Cómo el Vaticano facilitó huida de criminales nazis hacia Latinoamerica: La ruta de las ratas

Fuente: https://canarias-semanal.org//art/33276/la-ruta-de-las-ratas                                                                                      26.09.22

El historiador Eric Frattini desvela la urdimbre utilizada por el Vaticano para salvar a los criminales nazis de la persecución de la justicia.

Si en algún país se ha mantenido oculta la colaboración y complicidad de la Iglesia Católica en la huida de los criminales nazis después de la Segunda Guerra Mundial, ese ha sido España. Las razones han sido múltiples. Primero, porque la propia Iglesia española participó de lleno también en la huida de estos hacia países latinoamericanos como la Argentina, donde el gobierno del general Perón les brindó una cariñosa acogida. En segundo lugar, porque el propio Gobierno de Franco y sus comilitones de Falange igualmente les sirvieron de puente en su fuga hacia parajes donde encontrarían refugios facilitados por las dictaduras militares y de la propia colonia alemana.

 POR ERIC FRATTINI (*)

    El Holocausto fue la persecución sistemática y el asesinato en masa de seis millones de judíos, pero también de gitanos sinti y roma, homosexuales, comunistas, liberales, conservadores, socialdemócratas, polacos, discapacitados, masones, testigos de Jehová… y así un largo etcétera. 

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ENRIC FRATTINI

 

Es decir, todos aquellos a los que la Alemania nazi veía como ciudadanos de tercera en una Europa conquistada y diseñada para convertirse en lo que los altos líderes del Tercer Reich  denominarían como el Reich de los Mil Años. El 20 de enero de 1942, en una casa a orillas del lago Wannsee, un idílico suburbio de Berlín, se reunían catorce hombres bajo el liderazgo de  Reinhard  Heydrich, el todopoderoso jefe del  Sicherheitsdienst  o SD, el servicio de inteligencia de la SS. Uno de ellos era Adolf Eichmann, mano derecha de Heydrich y responsable de la  Oficina de Asuntos Judíos en la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA).

Aquella reunión duró tan solo 87 minutos, pero en ese escaso tiempo se decidió la “eliminación” de millones de seres humanos en toda Europa. Los fusilamiento masivos habían comenzado siete meses antes. En un lugar de Polonia  llamado Chelmno, habían comenzado a gasear judíos desde el mes de diciembre de 1941. Wannsee no fue realmente una reunión para decidir la “Solución Final”, sino una reunión de coordinación para hacerlo de forma más rápida y eficaz. Todos ellos comprendieron las palabras de Hitler del 30 de enero, cuando aseguró durante un discurso en Berlín que “el resultado de esta guerra será la aniquilación total de los judíos”.

LA RUTA DE LAS RATAS

El historiador Herbert Luethy, en su magnífico retrato Der Führer, explicaba que

Hitler no era sobrenatural, ni nada por el estilo. Tampoco llegó al poder mediante una conquista cual Atila, rey de los hunos. […] Hitler procedía de las cloacas de Viena. Y Göring, Himmler, Eichmann y muchos otros eran hombres grises, oscuros”.

Más de 35 millones de personas fueron asesinadas en Europa por estos “hombres grises” durante la Segunda Guerra Mundial. Lo peor de todo es que muchos de los verdugos conseguirían huir a través de la llamada Ruta de las Ratas, el camino seguro diseñado por altos cargos de la Santa Sede bajo la Operación Convento o Pasillo Vaticano, creada por Alois Hudal.

