Dejar de ser lo que la realidad nos obliga a ser

Fuente: https://periodicogatonegro.wordpress.com/2022/08/09/dejar-de-ser-lo-que-la-realidad-nos-obliga-a-ser/           09.08.22

Rafael Barret, quizás, sentado en un banco de la plaza de Mayo, el resto es historia: un amanecer de fuego, la vuelta al dolor, la claridad lenta en la llovizna fría y pegajosa que desciende de la inmensidad gris; el cansancio incurable, saliendo crispado y lívido del sueño, del pedazo de muerte con que nos aliviamos un minuto; el húmedo asfalto, interminable, reluciente; el espejo donde todo resbala y huye; los muros mojados y lustrosos; la gran calle pétrea, sudando su indiferencia helada; la soledad donde todavía duermen pozos de tiniebla, donde ya empieza a gusanear el hombre. La inmensidad gris, el húmedo asfalto, la calle pétrea y el cemento muerto nos obligan a gusanear. Pareciera ser que nunca más vamos a poder destruir los adoquines para encontrar debajo la playa. Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Nada fuera de la Ley, todo en el Estado.  

Roberto Arlt, quizás, paseando por el centro y por los barrios, metiéndose en la pobreza nueva de la gran ciudad y en las formas más evidentes de la marginalidad y el delito; atravesando una ciudad cuyo trazado ya ha sido definido, pero que conserva todavía muchos espacios sin construir: el dinamismo de todo lo circundante que con sus rumores de hierro gritaba en nuestras orejas: ¡Adelante, adelante!, manifiesta Astier en El juguete rabioso. Vamos hacia adelante, vamos hacia la vida. Los nuevos espacios por construir, los nuevos caminos por transitar son ajenos al principio de gobierno que se nos encarna en la piel. Principio que hace alarde sobre el pecado de la espontaneidad organizada, de tomar lo que corresponde, de acabar —aunque sea por un instante— con el letargo de una vida mercantilizada regida por los límites de lo correcto. Una inmensa policía digital sería una de sus mayores aliadas para afianzar el control y el miedo, la obediencia y el entumecimiento. Un miedo que toca las fibras más íntimas nos impide hacer lo que nos nutre de vitalidad para soportar esta supervivencia jerarquizada.

A los Estados siempre les ha incomodado lo que no se ajusta a sus márgenes estériles, por eso mismo son Estados: niegan la vida que existe por fuera de ellos. A veces con muy poco se los incomoda. ¿Por qué esa incomodidad también, a veces, viaja hacia quienes apostamos a recuperar la vida que nos han robado? ¿Será porque años y años de adoctrinamiento, desmovilización, falsa paz y represión nos han contaminado? Los transfeminismos nos aconsejan: “La que quiera romper, que rompa. La que quiera quemar, que queme. Y la que no, que no estorbe”.

Los mecanismos varían, las lógicas persisten. Antes fusilaban mediante pelotones, ahora te ahogan, te desaparecen y plantan tu cuerpo 78 días después. Si antes el “arreglo de cuentas” lo ocupaba Severino, ahora lo podría ocupar Santiago. David Viñas dice sobre la crónica He visto morir de Arlt: “Y si la fiesta era un despilfarro con desplazamientos y coqueteos, aquí solo se asiste a un arreglo de cuentas. En verdad, a una clausura después de un balance que jamás tuvo moratorias”. Y si la “clausura”, el “arreglo de cuentas”, siempre vienen de parte de ellos; si la escena en la cual “Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir” como narra Arlt el 1° de febrero de 1931 se convierte en una dimensión temporal-espacial perpetua contra aquellxs que incomodan la normalidad del Capital, entonces, podríamos habitar un poco más el cuerpo, darle oxígeno e insistir en las prácticas e ideas que rechazan el transporte en forma ambulante de una masa informe de carne y de huesos.

Santiago López Petit nos dice que somos ciudadanos cada vez que nos comportamos como tales. Cada vez que hacemos lo que nos corresponde y se espera de nosotros: trabajar, consumir, entretenerse. Es mediante nuestro comportamiento, y en el día a día, como realmente oxigenamos a la figura moribunda del ciudadano. El ciudadano es aquel que tiene su vida en propiedad, más exactamente, aquel que sabe gestionar su vida y hacerla rentable. El ciudadano es el que cree lo que el poder le dice. Por ejemplo, que el terrorismo es nuestro principal enemigo. O que la vida está hecha para trabajar. En definitiva, es el que cree que la realidad es la realidad, y que a ella hay que adaptarse. Pero es complicado creer en una realidad que se disuelve por momentos: tenemos que ser trabajadores y no hay puestos de trabajo; tenemos que ser consumidores y las mercancías son gadgets vacíos; tenemos que ser ciudadanos y no hay espacio público. Si la realidad se disuelve y es incapaz de asir, disolvamos la realidad hasta encontrar la poesía.

