemonía de la burguesía en la revolución burguesa. Lenin demostró de forma concluyente que la contradicción concreta de la situación de Münzer –de la que Engels deduce también su tragedia [la de Münzer] en su carta a Lassalle– no tiene nada que ver con este problema, y que Martinov sólo utiliza la declaración de Engels como pretexto para evitar la lectura real de la situación y las conclusiones que se derivan de una interpretación correcta. Las declaraciones de Engels son un examen concreto de la situación de clase en Alemania hacia 1525, y a partir de ellas podemos reconocer, precisamente a partir del conocimiento de la tragedia de Münzer, cómo extraer de una situación difícil e “inmadura” el máximo posible en términos de revolución mediante una praxis correcta y decidida. Esto, sin embargo, es lo contrario de lo que quieren los oportunistas: el “arquetipo” de una situación “inmadura”, en la que no se puede actuar en absoluto (es decir, se actúa en interés del enemigo de clase). En el análisis de las revoluciones pasadas, Marx y Engels siempre han aclarado, partiendo de la situación “inmadura”, los autoengaños de los revolucionarios sobre el verdadero curso del proceso revolucionario progresivo objetivo, surgidos en la cabeza de los partidarios del “partido extremista” como falsos reflejos históricamente inevitables de ese proceso. Esto es lo que hace Marx en su análisis de los jacobinos,61 y Engels en el caso de Münzer. Esta autocrítica revolucionaria de los precursores por parte de Marx, Engels y Lenin proporciona simultáneamente la base tanto para comprender históricamente (y tratar literariamente) las revoluciones pasadas como para extraer las lecciones políticas correctas de esta autocrítica. Por el contrario, en la práctica, la concepción esquemática-abstracta, a-histórica-idealista (de Lassalle a Martínov y más allá en sus más diversos matices) conduce al oportunismo y obstruye teóricamente el camino que conduce a la comprensión de las revoluciones pasadas. Dependiendo de la coyuntura histórica del oportunismo respectivo, esto puede manifestarse bien en la idealización de las revoluciones pasadas, bien en el borrado de las diferencias específicas entre las diversas etapas de desarrollo, bien en la distorsión, degradación, difamación de su carácter revolucionario (Bernstein y Conradi sobre la Comuna de París). En cualquier caso, se rompe la conexión histórico-dialéctica que engloba tanto la afinidad como la disparidad de las situaciones comparadas. Sin embargo, dado que el análisis de la situación de Münzer por Marx, Engels y Lenin es concreto e histórico, cualquier aplicación de sus doctrinas dependerá de la coyuntura en la cual y a la cual se pretende emplearlas.
En 1850 Engels consideraba el problema de Münzer –mutatis mutandis– como un problema de la Revolución de 1848, como lo demuestran, entre otras, sus exposiciones inmediatamente posteriores a la cita que acabamos de dar. Pero las frases introductorias también citadas por nosotros muestran que examinó el problema, incluso en esta concepción más amplia, sólo como el de un determinado estadio del movimiento revolucionario. Ya en 1870 (en las observaciones anteriores a la segunda edición), Engels plantea la cuestión de la analogía entre 1525 y 1848 en los siguientes términos: el proletariado, “por lo tanto, también necesita aliados”; la trágica situación de Münzer se transforma entonces –con la formación y consolidación de la clase revolucionaria–, en las cuestiones estratégicas de la transición de la revolución burguesa a la proletaria, de los aliados y de las reservas de la revolución.
Así, para Marx y Engels, este análisis de la situación “trágica” del “partido extremista” no constituye en ningún momento un problema “eterno”. Engels sólo tiene en mente la posición particular de Münzer como líder del partido revolucionario de los “plebeyos”, que –al menos en la fantasía– no tenía ninguna obligación de superar a la sociedad burguesa, que aún estaba empezando a surgir. Sin embargo, la analogía con 1848 se refiere en Marx y Engels sólo a ciertos momentos concretos de las relaciones de clase y a los problemas táctico-estratégicos que de ellos se derivan, por tanto a ciertos aspectos de la posición de Münzer, pero no a su tragedia como “la” tragedia “de” la revolución. Antes de la irrupción revolucionaria, el Manifiesto Comunista propone un claro programa de acción para el “partido extremista”. Y en una franca autocrítica tras la derrota de la revolución, en previsión de un nuevo levantamiento revolucionario, Marx constata que su imagen del futuro se ha realizado plenamente. Sin embargo, concluye que, junto con los éxitos alcanzados, la “Liga de los Comunistas” se “suavizó considerablemente”; de este modo, el partido obrero perdió su único apoyo firme y así, en el movimiento generalizado, acabó bajo el dominio y la dirección totales de los demócratas pequeñoburgueses.62 El mismo “mensaje” elabora directrices tácticas exactas para asegurar la conducta correcta del partido obrero hacia las diversas clases y sus partidos en todas las fases del levantamiento revolucionario venidero. Para Marx y Engels, por tanto, la tragedia de Münzer es la de una situación históricamente superada en aquella época. Pero el hecho de que, a pesar de todo, la pusieran sobre el tapete –y, como hemos visto, no sólo con ocasión del debate sobre Sickingen– se debe, en términos histórico-políticos, a la afinidad –señalada por Engels en repetidas ocasiones– entre el problema y la Revolución de 1848, siendo uno de los principales objetivos de su actividad tras la derrota de la revolución extraer lecciones de ella e inculcárselas a sus adeptos. En este periodo, Lassalle seguía desempeñando un papel importante para Marx y Engels en la reagrupación de fuerzas, en la clarificación ideológica. Por lo tanto, tuvieron que acoger favorablemente su intento de abordar la cuestión artísticamente. Pero por esta misma razón intentaron convencerle de la falsedad fundamental de su concepción.
La polémica –aparentemente estética– sobre si el sujeto debe ser Münzer o Sickingen se resuelve, pues, en la siguiente duda: si la principal dificultad de la revolución reside en la debilidad económico-ideológico-organizativa de la propia clase revolucionaria63 –de la que derivan la tragedia de Münzer que acaba de esbozar Engels y las objeciones a la idoneidad del tema de Sickingen formuladas por él y Marx en sus cartas a Lassalle– o si, de ello resulta la centralidad de la “diplomacia”, de la “Realpolitik”, del tema de “Sickingen”, junto con Lassalle, si contemplamos como problema fundamental una revolución “general” contra “lo viejo”. Así tenemos, por un lado, la cuestión de los “aliados” de la clase revolucionaria, que es una cuestión histórica objetiva. Por otro lado, está la cuestión de la capacidad de dirección de una especie de capas medias “intelectuales” sobre las clases descontentas con el régimen dominante, siendo el desafío central la amalgama de estos dirigentes con el “viejo” mundo, lo que conduce a su dificultad para “desnudar al viejo Adán”; se trata, pues, de una cuestión ético-psicológica. De este modo, Marx y Engels realizan una verdadera autocrítica del ala “extremista”, la única realmente revolucionaria de la Revolución de 1848: desvelan las condiciones objetivas del fracaso de la revolución con la ayuda de un despiadado análisis de clase. Lassalle, por el contrario, convierte el centro oscilante –por razones objetivamente económicas– y “diplomático” “de la Realpolitik” en el objeto de su crítica. Dado qué, en su proceder, él no reconoce el factor objetivamente económico como históricamente necesario (o no lo reconoce en su significado real),64 se ve obligado a hacer una interpretación puramente ideológica del curso de la historia, que conduce, en cuanto al contenido, al tema de Sickingen y, en términos estético-formales, al páthos moralizante, a la “culpa trágica”, a Schiller.
En sus cartas, tanto Marx como Engels retoman la cuestión del estilo schilleriano en Sickingen. De este modo, la discusión toma un giro estético aún más claro, sin perder por ello su estrecha conexión con el antagonismo fundamental analizado. Pues el equívoco compositivo decisivo censurado por los dos autores en Lassalle es, según Marx:65
“En ese caso, los representantes de la nobleza en la revolución –detrás de cuyas palabras clave “unidad” y “libertad” sigue acechando el sueño de la vieja monarquía imperial y la ley del más fuerte– no deberían absorber entonces todo el interés, como hacen en vuestro caso, sino que los representantes de los campesinos (especialmente éstos) y de los elementos revolucionarios en las ciudades deberían componer un fondo activo bastante significativo.
Engels66 expone algo muy parecido tras elogiar a Lassalle por su descripción de los príncipes y las ciudades: “[…] y con esto quedan prácticamente agotados los elementos, por así decirlo, oficiales del movimiento de aquella época. En mi opinión, sin embargo, no ha dado la importancia debida a los elementos plebeyos y campesinos no oficiales, con su representación teórica paralela.” De lo dicho hasta ahora se desprende claramente en qué consiste el núcleo mismo de estas objeciones compositivas y estéticas. Sin embargo, Marx y Engels no dejan pasar ninguna formulación del debate sin llamar la atención de Lassalle, desde todos los ángulos posibles, sobre el carácter erróneo de su concepción. Inmediatamente después del pasaje que acabamos de citar, Engels señala que Lassalle habría tenido mucho más éxito en alcanzar el objetivo que se propuso –a saber, presentar a Sickingen como protagonista de la “liberación política y la grandeza nacional”67– mediante la exposición de la guerra campesina. Engels dice:
“pues, a su manera, el movimiento campesino era tan nacionalista y tan dirigido contra los príncipes como el de la nobleza, y las dimensiones colosales de la lucha en que fue derrotado destacan muy significativamente ante la facilidad con que la nobleza, abandonando a Sickingen, se dedicó a su vocación histórica de adulación cortesana.”