Eduard Roschmann, el Carnicero de Riga; Josef Mengele, el Ángel de la Muerte de Auschwitz; Franz Stangl, comandante de Treblinka y Sobibor; Gustav Wagner, sargento de la SS y subcomandante de Sobibor; Alois Brunner, organizador de las deportaciones desde Francia y Eslovaquia a los campos de exterminio; Adolf Eichmann, uno de los máximos responsables de la Solución Final; Erich Priebke, capitán de la SS en Roma y responsable de fusilamientos de civiles; Otto Wächter,  gobernador del Distrito de Cracovia y responsable de la muerte de miles de personas en las cámaras de gas; Ante Pavelic, el dictador de la Croacia pronazi; Gerhard Bohne, que gaseó a 62.000 minusválidos en el programa Aktion T4; Kurt Christmann, jefe del escuadrón de la muerte de la SS Einsatzgruppen D; Hans Fischbock, que se ocupó de las expropiaciones de propiedades judías en Austria y HolandaAlbert Ganzenmüller,  subsecretario de Estado del Ministerio de Transportes del Reich y responsable de las deportaciones de alemanes; Hans Hefelmann,  médico y responsable del asesinato de miles de niños deficientes mentales; Walter Kutschmann, que ordenó el fusilamiento de 36 profesores y 1.500 intelectuales polacos en Lwów; Erich Priebke, responsable de la Masacre de las Fosas Ardeatinas; Erich Rajakowitsch, pieza clave de la Solución Final en Holanda; Walter Rauff, coronel de la SS y responsable de las cámaras de gas móviles; Eduard Roschmann, el Carnicero de Riga, responsable de la ejecución de 24.000 judíos en el bosque de Rumbula, o Josef Schwammberger, comandante de la SS en diferentes campos de trabajos forzados en Cracovia: estos serían algunos de los miles de nazis que consiguieron escapar a través de las rutas de evasión establecidas por el Vaticano,  rumbo a seguros refugios en Sudamérica u Oriente Medio.

OPERACIÓN CAMINO AL EXTERIOR

Realmente los primeros planes de evasión fueron diseñados dos meses antes del fin de la guerra. Heinrich Himmler, al ver que todo estaba perdido, había decidido crear la llamada Operación Aussenweg (Camino al Exterior). Puso al frente de la misma al joven capitán de las SS Carlos Fuldner. El argentino-alemán, de treinta y cuatro años, iba a convertirse en la punta de lanza de la evasión de criminales de guerra temerosos de la justicia aliada posbélica durante los siguientes cinco años, exactamente hasta 1950.

España, Portugal, Marruecos, Austria e Italia se convertirían en zonas seguras de paso y protección vaticana para los evadidos que viajaban con documentaciones e identidades falsas, creadas en la mayor parte de los casos por altos funcionarios de la Santa Sede. Incluso muchos de estos funcionarios actuaron como guías y protectores de criminales de guerra hasta que estos encontraran un lugar seguro donde esconderse.

En Roma, Fuldner mantendría una reunión con el padre  Krunoslav Draganovic, el máximo dirigente de San Girolamo, el seminario croata en el 132 de la Via Tomacelli. Este confirmó al enviado de Himmler que

“su organización estaba preparada para dar asistencia y refugio a las altas jerarquías nazis que decidiesen huir hacia Sudamérica”.

Incluso aseguró a Fuldner que contaban con la protección y el apoyo del Vaticano a través del subsecretario de Estado, monseñor Giovanni Battista Montini (futuro Pablo VI). En un documento fechado el 10 de mayo de 1946, agentes de la contrainteligencia estadounidense denuncian las estrechas relaciones entre Ante Pavelic, dictador de la Croacia pronazi, y Montini.

Sería en Madrid donde Carlos Fuldner establecería el primer contacto con el obispo argentino monseñor Antonio Caggiano, poco después consagrado cardenal por el papa Pío XII.  Caggiano,  convencido anticomunista, iba siempre acompañado de Stefan Guisan, un sacerdote franciscano nacido en Berna.

Desde 1944, el padre Guisan comenzó a colaborar con la institución de San Girolamo a las órdenes de Krunoslav Draganovic, y trabajaba en la sede de la Pontificia Comisión para la Asistencia (PCA). La PCA era realmente el organismo vaticano encargado de facilitar documentos falsos a un gran número de fugitivos nazis que huían de la justicia aliada. En la PCA trabajaban cerca de treinta sacerdotes de diferentes órdenes, aunque en su mayor parte franciscanos, falsificando sellos de organismos internacionales de ayuda a los refugiados. Esta ayuda pasaba por esconderlos  simplemente,  facilitarles documentaciones falsas, financiarles el viaje de huida o entregarles una lista de contactos en cada etapa de su huida. Al parecer existen documentos que demuestran que Draganovic no fue el máximo líder en la llamada Operación Convento. Un informe del servicio de espionaje estadounidense indicaría que la cabeza visible del Pasillo Vaticano fue realmente  el ultraconservador y anticomunista cardenal Eugene Tisserant.

