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CUBADEBATE – 02/08/2020
Dos caminos emergen ante Bielorrusia, sumergida en un conflicto de ecuaciones sospechosas. Tienen probabilidades de triunfo aquellos deseosos de emigrar hacia un capitalismo más agresivo. En proporciones difíciles de medir, tampoco se descarta la prevalencia de quienes desean mantener un modelo de desarrollo que aportó en los últimos 25 años estabilidad y avances económicos palpables a escala de nación o de los más comunes bolsillos.
Tras su independencia en los 90, Belarús, bajo mandato de Alexander Lukachenko, mantuvo casi intactos varios mecanismos organizativos y estructuras de importancia de la etapa soviética. Entre las principales, está mantener bajo conducción del estado los principales activos nacionales. La gratuidad de servicios básicos fue parte de los factores predominantes, en contraste con la pérdida de tan estimables ejercicios, en repúblicas colindantes.
El esquema transitado no careció de espacios para la actividad privada. Solo se mantuvo la preeminencia de las estatales. Esa praxis no impidió crecimientos de cierta importancia (entre el 6% y sobre el 10%) durante bastante tiempo. Luego no se trata de una sociedad con altas tasas de desempleo, en la miseria, o desprotegidas, ni carente de atenciones político-sociales.
Pero fue un escenario siempre sometido presiones externas. Occidente procurando influir o cambiar la experiencia bielorrusa –a veces con relativo éxito, al menos aparente– y sectores internos inconformes apoyando ese empuje exterior o empeñados en cambiar una política por su contraria. No lo dicen con claridad aún, pero desearían un modelo socioeconómico contrapuesto, de corte neoliberal por ejemplo, con la consabida venta de industrias y otros recursos al mejor postor, sobre todo extranjeros.
¿Cómo se explica la masividad de las protestas actuales? La administración Lukachenko mantuvo niveles de desenvolvimiento general apropiados para la población, pero se le achaca haber descuidado el fenómeno Covid-19. La elevada cifra de contagiados y sus efectos en todos los órdenes, particularmente en la economía, permiten que muchos se sumen a una tendencia que, en lo fundamental, no comparten.
Como en procesos parecidos, hay gente que sabe muy bien qué desea y otros algo confusos y los suficientemente disgustados como para no percatarse del empleo de símbolos como las banderas –¿de dónde habrán sacado tantas en tan corto tiempo?– que se están utilizando en las manifestaciones actuales. Las mismas usadas por las fuerzas hostiles a la revolución bolchevique, retomadas después por quienes apoyaron a los nazis durante la invasión hitleriana.
Pandemia y crisis económica reúne combustible suficiente para alterar sensibilidades y el orden, máxime si la impaciencia es alimentada con factores ideológicos furtivos, pero de experimentado uso. La falta de imaginación para procurar o esconder actos impugnables hace que se parezcan tanto los hechos pasados y actuales como para dudar de su veracidad. El drama bielorruso es, de momento, la última peripecia de una hipotética sublevación popular por la “libertad”. Pero se parece tanto al golpe en Bolivia, que repugna. Sería más dable creer en la autenticidad de las protestas postelectorales ocurridas en Bielorrusia si no fueran tan semejantes a sus antecesoras en el espacio postsoviético. Dígase Georgia o Ucrania antes de esta.
Sin duda, en cualquier país no toda la población concuerda con su gobierno. El presidente bielorruso admitió en un mitin con obreros fabriles que conoce la existencia de personas insatisfechas y se compromete a resolver aquello en lo cual se ha fallado. “¿Quieren un cambio? ¡¿Qué, vamos a cambiar?! ¿Quieren reformas? Díganme cuáles, ¡empezaremos mañana!, formuló Lukachenko en uno de los encuentros con trabajadores. Siempre habrá inconformes, oponentes, o, como parece ser el caso, fuerzas empeñadas en apoderarse de la jefatura del país basados en intereses o voluntades propias o al servicio de ajenos. Las dos posibilidades, parece, van unidas y conjuradas con la normal etapa que se vive en el mundo.
Por el modo en que se expresan varios componentes de fuera o dentro, uno de los grandes objetivos alojados en los actuales sucesos, sería el plan de crear un cordón sanitario entre el Báltico y el Mar Negro. Es decir, un blindaje para países occidentales que tendrían una avanzada en su favor con el corredor de Suwalki, franja de territorio (96 Km.) en las inmediaciones de Lituania y Polonia.
¿Qué significa ese espacio geográfico? Ante todo, es de gran valor estratégico por tratarse de la única vía de comunicación terrestre entre los países bálticos y el resto de Europa. Un punto toca Kaliningrado, enclave en los límites más occidentales de Rusia y una de las razones para la movilización del ejército bielorruso hacia esa área y, como se aprecia, en una u otra medida, coacciona a Minsk y por extensión a Moscú.