Engels derivó esta incapacidad de ver los elementos realmente trágicos del destino de Sickingen68 de la “desatención del movimiento campesino”. Marx, por su parte, expresa tal idea de manera aún más decisiva. Extrae la conclusión adecuada de su polémica sobre el tema de Sickingen y dirige su ataque directamente al contenido ideológico central del drama de Lassalle, criticándole la acción de su obra que sólo abarca los problemas de la revolución burguesa, sin ir más allá de ellos de manera resuelta. En relación con el pasaje citado, escribe:69 “Usted habría podido entonces dar voz en mucho mayor grado a las ideas más modernas en su forma más pura [el subrayado es nuestro –G. L.], mientras que ahora, de hecho, aparte de la libertad religiosa, es la unidad burguesa la que constituye la idea principal.” Él intenta dar a la crítica de la autocrítica de la Revolución de 1848 pretendida por Lassalle una formulación dialéctica en el sentido de una autocrítica de Lassalle, al concluir: “En cierto modo, ¿no ha incurrido usted mismo, siguiendo el ejemplo de su Franz von Sickingen, en el error diplomático de situar la oposición caballeresca luterana por encima de la plebeya münzeriana?”.
Cuando pasemos ahora al aspecto –en apariencia– más puramente estético de la discusión, a la evaluación del estilo schilleriano en el drama de Lassalle, quedará bastante claro por lo que se ha dicho hasta ahora que esta cuestión también tiene su lado ideológico y de clase. No es casualidad que Marx sitúe su crítica del estilo entre las dos frases que hemos citado en último lugar. Luego reprocha a Lassalle lo siguiente: “Deberías, pues, por tu cuenta, haber shakespearizado más, mientras que yo pongo por tu cuenta, como tu error más significativo [este último énfasis es nuestro –G. L.] la schillerización, es decir, la transformación de los individuos en meros portavoces del espíritu de la época”; tal frase hace forzosa y convincentemente, la transición para la crítica de diplomatizar con la revolución. Aunque con mucho cuidado, ciñéndose sólo al marco del debate estético, Marx señala la conexión entre el idealismo moralizante abstracto de Lassalle y su oportunismo político.
Por lo tanto, sería totalmente erróneo entender la formulación del problema “Shakespeare versus Schiller” como algo meramente estético. O incluso, como hace Mehring, ver en la predilección de Marx y Engels por Shakespeare y en la de Lassalle por Schiller sólo cuestiones de gusto individual. En un artículo dedicado al tema,70 Mehring señala lo siguiente: “Lassalle fue alumno de Fichte y Hegel tanto como Marx y Engels”; al decir esto, borra todos los problemas decisivos y esenciales de la oposición filosófica entre Marx, Engels y Lassalle. De hecho, este último se volvió filosóficamente hacia Fichte, al igual que se volvió hacia Schiller en la estética, es decir, dio un paso atrás desde el idealista objetivo Hegel y hacia el idealismo subjetivo, mientras que Marx y Engels vislumbraron en Fichte y Schiller figuras superadas por Hegel y definitivamente pertenecientes al pasado en virtud de la “inversión” materialista de Hegel. Por lo tanto, es un análisis bastante sesgado cuando Mehring explica, por un lado, la “antipatía” de Marx hacia Schiller y, por otro, la “simpatía” de Lassalle por él a partir de las “circunstancias”, ya que este último “diferencia entre Schiller y sus intérpretes burgueses”. No. Marx y Engels rechazaron en Schiller (y, en relación con esto, en Kant) una etapa concreta y bien determinada del desarrollo de la ideología alemana. Y obviamente este rechazo tiene también un lado estético. Marx y Engels eran personalidades demasiado rectas para que su aprobación o rechazo ideológico se expresara en términos de puro gusto, en simpatía y antipatía, en agrado y desagrado estéticos. Este es el caso, por ejemplo, de la severa crítica de Marx al “exagerado reflejo de los individuos sobre sí mismos” (que, como subraya correctamente71, “proviene de su predilección por Schiller”), especialmente cuando se trata de personajes femeninos.
Para Marx y Engels, el aspecto decisivo en la cuestión “Shakespeare versus Schiller” reside en el hecho de que lo que exigen del drama –la representación fuerte y realista de las luchas de clases históricas tal como sucedieron, la puesta en escena concreta [sinnfällige] de las fuerzas motrices reales, de los conflictos objetivos reales en ellas– sólo es posible con los medios poéticos designados por Marx aquí con la expresión “shakespearizar”. En su carta a Lassalle, Engels se ocupa de esta cuestión aún más extensamente que Marx.72 Él escribe lo siguiente sobre los personajes del drama:
“Con toda razón, usted se opone a la mala individualización que impera actualmente, que se traduce en pura cháchara de sabelotodo y constituye una característica esencial de la literatura epigonística, que se escurre como el agua sobre la arena. En mi opinión, sin embargo, una persona no sólo se caracteriza por lo que hace, sino también por cómo lo hace; y en este sentido creo que no habría perjudicado en absoluto al contenido ideal del drama que algunos personajes se hubieran diferenciado entre sí de forma antagónica. Hoy en día, la caracterización que hacían los antiguos ya no es suficiente, y creo que en este punto ciertamente podría haber considerado un poco más, sin ningún prejuicio, la importancia de Shakespeare para la historia del desarrollo del drama.”
En nuestra opinión, este pasaje, en relación con la recomendación marxiana de “shakespeareizar” y con otro pasaje de la carta de Engels, en la cual73 vuelve a asociar a la cuestión de Shakespeare la descripción de la “tan maravillosamente diversificada esfera social plebeya de aquella época”, explica suficientemente la relación entre estas decididas objeciones estéticas de Marx y Engels y lo que se ha citado más arriba, y explica también, como se ha explicado, la manera en que la apelación de Lassalle a Schiller está ligada a su concepción de la revolución, al centro de su visión del mundo.
Sin embargo, esta apelación de Marx a Shakespeare tiene un doble acento que debe analizarse brevemente si queremos apreciar adecuadamente su postura contra Lassalle. Ya hemos señalado la perspectiva de Marx en relación con la concepción hegeliana de lo trágico y hemos indicado que, también a este respecto, ha puesto a Hegel “por encima de sus posibilidades”. El camino que conducía hasta allí sólo podía ser el de la realización histórico-social del problema trágico. En el propio Hegel, la tragedia es también una construcción histórico-social, pero, a pesar de toda la claridad y concreción en el detalle, lo es de un modo mistificado. Hegel sitúa el período de la tragedia, el período de los “héroes”, en la época anterior a la aparición de la sociedad burguesa y vislumbra en el fenómeno de lo trágico la autodisolución dialéctica de ese período, su transición a la sociedad burguesa (especialmente en la Fenomenología)] al hacerlo, sitúa la tragedia muy conscientemente en el curso del desarrollo griego clásico y, con la ayuda de la afinidad entre la tragedia griega y la mitología, logra mitificar esta conexión en términos filosófico-históricos. (En la estética de Hegel, Shakespeare constituye un curioso postludio, análogo, por ejemplo, a los Ricorsi [Recurrencias]74 de Vico). Con respecto al pasado, Marx sitúa el factor de la disolución dialéctica de un orden social en el centro de la teoría de lo trágico. Por tanto, lo trágico es la expresión de la decadencia heroica de una clase. Así escribe refiriéndose a Shakespeare, pero sin mencionar su nombre:75
“Mientras que la decadencia de las clases más antiguas, como la de la caballería, ha proporcionado material para grandes obras de arte trágicas, el filisteísmo de la pequeña burguesía, con toda propiedad, no va más allá de manifestaciones impotentes de malicia fanática y de una colección de refranes y reglas de sabiduría al estilo de Sancho Panza.”
El carácter histórico del fenómeno trágico se expresa de forma aún más aguda en la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, en la que el modo de expresión trágico constituye una etapa del mismo desarrollo histórico que el proceso de decadencia de una clase y del orden social dominado por ella; a esta etapa le siguen otras posteriores de caída, de disolución de lo trágico en lo cómico. Escribe sobre el interés que las luchas alemanas tienen para los pueblos de Occidente:76
“Es instructivo para ellos ver al ancien régime [antiguo régimen], que en su historia representó una tragedia, en su espectro alemán representar su comedia. El ancien régime tuvo una historia trágica, ya que era el poder preexistente del mundo, mientras que la libertad era una idea personal [Einfall]; en una palabra, mientras creyó y tuvo que creer en su propia legitimidad. Mientras el ancien régime, como orden del mundo existente, luchó contra un mundo que precisamente estaba emergiendo, hubo por su parte un error relativo a la historia universal, pero no un error personal. Su decadencia, por tanto, fue trágica.”