EL OBISPO NEGRO

La mayor parte de los nazis eligieron el llamado Pasillo Vaticano o Ruta de los Conventos como la ruta de evasión más segura. Generalmente, pasaban por instituciones religiosas de Milán o Roma para desde allí dar el salto a la iglesia de Sant’Antonio di Pegli, en Génova, protegidos por los religiosos  Carlo Petranovic y Edoardo Dömoter, y desde su puerto partir en barco hacia un lugar seguro en Sudamérica u Oriente Medio.

Por ejemplo, los criminales de guerra y colaboracionistas  franceses Marcel Boucher, Fernand de Menou, Robert Pincemin y Émile Dewoitine recibieron un visado especial por orden del entonces cardenal Antonio Caggiano para entrar en Argentina. Los cuatro disponían de pasaportes con numeración consecutiva expedidos por la Cruz Roja de Roma y portaban un certificado de recomendación del propio Vaticano.

Curiosamente, los cuatro habían encontrado refugio en San Girolamo. En el verano de 1948, Franz Stangl, comandante en Treblinka, y Gustav Wagner, vicecomandante del campo de Sobibor, llegaron a Roma.

“Yo había oído que un tal Alois Hudal, arzobispo del Vaticano en Roma, estaba ayudando a los oficiales católicos de las SS”,

aseguró Stangl durante su encarcelamiento en Alemania, en una entrevista con la periodista Gitta Sereny.

   “Desde 1947, el Vaticano había creado una de las mayores organizaciones envueltas en el movimiento ilegal de emigrantes, incluyendo a nazis buscados. En ciertos países en los que la Iglesia es un factor dominante, el Vaticano ha ejercido presión sobre las misiones extranjeras de los países latinoamericanos para que antiguos grupos nazis y exfascistas u otros grupos políticos, siempre que sean anticomunistas, puedan obtener asilo. La justificación del Vaticano por su participación en este tráfico ilegal es simplemente la propagación de la fe”, escribió Vicent La Vista, un diplomático estadounidense acreditado en Roma.

El destino de los dos altos mandos de las SS era Santa María dell’Anima, otra de las importantes organizaciones dentro de la Operación Convento. Su responsable, Alois Hudal, obispo austriaco, era uno de los principales instrumentos del Vaticano para organizar la fuga de nazis a través del llamado Pasillo Vaticano, cuya sede era el Colegio Teutónico de Santa María dell’Anima, un centro religioso austro-alemán cercano a la romana Piazza Navona. Hudal, su director desde 1923, era también conocido como el Obispo Negro debido a sus simpatías por el régimen nazi y por Heinrich Himmler, a quien admiraba abiertamente.

   “Si eres un miembro VIP, el coste de tu evasión supondría unos 1.400 dólares. La ruta se iniciaba en Alemania, seguía por Austria y finalizaba en algún monasterio o convento vaticano en la ciudad italiana de Génova. Desde el puerto de la ciudad, partían en algún barco con destino a un puerto sudamericano”, escribía el agente  John Hobbins, de la contrainteligencia estadounidense en Austria.

Nadie negó el Holocausto, ni las deportaciones, ni los trenes de la muerte, ni las cámaras de gas, ni los hornos crematorios. Por ejemplo, Rudolf Höss, excomandante de Auschwitz ejecutado en la horca el 16 de abril de 1947, se hizo célebre por sus confesiones, en las que admitió haber ordenado el asesinato de “al menos un millón de judíos” en aquel campo de la muerte. Incluso cuando se enteró de que en los campos se iba a adoptar gas para asesinar a los prisioneros más rápidamente, reaccionó según confiesa en sus memorias, escritas poco antes de morir en la horca, «Yo, comandante de Auschwitz»:

“Confieso sin rebozo que [la adopción] del gaseamiento me tranquilizó; siempre me horrorizaron los fusilamientos, especialmente de mujeres y niños. Desde que nos ahorramos esa carnicería, me sentí más tranquilo. Franz Stangl, comandante de Treblinka, solía asegurar a sus subordinados sentirse orgulloso de haber supervisado la destrucción de cientos de miles de personas. […] Es mi trabajo, lo disfruto y me siento realizado”.

