Fuente: https://umoya.org/2023/02/27/conclusiones-xxii-jornadas-africa-resistencias-pueblos-africanos/
Del 13 al 16 de febrero, Valladolid acogió la vigésimo segunda edición de las Jornadas África bajo el título «Tratando de entender lo que pasa en África: resistencias en medio de las crisis y conflictos». Para ello, contó con las ponencias de Gerardo González Calvo, Aurora Moreno Alcojor, Moussa Kane y Rosa Moro, que cosecharon gran asistencia de público.
Desde la asociación Umoya Valladolid – Comité en Solidaridad con África Negra de Valladolid, creemos que para transformar la realidad hay que entender qué pasa. De ahí el objetivo de estas jornadas, con las que buscamos «entender que está pasando en África» o, al menos, algunas realidades en torno a los conflictos y las crisis… y, por supuesto, aproximarnos a las resistencias y resiliencias que oponen los pueblos..
Jueves 16.- Rosa Moro: «¿Qué pasa en el Congo? el papel de las mujeres en la resistencia y la resiliencia»
La cuarta y última charla de las XXII Jornadas África llegó a cargo de Rosa Moro y versó sobre lo que pasa en el Congo y Ruanda, en relación con las resiliencias y resistencias de las mujeres. Tomó como punto de partida las condiciones de empobrecimiento y deshumanización que, en general, soportan los pueblos de la región central de África. Las duras condiciones que los hace víctimas, material y mentalmente, a la vez, les han hecho resilientes.
En estas condiciones, las mujeres sufren (y han sufrido a lo largo de la historia) la supremacía del heteropatriarcado blanco en mayor o menor medida, pero, siendo negras y pobres, ese sufrimiento se multiplica y, además, estando en guerra permanente, «se multiplica por infinito».
Por la resiliencia ganada a golpe de sufrimiento y humillación durante siglos, muchas mujeres y muchos hombres de la región saben que sin justicia no hay paz, no se pueden garantizar unas condiciones materiales básicas dignas, no se puede hablar de la emancipación de la mujer ni de la sociedad en estas condiciones.
En Occidente, debido a que solo conocemos África a través de la mirada del personal de nuestras agencias de «ayuda», se habla de la mujer solamente bajo unos prismas cliché: principalmente como una «víctima» de violaciones como arma de guerra y, después, como la que lleva todo el peso del continente entero sobre sus espaldas. Bajo este prisma, se menciona su resiliencia y sus capacidades para sobrellevar el peso de todo cuanto les rodea.
Pero las mujeres, muchas de ellas, tienen (¡y siempre han tenido!) un rol mucho más amplio, un rol político dentro de la sociedad en la que viven. ¿Por qué solo se habla de líderes políticos hombres? ¿Dónde están las mujeres que piensan, se movilizan y lideran o viceversa?
En medio de esta situación, son las mujeres quienes gobiernan la vida cotidiana, la VIDA con mayúsculas. Sin ese papel de gobernantes del día a día de la sociedad que realizan las mujeres no se mueve el mundo. ¿Acaso no es eso política? Es mucho más política que la mayoría de las mujeres que tiene el Gobierno de Ruanda en el Parlamento.
El Gobierno de Ruanda, asesorado por grandes compañías de relaciones públicas occidentales, que han construido una imagen progresista del país, mete a muchas mujeres en el Parlamento, que lo promocionan por el mundo deseoso de escuchar historias que se alineen con la agenda de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) de la ONU. Pero esas mujeres no tienen poder real. Son como muebles. Son parte de un escenario construido al más puro estilo de teatro.
La política es otra cosa, y en Ruanda está encabezada por otras mujeres de verdad. No solo la política de gobernar la vida real y cotidiana, sino la política que arriesga la vida por oponerse a la dictadura de la guerra y la humillación de toda la región; esto es, oponerse a los criminales responsables, el grupo cercano a la familia Kagame.
Es el caso de Victoire Ingabire. Llegó a Ruanda para presentarse a las elecciones de 2010 y su vida ha sido una cárcel desde entonces. Han ido asesinando a todo su entorno cercano. La Corte Africana de los Derechos Humanos y de los Pueblos manifestó en 2017 que su gobierno había violado su derecho a actuar en política, pero, a pesar de este reconocimiento, Ingabire sigue aislada en su domicilio.
También las activistas en la diáspora hacen política, Marcelline Nyiranduwamungu, miembro y portavoz de la Red Internacional de Mujeres por la Democracia y la Paz; Perpétue Muramutse, autora de una obra de teatro recientemente estrenada en Quevec, Canadá, donde vive con su familia en el exilio, sobre racismo; Denis Zaneza, que se define así: «I have decided to stick with love. Hate is too great a burden to bear» («He decidido quedarme con el amor. El odio es una carga demasiado grande para soportar»); Natacha Abingene, periodista en Jambo; y tantas otras que arriesgan su vida por la libertad y dignidad de la región africana de los Grandes Lagos.
Algo parecido pasa en la República Democrática de Congo, un país de unos cien millones de habitantes que va a celebrar elecciones este año, a las que se presentan 761 partidos políticos. No se ve a las mujeres en las primeras filas, pero sí se movilizan llenando las sillas de los mítines de esa clase corrupta y traidora que es la clase política congoleña, se movilizan por los privilegios de la clase corrupta, no por la resistencia y la liberación del pueblo.
Pero la verdadera y auténtica política, la que gestiona la vida y la resiliencia social la hacen principalmente mujeres, acompañadas de todos los hombres que quieren unirse a su lucha con sus prioridades bien claras. Primero, las condiciones materiales dignas, la solidaridad y la sororidad (eso que la ONU llama, como si se acabara de inventar, «no dejar a nadie atrás»). Después, los discursos.
Esas mujeres son las que trabajan, acuden y viven en el hospital Panzi y en otros muchos centros sociales de apoyo mutuo a víctimas; las que llenan las calles de protestas; las que protegen y cuidan; las que llenan las sillas de las sesiones de formación política con el Centro Cultural Andrée Blouin, de Kinshasa; las que viven en el extranjero pero respaldan esa formación política, ese cuidado de las condiciones materiales y esa sensibilización para hacer la revolución.