En su polémica con Lassalle, Marx y Engels situaron un segundo tipo junto a esta forma de la tragedia. Para Hegel, el héroe trágico era siempre el defensor de un orden social condenado a muerte por el desarrollo histórico. Del pasaje que acabamos de citar se desprende que Marx reconoció la exactitud de esta concepción con respecto a la Antigüedad y la Edad Media, descartando, sin embargo, la mitología y la mistificación idealista (apreciación de Götz von Berlichingen), está derivando el fenómeno concretamente de sus causas sociales generales. En cuanto a la Edad Moderna, sin embargo, no había ni podía haber tragedia para Hegel. Pues la realización de la idea en el Estado, el surgimiento de la sociedad burguesa, la subordinación del individuo a la división del trabajo crean un estado del mundo en el que el hombre singular no aparece como el personaje vivo autónomo, a la vez total e individual de esa misma sociedad, sino sólo como un miembro limitado de ella; por otra parte, este orden social es tan idéntico a la razón que un levantamiento fundamental contra él en su totalidad (por ejemplo, Karl Moor77 en Schiller) da necesariamente la impresión de una “actitud pueril”.78 Así, el rechazo de la tragedia moderna es, para Hegel, la consecuencia directa de toda su concepción de la Edad Moderna, que establece una conexión entre el modo de ser prosaico y desfavorable a la poesía de todo el “estado del mundo”, por una parte, y la consecución del yo y la aprehensión del Espíritu, por otra, tanto como pone en duda, por la misma razón, la posibilidad de la “decadencia heroica” de una clase en ese período. Y una tragedia del revolucionario debía ser rechazada por él de manera aún más incisiva.79 Para Marx y Engels, ésta es exactamente la cuestión. La literatura y la estética posthegelianas, en la medida en que, como hemos visto, también intentaron superar estéticamente el “fin de la historia” proclamado por Hegel, plantearon el problema de las tragedias revolucionarias. Con esta formulación del tema, sin embargo, alcanzaron, en el mejor de los casos, el nivel hegeliano, es decir, formularon la cuestión de tal modo que no sacudiera los cimientos de la sociedad burguesa (como estadio de la razón ya realizado) –de donde se originó entonces el dualismo liberal de Vischer y el romanticismo conservador de la necesidad histórica en Hebbel. Como es bien sabido, Lassalle intenta resolver esto sobre la base de un subjetivismo revolucionario (en la tradición de Schiller). Sin embargo, dado que este mismo subjetivismo no es más que la expresión del insuperable fundamento hegeliano (por tanto, de no trascender el horizonte de la sociedad burguesa), todas las categorías de la solución hegeliana (reconciliación, etc.) aparecen en una mezcla ecléctica con las del idealismo subjetivo de Schiller-Fichte (culpa trágica).
Al hacerlo, Lassalle discierne la vacuidad de las categorías estéticas con las que sus contemporáneos querían superar el principio hegeliano del carácter “no poético” de la Edad Moderna (el realismo moderado de Vischer y la “meditación sobre la realidad” de los autores liberales y los teóricos del arte de la época como formas de “reconciliación” con las facetas más miserables de la realidad capitalista alemana), pero lo que tiene para contrarrestarlas es sólo el idealismo y el subjetivismo retórico del páthos schilleriano. De modo que también en la esfera artística sólo encuentra una solución ecléctica, porque su actitud básica hacia los problemas que subyacen a la solución artística es en realidad igualmente idealista-ecléctica. Pretende que Sickingen es un protagonista revolucionario schilleriano, pero objetivamente es un héroe trágico de tipo hegeliano, el representante de una clase en decadencia. (Las contradicciones aparecen lado a lado en el drama sin resolverse).
Marx y Engels aceptaron –como hemos mostrado– el tipo hegeliano de tragedia como forma de la tragedia. Pero junto a ella existe, para ellos, la tragedia del revolucionario que llegó demasiado pronto, la tragedia de Munzer. Con esta bipartición, sacan también todas las consecuencias en el plano estético de su inversión [Umstulpung] de la teoría hegeliana de lo trágico: la tragedia (y la comedia) aparece como la expresión poética de determinadas etapas de la lucha de clases, y esto tanto en el caso de la clase decadente como en el de la clase revolucionaria. El segundo tipo de lo trágico también anula la caracterización hegeliana de la época actual como “no poética”, pero lo hace de un modo dialéctico-materialista. Marx subraya repetidamente que “la producción capitalista es hostil a ciertos sectores de la producción intelectual, como el arte y la poesía”.80 Esto no puede superarse ni mediante un realismo “reconciliador” ni mediante una idealización subjetivista, sino sólo mediante un realismo revolucionario que ponga al desnudo las contradicciones internas del desarrollo capitalista con implacable franqueza, con veracidad cínico-demostrada o crítico-revolucionaria. Es la poesía de la claridad revolucionaria sobre los fundamentos del desarrollo progresivo.81 La tragedia del revolucionario que entró en escena “demasiado pronto” se demuestra exactamente en su concreción histórica, inseparablemente ligada a todas las debilidades y fracasos que se derivan de la aún “inmadura” situación revolucionaria. Frente a los tristes filisteos que dicen, junto con Plejánov: “No deberíamos haber llamado a las armas”, Marx subraya siempre, por un lado, la implacable necesidad histórica que provocó la ruina. Por otra parte, subraya con igual intensidad la necesidad de emprender a pesar de todo la lucha, la significación, positiva y evolutiva, del hecho de que fuera emprendida -y emprendida con gallardía…
“La desmoralización de la clase obrera, en este último caso [si los obreros de París no hubieran reaccionado con la lucha a la “alternativa” propuesta por la burguesía –G. L.], habría sido una desgracia mucho mayor que la caída de cualquier número de “dirigentes”. Con la lucha de París, la lucha de la clase obrera contra la clase de los capitalistas […] entró en una nueva fase. [Comparen a estos obstinados parisinos con los esclavos del Sacro Imperio Romano-Germánico-Prusiano […].82
La tragedia de los revolucionarios como Münzer adquiere su páthos precisamente de la necesidad con la que el movimiento consigue alcanzar formas superiores de lucha, los medios para lograr la victoria, sólo a través de intentos heroicamente fallidos y de su autocrítica “cruelmente minuciosa”. Por eso, “no es del pasado, sino únicamente del futuro, de donde la revolución social […] puede cosechar su poesía”, dice Marx en El 18 Brumario…83
Por ello, Marx y Engels critican a Lassalle doblemente: en primer lugar, porque –como fruto tardío del clasicismo alemán– eligió un tema del primer tipo de tragedia (Münzer versus Sickingen); en segundo lugar, porque, a pesar de haberse decidido por este tema, Lassalle no aborda todas sus consecuencias al no representar al protagonista de una clase decadente como alguien en decadencia. Shakespeare, como gran poeta de la Edad Media en decadencia, apostado en el umbral de la Edad Moderna, sirve de modelo artístico para ambas posibilidades, mientras que el estilo schilleriano sólo puede glosar y desfigurar las verdaderas fuerzas motrices de la lucha de clases, cuya “anatomía”, expresada en términos materialistas, es la única que puede fundamentar la verdadera composición poética.
Tuvimos que profundizar el debate sobre la posición de Marx y Engels en relación con Shakespeare para evitar la impresión de que su “crítica de Schiller” en Lassalle se acercaría a la línea adoptada por aquellos críticos que también censuraban a Lassalle por su “carácter abstracto” pero que, en sus declaraciones sobre otros autores, se ceñían precisamente a la “mala individualización”; al combatir esto, Engels se declaró solidario con Lassalle.84
La retoma de Schiller por Lassalle en Sickingen es una profesión de fe en el acto de habitar en el horizonte de la revolución burguesa. En este caso, por tanto, el recurso de jugar a Shakespeare contra Schiller puede venir tanto de la derecha como de la izquierda. Si, después de lo que hemos dicho a este respecto, todavía hubiera necesidad de presentar una prueba indirecta, nos remitiríamos a la evaluación de la forma métrico-lingüística del drama de Lassalle por Marx y Engels, por un lado, y por Vischer y Strauß, por otro. Marx subraya que, al haber compuesto su texto en iambos85, Lassalle podría haberlos tratado con más cuidado. Pero añade: “Sin embargo, en conjunto, considero que representan una ventaja, ya que nuestra camada poética de epígonos no ha conservado más que la suavidad formal”. En cuanto a las “libertades” en la versificación, Engels hace una observación de pasada, diciendo “que molestan más durante la lectura que en la escena”. En cambio, Vischer y Friedrich Strauß se indignan ante los versos de Sickingen.86
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III. Lassalle se desenmascara a sí mismo en su réplica
La respuesta de Lassalle a la crítica de Marx y Engels, bastante larga y, como él mismo reconoce, “dilatada, sin estilo e imprecisa”,87 intenta defender el drama y los dos prefacios frente a este análisis. En esta tarea, sin embargo, se ve obligado, en todos los puntos esenciales, a ir mucho más allá de lo que hizo o quiso hacer en un principio. También por esta razón, las contradicciones de su punto de vista, presentes en los textos de manera oculta (pero claramente identificadas por Marx y Engels), acaban aflorando como antinomias insuperables, cuya incompatibilidad sólo puede ocultarse a sí mismo apelando a los sofismas. Además, la defensa de su posición objetivamente insostenible le obliga a sacar conclusiones, cuyo alcance político apenas comprendió plenamente en su momento, pero cuya plena significación Marx y Engels reconocieron inmediatamente. Nos parece que su abrupto y despectivo rechazo de esta carta, que mencionamos al principio, y la repentina interrupción del debate, pueden explicarse por este hecho.