MÁS ALLÁ DE TODA DUDA

Mención aparte merece Adolf Eichmann, SS Sturmbannführer y el principal arquitecto de la Solución Final. Durante su juicio en Jerusalén, reconoció haber asistido “solo como espectador a diversas operaciones especiales” (asesinatos en masa). A pesar de la gran cantidad de información que dio acerca del funcionamiento del proceso de liquidación de los judíos, Eichmann nunca admitió haber mandado asesinar a nadie, ya que, según él, solo se ocupaba del “transporte de los judíos a los campos”. Lo que     Eichmann pretendía decir es que él no mandaba matar a nadie, “solamente” los enviaba a morir al ocuparse de los transportes de trenes. Eichmann huyó tras la guerra a Argentina con documentación falsa a través de rutas vaticanas. Otros nazis que consiguieron huir a través del Vaticano acabaron sus días escondidos como ratas y suicidándose en sus escondrijos. Entre estos últimos estaría Gustav Wagner, excomandante del campo de exterminio de Sobibor, que se suicidaría en 1980 en una oscura hacienda en Brasil; o Hermann Höfle, experto en exterminio y segundo al mando de Globocnik, que se colgó en 1962 en su celda de la prisión vienesa en la que esperaba su juicio por crímenes de guerra.

Quien mejor supo definir a estos criminales de guerra con imagen de “adorables” ancianos que ya casi rozaban el siglo de vida, y que campaban a sus anchas por diversas ciudades del mundo –muchos de ellos, incluso, en residencias de Alemania o Austria para enfermos de alzhéimer o demencia senil–, sería Simon Wiesenthal. El famoso cazanazis escribió:

“Desde Eichmann y Stangl hacia abajo, el noventa por ciento de mis ‘clientes’ fueron, antes y después de la guerra, hombres y mujeres de sólidos principios familiares, devotos de sus hijos, leales a sus amigos, duros trabajadores, buenos contribuyentes, magníficos vecinos, cuidadores de bellos jardines y rara vez causantes de problemas con nadie. Pero, cuando se ponían el uniforme, ellos se convertían en algo más: monstruos, sádicos, torturadores, asesinos o asesinos de escritorio. Al minuto de quitarse el uniforme, volvían a convertirse en ciudadanos modelo. Pero yo trabajo solo con hechos y testigos presenciales, no con referencias de personajes o psicoanálisis. Aun así, muy a menudo lo pienso. Y lo que creo es que la clave está en la parte que hicieron ‘por su deber’”.
Obispos y arzobispos realizaron los trámites para proveer de identidades falsas a los criminales de guerra

La apertura de los archivos de la Cruz Roja Internacional  redactados durante la posguerra ha cerrado por fin la polémica acerca de si los criminales de guerra nazis y croatas contaron con la ayuda del Vaticano para huir de la justicia hacia Sudamérica, Siria, Australia, Sudáfrica o Canadá.

La respuesta está bien clara: los cardenales Montini, Tisserant y Caggiano diseñaron las rutas de huida; importantes obispos y arzobispos como Hudal, Siri y Barrère se encargaron de realizar los trámites necesarios para crear documentos e identidades falsas a los asesinos; sacerdotes como Draganovic, Heinemann, Dömöter, Bucko, Petranovic y muchos otros firmaron de su puño y letra las solicitudes para la concesión de pasaportes de la Cruz Roja a criminales de guerra nazis. Y todo ello se llevó a cabo con el visto bueno del papa Pío XII.  

(*) AUTOR DE LA HUIDA DE LAS RATAS (TEMAS DE HOY, 2018)

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