Fuente: La Jornada Emir Sader 06.01.23
Después de ser respetado e incluso envidiado por el mundo ahora. Después de tener relaciones cordiales y de cooperación con los países vecinos. Después de tener una prestigiosa imagen en todo el mundo.
Después de haber abandonado la vergonzosa costumbre de encontrar a miles de personas abandonadas en las calles, viviendo al aire libre. Después de acostumbrarse a ser el país más desigual del continente y más desigual del mundo.
Después de habitar tradicionalmente el Mapa del Hambre. Después de ser conocido como un país de desempleo estructural. Después de ser un país que vivía con un racismo estructural.
Después de vivir en un país de exclusión social, desigualdades sociales y estructurales. Después de aceptar tener la región más pobre en el nordeste, con más hambre y enfermedades.
Tristeza. Después acostumbrarse a tener golpes de Estado que, de vez en cuando, rompen con la democracia. Después de vivir con la tristeza de la gran mayoría, su desesperanza. Después de estar rodeado de las mentiras de los principales medios de comunicación.
Después de aceptar que el nordeste sería una región sin agua, sin derechos, sin trabajo, sin futuro. Después de aceptar que las riquezas del país fueran apropiadas por grandes empresas extranjeras.
Después de tener mujeres discriminadas, atacadas, asesinadas a diario. Después de convivir con millones de trabajadores sin contrato de trabajo, sin derechos, sin garantías elementales.
Después de acostumbrarse a convivir con el latifundio, con la falta de acceso a la tierra para la gran mayoría de los trabajadores rurales. Después de aceptar que millones de brasileños son analfabetos, viven muchos años menos que los ricos, tienen muchas más enfermedades que otros.
Después de aceptar que sólo las élites tienen acceso a los medios. Que la élite hable a través de periódicos, revistas, radios, televisiones, libros, arte. Que los que anden por las calles con los coches, con seguridad, con tranquilidad, siendo minoría.
Después de ver a los ricos elegir y relegir a sus candidatos a diputados, alcaldes, gobernadores, presidentes.
Los brasileños han decidido elegir un presidente trabajador, nordestino, pobre, sindicalista. Decidieron que ya no iban a dejar que Brasil fuera gobernado por los ricos, en función de sus intereses.
Han decido no dejar más que la gente muera sin cuidado, sin hospitales y sin medicamentos. Decidieron dejar de estar desempleados, tener trabajos eventuales para sobrevivir, trabajar sin permiso de trabajo, sin derechos, sin sindicatos.
Acceso a la vivienda digna. Decidieron que nadie necesita vivir en la calle, abandonado. Que toda persona tiene derecho a tener su casa, su lugar para vivir. Que toda persona tiene derecho a comer tres veces al día. Que todos los trabajadores rurales tengan derecho a acceder a la tierra y a vivir dignamente.
Han decidido que una mujer puede ser presidente de Brasil. Y han tenido razón, porque ella lo ha hecho muy bien. Han decidido que sin desarrollo económico, distribución de renta y generación de empleos, no pueden ser felices.
Los brasileños llegan felices al nuevo año, aun habiendo tenido un desempeño muy malo en el Mundial de Futbol. Vuelven a pensar en futuro con esperanza.
Vuelven a estar seguros que al final del año el país estará reconstruido. Dejarán de tener tanta gente viviendo abandonada por las calles.
Que él volverá en pocos días, a tener un gobierno que cuida del país, que cuida de las personas. A tener un país respetado. Quizás, incluso, con un equipo nacional un tanto mejor.
Será una rebelión bien distinta, mucho mayor de la que los brasileños han tenido en los seis años anteriores. A sabiendas que vuelven años mejores, alegres, felices.