Comencemos por la parte del debate situada al final por Lassalle, aunque él la califica como “la más importante de todas”, porque –como reconoce– “está en juego aquí el interés partidista, que considero muy justificado”:88 comencemos, pues, por la apreciación histórica de Sickingen y su posición en relación con la guerra campesina. Hay que recordar que Marx y Engels partieron del hecho de que, como caballero, Sickingen era el representante de una clase en decadencia; por lo tanto, sus objetivos sólo podían ser reaccionarios, y él mismo sólo podía ser revolucionario “en la imaginación”. Esto va unido a las objeciones por el olvido del elemento plebeyo-campesino y al reproche marxiano de que, en su drama, Lassalle estaría “diplomatizando” –siguiendo el ejemplo de su protagonista. El autor rechaza indignado la reprobación de diplomatizar por considerarlo “extremadamente injusta”.89
Para debilitar las objeciones de Marx y Engels a este respecto, esboza un cuadro coherente de sus concepciones del carácter de clase del levantamiento de la nobleza y de la guerra campesina. El núcleo de esta teoría reside en el hecho de que todos, el Sickingen histórico, los caballeros y los campesinos, eran reaccionarios. Lassalle escribe que estos últimos son “reaccionarios en extremo, en última instancia tanto como lo fueron el Sickingen histórico (no el mío) y el propio partido histórico de la nobleza”.90
Naturalmente, no es éste el lugar para analizar en profundidad la exactitud histórica de los puntos de vista de Marx, Engels y Lassalle sobre las tendencias económicas del desarrollo y las relaciones de clase en Alemania de 1522 a 1525, ni para confrontar a unos con otros (entre otras cosas porque es bastante evidente que Marx y Engels tienen razón en este punto). Lo que importa es destacar algunas facetas metodológicas importantes de la polémica de Lassalle, aclarar su conexión con este complejo de problemas y confrontarlas con los respectivos puntos de vista de Marx y Engels. ¿Por qué, según la concepción de Lassalle, el movimiento campesino es reaccionario? Cita dos razones. En primer lugar, tal movimiento no es revolucionario porque los campesinos exigían “sólo la eliminación de los abusos”, y no un cambio radical; “la idea de la legitimidad de ser del sujeto como tal trascendía justamente toda esa época”. En segundo lugar, es “tan reaccionario como el partido histórico de la nobleza” porque:
“el factor político establecido, en su idea, no es todavía el sujeto […] sino la propiedad privada de la tierra. […] Sobre la base de la libre propiedad personal de la tierra se pretendía promover la creación de un reino de terratenientes, con el emperador como uno de sus exponentes. En otras palabras, esto no es más que la idea bastante antigua y anticuada del Reich alemán, que con razón se estaba desmoronando. Precisamente por esta idea de los campesinos, reaccionaria desde la raíz, una alianza con la nobleza habría sido aún perfectamente posible.”
Frente a esta idea reaccionaria, “los príncipes, con su dominio sobre un territorio global que ni les pertenecía como propiedad de la tierra ni les era cedido como feudo, representaban los primeros embriones de una concepción política del Estado, independiente de la propiedad de la tierra”.91 Esta concepción –que, como sabemos, vuelve a aparecer en los escritos posteriores de Lassalle92– es característica en dos sentidos. En primer lugar, es totalmente idealista, pues ignora por completo o al menos trata como más o menos secundarias las cuestiones económicas fundamentales (explotación de los campesinos por la nobleza93) y evalúa la cuestión del carácter revolucionario o reaccionario del movimiento por el aspecto jurídico de la regulación de la propiedad, pero ni siquiera plantea la cuestión de las formas del expolio o bien de su supresión [Aufhebung]. En segundo lugar, este antiguo método idealista de Hegel es totalmente no dialéctico. El “principio” revolucionario y el reaccionario se enfrentan de un modo mecánicamente rígido. Se descuida la interacción viva de las clases, a pesar de su gran importancia precisamente en el momento en que las clases decisivas de la sociedad burguesa –burguesía y proletariado– aún no han alcanzado su plena forma, en que capas sociales como los “plebeyos” y los campesinos desempeñan un papel decisivo, y por esta razón las aspiraciones progresistas, reaccionarias y utópicas se entremezclan ininterrumpidamente, siendo a menudo difícil determinar qué momento predomina de modo concreto. Así, Lassalle ignora todos los elementos socialistas del movimiento plebeyo (compárese el pasaje anteriormente citado de Engels sobre Münzer con la concepción puramente ideológica de Lassalle del “fanatismo religioso” de Münzer)94 y no ve que la síntesis de los “elementos progresistas de la nación” expresada en la constitución imperial de Wendel Hipler “denota la intuición de la sociedad burguesa moderna”. Estos “principios […] no eran el resultado inmediatamente posible, sino necesario, un tanto idealizado, de la disolución en curso de la sociedad feudal, y los campesinos, en cuanto se pusieron a redactar proyectos de ley para todo el imperio, se vieron obligados a tenerlo en cuenta”. En el segundo análisis del proyecto de ley de Hipler, Engels95 señala que “se hacen concesiones a la nobleza, que se aproximan considerablemente a las subrogaciones modernas”. Pero mientras que el movimiento en esta línea, subordinado “a los intereses definidos de los burgueses”, tenía objetivos revolucionarios burgueses y, bajo la dirección plebeyo-münzeriana, incluso objetivos que trascendían la sociedad burguesa, el objetivo necesario de los Hutten-Sickingen, la democracia de la nobleza, era declaradamente reaccionario. Engels96 dice: “Es una de las formas más crudas de la sociedad y evoluciona con toda normalidad hacia la plena jerarquía feudal, que es ya un estadio muy superior.” La polémica de Lassalle muestra claramente que no comprende, no quiere comprender y no puede comprender la dialéctica histórica, la dialéctica concreta del desarrollo de las clases y, con ella, la dialéctica real de la revolución.
Nada cambia en estos hechos si y de qué manera Lassalle describe correctamente –en el drama y en las cartas– detalles de situaciones de clase. Lo que importa es el carácter no dialéctico de su punto de vista, que no sólo le impide una comprensión correcta del presente, de la historia y la interpretación exacta de sus ideas por Marx y Engels, sino que le obliga tanto a ser infiel a su propio fundamento filosófico, la dialéctica idealista objetiva de Hegel, como a acercarse a concepciones prehegelianas. Ya lo hemos señalado en relación con la noción lassalliana de “culpa trágica” y su acercamiento a Schiller. Marx y Engels no tratan directamente este tema –aunque la cuestión “Shakespeare versus Schiller” tiene una relación muy fuerte con él–, pero su crítica sacude de tal manera la posición fundamental de Lassalle que éste se ve obligado, filosóficamente, a poner las cartas sobre la mesa. Incluso intenta refutar los argumentos de Marx y Engels en relación con el Sickingen histórico y, de este modo, tomar la base de su crítica global. Pero como si él mismo sintiera que sus argumentos no son suficientes a este respecto, intenta defender también en términos filosóficos, en el punto decisivo para él, el carácter y el destino de su protagonista (y no los del Sickingen histórico). Naturalmente, se trata una vez más de la alianza de Sickingen con los campesinos, de la cuestión de hasta qué punto habría sido posible este pacto y qué consecuencias habría tenido. En este contexto, Lassalle se ve motivado a exponer su visión global de la necesidad histórica y su relación con la actividad humana. Debido a la importancia de este punto, nos vemos obligados a citar este pasaje:97
“¿Qué habría ocurrido? Si partimos de la concepción de la historia establecida por Hegel, de la que soy esencialmente seguidor, podremos responder con usted, sin embargo, que en última instancia se produciría necesariamente la ruina, porque Sickingen, como usted dice, representaba un interés reaccionario au fond, [en el fondo] y que necesariamente tenía que hacerlo porque el espíritu de la época y de la clase le hacía imposible asumir coherentemente otra posición.
Pero esta visión filosófico-crítica de la historia, en la que una necesidad inflexible se une a otra necesidad inflexible, y precisamente por ello pasa por alto el efecto de las decisiones y acciones individuales, borrándolas, no es por esta misma razón base para la acción revolucionaria práctica ni para la acción dramática presentada.
Mucho antes, el fundamento indispensable de los dos elementos es la presuposición del efecto reconfigurador y resolutivo de la decisión y la acción individuales; sin este fundamento no es posible ningún interés dramático que encienda siquiera una acción audaz.”