Se puede seguir siendo ciudadanos. Se puede seguir ocupando la calle dentro de los límites que el mismo sistema impone, pretendiendo imponer programas, reglas, conductas con la ingenua convicción de que el resultado será solo cuestión de tiempo, mientras se le hace cosquillas al sistema, lo cual nos mantiene con la conciencia tranquila por haber desfilado en la calle, como acto de rebelión ante cada Facundo Castro, Ismael Ramírez, Diana Sacayán, Facundo Rivera Alegre, China Cuellar, Paly Acorta, Tehuel de la Torre. Ante cada ajuste, despido, endeudamiento, empobrecimiento, contaminación, desalojo, desaparición, fusilamiento, asesinato. Ante cada nuevo segundo de coerción sobre el aire que nos queda. Se puede cooptar, repetir de memoria, no permitir un centímetro de disidencia, contener el exceso, formar “cuadros”, iluminar a la bruta sociedad, transitar democráticamente por la inmensidad gris, por el húmedo asfalto, por la calle pétrea y por el cemento muerto que nos obliga a gusanear.

¿Y si dejáramos de ser ciudadanos? nos pregunta López Petit. Y, además, sostiene: en verdad, no hay dos maneras de desocupar la figura del ciudadano. Construcción y destrucción no se oponen. En todo intento de construcción hay destrucción, y a la inversa. Solo desde el poder se distingue siempre entre los violentos y los no-violentos. […] Dejar de ser ciudadanos es poner en marcha una potencia de vaciamiento como táctica y operar según una estrategia de transversalidad. Dejar de ser lo que la realidad nos obliga a ser, es decir, dejar de ser ese ciudadano. Desocupar la figura del ciudadano para que pueda emerger la fuerza del anonimato que vive en cada uno de nosotros. Esa fuerza que escapa porque nadie conoce su verdadera fuerza. Esa fuerza que es irreductible porque es la del querer vivir. Salir. Salir de todo construyendo ya un mundo entre nosotros. Salir de todo aunque sin matarse. Salir incluso, concluye López Petit, de la misma idea de desocupación que estas palabras defienden. ¿Y si dejáramos ya de ser ciudadanos? Amar de nuevas maneras, criar de nuevas formas, alimentarse conscientemente, educarnos entre nosotres. no dar nada por sentado, todo tiene que ser repensado.

Ocurre que el sabor amargo de darnos cuenta de que la represión es una política de Estado, da ganas de romper ciertos esquemas, por no decir quemar instituciones. No puede ser suficiente gritar solamente «fuera» determinada figurita política intercambiable sin brindarle la rebelión exquisita del brazo y de la mente a la lucha cotidiana, enseñar un poco más los dientes, intentar torcerle el brazo a la historia, cambiar el miedo de bando, como en tantos momentos —a pesar de infinitas derrotas— se ha logrado conseguir en estos territorios.

Las acciones pueden contagiar. Las paredes, los periódicos y nuestras conversaciones pueden convertirse en algunas voces que nieguen los dictámenes del Capital. Las consignas que se erigen sobre las balas que “van a volver” y demás podrían verse aludidas en fuegos de vez en cuando también, no solo en el cúmulo de algunas palabras bien acomodadas para rimar. Con manifestaciones quizás menos elegantes que nada más que marchas. Con la intención de contagiar un modo no convencional de encarar la lucha. Provocar, alentar, o al menos no sofocar, demostraciones con carácter más efusivo de la digna rabia.

Y si en todo intento de construcción hay destrucción y viceversa, y si ponemos en marcha una potencia de vaciamiento como táctica, esta opera según una estrategia de transversalidad: cortes de calles/rutas, sabotajes, huelgas, movilizaciones, escraches, asambleas en las plazas, absentismo, desobediencia civil, hurtos al Capital, piquetes, barricadas, boicot, ocupaciones, grafiti, pegatinas, afichadas, propaganda. Amores y odios. Cuidados y ofensivas. Recuperar lo que es de todxs y no es de nadie.

A esta altura de la guerra en curso del Estado contra la comunidad, de la civilización contra lo salvaje, se hace cada vez más certero este axioma hacia lo desconocido, hacia la nada creadora, hacia la ruptura total, hacia la vida: la revuelta necesita de todo, diarios y libros, armas y explosivos, reflexiones y blasfemias, venenos, puñales e incendios. El único problema interesante es cómo mezclarlos.

Por un lado está lo existente, con sus costumbres y sus certezas. Y de certezas, este veneno social, se muere. Por el otro lado está la insurrección, lo desconocido que interrumpe en la vida de todxsEl posible inicio de una práctica exagerada de la libertad. Ganar las fuerzas de la ebriedad para la revolución, siempre se trató de eso. ¿Acaso la vida se trata de otra cosa?

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