“Bajo pretexto de una mítica amenaza rusa, la OTAN está aumentando su presencia en Europa del Este y militarizando la región del mar Negro, e intensificando sus actividades de reconocimiento a lo largo de las fronteras rusas”. El criterio pertenece al el experto militar estadounidense Lyle J. Goldstein cuando advirtió sobre el peligro de una confrontación militar entre EE.UU. y Rusia, particularmente en torno al mar Negro, sobre el cual sobrevuelan cazas de combate y aviones espías del Pentágono, con indeseable e injustificada frecuencia.
La denuncia de Lukachenko sobre el peso y el apoyo externo del conflicto no es una simple evasiva ni manía persecutoria. De acuerdo con los manuales de Gene Sharp, teórico norteamericano de cuyas instrucciones se sirvieron las llamadas revolución de colores, y algunas primaveras árabes, establece el uso de esferas organizadas de la sociedad (estudiantiles, laborales, religiosas) para desafiar la autoridad del gobierno que se desea derrocar.
Un recurso, entre los más interpuestos, es poner en tela de juicio un resultado electoral y valerse de ese subterfugio para crear un estado de ánimo colectivo al cual los más interesados arrastran a inconformes desprevenidos o díscolos involucrados. El precepto se usó en varios momentos e intensidad (Yugoslavia, Georgia, Ucrania) y tiene dos expresiones recientes en Latinoamérica de imposible olvido. La conspiración contra Evo Morales con infundadas acusaciones de plagio en los comicios, sin pruebas, pero con apoyo externo evidentísimo. La falsedad se corroboró por organismos internaciones, pero ya tarde.
De forma similar se actuó con Venezuela (se pretende repetir otro tanto allí con las legislativas de diciembre) pero con la peculiaridad de –ante el fracaso de anteriores ardides– haber echado mano de un presidente espurio reconocido con excesiva velocidad por norteamericanos y europeos. Nada causal que los complotados en Bielorrusia insten a que se haga como entonces, entregándole un poder paralelo a Svetlana Tajinovskaya, la oponente electoral, radicada en Lituania, apenas desatado el destructor órdago en su país. Ni ella ni quienes la secundan pueden ocultar los antecedentes pro occidentales que les tipifican. Es de suponer entonces que no estamos ante patriotismo o pasión por la democracia. Los citados eventos y sus cultores, por supuesto, no son idénticos en cada caso. Solo se parecen demasiado.
Algunos politólogos y críticos habituales de Lukashenko, le acusan de coquetear con el gobierno norteamericano al cual denuncia ahora como instigador esencial de los actuales acontecimientos. “Estados Unidos lo planea y lo dirige todo y los europeos le siguen el juego”, planteó en un contacto con trabajadores de una cooperativa agrícola. En la última etapa el secretario de estado Mike Pompeo visitó Minsk ofertando todo el petróleo que necesite Belarus y una posible rebaja de sanciones. El clásico divide y vencerás, en ese caso empleado para alejar a Rusia de Minsk, antes de que se ejecute una alianza integradora de ambos sujeta a estudio.
No son los únicos antecedentes destacados de antemano. Las autoridades rusas alertaron sobre el empeño manifiesto para sacar a Bielorrusia de los pactos y asociaciones vinculados al desarrollo o la seguridad regional. Sería un objetivo más para la desestabilización en marcha e ingrediente añadido en busca de nutrir concepto como el de la “amenaza rusa”, recurso tras el cual se esconde el despliegue de contingentes armados y vehículos de combate de la OTAN en naciones bálticas fronterizas, para, como dijera el canciller ruso, Serguei Lavrov, mantener en constante alerta y desgaste a Rusia, con provocaciones y amenazas, freno para su destacada proyección internacional.
Ante los actuales sucesos, Vladimir Putin advirtió lo improcedente de las intromisiones extranjeras en Bielorrusia y la presión contra el presidente de ese país tomando de excusa las elecciones del 8 de agosto. En conversaciones telefónicas con Enmanuel Macron y Ángela Merkel ha dicho a los jefes de estado francés y de Alemania que “es inadmisible cualquier intento de injerencia” tendente a una “mayor agudización de la crisis”.
Entre Moscú y Minsk existe un acuerdo militar de defensa mutua. Que Moscú sea un objetivo nada secundario, es creíble, se evidencia en el cerco ofensivo montado en torno a las fronteras de la Federación hace años, convirtiendo en miembros de la OTAN a antiguos afilados al Pacto de Varsovia, y llevando hasta los límites del territorio ruso bases norteamericanas de diverso linaje militar.
Ese comprometido ángulo del asunto tiene que ver con el despliegue misiles de mediano alcance en Alemania, Polonia y Rumanía por parte de EE.UU. y el propósito de hacer lo mismo en suelo de Ucrania, cuando, encima, se decidió el traslado de una importante cantidad de efectivos norteamericanos desde las bases germanas hacia las polacas, donde la administración ultraconservadora en el poder, mantiene hostilidad permanente nada oculta, hacia Rusia y la misma Bielorrusia.
Nadie sabe dónde desembocará este conflicto generosamente alimentado por ajenos. Hasta el momento, ninguno de los procesos provenientes de experimentos anteriores logró descollar como ejemplo inverso al mal que se dijo conjurar. Luego al pairo se queda el grave dilema.
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