El aspecto decisivo aquí es que, en la cuestión de la necesidad histórica y la praxis, Lassalle no se refiere a la praxis de las clases, sino a la de los individuos, y de este modo contrapone enérgicamente la necesidad y la “libertad” (praxis) en un dualismo insuperable. De este modo llega a un dualismo que no sólo está muy alejado de la concepción dialéctica del problema de Marx y Engels, sino que se queda muy lejos de Hegel, moviéndose en la dirección de Fichte-Schiller-Kant. Pues la filosofía hegeliana de la historia también opera con el individuo, con su “pasión”, y lo vincula a la necesidad del curso de la historia mediante la “astucia de la razón”. Sin embargo, el individuo es, en Hegel sobre todo, el representante de una forma histórica colectiva (nación, etc.), y la “pasión” está estrechamente ligada a los “intereses”. Después de hablar de “intereses particulares”, “fines particulares”, “intenciones egoístas”, Hegel98 dice: “Este contenido particular es tan uno con la voluntad del hombre que constituye toda la determinación del hombre y es inseparable de él; a través de este contenido particular, el hombre es lo que es”. Pero precisamente esta estrecha conexión entre “idea” y “pasión” proporciona en Hegel una estrecha conexión histórica (a pesar de la metafísica idealista). Continúa: “Así, los grandes individuos de la historia sólo pueden ser comprendidos en su propio lugar [el subrayado es nuestro –G. L.]. Para Hegel, la conexión entre “líder” e “individuo histórico-universal” y la masa dirigida, se basa en el hecho de que aquellos articulan y hacen lo que ésta anhela sin saberlo. “Los individuos histórico-universales fueron los primeros en decir a los hombres lo que quieren. Es difícil saber lo que uno quiere; uno puede efectivamente querer algo y sin embargo adoptar el punto de vista negativo, no estar satisfecho; la conciencia de lo afirmativo puede muy bien estar en falta.” Por tanto, según Hegel, el “líder” es “líder” única y precisamente porque es la expresión de una necesidad histórica colectiva objetiva (nación, clase), y puede serlo en la medida en que es la expresión de tal tendencia del desarrollo social y, por tanto, sintetiza programáticamente lo que otros –en correspondencia con sus intereses– han querido por necesidad de un modo inconsciente, aunque oscuro. Y es evidente que aquí, no sólo en comparación con Marx y Engels, sino también en comparación con Hegel, Lassalle arranca el “decidir y actuar individuales” de su terreno real, colocándolos en rígida oposición a la necesidad, en suma, eticizándolos –en el sentido de Kant-Fichte.99 Sólo así Lassalle consiguió crear un sustrato filosófico, del que juzgó que podría salir victorioso de la lucha contra Marx y Engels sobre la cuestión de “Münzer como tema versus Sickingen como tema”. Él formula100 la cuestión como un antagonismo entre ir “demasiado lejos” y “no ir suficientemente lejos” en la revolución, y defiende la tesis de que su solución es “mucho más profunda, más trágica y más revolucionaria” que la sugerida por Marx y Engels. Es más trágica porque sólo entonces puede surgir la famosa “culpa trágica”. Recordemos la indicación de Engels de que sería posible que individuos aislados, como el Sickingen de Lassalle, quisieran realmente la alianza con los campesinos; pero esto los pondría inmediatamente en una vía de conflicto con la nobleza, en la que, según Engels, puede contenerse un conflicto trágico.101
Lassalle alega –lo que es comprensible a la luz del pasaje citado anteriormente– que en el caso al que se refiere Engels, el conflicto se habría producido sólo entre Sickingen y su partido, “¿y dónde habría estado la culpa trágica de Sickingen en sí? Habría sucumbido sólo a causa del egoísmo de clase de la nobleza –algo totalmente justificado e irreprochable– a una visión terrible, que no tiene nada de trágica en sí misma”.102 A partir de aquí, ciertamente parecerá comprensible que Lassalle, al igual que toma el desarrollo de Sickingen en términos puramente individuales, vislumbre en el conflicto de clase objetivamente necesario de su protagonista con la nobleza sólo el “egoísmo” de esta clase, y por tanto no conciba las acciones de ambos, su conflicto, como objetivamente necesario en términos históricos, sino más bien como conflicto ético, y desde este punto de vista plantee –ahora coherentemente– la cuestión de la “culpa trágica”. Sin embargo, sólo es capaz de abordarla en la medida en que rompe su conexión también con la filosofía hegeliana de la historia, asumiendo la perspectiva del idealismo subjetivo.
De ello se deduce con toda naturalidad que el conflicto le parece “más trágico” a Lassalle porque es “inmanente al propio Sickingen”, es decir, porque es un conflicto ético. Tal conflicto, como hemos visto y como el autor hace aún más explícito ahora, es el del individuo con su propia clase; o, más exactamente, con los restos de la vieja ideología de clase dentro del propio hombre que está a punto de pasar a otra clase. Por tanto, como formula claramente Lassalle en el pasaje citado: el conflicto ético, “interior”, es trágico, el conflicto objetivo, histórico, no es trágico. Ahora bien, no carece de interés considerar cómo aclara esto. Y es obvio que al verlo como el conflicto “eterno”, característico de “toda revolución”, lo sitúa por encima del conflicto de Münzer, determinado en términos meramente históricos.103 Concretamente, ve el caso Sickingen como un caso Saint-Just, Saint-Simon, Ziska –el caso de un individuo que quiere o puede “elevarse totalmente por encima de su clase.”104 Sin embargo, para que haya conflicto y tragedia, para dar forma tanto a la “culpa” como a la “reconciliación”, Lassalle se ve obligado a hacer dos importantes constataciones. En primer lugar, señala enérgicamente que Sickingen, al principio, “aún no podía romper interiormente con lo antiguo de forma completa. […] Precisamente de ahí se deriva, en última instancia, la amalgama diplomática de su sublevación, su acción no revolucionaria y su fracaso. Este momento constituye todo el eje de la obra […]”.105 Así, la tragedia, que sería más profunda que la de Münzer esbozada por Engels, reside esencialmente en que el desprendimiento de Sickingen de su clase es lento y doloroso, en que su ruptura decidida en relación con ella llega demasiado tarde. La tragedia radica en que en Sickingen están concentrandas todas las posibilidades revolucionarias y, sin embargo, sucumbe porque “¡lo único que le falta es eliminar de su naturaleza esa única barrera, producto involuntario de su condición de clase, que lo separaba del revolucionario completo!”.106
El cuadro queda aún más claro porque Lassalle, bajo el fuerte impacto de los argumentos de Marx y Engels, se ve forzado a encubrir la perspectiva de desarrollo revolucionario subsecuente de Sickingen con una semiobscuridad subjetivista, ético-estética. Sobre la condición de su protagonista, Lassalle afirma lo siguiente:107
“Se encuentra al inicio de una revolución; y, al menos en un aspecto, él asume una postura revolucionaria. Se trata pues de un “en sí” todavía bastante ambiguo que, a medida que el movimiento avanza y lo lleva a sus consecuencias, puede evolucionar tanto en el sentido de aceptarlas como en el de enfrentarlas de manera hostil y reaccionaria.”
Se trata de una confesión instructiva sobre cómo concibe Lassalle el destino que debe expresar la tragedia de la revolución. A partir de este contexto se comprende perfectamente por qué el autor consideraba no sólo “más profunda y trágica”, sino también “más revolucionaria”, la situación en la que lo “no tan lejano” y no –como en Marx y Engels– lo “demasiado lejano” está en la base del conflicto. Al mismo tiempo, está claro que tanto las visiones del mundo que subyacen a los dos puntos de vista (idealismo subjetivo versus dialéctica materialista) como las concepciones de la revolución no tienen nada en común.
Esto no agota en absoluto el contenido de la “confesión” de Lassalle. Para defender más eficazmente su punto de vista frente a Marx y Engels, intenta repetidamente esbozar un cuadro concreto de cómo Sickingen había mantenido unidas a las clases divergentes de la nobleza y el campesinado, de cómo él, en este procedimiento, nunca habría concedido a la nobleza un papel decisivo. Citaremos algunos pasajes característicos. Lassalle considera incoherente la idea de Engels de que el intento de liberar a los campesinos hubiera puesto a Sickingen en conflicto con la nobleza; ni siquiera le parece “probable que Sickingen hubiera perecido por ese motivo si hubiera habido por su parte un llamamiento a los campesinos”. Una vez que hubiera tenido a la nobleza y a los campesinos en su poder, se habría servido de éstos para mantener a aquélla bajo control […]”108 Más adelante, dice respecto a la nobleza109 que sólo quería “presentarla como un partido espoliado, puesto en movimiento por Franz, conducido maquinalmente, arrastrado de un lado a otro como una marioneta, inconsciente de sus objetivos secretos”. A esta concepción de “líder” corresponde la concepción de “masa”. La nobleza abandona a Sickingen a su suerte, no porque sea consciente de la disparidad de sus fines internos, sino por pura apatía, cobardía, indecisión. En resumen, es la noción del “héroe” que “hace” la historia, apoyada, es cierto, en el páthos de la revolución burguesa, intelectualmente fundada en el clasicismo alemán, pero sin embargo bonapartista en esencia.110 Las tradiciones revolucionarias burguesas y las literario-filosófico-clásicas cambian algo en la forma fenoménica de esta noción, situándola literariamente en las proximidades de la etapa de Posa del desarrollo de la ideología alemana,111 pero el hecho permanentemente decisivo es que, para Lassalle, el “héroe” es capaz de empujar a las clases de un lado a otro a voluntad, con el objetivo de realizar históricamente la exigencia de la “idea”.112 Sickingen fracasa sólo porque en él –como hemos visto– había todavía demasiado de lo “humano –demasiado humano” de su antigua adhesión de clase. Así, la cuestión de que Sickingen quiere convertirse en emperador aparece no sólo como un elemento del material transmitido por la historia, sino también como un componente importante de la concepción lassalliana. Escribe113 a Marx y Engels:
“En cuanto a la oposición caballeresca, para Sickingen no es en absoluto un fin sustancial, sino (lo que no habéis visto) sólo un medio del que quiere servirse, un movimiento que desea utilizar para convertirse en emperador y, desempeñando el papel que Carlos se niega a asumir, reformatear y llevar a efecto el protestantismo como idea de Estado y de nación.”
En este punto decisivo, por tanto, el autor se adhiere en cuanto al contenido, a una transformación [Umwälzung] puramente burguesa y en los medios a una “Realpolitik” bonapartista de los “movimientos de masas” más o menos hábilmente conducidos. En vista de ello, no es necesario comentar más cómo el idealismo subjetivo, la concepción ética, constituye la base ideológica adecuada para ello, de cómo, sobre esa base, lo “no ir suficientemente lejos” aparece orgánicamente como la tragedia de la revolución.
De hecho, Marx y Engels reaccionaron a esta carta con las observaciones de contrariedad y desdén citadas al principio. Los bolcheviques y el Partido Socialdemócrata estaban en condiciones de tomar sus propias decisiones. Un ejemplo de ello es cuando, con motivo de la alianza de Bucher114 con Bismarck, Marx define a Lassalle como “el marqués de Posa de Felipe II de Uckermark” o cuando escribe sobre la “voluntad” lassalleana: “¿No es vuestro propio Sickingen quien desea obligar a Carlos V a ‘asumir la dirección del movimiento’?”. Es significativo que estas repercusiones “literarias” estén siempre en estrecha relación con el culto a Bismarck y el bonapartismo de Lassalle. Aún más interesante es el pasaje de la carta –tachado por Bernstein– que Marx escribe a Engels con motivo de la visita de Lassalle a Londres: “[Lassalle] estaba muy enfadado con mi mujer y conmigo por habernos burlado de él […], llamándole ‘bonapartista ilustrado’. Él gritó, resopló, zapateó y, finalmente, quedó plenamente convencido de que soy demasiado “abstracto” para entender la política.115 Uno se pregunta si no habrá sido la involuntaria “confesión” de Lassalle, provocada por la dura polémica, la que agudizó la visión de Marx y Engels sobre estas aspiraciones suyas, sobre la tendencia que finalmente le llevó al lado de Bismarck, y les permitió discernir su intención mucho antes de que se realizara. En cualquier caso, después de estos mensajes, se estableció una frialdad, una mayor suspicacia en la correspondencia –provocada también por el panfleto de Lassalle sobre la guerra en Italia–.116 Es un hecho que más tarde Marx –que antes de estas cartas, como hemos demostrado, ya daba por sentada la ruptura total de Lassalle con los berlineses– valora este período de la siguiente manera: “Durante el año 1859 perteneció por entero al partido liberal burgués prusiano”. Ni Marx ni Engels volvieron sobre las cuestiones fundamentales aquí tratadas. Las extraordinariamente ricas e interesantes misivas que Marx escribió en respuesta a Das System der erworbenen Rechte evitan intencionadamente tales puntos. La estrechísima y orgánica conexión que se hizo evidente entre las concepciones estéticas y políticas en Lassalle, Marx y Engels condujo a la repentina culminación de la discusión.
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NOTAS
1. Referencia a la obra escrita por Ferdinand Lassalle, Franz von Sickingen: Eine historische Tragödie (Berlín, Franz Duncker, 1859). (N. T.)
2. Gustav Mayer (org.), Der Briefwechsel zwischen Lassalle und Marx. Nebst Briefen von Friedrich Engels und Jenny Marx an Lassalle und von Karl Marx an Crãfin Sophie Hatzfeld, v. III: Ferdinand Lassalle. Nachgelassene Briefe und Schriften (Stuttgart/Berlim, Deutsche Verlags-Anstalt / Verlagsbuchhandlung Julius Springer, 1922). (N. T.)
3. Franz Mehring (org.), Briefe von Ferdinand Lassalle an Karl Marx und Friedrich Engels, 1849 bis 1862 (Stuttgart, J. H. W. Dietz, 1902). (N. T.)
4. Karl Marx e Friedrich Engels, Marx-Engels-Gesamtausgabe, seção III, v. 1-4 (Berlim, Dietz, 1929-1931). (N. T.)
5. Gyõrgy Lukács, “Die neue Ausgabe von Lassalles Briefen”, en Carl Grümberg (org.), Archiv fur die Geschichte des Sozialismus und der Arbeiterbewegung, v. XI (Leipzig, C. L. Hirschfeld, 1925), p. 401-23. (N. T.)
6. Bruno Bauer, Die Posaune des jungsten Gerichts uber Hegel, den Atheisten und Antichristen (Leipzig, Otto Wigand, 1841). (N. T.)
7. Ferdinand Lassalle, Das System der erworbenen Rechte. Eine Versöhnung des positiven Rechts und der Rechtsphilosophie (Leipzig, F. A. Brockhaus, 1861). (N. T.)
8. Carta del 22 de julio de 1861, v. III, p. 375, edición de Mayer.
9. Lassalle escribe a Marx y Engels el 6 de marzo, Marx responde el 19 de abril y Engels el 18 de mayo. Finalmente, la respuesta de Lassalle está fechada el 27 de mayo. Marx hace referencia a esto en su carta a Engels del 10 de junio.
10. La introducción referida fue publicada por primera vez por K. Kautsky en 1903 en la revista Die Neue Zeit y es accesible en Karl Marx, Grundrisse: manuscritos económicos 1857¬-1858 esbozos de la crítica de la economía política (trad. Mário Duayer y Nélio Schneider, São Paulo/Rio de Janeiro, Boitempo/Editora da UFRJ, 2011). (N. E.)
11. En un ensayo de 1934 titulado “Karl Marx y Friedrich Theodor Vischer”, Lukács analizó la estructura y el contenido de los extractos que Marx tomó de la Estética de Vischer. Véase: Gyõrgy Lukács, Probleme der Âsthetik, en Werke, v. 10 (Neuwied/Berlin, Luchterhand, 1969). (N. E.)
12. También queremos mencionar de pasada que en 1857 Marx recibió el encargo de [Charles Anderson] Dana de escribir un artículo sobre estética para la New American Encyclopaedia. En cartas del 23 y 28 de mayo de 1857, Marx y Engels se burlan de la irrazonable exigencia de Dana de liquidar la estética en una página (v. II, pp. 195-6]. Por supuesto, el respectivo artículo de la Enciclopedia no fue escrito por ninguno de ellos.
13. Es decir, la carta del 10 de junio a Engels. (N. E.)
14. De 31 de mayo de 1858, v. III, p. 122-3. [Referencia a la obra de Ferdinand Lassalle titulada Die Philosophie Herakleitos des Dunklen von Ephesos (Berlim, Franz Duncker, 1858) – N. T.]
15. VIII, p. 151.
16. VIII, p. 152.
17. VIII, p. 187.
18. V. II, pp. 152-3. (Salvo que se indique lo contrario, el subrayado en las citas es siempre del autor respectivo).
19. Franz Ziegler (1803-1896), político liberal, fue miembro de la Asamblea Nacional de Frankfurt en 1848 y, mas tarde, diputado al Reichstag. (N. E.)
20. Werke, v. I, p. 133 (edición de Cassirer). [Dados bibliográficos completos: Ferdinand Lassalle, Gesammelte Reden und Schriften, v. I (org. Eduard Bernstein, Berlim, Paul Cassirer. 1919 12 v.), p. 133 – N. T.]
21. Debemos contentarnos aquí con unas pocas alusiones y, por tanto, remitirnos únicamente a la estética de Vischer, que estipula como tarea del drama moderno el fomento de una unión entre la Antigüedad y Shakespeare (Ästhetik, v. III, p. 1.417, § 908). Este programa concuerda plenamente con la afirmación programática de Friedrich Hebbel en el prefacio a María Magdalena de que, a diferencia de la Antigüedad y Shakespeare, el nuevo drama inaugurado por Goethe “tocaba la dialéctica directamente en la idea misma”. Ejemplos como éste podrían multiplicarse a voluntad.
22. Werke, v. I, p. 134.
23. Werke, v. I, p. 133. Hebbel dice algo muy parecido de Goethe: que “asumió la gran herencia de su tiempo, pero no la consumió” (ídem).
24 Aesthetics, Werke, v. 10/111, p. 552-3. [Datos bibliográficos completos: G. W. F. Hegel, Werke Vollständige Ausgabe durch einen Verein von Freunden des Verewigten, v. 10/I-III: Vorlesungen uber die Ästhetik (Berlim, Duncker und Humblot, 1835-1842), p. 552-3. -N. T.].
25. Ver Ibídem, v. 10/11, p. 231 y sig.; v. 10, p. 580 y sig.
26. En este sentido, el texto más instructivo es precisamente el de la Fenomenología del espíritu, en el que la tragedia consuma la “despoblación del cielo”, y comienza la lucha de la filosofía contra los dioses. Véase: G. W. F. Hegel, Phänomenologie des Geistes (3. ed., org. G. Lasson Leipzig Felix Meiner, 1928, Collection Philosophische Bibliothek, v. 114), p. 476 [ed bras – Fenomenología del espíritu, trad. Paulo Meneses, Petrópolis/Bragança Paulista, Vozes/Universidade São Francisco, 2002, p. 498 y ss.]. Estas ideas se articulan aún más claramente en el capítulo “El verdadero espíritu, la eticidad” (ibídem, p. 288 ss.), [ed. bras.: ibidem, p. 307 y ss.]) donde la época trágica aparece como preludio del “Estado de derecho”. (N. T.)
27. Àsthetik, § 136, v. 10/1, p. 315-6 (Marx también hizo un extracto de ese pasaje).
28. Véase Àsthetik, § 374, v. 10/11, p. 287, donde encuentra “comprensible” que “el interés estético se vuelva con predilección hacia las víctimas de la revolución, la nobleza y el trono, etcétera. [Tras el fracaso de su primera irrupción abstracta […] la revolución debe buscar la mediación de la naturaleza y la tradición […] crecer naturalmente, y sólo el árbol futuro así crecido promete belleza”.
29. El recurso a Hebbel para caracterizar como trágico el punto de partida filosófico-estético general de la actuación de Lassalle ya se justifica por el hecho de que varios autores, sobre todo Mehring, han señalado una cierta afinidad -aunque con puntos de partida opuestos- en su tratamiento de la conexión entre tragedia y revolución. Véase Mehring sobre Gyges de Hebbel y Sickingen de Lassalle (Werke [Gesammelte Schriften und Aufsàtie in Eimelausgaben, ed. Eduard Fuchs, Berlín, Soziologische Verlagsanstalt, 1929], v. II, p. 48).
30. Idem.
31. Werke, v. I, p. 135.
32. Referencia al personaje Marqués de Posa, del drama Don Carlos, Infante de España, escrito por Friedrich Schiller (trad. Frederico Lourenço, Lisboa, Cotovia, 2008). (N. T.)
33. V I, p. 195 y ss. (en especial, p. 205-206).
34. Tal cual ocurre en diversas cuestiones, también aquí Lassalle cree pisar terreno hegeliano ortodoxo. Véase su discusión con Adolf Stahr sobre Aristóteles y la culpa trágica (la carta de Lassalle puede encontrarse en Deutsche Revue, nov. 1911. La respuesta de Stahr en Gustav Mayer (org.), Der Briefwechsel zwischen Lassalle und Marx, cit.). En el debate, Lassalle hace constantes referencias a Hegel, aunque el pasaje citado por él -y también por nosotros anteriormente- está en abrupta contradicción con toda su teoría. No es éste el único caso en el que Lassalle se ve obligado a introducir elementos éticos subjetivos en la interpretación de Hegel, a “fichteanizar” a Hegel, aunque combatió conscientemente tales aspiraciones, como muestra su polémica contra Rosenkrantz. [Adolf Stahr (1805-1876), autor de estudios literarios y novelas históricas; Karl Rosenkrantz (1805-1879), biógrafo de Hegel. –N. E.]
35. Briefwechsel, v. III, p. 154.
36. Bnefwechsel, v. III, p. 153. Es evidente que ahí reside una de las bases ideológicas de la “masa reaccionaria unitaria”. [Lukács alude aquí a la tesis –según él, defendida por Lassalle– de que, en relación con el proletariado, todas las demás clases constituyen una “masa reaccionaria unitaria”. Marx combatirá esa ideia, por ejemplo, en su famosa crítica al Programa de Gotha de 1875. Véase José Paulo Netto, O leitor de Marx (Río de Janeiro, Civilização Brasileira 2012), especialmente p. 433-434 –N. E.].
37. Esta cuestión se aclarará en el curso del debate sobre el papel de los campesinos. La decepción de Lassalle por la recepción de Marx de su sistema de derechos adquiridos proviene de la misma fuente. Véase especialmente la carta de Lassalle a Marx del 27 de agosto de 1861 (Mayer, v. III, p. 381).
38. V III, p. 173
39. Ver as cartas de Marx del año 1853 (v, I, p. 456-457 y 459).
40. Se trata de una referencia a Gustav Levy, comerciante de Düsseldorf y miembro de la Liga de los Comunistas, que visitó a Marx en Londres en 1856 y, entre otras cosas, denunció a Lassalle –según él, a instancias de los obreros de Düsseldorf, pero probablemente por rencillas personales– como alguien que utilizaba la organización obrera para fines privados. Véase el relato detallado en Franz Mehring, Karl Marx: Geschichte seines Lebens (Berlín, Dietz, 1985), pp. 257-259.), [ed. bras.: Karl Marx: a história de sua vida, São Paulo, Sundermann 2013], (N. T.)
41. V II, p. 259 e 283; véase también a carta de Marx a Lassalle (Mayer, v. III, p 123)
42. Véase la carta a Engels sobre Heráclito: «En algunas discretas observaciones laterales -ya que el elogio sólo adquiere realmente un aire de seriedad a través de matices reprobatorios- he indicado hasta cierto punto de manera muy sutil el aspecto realmente deficiente» (v. II, p, 321).
43. Mayer, v. III, p. 184. El pasaje de la carta de Marx dice lo siguiente: “Lassalle, incluido su Heráclito, aunque esté muy mal escrito, es mejor que cualquier cosa de la que puedan presumir los demócratas” (v. II, p. 366).
44. “Al mismo tiempo, su estancia en Berlín le persuadió de que, para un tipo lleno de energía como él, el partido de la burguesía no tiene ninguna utilidad” (v. II, p. 369).
45. V. III, p. 173.
46. V. III, p. 204.
47. V. III, p. 173.
48. V. III, p. 173-174.
49. J. W Goethe, “Götz von Berlichingen mit der eisernen Hand. Ein Schauspiel”, em Goethes Werke in 14 Bänden, v. 4 (Hamburgo, Christian Wegener, 1948), p. 73 e seg. [ed. port.: O cavaleiro da mão de ferro, trad. Armando Lopo Simeão, Lisboa, Ultramar, 1945], (N. T.)
50 Véase Àsthetik, §374, v. 10/1, pp. 246-7. Evidentemente, el concepto de “héroe” debe llevarnos a pensar en la determinación específicamente hegeliana de lo que se sitúa «ante el derecho», ante la ”sociedad burguesa” Véase lo dicho sobre la tragedia en Fenomenología y especialmente Filosofía del derecho, § 93, adición (Grundlinien der Philosophie des Rechts (Hamburgo, Felix Meiner, 1930), pp. 308-9 (Phil[osophische Bibliothek, v. 124a) [ed. bras: Princípios da filosofia do direito, trad. Orlando Vitorino, São Paulo, Martins Fontes, 2009].
51. Ibídem, p. 196.
52. Véase, además del pasaje citado, especialmente Âsthetik, §368, v. 10/11, pp. 273-4. Sin embargo, es característico del liberal moderado Vischer que, ocho años después de la recomendación de la guerra campesina como tema, rechace el tema de “Sickingen”. “Era un hombre de talento, pero no un héroe en el sentido más elevado”, escribe a Lassalle el 26 de abril de 1859 (Mayer, v. II, p. 206).
53. [F. Hebbel,] Mein Wort über das Drama [! Eine Erwiderung an Professor Heiberg in Kopenhagen “Ein Wort uber das Drama!”, Morgenblatt, Hamburg, v. 21 e 22, 1843].
54. Como ocurre con frecuencia, también en ese punto Mehring sufre una influencia mas fuerte de Lassalle que de Marx (v. II, p. 110).
55. Ibídem, p. 174.
56. Ibídem, p. 183-184.
57. Friedrich Engels, “Der deutsche Bauernkrieg”, Neue Rheinische Zeitung. Politisch-ökonomische Revue, Hamburgo, cuaderno 5-6, mayo-oct. 1850 [ed. bras.: A revolução antes da revolução, São Paulo, Expressão Popular, 2008], (N. T.)
58. Engels, Der deutsche Bauernkrieg, p. 117-8 (Elementarbíicher des Kommunismus, v. VIII) [ed. bras.: As guerras camponesas na Alemanha, trad. equipe de tradutores da Editorial Grijalbo, São Paulo, Grijalbo, 1977, p. 101-102],
59. A. S. Martinov (1865-1935), menchevique con el cual Lenin polemizó duramente en el ensayo “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática” (1905). (N. E.)
60. Werke, edición alemana (Berlim, 1929), v. VII, p. 253 e seg. [Datos bibliográficos completos: V I. U. Lenin, Werke, v. 7 (Wien-Berlim, Verlag fur Literatur und Politik, 1929), p. 253 e seg. –N. T.]
61. Ver, por ejemplo, [Karl Marx e Friedrich Engels,] “Heilige Familie”, [en Marx-Engels] Gesamtausgabe [Berlín, Dietz], v. III, p. 298 [ed. bras.: A sagrada família, trad. Marcelo Backes, São Paulo, Boitempo, 2003, p. 98-99].
62. Ansprache der Zentralbehörde an den Bund der Kommunisten, mar. 1850, p. 60-1 (Elementarbücher des Kommunismus, v. I) [ed. bras.: Karl Marx y Friedrich Engels, “Mensagem del Comité Central a la Liga de los Comunistas”, en Lutas de classes na Alemanha, trad. Nélio Schneider, São Paulo. Boitempo, 2010, p. 57-8], Es curioso que Lassalle considere ese mensaje “excelente” (carta a Marx del 3 de julio de 1851, v. III, p. 36).
63. En Engels, los “plebeyos” (ibídem, p. 39-40).
64. Lo que importa aquí es la posición decisiva de Lassalle en sus obras y acciones políticas Naturalmente, se encuentran en él abundantes declaraciones que reconocen el papel del proletariado. Pero lo relevante es que en la base de sus obras y de sus acciones hay una concepción totalmente distinta de la revolución, y el vínculo entre ambos principios sólo puede ser puramente exterior, ecléctico. Veremos que en la carta de respuesta de Lassalle esta contradicción se hace muy evidente.
65. VII, p. 174.
66. Ibídem, p. 182.
67. Prefacio, Werke, v. I, p. 130
68. V. II, p. 183.
69. Ibídem, p. 174.
70 [Franz Mehring,] “Schiller und die grofien Sozialisten”, Neue Zeit, v. XXIII n II p 154
71. V. II, p. 175.
72. Ibidem, p. 181-182
73. Ibidem, p. 183.
74. Referencia al Libro V, de la obra de Giambattista Vico, Principios de una ciencia nueva (São Paulo, Abril, 1974). (N. T.)
75. Reseña del libro de Daumer, Die Religion des neuen Weltalters [La religión del nuevo mundo] en la revista Neue Rheinischen Zeitung [Nachlaß, v. III, p. 40
76. [“Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie”,] Gesamtausgabe, v. I, p 610-1 [ed bras.: Karl Marx “Crítica da filosofia do direito de Hegel – Introdução», en Crítica da filosofia do direito de Hegel, trad. Rubens Enderle y Leonardo de Deus, São Paulo, Boitempo 2005. p. 148
77. Personaje principal de la obra de Friedrich Schiller “Die Räuber”, en Sämtliche Werke (4. ed., Munich, Carl Hanser, 1965) [edición brasileña: Os bandoleiros, trad. Marcelo Backes, Porto Alegre, L&PM, 2011]. (N. T.)
78. Ästhetik, v. 10/I, p. 265-267.
79. La única excepción a la concepción trágica de un “revolucionario” en Hegel es el destino de Sócrates. Esta excepción, sin embargo, se basa en la concepción fundamental del Hegel tardío, según la cual –variando las palabras de Marx- hubo revolución, pero ya no la habrá. Sócrates aparece como un «héroe» porque, en nombre de un nuevo estado mundial que más tarde se realizó como cristianismo, defendió un principio justificado contra los atenienses, quienes, sin embargo, trataron de expulsarlo por todos los medios, y esto de forma igualmente justificada, ya que significaba la disolución de su estado mundial. “El destino de Sócrates es, por tanto, auténticamente trágico”. ([Vorlesungen uber die] “Geschichte der Philosophie”, [en Hegel’s Werke (Berlín, Duncker und Humblot, 1833)], p. 119). Sin embargo, con la realización del Cristianismo, esto termina, y a Hegel ni siquiera se le ocurre concebir a los jacobinos de forma trágica.
80. [Karl Marx,] Theorien uber den Mehrwert [(Stuttgart, Dietz, 1905)], v. I, p. 382 [ed. bras.: Teorias da mais-valia: história crítica do pensamento económico, v. I, trad. Reginaldo de Sant’Ana, São Paulo, Civilização Brasileira, 1980, p. 267].
81. No es nuestra tarea analizar aquí las concepciones estéticas de Marx y Engels en relación con su visión del mundo. Es evidente que su gran aprecio por Diderot, Fielding y Balzac procede de esta fuente y constituye al mismo tiempo una clave para su concepción de Shakespeare.
82. Cartas a Kugelmann de 12 e 17 de abril de 1871 [ed. bras.: Karl Marx, A guerra civil na França, trad. Rubens Enderle, São Paulo, Boitempo, 2011, p. 208-209].
83. Karl Marx, O 18 de brumário de Luís Bonaparte (trad. Nélio Schneider, São Paulo, Boitempo, 2011), p. 28. (N. T.)
84. En “Asthetische Streifzugen” [Expediciones estéticas] (Werke [Gesammelte Schriften und Aufsätze in Einzelausgaben, cit.], v. II [: Von Hebbel bis Gorki], pp. 258-9), Mehring ha señalado, con agudo instinto, un “tercer período del culto alemán a Shakespeare” y ha intentado también descubrir sus fuentes sociales específicas. Tiene razón al identificar la intención de la burguesía de sustituir el camino “de la belleza a la libertad” (el clasicismo alemán) por Shakespeare como “poeta de las grandes acciones políticas”. Pero no es correcto equiparar el periodo que va de la Revolución de Julio a 1848 con el posterior a 1848. Después de dicho año, las “grandes acciones políticas” adquieren cada vez más la peculiaridad de que la burguesía alemana, en vista de la unidad de Alemania –que se hizo económicamente inevitable, dada la posición del país como gran potencia-, no sólo renuncia a todos los medios de la revolución burguesa, sino que se dispone a adaptar todas sus exigencias políticas a la solución bismarckiana. De ahí que las “grandes acciones políticas” constituyan la transición al arte teatral decorativo y vacío del Imperio, al culto a Wagner, al meiningerismo [teatro al estilo de Meininger] en la escena, al dramaturgo de la corte llamado Wildenbruch. En aquella época, sin embargo, el esteta Vischer apenas comenzaba su carrera. Pero en 1882 Marx ya escribió lo siguiente: “El charlatán Bodenstedt y el esteta Friedrich Vischer, de la corriente de [Johann Karl Friedrich] Rinne, son los Horacio y Virgilio de Guillermo I” (Carta a Engels del 8 de marzo de 1882 [Briefwechsel, v. IV p. 531]).
85. El yambo (en griego antiguo, ἴαμβος, íambos) es un pie de métrica constituido por una sílaba breve y otra larga. Originariamente el yambo era uno de los pies de la métrica grecolatina. (N. Ed.)
86. Cit., v. II, p. 195 e 207; v. III, p. 173 y 180.
87. Cit., p. 211.
88. Ibídem, p. 201.
89. Ibídem, p. 202.
90. Ibídem, p. 205.
91. Ibídem, pp. 205-206.
92. Por ejemplo, Die Wissenschaft und die Arbeiter [Zurique, Meyer & Zeller], 1863 (Werke, v. II, p. 236 y ss.).
93. Véase el propio drama, en el que el Sickingen de Lassalle (por tanto, no el histórico, sino el estilizado como revolucionario) se dirige a la Asamblea de Nobles de Landau: “¡Perdonad al campesino! Él está dispuesto / a sacudirse el yugo del clero / que le oprime aún más que a nosotros./ No es a los príncipes a quienes odia; se unirá fácilmente / a nosotros, siempre que la justicia / sea tomada como mediadora” (Werke, v. I, p. 261). Esto corresponde más o menos a las concepciones de los históricos Hutten o Sickingen, su incapacidad para “prometer a los ciudadanos o campesinos cosas positivas”, la necesidad de «decir poco o nada sobre la futura posición recíproca de la nobleza, las ciudades y los campesinos, de achacar todo el mal a los príncipes, a los sacerdotes y a la dependencia de Roma”, ([Friedrich Engels, Der deutsche] Bauernkrieg, cit, p. 81). Sin embargo, en boca de los protagonistas de Lassalle, esto arroja una clara luz sobre lo expuesto anteriormente.
94. Cit, p. 205.
95 Bauernkrieg, pp. 105-106 [ed. bras.: As guerras camponesas na Alemanha, cit., p. 91],
96. Ibidem, p. 80 [ed. bras.: ibidem, p. 64],
97. Cit., pp. 188-189.
98. [G. W F. Hegel,] Die Vernunft in der Geschichte [ed. G. Lasson, Berlim,ix Meiner, 1920], p. 63 y 76-77 (Phil[osophische] Bibl[iothek, v. 171a]).
99. Es comprensible que, por ejemplo, Hermann Oncken, el biógrafo burgués de Lassalle, vislumbre en ese pasaje una “refutación del materialismo histórico” (Lassalle [. Eine politische Biographie (Stuttgart, Deutsche Verlagsanstalt,] 4. ed. [1923], pp. 149-50).
100. Cit., p. 199-200.
101. Ibídem, p. 183-4.
102. Ibídem, p. 199.
103. Ibídem, p. 204.
104. Ibídem, p. 194-5. En su comentario (Nachlaß–Ausgabe, v. IV p. 202), Mehring apunta correctamente que ese seria el caso de Florian Geyer, no de Sickingen. [Dados bibliográficos completos: Franz Mehring, Aus dem literarischen Nachlass von Karl Marx, Friedrich Engels und Ferdinand Lassalle, v. IV: Briefe von Ferdinand Lassalle an Karl Marx und Friedrich Engels, 1849 bis 1862 (2. ed., Stuttgart, Dietz, 1913). –N. T.]
105. Ibídem, p. 190.
106. Ibídem, p. 195.
107. Ibidem, p. 194. Ver el pasaje muy interesante sobre una eventual estilización revolucionaria de Lutero (ibídem, p. 197-198).
108. Ibídem, p. 198-199.
109. Ibídem, p. 203.
110. Casi todos los que han examinado esta carta han percibido este tono, un tono bismarckiano-bonapartista. Es el caso de Mehring y Oncken.
111. Recordemos, sin embargo, la conexión mencionada al principio entre la concepción de Posa y la “revolución desde arriba”.
112. En estebservaciones hechas anteriormente sobre el antagonismo entre Hegel y Lassalle en la cuestión de la “necesidad histórica y la praxis”.
113. Ibídem, pp. 202-203.
114. Lothar Bucher (1817-1892) participó en la Revolución de 1848 y se exilió en Inglaterra. Más tarde se alió con Bismarck, colaborando con éste en el equivalente del Ministerio de Asuntos Exteriores.
115. Cartas del 30 de julio de 1862, 10 de diciembre de 1864, 25 de enero de 1865 etc. (v. III, p. 213, 217 y 283).
116. Ferdinand Lassalle, Der italienische Krieg und die Aufgabe Preußens (Berlim, Franz Duncker, 1859). (N. T.)